25. Una pequeña recompensa
¡Holi! Una vez más, antes de dejaron con el capítulo, os tengo que anunciar que mi compañera no puede seguir escribiendo conmigo por problemas de tiempo, así que ahora sólo estaré yo.
Me da muchísima pena porque con las dos chicas que escribía este fanfic me llevo genial y este era nuestro segundo fanfic juntas, pero bueno yo no puedo hacerle nada y es algo comprensible.
Y bueno, ahora os dejo con el capítulo que he escrito y espero que lo disfrutéis.
Chao, chao. <3
——————————————-
Samuel.
Pasó una semana desde aquella reunión, en la cual encontré extraño a mi viejo amigo, Luzu.
Aquella noche pensé en llamarlo, pero al final no lo hice.
Había estado de mal humor los anteriores días, por lo que no traté suficientemente bien a Guillermo, y eso que mi concepto de bien es bastante bajo.
Y ahora, en este momento, estaba sintiéndome mal por mis acciones. Cuando actuaba de mala forma, no me sentía mal pegándole, pero cuando lo golpeaba sin razón aparente, sí.
Igualmente, veía muy difícil que yo llegara a disculparme, no era, para nada, mi estilo.
Fui hasta la cárcel, que tenía por habitación, y desperté de una sacudida.
—¿Q-qué p-pasa? —me preguntó él, terriblemente asustado.
—Sólo sígueme —Le ordené sin soltarlo de la camiseta. Él se quedó en silencio, mientras era arrastrado fuera de la casa. Lo llevé hasta uno de los amplios jardines de mi hogar, donde estaba construida la fuente más grande, y lo solté, de manera agresiva, provocando que cayera al suelo—. Siéntate —Noté cómo me miraba de reojos, sin querer mantener la vista en mí. Estaba temblando—. ¿Te gusta este sitio? —le pregunté, mientras veía los chorros de agua caer.
—S-sí. E-es muy b-bonito.
—Creo que por hoy estará bien que te traiga aquí —Desvié la mirada hacia él, quién apartó sus ojos de mí, rápidamente—. Mírame —Él acató la orden. Estos días había estado más obediente de lo normal—. Tienes moratones por todas partes —Le había dejado la cara bastante mal. Soy un completo monstruo—. A ver, quítate la camiseta —El chico se quitó la prenda, y, como esperaba, su torso estaba peor que su rostro—. Vaya... Me he pasado —Él me miraba desde abajo. Se mantenía agachado, sujetando sus rodillas e intentando ocultar su cara. Los ojos eran lo único que se le podía ver, y en ellos podía notar que estaba a punto de llorar—, ¿no? ¿Tú qué dices? ¿Me he pasado o no?
—N-no... M-me lo me-merecía... —Aquello causó que un fuerte dolor se clavase en mi corazón, como si de miles de agujas se tratase.
—No, no te lo merecías. Esta vez no. Por eso estás aquí —dije señalando el lugar—. En este lugar tan... ¿verde? —Hice el afán de sonreír, pero se esfumó de repente, en cuanto el cuerpo del chico estuvo de nuevo en mi campo de visión.
—G-gracias a-amo —Me encantaba que me llamase así, de hecho es algo que también había estado haciendo recientemente—. G-gracias p-por traerme a-aquí... —Me parecía increíble lo dócil que estaba actuando. Al final la paliza había servido para algo. Asentí con la cabeza y volví a mirarlo.
—¿Te... duele mucho? —Señalé su torso, al mismo tiempo que me acerqué un poco a él. Inconscientemente, desvió su cuerpo hacia el lado contrario, sin moverse del sitio. Sabía que si lo haría iba a tener problemas conmigo.
—N-no amo —Llevé mi mano a una de las señales que había grabado en su cuerpo a consciencia y presioné sobre ella—. ¡Aaah! —gritó de dolor. Un par de lágrimas salieron de sus ojos.
—Sí te duele. Y mucho —Giré la cabeza, buscando a uno de los empleados, y vi a una de las chicas más jóvenes que tenía trabajando para mí. Le hice un gesto para que se acercara y le pedí una esponja, dos cubos; uno con agua y jabón, otro sólo con agua y una bolsa de hielo—. Traéme también un botiquín. —La chica asintió y desapareció del lugar.
—N-no s-se preocupe... e-estoy bi-bien.
—Quiero hacerlo, ¿algún problema? —dije con una ceja alzada.
—N-ninguno se-señor De Luque...
—Estira las piernas —Me miró mientras lo hacía, observando cómo colocaba mi cabeza sobre estas—. Ahora estoy más cómodo. —Contemplé durante unos minutos el cielo, en lo que venían con lo que había pedido.
—Señor, aquí tienes. —habló la chica de antes. Lo tomé mis manos, soltando todo en el suelo, menos la esponja.
—¿Tienes heridas bajo los pantalones? —pregunté al chico, ignorando a mi empleada— No recuerdo todos los sitios donde te he golpeado.
—N-no señor...
—Quítatelos —le ordené—. Y los calzoncillos también —Él frunció, levemente, el ceño en señal de preocupación e inseguridad. Mientras sumergía la esponja en el cubo con agua y jabón, él empezó a desnudarse ante mi mirada—. Sé que no te gusta que te mire, pero lo seguiré haciendo. Siempre —Esperé a que terminase y añadí—. Acércate —Se acomodó, boca abajo, un poco más cerca, pero no lo suficiente—. Más. No me gusta tener que repetir las cosas.
—L-lo siento. —Comencé a enjabonar su cuerpo, pasando, lentamente, por sus heridas. Las muecas de dolor en su rostro eran evidentes. Hasta la parte superior y exterior de los glúteos, estaban marcados por los golpes que recibió por mi parte.
Una vez terminé de enjabonar sus heridas, las aclaré y desinfecté las más graves, en las que se habían pasado a ser morados, coloqué la bolsa de hielo durante unos segundos en cada una de ellas. Después de aquello, le ordené vestirse y que se tumbara conmigo en el césped.
(...)
Esa misma tarde, dos agentes de la policía llamaron a la puerta de mi casa, a los cuales mis empleados abrieron.
Cuando vi sus uniformes y sus armas, pensé en una milésima de segundo que Guillermo diría algo, que gritaría y pediría auxilio. Podía hacerlo, de hecho, estaba hasta suelto. No le había puesto ni esposas ni nada. Podía correr hasta ellos y gritarles lo desesperado y dañado que estaba.
Sus ojos se abrieron como platos, él estaba pensando en lo mismo. Lo miré con seriedad, esperando lo más probable.
—Perdone las molestias, señor De Luque —habló uno de los agentes, el más joven. Tenía los ojos azules y el pelo rubio, eso último lo pude comprobar al mismo tiempo que levantaba su gorra policial—. Buscamos a un fugitivo que recientemente ha estado por aquí —dijo tendiéndome una fotogradía del joven—. ¿Lo conoce? ¿Lo ha visto por alguna parte?
—No. —respondí acompañado de un gesto de negación con la cabeza.
—Bueno, eso era todo. Gracias de nuevo. —Esta vez el que habló fue su compañero. Ambos hicieron gestos en señal de despedida, desviaron la mirada hacia Guillermo y el interior de la casa y se largaron.
—¿Por qué no has dicho nada? —pregunté, una vez las puertas se encontraban cerradas— Creí que querías deshacerte de mí —Permanecí un momento en silencio y volví a hablar, al ver que no hallaba respuesta—. ¿O es que acaso no has sido capaz de decir nada por temor a que no hicieran nada por ti? —La cara del chico me dio la respuesta que imaginaba. En esta vida había mucha corrupción, y lo que él temía es que esos agentes pudieran ser uno de ellos— Lo imaginaba —dije sonriente—. Debo admitir que eres inteligente, muy inteligente. Y como sé que lo eres, tienes que saber que nadie puede salvarte de mí —Sostuve su mentón, mientras le hablaba, y terminé por depositar un beso en la comisura de sus labios—. Nadie. —repetí.
Y con aquello, di por finalizada la conversación.
Di la señal para que un par de guardias se lo llevasen a su habitación y me dirigí al baño para darme una rápida ducha.
————————————————
Capítulo escrito por: @MrsDesrosiers17
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top