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Habían pasado cuatro años y un poquito más desde que lo conociste, desde que tus aventuras y juegos empezaron a gustarte mucho más en sueños que despierta. Amena a tu silente soledad, no te quejabas de no tener amigos, nadie se igualaba a Ray y sus charlas acerca de las constelaciones y el significado de las flores.

Tú eras feliz así, corriendo siempre por los prados, con el polvo y el polen volando. No había día en el que no estuvieses ansiosa por dormir y soñar otra vez, querías estar al lado de Ray, quien inconscientemente, compartía tu deseo de niña.

Ray era feliz también, así o más que tú, con cada imagen deleitable que ofrecías sin saber. Tu cuerpo bañado por los dorados rayos del sol, que hacía de tu cabello un oro brillante, de tu piel un bronceado sutil, casi como la miel y tus ojos... Oh, Ray adoraba tus ojos de cielo veraniego, donde no había dolor ni sufrimiento, solo belleza letal en cada gesto... Eso al azabache le gustaba, le gustaba tu inocencia y energía, así como a ti te gustaba su calma y la perfecta melodía que salía de sus labios.

Soñar era una recompensa cada día, porque al hacerlo no sólo compartías recuerdos con él, sino que también te diste cuenta que allí no te dolía el cuerpo, no habían moretones ni marcas en tus piernas o brazos, nadie te golpeaba y para una niña sensible como tú, era algo positivo. Entonces no podías esperar hasta la noche para verlo, eso era mucho y tú querías jugar con Ray constantemente, como también querías dejar de estar adolorida, así que le encontraste una solución a tu problemita de no poder conciliar sueño en las tardes.

Recordaste que tu madre un día tomó muchas pastillas, esas que casi la dejan durmiendo para siempre (según palabras del doctor) y que tu padre ocultó. Eran de él, originalmente, pues le costaba demasiado obtener un descanso decente después de su trabajo, sin embargo, por una travesura de tu madre (según tu inocencia) se las quitó y tomó todas al instante, tú la viste llorar por eso, aunque no lo entendías del todo. Ese día tu padre aprendió a vigilar más a tu madre y a guardar sus pastillas para dormir en un lugar "secreto", tu cuarto.

Vaya idiotez, pues tú fingías dormir cuando las ocultó ahí, eras una curiosa sin remedio oculta tras esa bella carita rosada y tus mágicos cabellos de oro, brillantes bajo el sol. No te importaron esas pastillas hasta el momento en que te tomaste una y esperaste paciente por su efecto. Te parecían muy sosas porque eran blancas y de aspecto amargo, así que pintabas de rosa pastel aquel pequeño círculo para luego pasarlo con agua.

Esa tarde dormiste y jugaste en el hermoso prado de dientes de león con Ray, bajo un cielo recién pintado de lila por el nacer de la noche, y aunque para ti fue lo mejor que habías hecho para dejar de sufrir, fue también donde comenzaron los problemas.

Habías dormido más de 10 horas, no sólo en la noche, sino también en la tarde e, inconsciente de lo grave que había sido aquello, continuabas haciéndolo. Eras una niña, tus 8 años de ingenuidad te delataban como sublime flor de primavera en pleno pastizal. Al principio, creyeron tus padres que estabas enferma, que tu cuerpo delgado y tus pocas meriendas eran el problema de tu naciente debilidad y encanto al dormir.

Pero no, bella durmiente.

Aquella idea se desvaneció cuando tus padres descubrieron las pastillas de dormir que recelosamente ocultabas en tu cajón, esas pastillas pintadas de rosa por ti misma y de las cuales te sentías orgullosa de poseer, esas que al principio te parecieron amargas y que luego les tomaste mejor sazón. Esas pastillas eran veneno acaramelado derritiéndose en tu boquita pequeña. Eras una traviesa, pero inteligente niña, tanto que ni siquiera tu madre se había percatado de eso (y se arrepiente de no haber actuado como tú lo habías hecho).

Esa noche te dieron el regaño más hórrido de tu vida, y la pasaste encerrada en el sótano para aprender a no tomar cosas que no son tuyas. Lloraste, pedías a gritos salir de aquel oscuro lugar polvoriento porque te comenzó a dar miedo, pero llorando y con una rodilla mellada te dormiste.

¡Ray! gritaste a penas te levantaste del pastizal floreado, buscando sus brazos. Él te observó con extrañeza, pero te acogió con el cariño más genuino, mientras mojabas su prenda superior con tus lágrimas. Por primera vez llorabas en ese mundo.

¿Qué pasó? él era un joven de pocas palabras.

¡Estoy en el sótano! Estoy durmiendo en el sótano polvoriento de mis padres, tengo miedo de que alguien me haga daño ¡Una bruja o un monstruo!exclamaste, temblando con la sola idea de que se cumpla.

Ann... La brujas y monstruos no existen mencionó él, calmado pero tratando de entender el por qué tus padres te tratarían de una forma tan cruel ¿Cómo te podrían hacer eso a ti, sin que se les destroce el corazón?

Quizás, pero es que... Ah, saben que detesto ser encerrada en el sótano ¡Y todo porque tomé esas tontas pastillas para dormir! chillaste, haciendo que él difuminara sus primeras hipótesis para verte con el ceño fruncido.

¿Qué?

Yo solo quería... Quería pasar más tiempo contigo y tomé las pastillas, mis padres se enteraron y me castigaron.

Anna... ¿Sabes lo grave y peligroso que es tomar esas pastillas a tu edad?

Sí, pe-pero yo solo... la mirada de Ray solo reflejaba enojo, era la primera vez que lo veías de tal forma que ni siquiera podías hablar ¿Ray también te golpearía? No, tú tenías el mejor concepto de Ray, y él nunca te haría daño, pero aquella mirada te asustaba.

Te recordaba a un monstruo, sí, uno que también lastimaba a tu madre, pero la diferencia es que Ray no es un monstruo y para ti, jamás lo seria.

Anna, será mejor que te vayas.

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¡Hola, mi amada y amado lector! Sí, lo sé, esta actualización tardó demasiado y me disculpo por eso... Pero ahora ya podré actualizar mucho más seguido, pues mis clases al fin acabaron (╥﹏╥)❤️

Caray, nunca fui tan feliz, extrañaba esta historia, es una de mis favoritas y espero que ustedes la estén disfrutando o(>ω<)o

🌼¡Muchas gracias por leer, los quiero mucho!🌼

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