35. ¿Fui un monstruo?
Luzu.
Samuel no iba a conseguir lo que se proponía. En absoluto.
Él pretendía que volviera a mi antigua vida, en la cual, si era necesario, hacía daño a aquellos chicos que cogía sin permiso de la calle, o de donde fuese, para llevarlos a mi casa y poder hacer lo que quisiera con ellos.
Con Frank no podía permitir que eso pasase. Quería ser el perfecto chico para él, aunque ya eso no iba a ser posible. Nunca debí traerlo aquí, lo sabía, pero insistió tanto en ello, que creí que podríamos salir de aquí impolutos.
Una de las veces en las que estuve con Frank, para, supuestamente, enseñarlo, el chico se acercó para decirme algo.
Samuel estaba algo distraído hablando con un sirviente, así que no pudo darse cuenta.
—¿Recuerdas que te dije que si me traías aquí, te diría lo que me pasaba? —Yo asentí, observando la figura de De Luque de fondo, esperando que no nos pillara hablando entre nosotros— Estaba celoso de Lana... —Soltó de golpe— Supongo que ya he cumplido, pero ahora tienes que sacarme de aquí. —El chico se encontraba con el ceño fruncido. Hoy no había tenido que proporcionarle ningún golpe, ya que su comportamiento estaba mejorando, y no hacía falta.
—Quiero sacarte de aquí cuanto antes, Frank... Te lo juro. Si sigues comportándote como hasta ahora, saldremos de esta casa antes de lo que puedas imaginar. —Él asintió y desvió mi mirada. Algo me alertó en su reacción. Algo me decía que no iba a volver conmigo y que echaría a correr, lejos de mí, en cuanto pudiese.
Cuando devolvió a Frank a su celda, me acerqué a Samuel y, sin saber, exactamente, qué decir, abrí la boca, para quizás cometer un gran error.
—Samu... Creo que Frank no tiene pensado volver conmigo en cuanto salgamos de aquí —Él me miró serio, en silencio—. Creo que me tiene miedo. —De Luque sonrió.
—Volverá contigo. De hecho, será tu perro faldero por siempre. —Y sin borrar aquella maliciosa sonrisa, desapareció de la habitación.
No supe si había hecho bien en decirle aquello, pero sentí mucho miedo al imaginar que Frank me abandonaría en cuanto tuviese oportunidad. Ahora, al menos, tenía la palabra de mi compañero, de que estaría conmigo en todo momento, algo que me hizo sentirme más tranquilo.
(...)
Habían transcurrido unos días en los que, extensas y duras lecciones le fueron proporcionadas a Frank, quién parecía aguantar cualquier cosa, con fingido agrado.
Al ver su rostro, supe que aún quedaban bastantes días para que lo que tenía planeado Samuel hiciera su efecto.
Una de las cosas que estuvimos enseñándole, fue que a cualquier dominante tenía que mostrarle respeto, pero que no a cualquiera había que tratarlo como a su amo.
Él era mi sumiso, no de Samuel, y esa lección había que enseñarla repetidas veces.
Me di cuenta de que cada día que pasaba, me sentía mas confiado, más a gusto con lo que estaba haciendo. Quizá porque, por el momento, no tenía que golpear a Frank o tal vez porque al fin y al cabo, siempre había disfrutado con este estilo de vida...
Sacudí la cabeza, quitándome ese último pensamiento de la cabeza y me centré de nuevo en lo que estábamos haciendo.
Samuel me dedicó una mirada cómplice, acompañada de una sonrisa, de esas que sólo él parecía tener. Le devolví el gesto, no sin antes recordar algo.
De Luque siempre fue una persona maravillosa. Si era verdad que tenía un carácter fuerte y que siempre había sido muy rebelde, pero supongo que siempre fue así para llamar la atención, ya que nunca tuvo la de sus padres.
Su madre no parecía siquiera quererlo, mientras que su padre, siempre andaba demasiado ocupado en cualquiera de sus chanchullos. Nunca se habían preocupado, realmente, por su hijo, y eso Samuel lo sabía.
Siempre quiso dar a entender que aquello en ningún momento le había importado, pero ambos sabíamos que eso no era así. Lo único que deseaba, desesperadamente, era a alguien que lo quisiera y le diera todo el cariño que no se le había dado en todos estos años.
Con quien mejor se sentía era conmigo, y, desgraciadamente, yo tampoco le prestaba demasiada atención, por estar metido demasiado en mi estilo de vida, que él no llegaba a comprender.
Recuerdo cuántas veces me sacó de problemas, todas aquellas veces que me encubrió cuando intentaba sobrepasarme con algún chico más joven que nosotros.
Él no dejaba que yo le hiciera daño a nadie, pero lo que no supo, hasta más tarde, es que encontré la forma de hacer lo que quería a sus espaldas. Se enfadó tanto conmigo...
Él siempre tuvo la razón, y, en vez de hacerle caso, lo único que se me ocurrió fue decirle que hacer aquello te proporcionaba emociones geniales, y que me hacía sentir que los problemas no existían. Obviamente, aquello se lo dije porque sabía de sus problemas familiares, y sabía que sólo así lograría convencerlo.
Las palabras que pronuncié fueron más por mi bien que por el suyo. Si tenía a un amigo que me ayudase y cubriera en esos casos, no tendría nada que temer.
Al principio no disfrutaba de ello. Se quejaba todo el tiempo, repitiendo una y otra vez que aquello estaba mal, que él no quería hacerle daño a los demás y que ambos debíamos dejarlo. Pero yo seguía insistiendo, usando las palabras correspondientes para arrastrarlo conmigo. Siempre fui un mal bicho. Nunca quise lo mejor para nadie, excepto para mí.
Quería conseguir lo que me satisfacía, ya fuese legal o no.
Ahora que lo pensaba, me hacía sentir un poco mal... Yo había conseguido que Samuel de Luque, ese chico al que todos adoraban, pese a su rebeldía, se convirtiera en un monstruo. Yo fui el único responsable de ello, y nunca me importó, de hecho, lo veía como un logro.
(...)
Después de llamar a Lana, por tercera vez en estos días, a la cual le mentí, diciéndole que estábamos quedándonos en casa de una prima mía que había venido de Inglaterra por unos días, me acerqué a Samuel para hablarle.
—Samu... —Lo llamé, en lo que me sentaba a un lado de él. Él se giró, para mirarme, sin emitir palabra alguna— ¿Me guardas rencor por convertirte en lo que eres ahora?
De Luque se mantuvo serio por unos instantes, se levantó, me miró una última vez y sonrió de lado, desapareciendo de mi campo de visión.
Aquella fue suficiente respuesta. Claro que me guardaba rencor, ¿quién no lo haría, después de que alguien te convierta en lo que más odias?
Él nunca quiso hacerlo, y el que se opusiera me hacía enfadar, así que lo único que se me ocurrió fue amenazarlo con abandonarlo si no lo hacía. Su peor miedo... y lo amenacé con ello...
Ahora estaba disfrutando, haciéndome lo que yo a él años atrás...
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