Capítulo 19

*Esta historia pertenece a Chispasrojas. Prohibida la distribución de este fanfic sin permiso de la autora. Puedes descargar esta historia completa en Patreon.com/chispasrojas

Capítulo 19. Luna creciente

Jungkook decidió pasar la mañana jugando con Kim Namjoon contra un par de amistades, en una enorme cancha deportiva. Julen les vio jugar de pasada, se detuvo a un lado de la pista junto a uno de sus socios, Drake, quien conocía al azabache de otra ocasión. Julen no podía sacarse de la cabeza lo de Yui. Ella estaba realmente frustrada por Jungkook, su familia se encontraba hundida en deudas, y él, sabía que Yui se sentía mucho más atraída por el heredero de los Jeon de lo que reconocería en su vida.

Más tarde, los chicos salieron de la pista y saludaron a Julen y Drake. Namjoon y Jungkook les invitaron a tomar algo en la cafetería del club deportivo, y los cuatro hablaron de negocios.

—Deberías cerrar ese club —sugirió Namjoon—. Si un inspector revisase la situación, podrían penarte por proxenetismo.

—No existe prostitución —rebatió Drake—, les animo a que vengan esta noche. Hay juegos, dinero, bebidas, compañía. Como en los noventa. Sin moralidades extrañas, sólo nosotros, disfrutando de buena compañía.

«Así que Drake era el que había estado influenciando a Julen», pensó Jungkook pasándose una mano por la mandíbula.

Al principio, su club no era más que uno de copas, de horario nocturno y música. Pero implementar juegos de azar, bailarinas y otros asuntos más turbios, habían convertido al Red Velvet en el peor antro de la ciudad. Jungkook pensaba que Julen era más limpio que eso, pero en cuanto a Drake, quien apenas había conocido en una ocasión en la que tomaron algo, sabía que era el tipo de alfas que se relacionaban entorno al poder y el dinero.

—Las betas del club se acuestan con los clientes —gesticuló Namjoon, frunciendo el ceño—. ¿Cómo llamas a eso en el siglo veintiuno?

Julen apagó el cigarro en el cenicero, le apuntó con unos despreocupados iris oscuros, emitiendo un profundo suspiro.

—No siguen ninguna normativa —expresó el alfa con una clave baja—. Además, no tiene nada de malo que consigan sus propinas utilizando sus métodos. La mayoría son bailarinas, strippers. No es como si estuviesen cumpliendo un contrato, toman sus horas extra como desean, y aportan un diez por ciento de sus ganancias.

—Estás arriesgándote demasiado —Namjoon negó con la cabeza—. Tu negocio familiar de gimnasios podría ser clausurado si la noticia llegase a esparcirse.

—No lo hará. La plantilla de clientes está registrada, y como miembros del club, su entrada es confidencial —expresó Drake, dando una calada a su puro—. Tenemos una lista cerrada.

Namjoon cerró la boca después de eso, apretó los párpados y luego desvió los iris sabiendo que no iban a comprenderle.

—Lo que ocurre, es que los ingresos del Red Velvet se han disparado en el último año —consideró Jungkook cruzándose de piernas.

Hasta entonces, el joven había estado callado, pero Julen le miró apreciando su capacidad de análisis.

—Dime una cosa, Julen —se inclinó en su asiento, formulando algo—. ¿Tenéis allí a omegas?

El tipo entornó los párpados, chasqueó con la lengua y respondió que había un par de ellas. Eran las estrellas del lugar, mencionó Drake.

—Bien —Jungkook sonrió levemente, apoyó su palma en el hombro del chico—, muy bien. Despídeles. O yo mismo me aseguraré de que pase por allí un inspector, ¿de acuerdo?

Después de su imperativo, el pelinegro se levantó de la mesa. Su taza de café estaba vacía, los cigarros de tabaco rubio apagados sobre el cenicero, comprobó la hora y volvió a mirarle.

—¿Qué? —exhaló Drake.

Jungkook miró a Julen fijamente, mientras se recolocaba la chaqueta.

—Jul, las penas por explotación de omegas rozan los diez años —expresó el alfa puro—. Sabes perfectamente lo protegida que se encuentra esa casta, y la nuestra, carece de defensas contra cualquier acusación por haber sido opresora durante años.

—La Ley está mal —contestó Julen.

—La Ley es la que es —intervino Namjoon—. Y aunque ahora beneficie más a unas castas que otras, sigue siendo prostitución.

—Debo irme, tengo una cita familiar en una hora —suspiró Jungkook, mirando la pantalla de su teléfono—. Buenos días.

Namjoon se despidió de él, le vio alejarse antes de ponerse en marcha también para largarse. Julen y él compartieron una mirada algo crispada.

—¿Quién se cree que es para amenazar el Red Velvet? —formuló Drake, cuando se hubo marchado.

Julen apretó los labios.

—Es un alfa puro.

—No, lo que pasa es que es un niñato rico de Seúl —suspiró Drake, esbozando media sonrisa—, va de dinero hasta las cejas, y le toca las narices que los beneficios del club sean mayores que los de cualquier otro local nocturno del país.

—Le conozco desde hace años. Lo único que le pasa es que está con uno de esos. Un... omega...

—Oh, ¿sí?

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Jungkook pasó por su casa familiar, se dio una ducha para liberarse del sudor y se vistió con pantalón vaquero negro y camisa. Fue agradable pasar un rato en casa, hablar con su madre Serena, el par de trabajadoras betas que conocía desde pequeño, y que se encargaban de la limpieza y cocina en su hogar.

—Ayane me envió estas fotos. Mira esto.

Serena le mostró unas cuantas instantáneas de su hija mayor, en su luna de miel en la isla de Okinawa. Parecía feliz con su esposo, en una playa azulada de arena blanca, junto a un colorido bar, en una terraza llena de velas, y escenarios pintorescos de la isla.

—¿Seré abuela pronto? —formuló teatralmente—. Aún recuerdo cuando os tenía a los dos en mis brazos. Tú ibas correteando detrás de Ayane por todas partes, ah.

Jungkook se frotó la sien.

—Serás la abuela más joven del mundo —sentenció.

No creía que su hermana lograse quedarse embarazada pronto, las hembras alfas no eran especialmente fértiles, y todas las familias de alfas tenían muchas dificultades para traer al mundo su descendencia. Su madre, Serena, era sub-alfa, y Jungkook estaba seguro de que eso había sido útil para que lograsen tener un segundo hijo con la esperanza de que fuese varón.

—Cielo, dime una cosa —sonrió Serena, bajando su voz al mínimo—, hay alguien en tu vida, ¿verdad?

Los iris de su hijo se posaron sobre su rostro.

—Oh, vamos. Tu padre está demasiado tranquilo, y el otro día vi sonreír al lobo de tu abuelo —dijo con un divertido recelo—. Apenas pasas por casa, desde que adquiriste ese apartamento. ¿Estás contando con ellos antes que conmigo? Pensé que tú eras mi ojito derecho.

Jungkook soltó una risita leve, desviando su mirada, tomó aliento como si desease detener lo inevitable.

—Sí. Estoy con alguien, pero —suspiró Jungkook, poniéndose más serio—, es... especial.

Serena abrió la boca, se mostró realmente fascinada por el interés amoroso de su hijo. Le hizo un montón de preguntas, desde su color de pelo, su edad, su casta, hasta su nombre. Jungkook no quiso decirle demasiado, sólo le dijo que tenía tres años menos y que aún estaba estudiando. Y en cuanto a su casta, mencionó cuidadosamente que «no era lo que esperaba».

—¿A qué te refieres?

—Nos encontramos, madre.

Su progenitora se quedó sin palabras. Comprendió a qué se refería con esa expresión, muy pocos predestinados tenían la suerte de cruzarse en sus vidas. Y por lo que Jungkook le dijo, era inevitable que desease estar con «él».

—Puede que Ayane no le acepte al principio, pero nosotros cuidaremos de él.

—¿Mnh?

—Sabes a lo que me refiero —Serena tuvo una pausa—. Si realmente es tu predestinado, cualquier daño que recaiga sobre tu otra mitad, podría lastimar a mi hijo. Eres nuestro tesoro, Jungkook. ¿Crees que no le aceptaríamos?

—Sé que sí. Pero él es el mío —expresó el pelinegro—. Él es mi tesoro, ahora.

Serena entrecerró los ojos.

—Te has enamorado.

—Voy a estar con él, mientras él lo desee —le dijo su hijo—. No seré como Ayane, madre. No habrá compromiso, ni banquetes, ni descendencia alfa.

Su madre no dijo nada más, estaba segura de que Jungkook quería protegerle de su mundo, de su clase social. Si bien, tarde o temprano, sería inevitable que le conociesen. Si ese omega era la otra mitad de su hijo, debía ser un ser realmente especial. Nunca había visto a Jungkook tomarse en serio una relación, ni siquiera fue excesivamente cercano con Yui. Su hermana Ayane lo fue mucho más.

Jungkook almorzó en casa cuando Jiro regresó. Por la tarde, salió de compras con su padre, quien estuvo probándose trajes, y adquirió un par de corbatas.

—No se lo tengas en cuenta, sabes que es una mujer clásica —dijo Jiro frente al espejo de la tienda, comprobando el tono de la corbata.

—No siento que esté decepcionada, más bien, celosa.

—¿Celosa? —dudó su padre con una sonrisita.

—Ya sabes, no le he dicho nada de eso durante todo este tiempo.

—Ah, eso. Lo superará, en cuanto le presentes a Taehyung.

Jungkook se cruzó de brazos.

—Vale, pero no será una cena. Se pondrá nervioso, no quiero hacerle pasar un mal rato.

Jiro parpadeó, le miró asombrado.

—¿Qué tal por la tarde? —preguntó su hijo—. Un té, unas pastas, alrededor de una hora. Después me largaré con él, a algún lado. Será algo breve e informal.

Jiro compartió una leve sonrisa con el joven, por él, estaba más que de acuerdo. Sólo tenía que decírselo a Serena. Cuando salieron de la tienda, Jungkook se separó de su padre con la intención de visitar otro sitio por su cuenta. Entre las normas que Tae le puso cuando comenzaron a salir, no existía la de «nada de regalos», y a esas alturas no podía negarle un detalle.

«Estaba obligado a aceptar sus regalos», se dijo con cierto capricho.

Además, tenía que decirle que su familia se moría por tener un encuentro. No pensaba dejar que se sintiese avergonzado, sólo quería que sintiese que estaba en confianza, agarrar su mano con libertad y que Tae no temiese de su familia de alfas. Puede que fuesen tradicionales, pero no iban a despreciarle por ser omega. Más bien, todo lo contrario. Él era un diamante entre todos.

Jungkook se mordisqueó el labio cuando pasó frente a una tienda de ropas de cama, pijamas y prendas interiores. Entró y adquirió varios bonitos pijamas para Tae (quería tenerlos en su apartamento, por si le convencía para quedarse a dormir), trató de ignorar la ropa interior, aunque de sus iris no pudieron evitar detenerse sobre unas cuantas delicadas prendas de encaje masculinas, en tonos rosa pastel, rojo carmín y otras en negro.

«Para el carro», le dijo a su lobo. «Tae era capaz de arañarle si le decía lo mucho que le gustaba el encaje».

Jungkook salió de allí con la compra, y en última instancia, encontró una joyería. La joyería más cara de la ciudad de Busan, donde la familia de Kim Namjoon hizo una enorme fortuna. Reconocieron a Jungkook en cuanto le vieron entrar por la puerta, controlada por un sistema de seguridad. Fue rápidamente atendido, por una amable sub-alfa de mediana edad, vestida de negro. La mujer era la encargada, le ofreció lo último que habían traído a la tienda y estuvo mostrándole artículos muy interesantes. Desde relojes de alta gama, hasta anillos de compromiso que costaban entre diez y quince millones de wons.

El joven se encaprichó con una joya, no era un anillo, era mucho más bonito y menos comprometedor que lo que podían simbolizar esos. Lo acarició con las yemas, su lobo sintió un auténtico capricho por la joya, un precioso colgante. Se lo llevó en una caja de terciopelo tras pagarlo al contado. Y sabía que Taehyung, sabía perfectamente, que le pediría que lo devolviera. Aquello era demasiado, pero incluso estaba dispuesto a devolver la ropa si sólo aceptaba esa joya y la llevaba colgada del cuello.

Taehyung pasó un agotador jueves, vio a Jimin de pasada y casi no pudieron hablar, hasta una hora de la tarde. Se encontraban organizando un evento de arte en la facultad, poniendo la decoración y pintando los escenarios que creó el equipo de diseño.

—¿Está bien Ikari?

—Más que bien —dijo Jimin—. El sábado quiere llevarme a un partido de béisbol.

—¿Béisbol, en serio? —sonrió Taehyung, pasó por su lado y revolvió su cabello con una mano—. Sigues siendo su crío, después de todo.

—Eh —se quejó el sub-alfa.

Los dos se miraron con una sonrisa, Jimin se sintió ligeramente nostálgico. Llevaban unas semanas algo distanciados, aunque no lo hacían apropósito. Tae estaba ocupado con sus cosas, y Jimin, se había ahorrado contarle todas las movidas en las que se había visto en vuelto. Ni siquiera le había hablado de Yoon.

—Sé que ahora no pasamos demasiado tiempo juntos —Jimin bajó la cabeza, mordisqueándose el labio—, pero... podemos... ir a ese nuevo centro comercial que han abierto. Mañana, si quieres.

Taehyung asintió alegremente.

—Vale, así me llevas en esa moto tan chula en la que sólo subes a Hoseok —le picó juguetonamente.

Jimin puso los ojos en blanco.

—¿Es eso una de tus pullas? Fascinante.

—Huh, ¿hay que tener un ticket especial para montar en tu Goldwin? —repitió Tae cruzándose de brazos—. Ser un machito que fuma hierba, por ejemplo.

—No fumamos hierba. Ya no.

—Ya, ¿y tus tatus de chico malo? —formuló el omega con diversión.

—Tengo uno en el culo, ¿quieres verlo? —satirizó Jimin—. Hoseok me lo hizo.

Tae sabía que estaba vacilándole, pero se acercó para olisquearle y Jimin retrocedió instantáneamente, como si un imán le repeliese. El peligris pestañeó por su reacción, el sub-alfa se frotó la nuca mencionando que no hacía falta que le oliese. Taehyung no tenía ni idea, pero Jimin estaba seguro de que detectaría a Yoon, a pesar de que se hubiese duchado el día de antes.

—¡Eh, chicos! —la encargada del evento llegó hasta ellos con un sprint—. Estamos todos cansados, marchaos a casa, mañana continuamos.

Los dos asintieron, mientras la gente se diluía lentamente del pabellón en el que habían estado preparando el evento de arte. Jimin le dio un codazo a Tae mientras caminaban, el omega le empujó inútilmente y los dos atravesaron el edificio conversando animadamente. Fueron hasta sus taquillas, recogieron sus cosas y salieron del edificio principal.

—Tengo que entregar el trabajo de Manet antes de las nueve.

—¿Aún no lo has enviado? Me encanta cómo lo dejas todo para los cinco minutos de antes.

—N-no lo he dejado para el último momento, es que no he tenido tiempo —Tae hizo un puchero con los labios—. Debo revisarlo y subirlo a la plataforma aún.

—Mnhm.

Los dos caminaron por el campus, hasta que Taehyung se detuvo en seco. Se percató de que había olvidado una carpeta muy importante en la taquilla, y estuvo a punto de regresar a por ella, cuando ambos le vieron de frente. Jimin alzó una ceja, llevaba un tiempo sin ver a Jungkook y sus ojos se clavaron en él como si fuera un extraño. Desde su encuentro en aquel parque, unas semanas atrás, ni siquiera habían vuelto a hablar. Jungkook le miró de soslayo, Tae atrapó el resto de su atención sonrió un poco y se acercó para saludarle.

—Kookie, ¿qué haces aquí?

—Te dejé un mensaje hace un rato —contestó Jungkook, acto seguido, posó sus iris sobre Jimin en consideración—. Hola.

—Hola.

—Oh, no me había dado cuenta —el omega rebuscó en su bolsillo, comprobó su teléfono para cerciorarse—. Lo siento. ¿Puedes esperar aquí? En seguida vuelvo, he olvidado una cosa en mi taquilla.

Jungkook dudó un instante, Tae retrocedió unos pasos y se detuvo tan pronto como vio a Jimin a su lado, con las manos guardadas en los bolsillos.

«¿Dejarle solos era seguro?», se preguntó el peligris. Sólo esperaba que se comportasen, él se lo había pedido expresamente a Jungkook, pero nunca había hablado con Jimin sobre el alfa. Y fuera como fuese, Taehyung pensó que era una prueba personal, quería a Jimin con toda su alma y estaba enamorado de Jungkook. Que se llevasen como perros y gatos era algo que podía hacerle daño.

—Tardo dos minutos, ¡voy rápido! —el peligris salió precipitadamente en dirección al edificio, girando la cabeza en un par de ocasiones, por el camino.

Jungkook y Jimin se miraron de reojo, como dos lobos territoriales aprendiendo a compartir oxígeno. Y en cuanto Tae desapareció por completo, Jungkook arrugó la nariz como un sabueso.

—¿A qué hueles? —dijo teatralmente.

Jimin le miró mal. Muy mal.

—¿Ha hablado el perro? Guau, guau —se puso ambas manos en la boca, ridiculizándole—, ¡aauuu!

El pelinegro inspiró la invisible aura que rodeaba a Jimin, en lo que el sub-alfa fruncía el ceño.

—Oh, vaya —sonrió Jungkook—. ¿Sabe Tae que estás con alguien? Huele a, ¿frutos del bosque? Diría que es un omega. Los betas no suelen impregnar tanto.

El rubio le apuntó con un dedo.

—Mira, sabueso, como abras la boca —le amenazó mostrándole unos colmillitos—, te juro que vas a tragarte ese Rolex que tienes en la muñeca.

Jungkook le miró divertido, casi como si acabase de iniciar un juego perverso entre ambos.

—En serio, ¿no se lo has dicho? —dudó realmente interesado.

—¡No!

—¿Por qué?

—Huhg...

Jimin le hizo un gesto con la cara para que se callara, en cuanto vio al omega atravesar la puerta de la facultad. Tae caminó animadamente hacia ellos, les analizó con iris de almendra, percibiendo una ligera tensión en el ambiente, si bien Jungkook, mantenía las comisuras de sus labios inusualmente curvadas. Pensó que se trataba de rivalidad, pero nada más lejos, había otro asuntito que su querido predestinado acababa de adivinar con una asombrosa intuición, y donde había encontrado, para su placer, un fastidio enorme por parte de Jimin.

«Será divertido chincharle con eso», se dijo.

—Eh —exhaló Taehyung.

—Mhn, tengo que irme —indicó Jimin con la cabeza—. Voy a ver a Hoseok un rato.

Taehyung asintió, se acercó a él para despedirse con un abrazo, y en el proceso, Jimin estrechó, besuqueó y estrujó al omega, echándole una miradita antagónica a Jungkook.

«Te jodes, Jeon», le lanzó Jimin mentalmente.

Jungkook apretó la mandíbula, le miró como si fuese el gusano más ruin del planeta. Pero no le quedaba más remedio que aceptar que Jimin tocase a su omega como si también fuese algo suyo. Después de todo, era su mejor amigo. No podía hacer nada contra eso, él mismo se lo había dicho.

—Te escribo a la noche, sobre el plan de mañana, ¿vale? —le dijo afectivamente, después volvió a mirar al alfa con un toque irónico—. ¡Adiós, Jeon!

—Adiós, Park —contestó el pelinegro, esbozando una sonrisa falsa.

Jimin le hizo un gesto de cejas, se largó de allí con altivez, con Taehyung mirando entre uno y otro, severamente aturdido.

—¿Ahora os llamáis por los apellidos? Increíble.

—Ni siquiera me acuerdo de su nombre, ¿cómo decías que se llamaba?

Tae le miró escéptico.

—Sois increíbles —declaró con gravedad.

Jungkook le rodeó con los brazos de improvisto, mordisqueándose la lengua.

—Genial, ahora apestas a sus feromonas —gruñó ligeramente—. Sabía que estaba haciéndolo apropósito... el muy niñato...

El omega soltó una risita en voz baja. En realidad, él ni siquiera se molestaba con el olor de Jimin, estaba tan acostumbrado a su aroma que apenas lo notaba. No tardó demasiado en tirar de su mano para salir del campus, Jungkook le llevó a casa, le notó un poco más titubeante de lo normal, como si quisiera decirle algo que no sabía cómo mencionar.

Taehyung metió la llave en la puerta y la desbloqueó, señalándole con la cabeza.

—Vamos, sube. Tengo que enviar un trabajo antes de que se me haga tarde.

Jungkook le acompañó, no había nadie en su casa esa tarde, ni siquiera estaba Lu. Taehyung le dijo que sus padres habían ido a visitar a su abuela unos cuantos días, en Daegu.

—¿Quieres algo? Puedo hacerte un café —le preguntó el peligris servicialmente.

Jungkook rechazó su oferta, se quitó la chaqueta y se recostó en su cama tranquilamente, reclamando aquel espacio como propio. Tenerle en jeans, cómodamente recostado, y en el interior de su dormitorio, era demasiado ficticio como para razonar que seguía siendo Jeon Jungkook.

El omega sacudió la cabeza, se centró en lo que tenía pendiente, encendió el portátil, sentándose a los pies de la cama con las piernas flexionadas y el dispositivo sobre las rodillas. Jungkook se incorporó tras él unos minutos más tarde, vio por encima el trabajo que Taehyung subió a la plataforma universitaria, apreciando su gusto por el arte.

—Tengo tantas ganas de terminar este curso, que ni siquiera puedo imaginarme qué voy a hacer todas las vacaciones con tanto tiempo libre.

Jungkook abrazó su espalda, el vello de su nuca se erizó ligeramente por su tierno y cálido contacto.

—Quería pedirte algo —dijo en voz baja.

—¿Incluye en meter a Jimin en tu maletero?

El alfa se rio levemente, su pecho retumbó contra su espalda y Taehyung se sintió encantado. Se dejó caer un poco hacia atrás, en lo que Jungkook enlazaba sus manos sobre su vientre.

—Querrías, ehmnh, ¿conocer a mis padres?

—¿Huh? —el omega se quedó sorprendido—. ¿C-cómo?

—Mañana —agregó Jungkook.

—¿Mañana?

Giró la cabeza y se miraron fijamente, a unos centímetros de diferencia.

—Le hice a mi padre prometer que no sería una cena, tomaremos el té con ellos, será algo sencillo —expuso el alfa—. Mi madre se muere por verte. Y creo que, si lo hacen, nos dejarán tranquilos.

—P-pero, no tengo nada que ponerme.

—Tae, puedes vestir normal —exhaló Jungkook—, ¿crees que necesitas ir de Gucci para entrar en mi casa?

El omega le miró enfurruñado.

—N-no sé. Yo... sólo soy un...

—No. No lo eres —le detuvo el pelinegro—. Eres mucho más que eso. Te prometo que será simple, sólo estarán ellos dos, Ayane sigue en su luna de miel.

El peligris asintió, pero giró su posición con un rostro muy serio, preocupado. ¿Tanto pudor sentía por su familia?

Taehyung sabía que no se trataba sólo de que fueran alfas, los padres de Jungkook debían ser exquisitos, Serena era hermosa, Jiro parecía encantador y enormemente ocupado. Y él, era un tonto omega que aún estaba estudiando. Se sintió tan poca cosa, pensando en el aspecto de Yui aquel día que la vio hablando con él en la empresa, que se dejó invadir por la timidez. No obstante, Jungkook agarró sus manos con unos dedos gentiles.

—Tengo algo para ti —expresó.

—¿Mnh?

Él se levantó de la cama, estirando las piernas. Miró en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña caja rectangular, de terciopelo. Taehyung se quedó sin palabras, se levantó alzando ambas manos para detenerle.

—N-no. Soy muy joven, no puedo casarme, e-espera un momento.

—Ja, ja, ja, ja —Jungkook se tapó la boca muy divertido—. ¿Casarte? Dios, no. No te pediría matrimonio en tu dormitorio.

El omega se puso tan rojo como un tomate, le miró adorablemente enfurruñado.

—Vamos, no es un arma de fuego, ¿tienes un espejo? —sonrió el alfa.

Taehyung fue hasta su armario, abrió la puerta, mostrándole un espejo vertical.

—¿Te sirve?

—Quédate así —sugirió el alfa.

El peligris le ofreció la espalda, Jungkook sacó la joya de la caja. Pasó por encima de su cabeza el colgante, abrochándoselo cuidadosamente tras la nuca. Tae pudo ver la joya en ese momento, era una pequeña luna creciente, tan resplandeciente como un diamante. La cadena era fina, de oro, con un diminuto cierre. Cuando Jungkook lo abrochó, Tae lo tocó con los dedos, sus iris conectaron en el espejo, en lo que el azabache abrazaba desde atrás sus hombros.

—Oh, dios mío, Jungkook...

—¿Te gusta?

Taehyung volvió a contemplar su reflejo, bajo su rasgado rostro y cabello grisáceo, la joya resplandecía como si tuviera vida propia bajo la luz artificial de su dormitorio.

—Es precioso.

—Mi luna, es como tú.

El omega bajó la cabeza, un poco avergonzado. Posó las manos sobre los brazos del chico que rodeaban su pecho desde atrás.

—No sé si puedo aceptar esto...

—Te pido que lo hagas —mencionó sobre su hombro—. ¿Por favor?

Taehyung comprobó su rostro en el reflejo, sus iris de chocolate, su mentón apoyado en su hombro. En su propio cuello, la preciosa luna creciente resplandeciendo. Se dio la vuelta para mirar a Jungkook, deshaciéndose lentamente de su abrazo.

—No es justo, yo también quiero regalarte algo a ti —lloriqueó falsamente.

Jungkook se inclinó para besuquear sus mejillas, un besito y otro, a un lado de su rostro, en su sien, en un pómulo, superficialmente sobre sus labios.

—N-no hagas eso —Taehyung se retorció y se enfrentó a sus mimos algo enfurruñado.

—Quédatelo, ¿de acuerdo?

El omega lo aceptó, toqueteó la media luna, pensando en que probablemente sería lo más valioso que tendría en aquel dormitorio. Su corazón saltó en su pecho cuando volvió a mirarse en el espejo, sus mejillas sonrosadas, carnosos labios entreabiertos, el resplandor del colgante en su cuello. Era precioso, de aspecto delicado, podría ser una joya frágil, pero no lo era. El diamante no era frágil. Era la joya más preciosa y dura del mundo.

«¿Jungkook le veía de esa forma?», se preguntó.

Taehyung se giró y fue hasta él, el alfa se encontraba poniéndose la chaqueta y comentando que tenía que marcharse para resolver no-sé-qué asunto. El peligris le detuvo un instante, alzó los tobillos y sujetó su rostro, besó su mejilla cálidamente.

—¿Nos veremos mañana?

Jungkook le miró encantado, su omega liberando serotonina era el mejor estimulante que podía percibir.

—Claro —contestó el pelinegro.

Y aunque hubiese deseado quedarse con él a cenar (su casa estaba libre), necesitaba atender unos cuantos asuntos antes de que la empresa cerrase a las nueve. Se despidieron y Taehyung se quedó a solas en su casa. Se dejó caer sobre la cama, con la ventana abierta por una rendija, inspirando el leve aroma a su alfa, quien había dejado unas agradables feromonas en la atmósfera de su dormitorio.

Taehyung toqueteó el colgante entre los dedos, hundiéndose en la almohada. Su lobo blanco se sentía tan feliz por el regalo, por la adulación y el aprecio que le mostraba, que, por un segundo, se arrepintió por dejar que se marchara. Necesitaba a Jungkook. Le necesitaba mucho más. Últimamente, el alfa le había estado dando su espacio. Desde aquella conversación frente a la costa de Busan, bajo un cielo fracturado, tras una nube de lágrimas, no había vuelto a sentirse presionado en términos físicos.

La pasión existía entre ambos, esa excelsa necesidad física, el vello erizado por un simple tacto, las yemas quemándose por rozar al otro. Sin embargo, Jungkook no sólo era perfecto cortejando, también era paciente, sabía controlar sus manos, y sin bajarlas de la cintura, sin presionarle contra su cuerpo, sus labios rosados como pétalos, sus besos, se habían vuelto mucho más dulces esos días, como un bálsamo tranquilizante, como una poesía de primavera.

El omega suspiró lentamente. Deseaba a Jungkook, y un extraño capricho le hizo sentirse un poco más necesitado que de costumbre. Quería besarle. Quería besarle por encima de todas las cosas.

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Cuando el azabache salió de la empresa, se dirigió hacia el párking exterior para volver a montar en su coche, y conducir hasta su apartamento. Eran más de las diez de la noche, el cielo estaba completamente oscuro, desprovisto de nubes, con brillantes estrellas apenas visibles sobre la atmósfera de luz artificial de la ciudad.

Jungkook guardó las manos en los bolsillos, su mente se diluyó a cada paso sobre el asfalto. Pensó en el rostro feliz de Taehyung. Mejillas redondas, cabello grisáceo un poco más largo que de costumbre, con mechones claros que en ocasiones se mostraban casi plateados. Su cerebro fue a parar a una especie de burbuja que rodeaba su calma; el alfa que le hizo daño. El ser que hirió a su luna. Su Lobo interior jadeaba por el ansia de sangre, y en ocasiones, cuando pensaba en lo asqueroso que era el ser humano, en lo brutal que podía ser el instinto de las castas más altas, deseaba realmente que Taehyung no hubiera nacido omega, y así no verse involucrado en ese tipo de crueldades. Tener que ocultarse, sufrir porque su celo se descontrolase o rechazarse a sí mismo. A Jungkook se le secaba la garganta pensando en lo que podría hacer por protegerle; tal vez, incluso perdería el control de su lobo.

El joven sacó la llave del auto y a unos metros pulsó el botón para desbloquearlo. De repente, escuchó unos pasos, giró la cabeza y vio a un tipo vestido de negro atravesar el párking. Su capucha ensombrecía su rostro, sus piernas eran largas, sus pasos, se dirigían hacia él. Jungkook clavó sus pupilas sobre aquel tipo, percibió su aroma, era un alfa. Sus iris resplandecieron con un tono dorado, identificando su alargada forma física.

El encapuchado se aproximó a él lentamente. Cualquier otra persona se hubiese amedrentado, pero Jungkook le miró fijamente, y cuando el alfa se bajó la capucha, pudo verle. Namjoon sostenía un rostro circunspecto, sudadera negra, cabello claro, despeinado, profundos ojos rasgados.

—¿Nam?

—He estado allí —expreso, cruzándose de brazos—. No va a gustarte, el club apesta a feromonas. Y casi parece una casa de apuestas.

Jungkook se humedeció los labios, desvió los iris, comprobando que no había nadie más por allí.

—¿Lo has visto con tus propios ojos?

—Sí. Pude ver a una omega —confirmó con una lúgubre mirada—, ¿qué hacemos?

El pelinegro guardó silencio un instante, suspiró, cavilando en sus posibilidades. Necesitaban pruebas inculpatorias. Puede que incluso tuviesen que obligar a Julen a abrir los ojos. Ese maldito Drake no le gustaba ni un pelo.

—¿Conoces a Lee Seung-gi? —formuló Jungkook de repente.

—¿Lee?

—Es un viejo amigo de mi familia.

—Querrás decir, el exnovio de Ayane —sonrió Namjoon, apoyó la espalda sobre el auto, despreocupadamente—. Era mayor que nosotros cuando íbamos al instituto. ¿Recuerdas cuando les pillamos montándoselo en el Bugatti de tu padre?

Jungkook esbozó media sonrisa.

—Eso pasó en secundaria —le recordó—. Ahora es detective, le he visto en los periódicos.

—No me digas que aún tienes su número...

El pelinegro comprobó la agenda de su teléfono, tenía a Lee entre sus contactos. Y pensó que, quizá, le sería más útil contar con la ayuda de un detective privado antes de alertar a las autoridades. Tal vez, Julen le escuchase cuando tuviese las suficientes pruebas incriminatorias. No quería amenazar a su amigo, pero necesitaban hacerlo.

—Descubramos si sigue siendo el mismo —Jungkook pulsó en su contacto y se llevó el teléfono al oído.

Lee levantó el teléfono al tercer tono, se sorprendió al recibir una llamada de Jeon Jungkook, la última vez que se vieron, el heredero sólo tenía quince años. Ahora, era un adulto, ofreciéndole algo inesperado.

—¿Jeon Jungkook? Increíble. No puedo creerme que me estés llamando a esta hora.

Jungkook sonrió, le preguntó si podía obtener sus servicios. Era un trabajo bien pagado, recolección de datos e investigación, a lo que él usualmente se dedicaba.

—Me gustaría que investigases un club nocturno por una serie de posibles ilegalidades.

—¿En Busan? —formuló el hombre al otro lado del teléfono—. Maravilloso. Llevo siete años sin pasar por allí.

Lee Seung-gi le hizo un espacio en su agenda a Jeon. Él se encontraba en Daegu, pero le dijo que el fin de semana podría pasarse por Busan para poder hablar mejor en persona sobre su trabajo. En cuanto al dinero, sabía de sobra que un Jeon podía permitirse sus exquisitos servicios.

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