31. Traición

Luzu.



Samuel me había estado comiendo el coco durante un rato, no mucho tiempo, pero el suficiente para convencerme. No porque yo quisiera hacerlo, sino porque era la única forma de sacar de allí a Frank, quién no merecía, en absoluto, lo que estaba ocurriendo. Aunque no debería omitir el hecho de que me entusiasmaba volver a actuar como en los viejos tiempos.


Samuel lo había dicho, y estaba en lo cierto. No había día que no echara en falta aquello, pero Frank... era más importante.


Antes de comportarme como un cerdo, el primer día de adiestramiento, le dediqué una mirada triste, queriéndole expresar que sentía que la situación se tornara de esta forma.


Luego, De Luque, empujó a Frank, dejándolo caer al suelo, sin apartar la mirada de mí. Quería ver cómo reaccionaba.


Me tendió un cinturón, con el cual esperaba que golpease al que yacía tumbado en el piso.




No puedo hacer esto —le dije—. Samu... sólo déjanos ir.



Ya sabes lo que hablamos. —Movió la mano, invitándome a empezar con la tarea.




Aproveché el momento, en el que el dueño de la casa se distrajo y moví los labios sin emitir sonido, diciendo las palabras "Lo siento" al chico que miraba apenado.




Primer golpe. —habló, metiéndome prisa.



Pero tío si no ha hecho nada malo, ¿por qué lo castigamos?



Por su forma de hablarle a un dominante —respondió—. Empieza.




Le proporcioné el primer golpe en el torso. Frank evitó el grito de dolor, pero apenas le había dado fuerte.




¿Tienes dos años, Luzu? Dale fuerte. —Su voz fuerte y fría, hizo que sin pensármelo dos veces, diera el segundo golpe sobre el pecho desnudo. Esta vez un fuerte gemido de dolor salió de los labios de Frank. No quería hacerle daño...




Un tercer golpe resonó, esta vez, sobre uno de sus brazos.


Samuel sonreía y a Frank se le saltaban las lágrimas. Lo que empezó, causándome lástima, terminó provocando en mí un dulce deseo de seguir con ello, aunque no quería admitirlo porque se trataba de él.




Puedes parar —La voz de mi compañero me devolvió a la realidad—. Ya ni esperabas a mi señal. ¿Te estabas divirtiendo, querido amigo? Le has golpeado doce veces.



¿Doce? Debía ser una mala broma. Parpadeé varias veces, soltando el cinturón en el suelo.


Quería preguntarle si estaba bien, pero no podía hacerlo. Si mostraba pena frente a De Luque, nunca terminaría esto y más tardaría en dejarnos ir.


Samuel se colocó frente a Frank, mirándolo desde arriba. Las lágrimas salían de los ojos del menor, causando que se me encogiera el corazón.




Ahora llamaré a algunas de las sirvientas, para que curen las heridas. —De Luque levantó del brazo a Frank, quien me miraba triste, como queriendo correr hacia mí y abrazarme, pero al mismo tiempo me miraba con miedo. Volví a mover los labios, disculpándome ante mi actitud. Él asintió, mientras desaparecía de mi campo de visión.




Avancé, rápidamente, hasta alcanzar al dueño del lugar.




¿Por qué no lo dejas más tiempo fuera? —pregunté— Es más, podríamos estar cada uno con nuestra mascota... —pronuncié con dificultad esa última palabra.



Está bien —respondió, después de haberlo dudado unos segundos. Asentí, agradecido, y lo acompañé hasta el lugar donde se encontraba la mascota de Samuel—. Vamos, pequeño, sal un rato.



Gracias, amo. —El chico salió con lentitud, tras los pasos del mayor. Era increíble cómo obedecía y actuaba, quedando tras la espalda de Samuel. No recordaba lo gratificante que era la sensación de poder sobre otra persona.




Me adelanté, para quedar por delante de Frank, quien fue soltado por De Luque, nada más pasé por su lado. Lo miré, queriéndole hacer entender que debía hacer lo mismo que el otro chico, pero éste no lo hizo.


Bufé, porque no conseguía el efecto que Samuel tenía, en su chico, con Frank.



Cuando llegamos a la sala principal, donde se encontraba la puerta principal, nos sentamos. De Luque y yo en uno de los sofás, el tal Guillermo en el suelo, de rodillas, y Frank se quedó de pie. Aunque no tardó demasiado en imitar al de ojos achinados, tras ver cómo Samuel lo observaba con maldad.


Era a él a quién tenía miedo, no a mí. Se supone que yo soy su dominante. No es que estuviese apoyando la idea de Samuel... no con Frank, pero...


Si el respeto no me lo tenía a mí, no llegaríamos a ninguna parte...


Mi pequeño empezó a hacerme extraños gestos con la cara. Gestos que no pude descifrar. Desvié la mirada a Samuel, disimuladamente, quien había sacado su móvil para mirarlo.


Ahora Frank realizaba nuevos movimientos con la cabeza. Me giré para ver qué quería decirme, y entonces lo supe. La puerta principal se había quedado abierta.


Hice el intento de levantarme, y al darse cuenta Frank, salió corriendo hacia la puerta, mirando hacia mí, en lo que salía fuera.


Yo me quedé sentado. Sin ni siquiera seguirlo para escapar juntos. Algo dentro de mí no quería irse.


Guillermo estaba sorprendido, pero ni se inmutó para salir corriendo de allí.

Samuel se levantó, apoyando su mano sobre la cabeza del joven que lo obedecía, y caminó, tranquilamente, hasta la puerta, por donde apareció un guardia de seguridad arrastrando a quien había intentado salvarse.




Va a ser interesante, hacerse cargo de ti —articularon de los labios del dueño de la mansión—. No debería haber dejado que Luzu dejara de golpearte —Lo agarró del brazo, tirando de él, con fuerza, hasta tirarlo al suelo—. A partir de ahora, serás tratado como basura. Hasta que demuestres que no eres tal, si es que alguna vez dejas de serlo, claro. —Le propinó una patada en las costillas, o casi en ellas, causándole un fuerte grito.




El hombre que había traído a Frank del brazo, cerró la puerta, saliendo antes por ella.




Willy —Llamó al obediente pelinegro—, ven aquí.




El joven se levantó del tirón, acercándose a nosotros, a pasos rápidos.



¿Sí, señor?



Pisa su mano —le ordenó, señalándola. El chico lo miró horrorizado, desviando su foco de visión al que yacía en el suelo—. No me hagas esperar.




Guillermo cerró los ojos, sin querer ver lo que estaba a punto de hacer, y obedecía las órdenes de De Luque.




¿Luzu? —Lo escuché decir, esperando que reaccionara— Eres tú el que tiene que enseñarle. Ya sabes que si no lo haces tú, tendré que hacerlo yo. Tú decides —miró a su chico y añadió—. Puedes parar, Guillermo.




Me quedé un rato en silencio, mientras era observado por Samuel, y antes de que él fuese a actuar sobre Frank, me moví y decidí hacerlo yo.




Está bien. Lo haré yo.




Me coloqué frente a Frank, que no hacía desaparecer el terror en sus ojos, dejé de mirarlo y comencé a pegarle patadas, cada vez con más intensidad. Si no lo miraba a la cara, podía hacerlo...


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