19. El inicio del orden
Tratar de cambiar los malos hábitos resultó ser en extremo complicado para Mark, quien estuvo toda la sema tratando de dormir temprano para despertar temprano. La idea era sencilla, pero falló seis días consecutivos.
Ese día por fin había conseguido dormir antes de las diez y despertar a las seis. Sintió que estaba mucho más dormido que despierto, pero se obligó a bajar a desayunar.
Esa era otra cosa de su nueva vida: Preparar su desayuno. Se trataba de otra cosa que aparentaba ser simple, pero tan solo un día atrás había echado a perder una sartén al intentar prepararse huevos revueltos.
No quiso complicarse las cosas, por lo que solo tomó su licuadora y le vertió leche de soya, plátano, mucha avena y algo de la proteína de su madre. El resultado fue una clase de masa espesa con mal sabor, apesar de eso, se bebió la mitad.
Era de lo más asqueroso que había probado en su vida, pero si ese era el presio a pagar por ser un hombre independiente, tendría que pagarlo.
—¿Mark? —le preguntó Corina, entrando a la cocina. Ella lo miró con sorpresa y confusión, sobre todo porque éste llevaba ropa deportiva— ¿Que haces vestido así?
—Voy a salir a correr. Trató de ser más activo —explicó Mark, después de darle su último sorbo a su batido.
Corina caminó hacia a él. Lo examinó en busca de algo que le probara algún indicio de fiebre, incluso le puso la mano en la frente cuando lo tuvo enfrente.
—Mami, estoy bien —le aseguró Mark, dejando que Corina pasara su mano por sus mejillas y frente para revisar su temperatura.
—¿A qué quieres salir? —preguntó la mayor, alejando su mano del rostro de su hijo.
—A correr —repitió él. No entendía la razón por la cual su madre parecía preocupada.
—Pero aquí tenemos caminadora —le recordó Corina, queriendo hacer entrar en razón al menor, pero éste solo se encogió de hombros antes de ir al lavabo a dejar su vaso.
—No hay nada mejor que el aire fresco por las mañanas —dijo él—, lo ví en el vídeo de un señor pelón, y yo le creo.
Corina volvió a acercarse al menor, poniéndole una mano en la espalda, cosa que hizo que éste volteara a verla.
—¿Y ya desayunaste? —le preguntó Corina, con voz protectora.
—Me hice un batido con proteína —contestó Mark, para sorpresa de la mayor—. Bueno, me voy —dijo, pero su madre lo detuvo con otra pregunta.
—¿Si te llenaste?
—Supongo que si. Me siento pesado.
—¿Pesado? —cuestionó preocupada— Pero eso no está bien. Ni si te ocurra salir, ahora mismo voy a hacer cita con el doctor.
Mark aprovecho que su madre fue en busca de su teléfono para salir de su hogar.
Le parecía cruel dejar a su madre al borde de la preocupación, pero él no necesitaba ninguna ida al medio solo porque se tomó un batido espeso, tampoco necesitaba permiso pasa salir, por eso se convenció de que no había hecho nada malo.
El plan era correr por todo el fraccionamiento, pero al cruzar solo una cuadra, una mujer regando sus plantas lo vió, haciéndole sentir una enorme vergüenza a Mark.
—¡Buenos días, muchacho! —le dijo la mujer.
Mark solo pudo alzar un poco la mano en señal de saludo, antes de salir corriendo.
Eso había sido demasiado incómodo y no deseaba repetirlo. Pero las personas no se iban a encerrar en sus casas solo porque él quería correr sin nadie que lo mirara, por lo que mientras más avanzaba, se topaba con más personas que lo saludaban con un amable «buenos días».
Con cada persona que lo saludaba, iba bajando la velocidad, hasta llegar al punto de solo ir caminando. Pensaba volver a correr cuando llegara a una zona menos transitada, pero con forme los minutos avanzaban se encontraba con más gente.
Supo que no podría terminar con su trayectoria cuando las calles comenzaron a llenarse de niños y adolescentes uniformados para ir a la escuela.
No había nada que pudiera ponerlo más incómodo que los adolescentes: Nada.
¿Quien necesita salir a correr para tomar aire fresco? Tengo caminadora y aire acondicionado.
Corrió de regreso a su hogar. Apenas puso un pie dentro de casa, se encontró con la mirada de Corina, quien lo estuvo esperando sentada en el sofá.
—¿Así te vas a ir de ahora en adelante? —le preguntó ella— Te dije que iba a hacer cita con el doctor y te fuiste sin decirme nada. Me preocupé mucho en esos dies minutos que estuviste afuera.
—¿Fueron diez minutos? Lo sentí como una eternidad —exclamó con sorpresa. Corina lo miró a la espera de una disculpa—. Mamá, soy un adulto, y no hice nada malo por salir a correr.
—Ni creas que te salvaste de ir al doctor —soltó Corina—. Sé que no quieres ir por miedo a que te pongan alguna inyección.
Sin más, Mark se dirigió a la antigua habitación de su hermano mayor, la cual había vuelto su cuarto de entrenamiento.
La noche anterior había realizado una agenda a la cual se debería adherir. Tendría que despertarse a las seis, desayunar a las seis con quince, ejercitar de seis y media a ocho y media, y comenzar con sus dibujos pendientes a las nueve, la parte difícil era que no se podría despegar de su escritorio hasta las seis de la tarde.
Aplicarse en su trabajo era la mejor opción que había tomado, pues tenía que entregar tres dibujos para el día siguiente y ni siquiera los había empezado.
Al estar sentado frente a su escritorio con su pantalla enfrente lo hizo sentir una enorme pereza al instante.
¡No quiero hacer esto! ¡Keanu Reeves dame fuerzas!
Con su lápiz especial en mano comenzó a hacer el boceto de lo que era su pedido más normal del día, el cual tendría que tener a su cliente en pleno acto con Kakashi Hatake.
—Quien te manda a decir que dibujas de todo… —suspiró al tiempo que comenzaba a darle color a un pezón.
Lo que volvía más horrible el proceso de terminar su primer pedido era que el segundo debía de tener al tigre Toño besándose con el elefante Melvin, siendo observados por Chester Cheetos al borde del llanto.
Ya estaba acostumbrado a estar horas seguidas sentado en una posición nada sana para su espalda, por lo que no tuvo ningún problema para cuando terminó su primera comisión.
Respiró profundamente, preparando su mente para lo que sería hacer su segundo pedido.
Vamos, no te puedes echar para atrás, ya te depositaron.
Mientras hacia lo posible por no sentir vergüenza por si mismo y al mismo tiempo rogar para que su madre no entrara a su habitación, su teléfono le indicó que le había llegado un mensaje.
Al entrar al chat, vió que el mensaje era de Saúl, pero en lugar de ser un texto era un vídeo, el cual había grabado Iker con la cámara frontal.
—Hola, Mark —lo saludo el Iker del video. Solo se miraba de labio superior para arriba—. ¿Me compras unos cheetos?
El vídeo terminó ahí, pero esa pregunta hizo que Mark recordara lo que estaba dibujando y tuviera una enorme descarga de vergüenza e incomodidad.
Enseguida Iker le mando otro video.
—¿Si me los compras? —preguntó el Iker de la grabación— Mi papá está en el baño y no me hace caso. —Para mostrarle que no mentía, Iker volteó la cámara y mostró la puerta del baño, la cual abrió sin pedir permiso.
Mark abrió los ojos con pánico al imaginar que vería el primer plano de Saúl sentado en el inodoro, pero el rubio pareció estar a nada de abrir la puerta del baño.
—¿Qué estás haciendo con mi teléfono? —le preguntó Saúl a Iker. De pronto el vídeo de volvió borroso debido a que Iker salio corriendo hacia las escaleras y terminó resbalando.
Mark apretó los labios para no reírse por la caída de Iker, y solo le mando un mensaje diciéndole que no podía comprarle nada de momento porque estaba trabajando.
Al final de la tarde las únicas paradas que hizo fueron para ir al baño y para comer, pues en su agenda había acordado que se daría un descanso de media hora para no pasarse de sus horas de comida.
Para cuando llegaron las seis de la tarde, lo primero que hizo fue acostarse boca arriba en su cómoda cama. En ese momento sintió a su colchón como la misma gloria.
—Alguien mateme… —soltó con pesadez. Sentía los párpados pesados y la espalda adolorida, pero no podía darse el lujo de tomar una siesta, pues quedaba una última cosa en su agenda.
No solo se había propuesto mejorar sus hábitos alimenticios y ponerse horas exclusivas para ejercitar, también se dijo a si mismo que cuidaría más su vida social, lo que se traducía en mandarle un mensaje a Patillas e ir a visitar a Saúl.
Bajó a la cocina con todos los envoltorios de dulces que había comido a lo largo de su jornada laboral, los tiró y tomó un paquete de galletas con chispas de chocolate para llevárselas a Saúl.
Se dispuso a salir de su hogar, pero al cruzar la sala y tapar por unos instantes el televisor en donde su madre está viendo Mujer bonita, ésta lo detuvo.
—¿A dónde vas? —le preguntó Corina, haciendo que Mark se volteara para verla.
—A con Saúl —respondió él. Por unos segundos creyó que debía pedir permiso, debido a la manera en la que Corina lo miraba.
—¿Y si Saúl viene para acá? —le propuso la mayor, suavizando por completo su expresión— Estuviste trabajando todo el día, creo que lo mejor sería que te quedaras a descansar.
—Estoy bien, no me siento cansado —mintió Mark, antes de retomar su camino y salir de su hogar.
Era consiente que su madre se preocupaba mucho cuando de él se trataba, cosa que solo se había intensificado desde que él le planteo la idea de independizarse.
Cómo siempre, le bastó con darle un par de golpes a la puerta de los Arenas para que alguien le abriera, en esa ocasión fue Iker, quien sonrió con entusiasmo al verlo.
—¡Mark! —exclamó el infante— ¡¿Trajiste mis cheetos?!
—No —contestó él. Iker apuntó al paquete de galletas—. Son para Saúl.
—¿Y para que le traes cosas a mi papá? —le preguntó Iker, haciendo un puchero— Ni te gusta, te gusta Patillas.
Mark no tenía idea de dónde Iker había sacado semejante conclusión, pero no se iba a tomar el tiempo de explicarle que él veía a Patillas solo como un colega, así que le dió el paquete de galletas para que no lo molestara más.
—Mi papá está arriba —informó Iker, tomando la primera galleta—. Si quieres yo que quedó aquí abajo, para más privacidad.
El mayor paso a Iker de largo y subió las escaleras. En el segundo piso había un pasillo con cuatro puertas, una de ellas era del segundo baño y las otras habitaciones.
Dos habitaciones tenían la puerta abierta, al igual que el baño. No quiso ser un entrometido, pero dió un pequeño vistazo al par de cuartos, pues hasta el momento solo había entrado a la habitación de Bonifacio para recoger a Lady Muffin.
Nunca dudo del hecho de que Saúl no tuviera cama y, de todas formas, se llevó una pequeña sorpresa al ver qué esos dos cuartos tenían una sábana extendida en el suelo con una almohada en un extremo, además de que solo una de las habitaciones tenía un cajon para la ropa, la otra solo una mesa de noche.
Al instante asumió que el cuarto más vacío era el de Saúl, pues sobre la mesa de noche estaba el abrigo que él le había regalado.
No quiso seguir metiendo las narices en lo que no le importaba, así que se dispuso a tocar la puerta del único cuarto cerrado. Al no recibir respuesta, optó por abrir la puerta.
Terminó viendo a Saúl acostado sobre la cama de su abuelo, estando tapado con una cobija desde los tobillos para arriba. Tenía los audífonos puestos y escribía algo en su teléfono, por la posición en la que estaba la papada se le remarcó a más no poder.
—Ah… Saúl —lo llamó, dándole un par de golpes a la puerta para atraer su atención.
En cuanto la mirada de Saúl se encontró con Mark, se tapó por completo con su cobija, al ser atacado por la vergüenza.
¡¿Por qué Iker no me dijo que Mark estaba aquí?! ¡Maldita sea! ¡Ahhh! ¿Por qué viene justo cuando tengo mucho gas?
—¿Que haces? —rió Mark, viendo con gracia como lo único que se asomaba por la cobija eran los pies de Saúl.
—¡Avisa! —exclamó Saúl, debajo de la cobija— ¿Por qué vienes cuando estoy todo fodongo? —chilló con vergüenza.
—No te ves mal —le aseguró Mark, con voz risueña—. Me gusta tu estilo.
Mark no podía verlo, pero el rostro de Saúl estaba mas rojo que nunca.
El mayor no solo había llegado cuando Saúl no se sentía presentable, encima el rubio estaba a la mitad de uno de sus capítulos, justo cuando su protagonista, Matt, le robaba un beso a la tierna y dulce Salma.
Apesar de ser amigo de Saúl, Mark no pudo darse la libertad que se dió sin problemas en casa de Patillas, tales como acostarse como si nada en su cama y criticar en silencio la decoración de su habitación. Al tratarse de un espacio de Saúl, sintió un aura por completo diferente.
Gradualmente Saúl se destapó la cara. Tragó saliva y posó su mirada insegura sobre Mark, el cual seguía de pie frente la puerta.
—Puedes sentarte si quieres —le indicó Saúl.
Mark apenas y pudo sentarse a los pies de Saúl, el cual de igual forma tomó asiento, pero sin quitarse la cobija de encima.
—Te traje unas galletas, pero Iker se las quedó —dijo Mark, haciéndose una idea de cómo meter a la plática el hecho de que había trabajado nueve horas seguidas.
—No ocupas darle cosas. —Ya había perdido la cuenta de las ocasiones en las que le dijo lo mismo a Mark—. Pero, gracias por el detalle.
Saúl juntó sus piernas a su pecho y las abrazo, dejando descansar su barbilla sobre sus rodillas. Normalmente podía hablar hasta por los codos, pero en esa ocasión apenas y podía ver a Mark a la cara.
Deja de pensar cosas malas, Saúl, por dios… estamos en la cama del abuelo.
—¿Sabes? Hoy me desperté a las seis de la mañana —terminó por decir Mark. No se iba a complicar la vida tratando de ser sutil.
—Eso es genial —le dijo de forma genuina, sin saber que sus palabras fueron las causantes de que Mark sonriera—. Mi despertador es Iker, y a veces me despierta hasta las diez. Admiro mucho que puedas despertar por tu cuenta, y temprano. ¿Que más hiciste hoy?
—Hice ejercicio por dos horas —contestó—. Quise salir a correr, pero es horrible hacer algo mientras las personas me están viendo.
—Me pasa, pero cuando me pongo a limpiar —comentó Saúl, poniéndose más cómodo, como si estuviera entrando en una zona segura.
—También estuve trabajando desde temprano —añadió Mark, sintiendo una nueva y agradable sensación cuando Saúl aplaudió de forma repentina.
—¡Eso es todo! —lo animó el menor, sin detener sus rápidos aplausos.
—¿Por qué me animas así? —rió Mark. Sentía que de la nada Saúl sacaría un silbato y matraca para celebrarlo.
—Porque estoy orgulloso de ti —contestó sin tapujos. Sonrió al grado de mostrar su dentadura dispareja.
De forma inconsciente, la mente de Mark lo hizo imaginar que Saúl se levantaba para abrazarlo, dándole la libertad de envolverlo entre sus brazos con fuerza.
Esa clase de imágenes mentales no eran algo que Mark solía hacer, pero sin duda podría acostumbrarse a ello.
Lady Muffin fue el encargado de sacar a Mark de sus fantasías, al salir como si nada por debajo de la cama de Bonifacio, para posteriormente treparse al lado de Mark y restregar la cabeza en su brazo.
—¿Que haces aquí? —le preguntó Mark al felino, sobándole la cabeza. Enfocó su vista en Saúl— ¿Que tan seguido se la pasa aquí?
—Muy seguido —aclaró el menor—. En la mañana estuvo maullando afuera para que le abriera la puerta.
El felino se acostó a sus anchas en el colchón, quedando panza arriba.
Saúl, quitado de la pena, se acercó a Mark hasta el punto que sus pies quedaron a nada de la pierna derecha del mayor.
—¿Y en qué estuviste trabajando? —le preguntó Saúl, sin dejar de abrazar sus propias piernas.
—En… en unos dibujos —contestó Mark, recordando con incomodidad las obras que hizo—. Me pagaron bien, pero empiezo a preguntarme si hacerlos vale la pena.
—¿De que eran? —hizo otra pregunta, sin borrar su sonrisa.
—¿Que o qué? —Apartó la mirada, haciéndose el tonto.
—Tus dibujos —aclaró Saúl—. Solo sé que vendes dibujos en digital, pero nunca me hablas de tus obras.
De pronto, Mark miraba con mucho interés a un mosquito que volaba cerca del suelo.
—Me gustaría ver tus dibujos —añadió el rubio—. Si te da pena mostrarlos, está bien, pero quiero que sepas que usaré a la ley de la atracción para verlos de todas maneras.
—No trates de buscarlos, te haré uno —contestó Mark, sintiéndose lo suficientemente cómodo como para echarse hacia atrás y acostarse—. Quizá sea el dibujo más decente que haré en lo que va del año.
—Dudo mucho que todos los dibujos que hiciste en enero y lo que va del mes hayan sido malos —soltó Saúl, sin despegarle la mirada. Mark prefirió guardar silencio.
Ay, Saúl, algún día sabrás a lo que de verdad me dedico. Por favor no me mires como un raro cuando ese día llegue.
—¡Eh! ¡¿Que hacen en mi cama?! —gritó Bonifacio desde la puerta del cuarto. Mark se puso de pie en seguida— ¡Si tienen ganas, váyanse al monte!
—¡Abuelo! —exclamó Saúl, alargando la palabra lo más que pudo.
—¡Me bajan al mofletes de mi cama! —ordenó Bonifacio, apuntando a Lady Muffin, el cual apenas y lo miró.
—Si, señor —contestó Mark al instante, al tiempo que tomaba a Lady Muffin entre sus brazos.
Apenas fueron unos segundos en los que ninguno de los presentes dijo nada, pero se sintieron eternos.
—No llego temprano del trabajo para encontrarme a unos colas calientes en mi cama —soltó Bonifacio. Saúl más que nunca deseo tener una muerte instantánea—. Salte de aquí —le ordenó a Mark.
Sin ninguna queja, Mark camino hacia afuera. Saúl quiso seguirlo, pero su abuelo se lo impidió.
—Saúl, ¿tu a dónde vas? Ven a sobarme los pies —le ordenó Bonifacio, sentado en una esquina de su cama.
Saúl le dedicó una mirada triste a Mark, el cual se despidió con apenas una sonrisa.
Para evitar algún problema, Mark salió del hogar de los Arenas, llevándose la satisfacción de haber hecho sentir orgulloso a alguien que quería.
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