Capítulo 2
Capítulo 2. Un lobo de pura raza
*Prohibida la distribución de este fanfic sin permiso de la autora. Puedes descargar esta historia completa en Patreon.com/chispasrojas
El jet lag taladró la cabeza de Jungkook en cuanto pisó tierra. Sobre la pista de aterrizaje, masajeó su sien bajo el brillante sol que incidía en la ciudad de Seúl.
—Amor, pero qué guapo estás —Serena abrazó a su hijo menor, se apartó el cabello largo y platino con una mano, y le dedicó su más amplia sonrisa.
—Madre —sonrió Jungkook, a pesar de sus trece horas de vuelo—. ¿Cómo estás?
La madre de Jungkook era preciosa sub-alfa de piernas largas, deslumbrante sonrisa y elegancia, el cabello más envidiado de la ciudad. Incluso había protagonizado anuncios de champú en la televisión.
—Señor Jeon, si me disculpa —un beta se ofreció a cargar su equipaje amablemente.
Jungkook declinó su ayuda para llevar su pequeña maleta de mano, más el trabajador arrastró la pesada maleta negra del alfa sobre el asfalto, en lo que atravesaban la pequeña pista privada.
—Todo estupendo —su progenitora estrechó afectuosamente los hombros del chico con un brazo mientras caminaban—. Nosotros no hemos cambiado demasiado, pero Ayane ahora está en Busan.
—¿Con su prometido?
—Se casarán en marzo —concretó la mujer, sobre su hija mayor.
—¿Y el abuelo?
—Renzo también viajará mañana a Busan —prosiguió la alfa—. Creo que lo más correcto es que nos acompañes. Quiere presentarte como presidente en diciembre.
Jungkook ya sabía aquello, pero no había vuelto al país únicamente por eso. Los dos atravesaron la puerta de cristal y el alfa soltó el equipaje de mano en el suelo.
—Apenas acabo de llegar a Seúl, ¿y mañana tendré que estar en Busan? —comentó en voz baja, desactivando el modo avión de su teléfono—. ¿Hoy podré ver a Yui?
Serena esbozó una sonrisita tensa.
—¡Hijo!
Jungkook alzó la cabeza y encontró de improviso a Jiro, su padre. Un alfa alto, de cabello negro, hombros cuadrados y con su misma mandíbula. Jungkook no esperaba que su padre hubiese ido a recibirle al aeropuerto, pero allí estaba, brillante y feliz por recuperarle en su ciudad natal. Jiro abrazó a su hijo y palmeó gentilmente uno de sus hombros halagando que por fin hubiera vuelto a Corea del Sur. Los dos le extrañaban, habían transcurrido demasiados meses sin verse, ¿o ya había pasado un año completo desde la última vez que fueron a visitarle a Estados Unidos?
El verdadero motivo de que Jungkook se encontrase allí era el cierre de su compromiso. Él conocía a la alfa con la que se enlazaría desde los diecisiete años: Shin Yui. Se habían visto dos o tres veces, antes de que el joven se trasladase durante cinco años seguidos a Estados Unidos para realizar su formación universitaria. Sus familias habían arreglado lo suyo para que contrajesen matrimonio cuando Jungkook regresase a Corea. Puede que fijasen la fecha de enlace en un año o dos, si conseguía retrasarlo con alguna excusa.
Jungkook sentía cero atracción romántica hacia Yui y jamás habían mantenido relaciones sexuales (ni siquiera se habían visto en años). De hecho, el joven se permitió tener una novia esporádica en los Estados Unidos (y además de algunos que otro ligue), una sub-alfa con la que era capaz de pasarse fines de semana enteros en la cama y cuya relación terminó rompiéndose con el tiempo.
Él no era solamente el heredero de un admirado imperio del vino y de las caras bodegas de su abuelo Renzo. Jungkook también había heredado el gen de alfa puro. Había estado lidiando con ello desde muy pequeño. Su familia esperaba que fuera puro desde su nacimiento, y genuinamente, su gen se manifestó por primera vez con once años, tras un resplandor de iris dorados en una de sus rabietas de pequeño.
Jungkook conocía a su segunda personalidad con el nombre de «el Lobo interior». Su abuelo Renzo le habló de él a los once años. Le contó que él también tenía uno. Sus Lobos, producto de ese gen de pura raza de alfas, eran seres místicos que habitaban dentro de ellos y que obedecían a su puro instinto. Ese instinto podía ser hambre (un rasgo demasiado primitivo para su época), ira y sexo.
Si no conseguía gestionar correctamente sus emociones, podía convertirse en el ser más monstruoso del mundo. Los alfas puros como él, tenían el don de La Voz superior, que les otorgaba la capacidad de doblegar la voluntad de cualquier otra casta, incluyendo a la de los alfas comunes. Además, si Jungkook perdía el control sobre sí mismo, su Lobo interior podía llegar a apoderarse de sus actos e incluso a convertirse en un lobo metamorfo. Y eso era demasiado peligroso para todos.
Jungkook lo comprendió desde pequeño. En busca de controlar la agresividad de su Lobo, la familia Jeon apuntó al chico a un gimnasio para que liberara hormonas, feromonas y dopamina. Con el tiempo desarrolló afición por los deportes, el cansancio físico le relajaba. Durante su periodo en Estados Unidos, practicó kick-boxing de manera amistosa, boxeo y natación. Se le daba bien el deporte, le estimulaban las competiciones y adoraba entrenarse. Sin embargo, no pudo evitar que se le cruzaran los cables y acabase partiéndole la mandíbula a un estúpido alfa en la universidad privada de Manhattan (su familia tuvo que pagar posteriormente una indemnización de veinte mil dólares).
A esas alturas, su cuerpo era como el de cualquier alfa; delgado, fibroso y musculoso. En su caso, sin excesiva masa muscular. Era ágil de naturaleza, como un felino, de muslos gruesos y bíceps suaves. Su amigo Namjoon siempre le decía por videollamada que tenía un six pack bajo la camiseta. Julen bromeaba con que estaba seguro de que podía abrir botellines de cerveza y partir nueces con sus abdominales (era un exagerado). Pero había cierta realidad en sus halagos: todo el mundo pensaba que Jungkook era guapo y atractivo, rasgos que resultaban tan similares y diferentes al mismo tiempo. Él tenía un aura de alfa atrapante, ojos de un chocolate negro, espeso cabello oscuro que crecía demasiado rápido. Una sonrisa suave y deslumbrante, un sentido del humor natural e inteligencia por encima de la media. Su aroma era similar al de la cereza bañada en whiskey, con menta y chocolate amargo, y una pizca de salvia con bergamota.
Cuando cumplió la mayoría de edad, la familia Jeon recibió el ofrecimiento de una docena de manos para que su hijo pudiera elegir a la que considerara más apta. Durante el año pasado, le ofrecieron a una omega que recién cumplió la mayoría de edad y pertenecía a una valiosa familia de alfas de la india (esos tipos siempre estaban bañados en oro). No obstante, Jungkook había estado fuera de Corea demasiado tiempo realizando sus estudios universitarios y aquel máster de postgrado que le ayudó a complementar su especialidad. Necesitaba prepararse para el día en el que tomase el lugar que le cedería su abuelo.
Sobre la hora del almuerzo, Serena y Jiro invitaron a su amado primogénito a una exquisita comida en un caro restaurante de cinco tenedores. Jungkook pasó la tarde en la casa familiar de Seúl, más tarde, se preparó para la reunión de familia con los Shin. Allí se reunió después de mucho tiempo con Shin Yui, una preciosa alfa que debía haber crecido alrededor de veinte centímetros en los años que pasaron sin verse.
Yui y él actuaron con naturalidad, conversaron amablemente. Ella era ocurrente, tenía cierto encanto y mucha clase. Le gustaba la moda y había estudiado diseño, pasarela y alta costura. Era buena amiga de su hermana mayor. Jungkook le escuchó con un interés simulado, sirviéndose una tercera copa de whiskey. Tuvo suerte de que el tío de Yui se aproximase para preguntarle al joven sobre su licenciatura en los Estados Unidos. Su vida universitaria había sido brillante, además, se lo había pasado más que bien. Jungkook tuvo su primer celo de alfa con dieciséis años (montó a una hembra que estaba a su disposición sin dudarlo), con la mayoría de edad se había apareado con algunas alfas que le merodeaban, pero siempre movido por pura diversión, placer y juego, en algún brote de celo (una vez cada cuatro meses) y nunca sin olvidar el profiláctico de protección (no quería sorpresas, tan joven). Más allá de eso, jamás había estado enamorado.
Durante esa noche, tras unas copas y aperitivos, compartieron una exquisita cena familiar con los Shin, hasta la llegada de su abuelo. Cuando vio a Renzo, los dos se abrazaron como viejos amigos. El abuelo de Jungkook tenía casi noventa años, ambos compartían una conexión especial desde que el joven era un cachorro. Quizá se trataba de que sus dos lobos se reconocían entre ellos; un viejo rey esperando a ser relegado por su príncipe heredero.
—Cerraré un puñado de negocios en la ciudad de Busan, hijo —expresó Renzo con una pronunciación lenta—. Necesitan el aliento de un lobo viejo.
—Deberías dejar de viajar a tu edad —sonrió Jungkook, reclinándose en el asiento—. ¿No crees que es el momento de asentar cabeza, abuelo?
Jiro soltó una risita por la soltura de la lengua de su hijo.
—Su espíritu es inmortal, Jungkook —ironizó su progenitor.
—He elegido la costa para vivir —reconoció Renzo compartiendo una mirada cómplice con su nieto—. A mi edad, las ciudades como Seúl se quedan demasiado grandes. La gente de tu edad ahora vive rápido para mí.
—Busan es un lugar precioso, no obstante —complementó Jiro, sujetando una pipa de fumar que encendió con elegancia—. Nunca la has conocido, ¿verdad, Jungkook? Es una ciudad magnífica.
Jungkook había visitado alguna de las islas de Corea del Sur cuando era pequeño, durante algún periodo vacacional de su familia, pero su ciudad no había sido otra que la gran Seúl.
A la mañana siguiente, la familia Jeon tomó un tren de alta velocidad para viajar a Busan. Constaban de una casa familiar de lujo en la costa, cerca de la residencia exclusiva de su abuelo (en esa sólo trabajaban betas de confianza, que llevaban toda la vida prestándole sus servicios).
Después de un café, se reunieron con varios empresarios que reconocieron a Jungkook como el joven heredero, e intercambiaron contactos. En cuanto tuvo un rato para sí mismo, el alfa puro se dirigió a un concesionario de coches (el dueño era amigo de su padre) para adquirir un auto en propiedad. Necesitaba su propio vehículo si quería sentirse un poco independiente mientras que toda su familia, responsabilidades laborales y compromiso, actuaban como si su presencia fuera el agua fresca que esperaban. Por complacer uno de sus caprichos, el joven eligió un precioso Mercedes Benz cuyo tapizado de piel le volvió loco, pasó una mano por encima del brillante capó de un negro nácar y se compró la joya de vehículo sin dudarlo.
Probó el automóvil a la salida del concesionario, dirigiéndose a una pista de pádel de la que ya le habían hablado. Aparcó cerca de la entrada, se quitó la chaqueta, la dejó doblada en el asiento trasero, se arremangó el jersey de cuello alto negro y ceñido, y se dejó caer sobre el lomo del coche para esperar la aparición de alguien. En unos minutos, recibió un montón de miradas de clientes que entraban y salían de sus clases de pádel (su aura de alfa era atrapante, con un toque extrañamente divertido), mientras el joven esperaba a alguien.
—No puedo creerme que aún sigas viniendo aquí —se burló Jungkook con voz alta y clara en cuanto le vio pasar.
Namjoon giró la cabeza, vestía el clásico uniforme deportivo de manga corta blanco, tenis, y una mochila deportiva con una pesada raqueta colgando del hombro. Su cabello mostraba un brillante rubio claro que había tintado. Cuando vio a Jungkook, se escurrió las gafas de sol sobre la nariz con un dedo, como si no pudiera creerse lo que veían sus ojos.
—¿Jungkook? —pronunció esbozando una lenta sonrisa—. Por el amor de dios, ¿qué haces tú en Busan?
Jungkook se aproximó a él con una deslumbrante sonrisa, ambos estrecharon una mano, pero Namjoon tiró de su agarre y le ofreció a su amigo un fuerte abrazo que él recibió encantado.
—Te dije que volvería a Seúl —contestó el alfa puro, vislumbrando las pintas deportivas de su amigo—. Debo acompañar a mi familia. Además, mi abuelo va a trasladarse aquí, así que...
—¿Jiro quiere estar cerca?
—Así es. Está muy mayor, le entiendo —reconoció el pelinegro—. Puede que sea un alfa puro, pero sigue siendo una persona.
—No como tú, desde luego —bromeó Namjoon en confianza—. ¿Se puede saber cuántos centímetros has crecido? Las videollamadas siempre engañan.
Los dos habían igualado sus alturas en esos últimos años. Namjoon era un amigo de la infancia de Jungkook. La familia Kim (sus padres) poseían la industria de la joyería más grande del país. Los Kim vivían en Seúl, pero Namjoon se había trasladado a Busan desde hacía dos años, para tomar el cargo de ejecutivo de la marca de la empresa en la sucursal de esa ciudad.
No obstante, siempre había sido un aficionado al pádel, a los bronceados veraniegos. Adoraba pasarse las tardes en la tumbona de una playa con un cóctel de lima en una mano y su teléfono en la otra, comprobando la subida estadística de sus inversiones. Su amigo era imperturbable.
—Sube —Jungkook apuntó con la cabeza su coche.
En el interior, el pelinegro le pidió consejo a Namjoon sobre la mejor cafetería para tomar algo, se permitieron un buen desayuno (Namjoon acababa de hacer deporte, estaba muerto de hambre) y estuvieron hablando sobre el compromiso de Jungkook, la muestra de joyas que Namjoon pensaba enviarle (si no las quería, podía dárselas a su prometida), su último partido de pádel, un maravilloso club de copas que frecuentaba y el ritmo en general de la ciudad de Busan.
Nada era un gran misterio, Jungkook se relacionaba fácilmente con su entorno. Por la tarde regresó a casa y se encontró con la visita de Ayane su hermana mayor, a quien llevaba años sin verla. Ayane tenía 26 años, cabello negro y largo, era alta, con una constitución similar a la de Jungkook. Su hermana era alfa, igual que el padre de familia.
Yui, la prometida de Jungkook, se encontraba con la chica en su casa (ambas se conocían desde hacía tiempo y mantenían un buen lazo amistoso y familiar). Cuando su hermana mayor vio a Jungkook abrazó al alfa felizmente, habló con él y se mostró emocionada por volver a tenerle de nuevo en Corea.
—Debes conocer a Erik. Le traeré a casa mañana —dijo Ayane sobre su futuro marido.
—Tenemos que arreglarnos, dejé mi vestido arriba —expresó Yui, llamando la atención de su hermana.
—Claro, dame un momento —Ayane se retiró un instante, dejando al azabache bajo el amplio marco de la puerta del gran salón.
La casa de su familia Jeon en Busan era una construcción moderna. Tenía una planta superior, numerosas cristaleras, una piscina climatizada interior, un pequeño gimnasio, y una cocina enorme y maravillosa.
Yui se acercó a Jungkook el instante en el que estuvieron a solas.
—¿Podremos ir como acompañantes esta noche? —preguntó la joven alfa.
—¿Me lo estás pidiendo tú? Pensé que era yo el que debía hacerlo —dijo Jungkook con tibia elegancia.
Ella sonrió levemente, dio unos pasos lentos hacia Jungkook con la resonancia de sus finos zapatos de tacón y tomó su rostro con una mano.
—No soy una hembra alfa clásica. Me gusta tomar la iniciativa.
El azabache se quedó en silencio. Su mirada se volvió desafiante, una especie de «tendremos que comprobarlo», que Yui aceptó de inmediato. Posó sus labios sobre los de Jungkook y le besó por primera vez. Jungkook no se retiró en ningún momento, tomó sus besos gustosamente, permitiendo que rodease su cuello con un par de brazos, entreabriendo los labios para degustar su beso. El aroma de Yui era como el mousse de limón. Suave, elegante, exquisito. Un poco dulce, pero también ácido. Empachaba rápido.
Ella le devolvió unos centímetros y sus alientos húmedos se rozaron. Por la dilatación de sus pupilas y su liberación de feromonas, el alfa intuyó que no lo tendría muy difícil para montarla. Consideró que tener una química sexual sencilla con la que era su prometida, era un rasgo positivo.
—Tengo que vestirme —murmuró Yui, se apartó mordisqueándole levemente el labio y Jungkook la contempló marcharse con una mano en el bolsillo.
Él también debía prepararse, mientras la puesta de sol se hacía cargo del anaranjado cielo de Busan, Jeon Jungkook se arregló con un traje que habían preparado para él, cachemir para la camisa negra, algodón negro para la chaqueta bordada y el pantalón, sin corbata, con un cuello redondeado y bien abotonado. Unos gemelos con la marca del imperio de vinos de su abuelo. Un suave perfume que sólo potenciaba su aroma natural.
De camino a El Bamboo se separó de Yui y su hermana mayor, su madre Serena acompañó a Renzo mientras Jiro se reunía con unos inversores que desearon conocer a Jungkook. Estrecharon la mano del chico y hablaron de negocios, intercambiaron contactos y halagaron sus prácticas universitarias (a favor de su empresa) en Estados Unidos. Jungkook sabía lo que todos querían de él, su influencia, su potencial, su marca, su imagen. Todo. Incluso sus hembras le miraban con temor, recelo y hasta deseo.
Se dispersaron para subir a la azotea del Hotel Palace y Jiro les acompañó. Jungkook esperó abajo al regreso de Yui y Ayane antes de subir a la pequeña fiesta. Miró su Rolex de muñeca en varias ocasiones, advirtiendo su tardanza. ¿Dónde diablos se habían metido esas dos? Quería ver el discurso de su abuelo a tiempo, pero estaba seguro de que se lo perdería si continuaba esperando a su querida hermana y prometida.
Jungkook chasqueó con la lengua, «Renzo era más importante», pensó, dirigiéndose hacia uno de los ascensores.
Entró en él desabotonándose el único botón de su impecable chaqueta negra y antes de que las puertas doradas del ascensor se corrieran, Yui entró en el mismo ascensor rápidamente.
—¿De dónde sal-?
Ella sonrió y empujó los hombros de Jungkook juguetonamente. Presionó con sus labios sobre los suyos, una de sus piernas rodeando sinuosamente un muslo del alfa. El precioso vestido de satén blanco que se ceñía a su cintura marcaba sus senos desnudos bajo la prenda.
Jungkook se sorprendió no más de unas décimas de segundo por su ataque personal. El beso que recibió fue lascivo, con un roce de lenguas e intercambio de respiraciones sonoras y entrecortadas.
El alfa tomó sus muñecas y tomó la dirección de sus manos, recuperó sus centímetros unos instantes para respirar y controlar el repentino rumbo de la situación.
—¿Dónde está Ayane?
—Ha tenido que marcharse —respondió Yui, su elegante pintalabios rojo se encontraba difuminado por el previo beso y una interesante dosis de feromonas de hembra alfa indicándole el hambre sexual por conocer a un auténtico lobo—. Oportuno, ¿verdad?
El alfa no dijo nada, contempló su deseo como si mirase un bonito escaparate. Puede que le apeteciese una noche de sexo (¿llevaba más de un mes sin hacerlo?), pero tenía cosas más importantes que hacer en ese instante.
—¿Tenemos que asistir a esa fiesta? —dudó Yui, liberándose lentamente de sus dedos, para toquetear el cuello de su camisa negra.
Era irónico que ella fuese la que esa misma tarde le había pedido ser su acompañante.
—Quedan veinte segundos para que el ascensor llegue a la azotea —declaró Jungkook, inmóvil, extendió una mano—. Mi familia está ahí. Tengo obligaciones, Yui.
—Mnhm —ella refunfuñó, soltó a Jungkook para no sacarle de quicio y retrocedió unos pasos con un profundo resoplido.
Estaba más caliente que un horno y llevaba demasiados años esperando a que su prometido regresase a Corea para sentirse realmente doblegada por un auténtico lobo.
—Quiero el sitio que me corresponde, Jungkook —reclamó Yui con una voz mucho más fría, su rostro de gatita se volvió afilado—. No sólo soy tu prometida, también soy la mejor amiga de Ayane y alguien más de la familia. Deseo posicionarme en el rango vitalicio de vicepresidenta de la empresa que heredarás.
Jungkook no reaccionó de ninguna forma, su rasgada mirada se estrechó un instante, comprendiendo finalmente de dónde salía toda esa pasión y vehemencia por su persona. El poder le ponía más caliente que el motor de su Mercedes.
—¿Pretendes manipular mi decisión como heredero?
—No manipulo nada, sólo expreso mi deseo —corrigió ella, comprobando sus afiladas uñas con una cara manicura—. Seré tuya, pero a cambio quiero sentirme una mujer poderosa. Después de todo, soy una alfa.
Cuando la puerta del ascensor se abrió, Jungkook dio unos pasos hasta ella, agarró su muñeca gentilmente, con las yemas de sus dedos tibios y palpó la fina piel y la pulsera de oro blanco de la preciosa alfa. Ella le miró muy atenta, Jungkook apretó levemente su muñeca y susurró algo sobre su oído.
—No eres mi familia, Yui. Sólo una pieza de intercambio para que tu familia de alfas no se muera de hambre —murmuró Jungkook con una profunda voz de lobo—. Tu padre sacó al mercado de acciones una deuda por más de veinte billones de wons, ¿crees que no lo saben todos? Tendrás vestidos bonitos, un entrenador personal al que le dejarás montarte y extenderás tus vacaciones en esa isla de Japón que pusiste de pantalla de bloqueo en tu teléfono; pero nunca meteré a una Shin en el imperio de mi abuelo.
Jungkook soltó su muñeca tras un ligero apretón de dedos que le produjo a la joven el mayor terror que había sentido en toda su vida. El alfa salió del ascensor a solas, sin su compañía. En unos segundos más, la puerta se cerró tras él. Yui jamás pisó la fiesta, debió marcharse con el corazón estrangulando su garganta y los ojos llenos de lágrimas en forma de su rabia y humillación. Jungkook, recolocó el pañuelo del bolsillo de su chaqueta mientras un par de personas conversaban a unos metros. Toqueteó uno de sus gemelos, en lo que la puerta de un ascensor volvía a abrirse de nuevo.
Se encontraba ligeramente irritado por Yui, pero no podía permitir que la tonta de su prometida arruinarse lo que había ido a hacer. Atravesó el pasillo calmadamente en dirección a la salida que daba a la azotea, tomó aire, inspiró y expiró para dejar todo eso a un lado. Lo importante de esa noche era su abuelo, sin embargo, un repentino gemido atravesó su cabeza como si le acuchillasen.
Su corazón se elevó con una inyección de dopamina. Jungkook se detuvo abruptamente, a punto de tropezarse consigo mismo. Bajó la cabeza y parpadeó sintiéndose mareado, se llevó una mano a la sien, masajeó su frente con unos dedos.
«¿Qué diablos era eso?», se dijo, mientras un eco agudo ensordecía sus oídos. «¿Un gemido de omega?».
Duró menos de un segundo, pero el quejido se clavó en su ser provocándole un jadeo, erizando su vello y haciéndole creer que necesitaba auxiliar a alguien con urgencia. Todo su ser respondió instintivamente, Jungkook arrancó el paso rápidamente, alguien empujó la puerta y atravesó rápido el pasillo. Chocaron como dos asteroides que no esperaban encontrarse, dos caminos opuestos enlazándose para tomar un solo sentido.
Jungkook nunca se había sentido tan perdido y encontrado, jamás había tropezado consigo mismo, ni sus piernas habían temblando tras rozar inesperadamente la mano de alguien. Cayó al suelo y su pecho liberó un fuerte jadeo, su ser completo se vio atravesado por una sensación que nunca antes había sentido, un rayo de luz de luna, un chorro energético, una increíble conexión que arrancó de cuajo el sentido de las cosas para dejarlo en las manos de alguien más. Percibió su aroma antes de alzar la cabeza; miel y avellanas, suave piel de melocotón con un fondo a fresas maduras y escarchadas.
—¿Q-quién eres? —jadeó Jungkook.
«Dios, era él», advirtió, sus pupilas se deleitaron sobre una maravillosa criatura a la que jamás antes había mirado. «Le había encontrado. Era su omega».
Cabello ceniza, iris almendrados, rostro de mejillas suaves y redondas, fina piel de canela, inesperados ojos rasgados de doble párpado. Incluso vestía una blusa roja, su color favorito. Sus propios iris resplandecieron en dorado, su Lobo interior se prendó del aura de ese bonito ser. Se encaprichó de él en cuanto sus feromonas estallaron como un bombón de caramelo al que acababa de morder, la serotonina palpitó en su sangre con una repentina euforia y anheló amasar en su ropa, ronronear y susurrarle todo el tiempo que le había estado esperando.
«¿Cuál era su nombre? ¿Por qué tenía los ojos llenos de lágrimas?», se preguntó histéricamente. «¿Él también podía reconocerle? Su preciosa pareja predestinada por fin había llegado».
—¿Eres tú? —prosiguió el alfa, con un profundo anhelo—. J-jamás pensé que podría encontrarte.
Era su luz de luna, el ser al que deseó aullar las solitarias noches en las que se revolvía, los pequeños brazos en los que se refugiaría, la única criatura capaz de hacerle sentir que no perdería la cabeza.
Sin embargo, algo más apareció en las feromonas que flotaron sobre aquel omega; adrenalina, miedo, terror dibujándose en sus ojos.
—N-no. No, no.
Taehyung se levantó del suelo como si un caballo hubiese impactando contra su pecho. Sus rodillas flaqueaban, tenía las manos frías, el cuerpo febril, su celo había irrumpido en su organismo precipitadamente.
«No podía ser cierto», se dijo a sí mismo. «Las parejas predestinadas eran mitología. No existían. No eran reales. No podía estar pasándole eso».
Jungkook se levantó a su lado cautelosamente, extendió una mano preguntándole sobre su estado.
—Siento nuestro golpe —Jungkook insistió en su silencio—, ¿te encuentras bien?
—No me toques —gruñó el omega con espanto, retrocediendo unos pasos—. N-ni se te ocurra acercarte o gritaré.
El azabache se sintió abofeteado por su tono grave y feroz, la primera vez que el omega le habló, su ceño se arrugó y se mostró altamente irritado con él, como si le culpase porque la vida hubiese elegido bendecirles con la presencia del otro. «¿Acaso no se sentía feliz por haberle conocido?».
—Taehyung, espera —pronunció alguien más.
Jimin apareció a unos metros de ellos con la respiración entrecortada, el omega ni siquiera giró la cabeza, salió corriendo antes de que la situación escalase más alto. Se introdujo en el ascensor pulsando rápidamente el botón de la planta baja, y después, presionó todos los botones con histeria, esperando a que las puertas se cerraran de una vez. Sus iris llenos de lágrimas emborronaron su visión, la silueta de un Jimin muy preocupado, y mucho más cerca, la de alguien a quien deseaba que desapareciera con todas sus fuerzas.
En un minuto exacto, salió del Hotel Palace y con los dedos temblorosos, sacó su teléfono para llamar a un taxi de urgencia. El servicio de taxis urgentes siempre estaba dirigido por betas para asegurar la llegada segura a casa de cualquier omega que se encontrase en una situación de extrema necesidad. No tardó ni dos minutos en llegar a su ubicación, subió en el auto y regresó a su casa familiar con una extraña sensación física que le acosó durante toda la noche.
Una vez que entró por la puerta, Taehyung pudo tranquilizarse. No eran más de las once de la noche cuando llegó. Dejó su bolso en el suelo de su dormitorio, su chaqueta sobre una silla, se quitó el estrecho pantalón con un singular dolor en su interior. Fue al cuarto de baño para humedecerse las muñecas, la frente y el cuello. Tenía las mejillas rojas, los ojos brillantes, los carnosos labios secos y entreabiertos.
Le dolía la piel. Estaba extrañamente húmedo, con un dolor similar al de su periodo cíclico.
«¿Tenía el celo? ¿Por qué se había adelantado? ¿Era por... ese... ese desconocido?», temió con un leve jadeo. Reconoció el miedo en su propio rostro, frente al espejo. No había nada que le produjese más pánico que aquel encuentro. «No quería pertenecerle a alguien, no quería que le arrancase su vida. ¿Y si intentaba tomarle? ¿y si le hacía daño a su familia?».
Taehyung salió del cuarto de baño con pasos temblorosos, ni siquiera llegó bien a su cama, se desvaneció mucho antes con la piel febril, arañó las sábanas intentando escalar patosamente por el borde, sintiendo una gran debilidad, una profunda excitación que no comprendía de donde había salido.
«Su voz. Su aroma. Sus ojos», le gritó su ser cuando enterró la cabeza en la almohada. «Necesitaba su presencia, anhelaba una piel que nunca había rozado, perder el sentido a su lado, desdibujar los límites de su realidad con unas manos desconocidas».
Su conciencia le exigió tomar sus pastillas supresoras. Taehyung partió la tableta y tomó las dos que le correspondían, sin embargo, un agudo dolor de vientre le acompañó toda la noche. Generalmente, las pastillas supresoras le sentaban de maravilla, funcionaban en unos minutos y le quitaban los molestos dolores del celo. Pero esa noche sintió como si le acuchillaran, tuvo que salir corriendo al inodoro para vomitar el contenido de su estómago (sólo había zumo), sufrió temblores y estuvo sudando hasta la una de la mañana, mientras Jimin insistía en dejar llamadas perdidas en su teléfono.
Taehyung se quedó durmiendo entre la febrilidad y el fuerte celo que adormeció sus piernas y sus partes más íntimas. Por la mañana, Lu le preguntó que si se encontraba bien y por qué no quería salir de la cama.
—E-estoy bien. Creo que me sentó mal algo de lo que cené —mintió.
«¿Por qué? ¿Por qué un alfa puro?», la irracionalidad de todos sus sentidos agolpándose dentro de su pecho le hizo odiar a su instinto omega. El deseo no era racional, tampoco la docilidad, aún menos lo que el celo significaba.
«¿Eres tú? Jamás pensé que podría encontrarte», una imitación de la voz de aquel tipo resonó en su absurdo cerebro nuevamente.
Taehyung sabía a lo que se refería. Nadie hacía ese tipo de comentarios. No existían escáneres, no había test de compatibilidad, sólo aquel descabellado cuento sobre las parejas predestinadas que en ocasiones unían a alguien de la casta de alfas con alguno de los pocos omegas que quedaban.
Si su cuerpo le había hecho sentirse febril por alguien que no conocía, una casta a la que despreciaba, sólo tenía una respuesta para eso. Ese hombre, dominante, desconocido, de ojos que se volvieron dorados y una pura raza que le causaba pánico, se convirtió en el mayor terror de Taehyung.
Él quería a Jay. Quería estar con él. Jay era seguro. También deseaba disculparse con Jimin por abofetearle públicamente, pese a que él también le debía una disculpa por pasarse de la raya. Una fina raya que debía mantenerse para no estropear una amistad en la que llevaban comprometidos demasiados años. Sólo que, necesitaba un día más para poder decidirse hablar con él. Ahora era más importante controlar lo que fuera que estaba sufriendo su cuerpo mientras tanto. Jamás había sufrido un celo tan intenso y doloroso.
Jungkook, por su parte, pasó el fin de semana como un perro ansioso (nunca mejor dicho). Ni siquiera volvió a mirar a Yui, su previo encontronazo les volvió distantes, pese a que ella fuera la que agachó la cabeza cuando Jungkook pasó sin mirarle.
El joven heredero no podía describir su sensación física y emocional, sus células estaban vivas, su pálpito seguía un ritmo diferente, como si continuase esperándole. Su Lobo interior estaba perdidamente enamorado de alguien que no conocía. Todo su mundo anhelaba adherirse a un nuevo punto de gravedad: «Taehyung».
—Taehyung —repitió en voz baja.
Su nombre sonó bien entre sus labios cuando lo pronunció en la oscuridad de su dormitorio. Era un nombre sencillo, dos sílabas fáciles de pronunciar, con carácter. Y sin duda, él también debía tenerlo por la forma en la que le habló antes de salir corriendo. Jungkook pensó que sólo le había asustado, pudo oler el miedo como una de sus potentes feromonas, entremezclándose con su aroma dulce de avellana. Aquel sub-alfa que pasó instantes después por su lado, le miró de soslayo, como si pudiese detectar algo más; su intensa presencia.
«¿Taehyung huía de ese chico? ¿Por eso había pedido su auxilio con un gemido?».
*Prohibida la distribución de este fanfic sin permiso de la autora. Puedes descargar esta historia completa en Patreon.com/chispasrojas
Jungkook no lo sabía, pero estaba tan confundido como emocionado por haber encontrado a su omega. Decidió con cierta ingenuidad que averiguaría si trabajaba o seguía estudiando, parecía joven, puede que un poco más que él.
«¿Estaría en alguna de las facultades de Busan?», dudó astutamente.
Quería pasar a cortejarle cómo se merecía. Quizá podía regalarle algo, invitarle a su comida favorita e incluso traerle a casa. Se moría por conocerle y descubrir por qué su destino les había unido.
«¿Le dejaría enlazarle con un mordisco? Quizá se estaba precipitando», se dijo mentalmente. «¿Por qué no podía dejar de pensar en él?».
Sin lugar a dudas, Taehyung era la cosa más preciosa que había visto en su vida. Nunca había apreciado el aroma de la miel y las avellanas, jamás pensó que existiera el cabello ceniza natural para alguien, y la forma de sus carnosos labios le hicieran preguntarse qué tan tiernos serían al besarle.
«¿A Taehyung le gustarían los besos dulces?», dudó un instante. «No conocía sus gustos, pero su instinto lobuno le dijo que sería mejor no asustarle».
Por dios, él ni siquiera se había interesado en un omega hasta esa maldita noche, y ahora, se encontraba haciendo elucubraciones románticas sobre de que formas podría cortejar a una criatura tan bonita. Sus cortejos siempre habían sido rápidos y fáciles; las hembras respondían bien a sus estímulos, tenían sexo y no se complicaban demasiado.
«¿A los omegas le gustaban las joyas? ¿O serían mejores las flores?», pensó. «Fuera como fuese, estaba seguro de que prefería chocolates y conejos rosas de peluche, a un plato de comida picante».
Jungkook tragó saliva y se dijo a sí mismo que lo descubriría.
«Calma», le dijo a su estúpido Lobo excitado. «Tiempo al tiempo, cuando pudiera verle, estaba seguro de que sus gestos y miradas le darían todas las señales que necesitaba para saber cómo acercarse».
Esa noche estuvo un rato más en la elegante fiesta, sintiendo un aturdimiento mental importante. Le costó seguir el flujo de las conversaciones, que sus ojos detuviesen el incierto oteo como si pensase que volvería a verle. Perdió el hilo de casi todo por su incapacidad por mantenerse concentrado. Cuando regresó a casa, trató de controlar la molesta excitación de su miembro con una ducha fría, ejercitó un poco (flexiones sobre la alfombra de lana de su amplio dormitorio) y se sirvió un whiskey con hielo en la cocina, haciéndole compañía a su madre Serena y su tía. Por suerte, un plan familiar le ayudo a diluir su ansiedad durante el domingo siguiente, Serena organizó una comida familiar, en la que todo el mundo parecía feliz del regreso de Jungkook. El joven también pudo conocer al futuro marido de Ayane, pero él se sentía como si un ser invisible le hubiese pateado, sacándole de órbita como el maldito Sputnik.
Taehyung faltó a clases la mañana del lunes. Jimin se dio cuenta de su ausencia durante el almuerzo, pero pensó que simplemente estaría evitándole. No obstante, Jay le preguntó si se lo había cruzado en la clase de dibujo técnico o diseño gráfico.
—No, ¿ha faltado a clases? —dudó Jimin.
—Acabo de escribirle. Ayer me dijo que se encontraba indispuesto, supongo que habrá decidido faltar por el celo —comento el joven sin darle mayor importancia—. Pensé que ya lo tenía controlado, llevaba tiempo sin darse unos días por eso.
Jimin no dijo nada, creyó que era su culpa.
«¿Aún estaba enfadado con él?», se preguntó con un suspiro, masajeándose la frente. Ni siquiera creía que pudiera decírselo a Jay. Él era un buen chico, no podía contarle que Taehyung le había dejado la mejilla roja después de robarle un beso. Las cosas se habían torcido sin ni siquiera planearlo. No pudo evitar culparse a sí mismo.
Pensaba que Taehyung se lo había tomado demasiado a pecho, pero también creía que eso era su propia culpa. Sabía lo mal que su amigo llevaba el tema del contacto físico desde hacía bastantes años. Y él no pudo evitar que su organismo liberase feromonas de forma natural por un beso que le había gustado. Fue inesperado.
—¡Oh! —Jay sacó el teléfono de su bolsillo tras una notificación—. Es Tae. Dice que ha preferido quedarse en casa, pero que está mucho mejor.
El beta le mandó el emoji de un besito y un corazón, y volvió a guardar el teléfono en su bolsillo.
—Oye, tengo que pasarme por la biblioteca —manifestó, levantándose de la mesa de la cafetería—, ¿hablamos luego?
Jimin se pasó el siguiente par de horas sin poder desprenderse de su preocupación por lo que había ocurrido con Taehyung. Era una pequeña espinita de la que no podía liberarse; simplemente, no soportaba pensar en que no volvería a hablarle. Le quería demasiado.
Después de sus clases, estuvo tres horas en la biblioteca sin sacar demasiado partido. Se despidió de unos cuantos compañeros con la decisión de abandonar su intento por seguir estudiando, tomó su coche y regresó a casa. Estacionó frente al amplio garaje de la casa de campo familiar de su padre Ikari. Jimin se deshizo del cinturón de seguridad y suspiró profundamente en lo que se repeinaba el cabello entre los dedos como tic nervioso. Sujetó su teléfono con la mano izquierda y pulsó sobre el contacto de Taehyung para llamarle. Cada tono que sonó en su oído izquierdo, le hizo pensar que le ignoraría tal y como había hecho la noche del sábado, y las seis llamadas perdidas que le dejó durante el domingo. Pero para su sorpresa, Taehyung descolgó en esta ocasión, justo en el cuarto tono.
—¿Sí?
—Huh, ehnm, Tae —pronunció Jimin en voz baja—. ¿Cómo estás?
Su corazón palpitó seis veces exactas durante esos segundos de silencio en los que esperó una respuesta.
—Estoy bien, creo que la medicación supresora me sentó mal el fin de semana. Ya sabes cómo funcionan a veces estas cosas.
—Lo siento —se apresuró a decir Jimin, cambiando radicalmente su tono—. E-el sábado, no quería hacer algo que no deseabas.
Taehyung clavó un codo sobre su muslo, sentado en la cama de su dormitorio aún en pijama.
—Yo también lo siento —contestó el omega inesperadamente—. No tenía que haberte pegado.
—No, eso da igual —intervino Jimin con voz grave.
—No da igual. Lo siento.
—Taehyung, yo no quería asustarte —insistió su amigo—. Tenía que haber pensado dos veces todo lo de-
—N-no, no lo digas en voz alta —le detuvo la voz del ceniza, con un leve temblor—. Jimin, te quiero, por supuesto que confío en ti. Es sólo que... s-soy un omega, y en ocasiones siento que...
—¿Me quieres? —Jimin bufó una leve carcajada—. Creo que es la primera vez que dices algo como eso, ¿es que tienes fiebre?
—Bueno, no todos demostramos nuestros sentimientos de la misma manera.
Su frase era inofensiva, pero el recuerdo del beso que compartieron con siete y ocho años salpicó la mente de Jimin fugazmente. Él carraspeó levemente.
—¿Por qué no revisas tus tabletas? A lo mejor te han dado una cajetilla caducada.
—Hmnh —Tae se mordisqueó el labio ligeramente, se dejó caer sobre su cama con los mechones del cabello ondulado por encima de su cabeza, y el brazo contrario al que sujetaba el teléfono, completamente extendido—. Ya lo comprobé, no creo que sea eso.
—¿Se te ha adelantado el celo o algo así?
—No —Tae apretó la mandíbula tras su mentira—. Ya me tocaba.
Jimin se pasó la mano por la mandíbula, se sintió relajado en esos minutos que conversaron. Así era la sensación general de estar con Taehyung a través del teléfono o cualquier otro medio, era un espacio de confort.
—Dile a tu mamá que te ponga un paño tibio en el vientre, toma agua caliente con limón y abraza una almohada.
—¿Es que eres tonto? —refunfuñó Taehyung—. Yo no necesito abrazar una almohada.
Jimin se rio levemente, el omega se desperezó al otro lado de la línea, estirando un brazo con un bostezo somnoliento.
—La medicación da sueño —comentó el omega en seguida.
—Sólo son las siete de la tarde —dijo Jimin con neutralidad.
—Pero he estado haciendo los bocetos de clase, no quiero quedarme atrás en los contenidos —comentó Tae pausadamente—. Oye, ¿tu papá se tragó lo de...?
—¿Lo del sábado? Me dijo que fue un buen intento —suspiró Jimin.
Taehyung se mordisqueó el labio con cierta culpabilidad, se sentía estúpido por no haber salido encajar las cosas correctamente. El sub-alfa posó las pupilas en la puerta de casa, la novia de su padre salió de casa tras un besito en los labios. La mujer subió a su propio auto, vio de soslayo a Jimin y se despidió con una mano. Jimin pensó en que era el momento de salir del coche y entrar en casa (por muy bien que se sintiese en aquel reconfortable espacio, tan sólo escuchando la voz de Taehyung).
—¿Te veré mañana? —preguntó el rubio en voz baja.
—No pienso faltar más.
—No te fuerces.
—Estoy mucho mejor —replicó Tae.
—Lo que tú digas —sonrió Jimin despreocupadamente—. Hasta mañana, feo.
—Hasta mañana, Minnie.
Taehyung dejó su propio teléfono sobre el pecho cuando colgó la llamada. Cerró los párpados e inspiró profundamente. Se sentía mucho mejor después de hablar con Jimin, en el fondo, no estaba enfadado con él, sino más bien asustado. No podía controlar las pinceladas del estrés postraumático de su pasado que aún le controlaba.
Ni siquiera quería pensar en aquel lobo negro (así lo había llamado) por quien se había tenido que rozar con una almohada la noche del domingo al lunes. Se odiaba, le odiaba. Era como una pesadilla, como una quemadura incandescente que poco a poco, con el paso de las horas y los días, iba desapareciendo lentamente hasta hacerle pensar que se lo había imaginado.
«No existía. No volvería a verle. Él no necesitaba un alma gemela», repitió en su cabeza.
Cuando el agarró el teléfono de nuevo, rozó uno de sus pezones fugazmente y apretó los labios, y se forzó a reprimir un jadeo.
«¿Qué diablos? ¿tenía los pechos hinchados?». Taehyung dejó el dispositivo a un lado, sus propios dedos elevaron la camisa de raso por encima de las clavículas e irguió la cabeza un instante para comprobarlos. Efectivamente, la estúpida forma voluminosa de sus pechos de varón omega tenía un tamaño un poco más voluminoso que de costumbre, con ambos pezones ligeramente enrojecidos y erizados.
Taehyung bajó su camiseta con el rostro enfurruñado.
«Odiaba sus rasgos omegas más que a nada en el mundo», se dijo sintiéndose fatal.
*Prohibida la distribución de este fanfic sin permiso de la autora. Puedes descargar esta historia completa en Patreon.com/chispasrojas
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