26. Primer día de tortura

Guillermo.






En estos últimos días habían pasado muchas cosas. La paliza de Samuel aún se percibía en mi cuerpo, no sólo al alcance de la vista, sino en dolor físico.


La mañana en la que se comportó "increíblemente bien", al menos lo más bien que él podía, me sentí más aterrorizado que nunca. Verlo de aquella forma, tensaba mi cuerpo de tal forma que esperaba cualquier nuevo golpe en él, pero no lo hizo, algo que me tranquilizó cuando entramos de vuelta en la casa.


El día anterior, De Luque, como era habitual en él, me había estado hablando, altanero, sobre una nueva norma que se llevaría a cabo en mí, durante unos cinco días. La orden que me dio, exactamente, fue que tendría que permanecer desnudo en el período de tiempo acordado. Lo acepté con la mayor de las sonrisas fingidas que podía dibujar en mi cara. No me quedaba otra que aguantar.



Primer día de la tortura a la que estaba sometido.



Me levanté de la nueva cama, detalle que me obsequió De Luque por mi buen comportamiento, despertado por la alarma, que él mismo había puesto, y me desnudé con vergüenza, aun no estando nadie a mi alrededor.





—Buenos días, cachorrito —Apareció, con una sonrisa cínica, en el momento en que me desprendía de la ropa interior—. Vamos, tienes que comer algo —Tiró de mi brazo y me llevó con él hasta su habitación, donde se hallaban dos bandejas sobre la cama, una con comida que tenía buena pinta y otra que no tanto, evidentemente esa era la mía, aunque debía reconocer que iba mejorando el aspecto de lo que me iban dando a lo largo de los días. Al menos parecía que el chiflado cumplía con su palabra—. Siéntate. —me ordenó, seguido de un par de palmaditas sobre el colchón.




Me acomodé encima de la cama, en el lado que no había nada sobre ésta, con un ágil movimiento para destapar la cama y cubrir mi desnudez.





—¿Quién te ha dicho que puedas hacer eso? —Alzó una ceja con arrogancia— No te he dado permiso para esconderte bajo las sábanas, ¿no?



—N-no, no me has dado permiso. Discúlpeme a-amo. —Hizo un leve movimiento con la cabeza, asintiendo. Se había molestado.



Me destapé, agitando las sábanas con los pies, llevando la vista a mis pies.



—Toma —dijo, tendiéndome la bandeja con mi desayuno—. Come, pequeño Willy. Tienes que mantenerte con fuerzas. —Hizo aparecer una cínica sonrisa en su rostro. Empecé a comer, despacio, sin mirarlo demasiado y siendo observado todo el tiempo por él, hasta que él también comenzó a desayunar.



Me sentía más incómodo que nunca. Obviamente, no era sólo el hecho de que no dejara de contemplarme, sino que me hallaba completamente desnudo para el señor, porque así lo quería.

"Si tan sólo pudiese decirle que dejara de mirarme"



—¿Está bueno? —me preguntó, sabiendo, perfectamente, que no era así.



—Sí... Está muy bueno. —Lo miré un momento para volver a perder la vista en la bandeja. No quería tener que clavar los ojos en él, pero sabía que eso era, precisamente, lo que él quería.



—¿Quieres un poco del mío? —Subí la mirada, con cuidado, pudiendo ver que tenía una sonrisa odiosa en su cara. No sabía qué responder a eso. ¿Qué se supone que debía decir? A lo mejor ni siquiera debería rallarme por ello, porque quizás el resultado fuese el mismo, pero decidí negarme.



—No, gracias, amo...



—Anda, toma un poco. No te voy a hacer nada —Me sujetó del brazo, acercándome a él, llevando el cubierto hasta mi boca, la cual abrí para degustar el sabor de la fresa. Era una macedonia de frutas—. ¿Quieres más fruta? ¿O quieres de otra cosa? —En su bandeja, que era más grande que la mía, había más variedad de cosas, en cambio, en la mía sólo había una "tostada" si es que se le podía llamar así a aquello, que encima era sólo pan, y un vaso de agua, que ni siquiera estaba por la mitad.



—N-nada más, e-en serio. Gracias...



—Quiero darte. —Por un momento, mi cuerpo se tensó. Me dije a mí mismo que se refería a la comida, pero cuando fui a mirarlo no estaba muy seguro de si sólo se refería a eso.



—N-no tiene porqué... Tengo mi comida.



—O comes o... —Antes de que dijera algo, me llevé a la boca el cubierto, que había preparado con, esta vez, un gajo de naranja, teniendo como respuesta una sonrisa victoriosa.



Me estuvo ofreciendo casi todo el tiempo de su desayuno, algo que me estaba pareciendo demasiado raro. Terminé de comer lo mío, más lo que él me dio y solté ambas bandejas sobre una cómoda que había cerca de la cama.

Él tiró de mi brazo hasta él, tumbándome en la cama en un rápido movimiento.



—Has comido tanto de mi bandeja que ahora sigo con hambre. ¿Qué vas a hacer con eso? —¡¿Pero, es que eso era en serio?! O sea, prácticamente, me obliga a comer de su comida, ¡¿para luego decirme esto?!



—P-pero... y-yo... Yo no quería c-comer. Usted, amo, me ha dicho que lo hiciera. Además con amenazas. —Aquello lo dije en voz baja, casi sin querer salir de mis labios.



—¿Amenazas? ¿Estás diciendo que yo soy una persona que amenaza a los demás? —Su cuerpo se movió en la cama, situándose sobre el mío, que yacía sobre el colchón. Estaba sentado sobre mi vientre, con sus piernas a ambos lados de mis caderas, mientras me observaba desde arriba— ¿Lo que quieres decir es eso? ¿Acaso no soy bueno?



—N-no es eso... Es... —Sinceramente no sabía qué responder. Me quedé en silencio por unos segundos, hasta que respondí a lo que quise— Es una buena persona, amo. —Bajé la mirada, sin querer saber su reacción a lo que dije.



—¿Sabes que no creo ninguna de tus palabras? Eres demasiado mentiroso, diría yo. ¿No crees?



—¿Mentiroso? ¿P-por qué le mentiría?



—Willy, Willy... Tanto tú como yo sabemos la respuesta a esa pregunta, así que quiero que me respondas a lo siguiente con sinceridad. ¿De acuerdo? —Mis ojos se abrieron, exageradamente. Eso significaba que podría tener problemas con lo que fuera a responder— Por esta vez, no te haré daño... ¿Responderás a ello?



Lo miré a los ojos, con confusión, sin saber qué debía decirle. ¿Se supone que debería fiarme de su "No te haré daño" o tendría que mentir de alguna forma (imposible) para que creyera que decía la verdad?

Supongo que lo único que me quedaba era confiar en sus palabras, porque, igualmente, dijera lo que dijese me esperaba lo mismo... Aunque, ni siquiera sabía qué iba a preguntarme aún...



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