12. Arenas de lastima
La radio hacia sonar las mejores canciones de desamor para señoras, sirviendo como inspiración para Saúl, quien barría con emoción la cocina.
Ya había preparado el desayuno, lavado la ropa, limpiado su cuarto, lavado los baños, solo le faltaba uno que otro detallito de su hogar para poder echarse cómodamente a seguir escribiendo su fantabulosa historia.
Se había hecho un par de colitas para que el cabello no le molestara mientras hacia sus quehaceres, eso sumado a que llevaba un mandil y sandalias con calcetines, lo hicieron sentir como un perfecto amo de casa.
Solo le faltaba tener que escuchar quejas de niños pequeños y estresarse por lo alta que les llegó la factura de la luz, además que enojarse con su pareja porque nunca pasa tiempo con su familia.
—¡Papá! —exclamó Iker, con emoción, bajando las escaleras.
Saúl se vió obligado a apagar la radio para poder ponerle toda su atención a Iker, quien corrió hasta donde estaba, y una vez frente a él, comenzó a dar brinquitos de la emoción.
—¡Ya casi es mi cumpleaños! —mencionó el menor, imaginándose en medio de una fiesta como las que veía en las películas.
El rubio lo miró dudoso, espero a que Iker dejara de gritar y preguntó:
—¿Tú cómo sabes cuándo es tu cumpleaños?
—El abuelo lo marcó en el calendario para que yo pudiera ver cuándo era —explicó Iker, sonriendo con la misma emoción de antes—. Ya sé lo que voy a querer para mí cumpleaños.
Esas últimas palabras se clavaron en el corazón de Saúl. No se sentía preparado para explicarle a Iker que, otra vez, no podría tener ningún regalo, pero debía hacerlo antes que el infante comenzará a hacerse ilusiones que no se podrían cumplir.
Se agachó a la altura de Iker, lo tomó de los hombros e intento sonreír de forma agradable.
—¿Que? Yo no hice nada, fue Lady Muffin. Yo lo ví —soltó Iker, creyendo que su tío estaba por regañarlo.
—Iker… —comenzó, con gran dificultad— tal vez no lo recuerdas, pero, en tus otros cumpleaños no te pudimos hacer nada, y dudo que éste año sea diferente.
La expresión de Iker decayó por completo, pero en lugar de verse como un pobre niño triste al borde del llanto, entrecerró los ojos, se cruzó de brazos y frunció los labios.
—Pues dile a Mark que me dé un regalo —dijo, como si fuera la solución más obvia.
Esa era una buena salida. No ir a pedirle un regalo a Mark, sino pedirle una pequeña ayudita para, al menos, comprarle un pastel a Iker.
¿Cómo era que no se le ocurrió antes?
El cumpleaños de Iker era el diecinueve de Diciembre, y apenas estaban a quince, por lo que estaba al tiempo justo para pedirle un pequeño préstamo a su amigo.
En el poco tiempo que se conocían, Mark había demostrado que no era alguien que se preocupara por gastar mucho, de hecho, parecía tener efectivo de sobra todo el tiempo, cosa que Saúl no podía explicarse, pues Mark también parecía tener mucho tiempo de sobra como para ser alguien dedicado al trabajo.
No le había preguntado en ningún momento a qué se dedicaba, o si era que realmente tenía algún trabajo o su madre le daba dinero cada fin de mes solo por existir.
En fin, la fuente de ingresos de Mark no podía importarle menos en esos momentos. No tenía tiempo para preguntarse si su amigo era un mantenido o un narcotraficante, en su lugar, debía comenzar a preparar lentejas: Sí, lentejas.
Cómo ya es bien sabido, la cabeza de Saúl trabaja increíblemente rápido, y aunque la mayoría del tiempo era para imaginarse casándose con su mejor amigo, en esos momentos se le ocurrió una gran idea.
—Iker, ve a ponerte tu ropa más fea —le indicó a su sobrino, quien como no tenía nada más que hacer, asintió y fue a la habitación que compartía con su madre.
Mientras, Saúl se dirigió a la cocina, en donde sacó las salchichas de la nevera y bajo las lentejas de la alacena.
Tenía todo listo en su cabeza: Haría las lentejas lo más rápido posible, le llevaría un poco a Mark, tal y como éste se lo pidió días atrás en el supermercado, y, una vez ahí, se encargaría de comenzar una charla que se dirigiría al cumpleaños de Iker, en donde sacaría a relucir que su pobre sobrino no podría ni tener un pastel.
Al inicio se sintió un poco mal por creer que de alguna forma se estaba aprovechando de su amigo, pero rápidamente se convenció de que Mark era alguien siempre dispuesto a ayudarle, por lo que no había alguna manera de abusar de su confianza.
Entonces, mientras partía las salchichas y las lentejas ya estaban en el fuego, se imaginó un bello escenario, en donde él y Mark vivian juntos, y como Mark solo sabía preparar pollo frito, él era el encargado de cocinar en su hogar, y mientras preparaba la cena, Mark le preguntaba cómo le había ido en el día.
Por alguna razón en su imaginación había alguna forma en la que un hombre quedara embarazado, por lo tanto, Mark también le preguntaba por los niños, quienes, por razones aun más desconocidas, eran como Iker pero con diferentes colores de cabello.
—Ya estoy listo —avisó Iker, entrando a la cocina. Usaba unos shorts de la mezclilla más desgastada del mundo, una camisa de resaque banca y super transparentosa, y para complementar, llevaba el el pie derecho una sandalia con mordidas de Lady Muffin, y en el izquierdo un crocs con la suela agrietada.
—Oh… si le echaste ganas a tu outfit. —Miró de arriba a abajo a su sobrino, y le pareció que ese look ya lo había visto antes.
—Le aprendí a Papatillas —informó Iker, acercándose a la barra, con la intención de robarse un pedazo de salchicha.
—¿Cómo que Papatillas? —le preguntó Saúl, tomando los trozos de salchicha para ponerlos en la olla, frustrando los planes de Iker.
—Le digo así a Patillas, porque es mi papá.
—¿Entonces ya entendiste que yo no soy tu papá? —cuestionó, con interés en el tema.
—Tú eres mi papá, también Papatillas —aclaró Iker, más que convencido de sus palabras—. Mi mamá es Corina.
—Tú mamá no puede ser Corina —sentenció Saúl. Era raro que su sobrino le dijera mamá a la mujer que él quería de suegra.
—¿Por qué no?
—¿No querías a Mark de papá? —contestó con otra pregunta.
—También. Él, Patillas y tú son mis papás, y Corina mi mamá.
—¿Si sabes que aquí tu única mamá es Yasuri?
—No oigo, no oigo soy de palo, tengo orejas de pescado —cantó, tapándose los oídos mientras salía de la cocina.
A Saúl no le quedó de otra más que terminar con las lentejas. Una vez que estuvieron listas, tomó el único tupper que tenía y lo llenó hasta el tope con su preparación. Metió el tupper en una bolsa de plástico y finalmente se dirigió a la entrada.
—Iker, vámonos —lo llamó, cruzando por la sala.
Iker, que jugaba con un par de tapas en el suelo, se puso de pie y fue detrás de su tío.
—¿A dónde vamos? —preguntó el infante, cuando salieron de su hogar y Saúl cerró la puerta.
—A dar lastima —hablo de forma honesta.
La respuesta fue suficiente para Iker, quien caminó al lado de Saúl hasta la puerta del hogar de Mark.
—¿Pongo cara triste? —cuestionó Iker, alzando la cabeza para ver a Saúl, antes de que éste tocará la puerta que tenía enfrente.
—Sí, pero que se vea natural —pidió Saúl. Iker asintió, y en seguida agachó la mirada con falsa melancolía.
Saúl tocó la puerta. Tan solo segundos después, Mark les abrió. A sus espaldas se podía apreciar a Corina, quien tenía problemas para armar un pino de navidad.
—Hola —Fué el saludo de Mark, a quien le dió igual que Iker entrara como si nada a su casa. Su mirada estaba fija en Saúl.
—Hoy hice las lentejas —le informó Saúl, alzando la bolsa con su tupper—, así que te traje. No se me olvidó que querías.
Mark bajó la mirada hasta la bolsa que Saúl sujetaba, y antes de decir algo, se hizo a un lado para darle paso al rubio.
—¿Quieres pasar? —le preguntó por pura cortesía, pues sabía que Saúl no se negaría, menos porque Iker ya estaba jugando cómodamente con Lady Muffin.
Saúl entró, tachando el primer paso en su lista mental: Colarse con éxito en casa de los Hollinderbäumer.
—Saúl, ¿como haz estado? —le preguntó Corina, en cuanto lo vió entrar. Todavía estaba tratando que su pino se quedara en pie— ¿Mark te dijo que hoy comenzamos a adornar?
—No, él no me…
—¿Y no nos quieres ayudar? —lo ánimo Corina.
—¡Yo sí quiero! —exclamó Iker, antes de que Saúl hablara.
Cuando Iker se ganó toda la atención de Corina, Mark colocó una mano en la espalda de Saúl, para dirigirlo a la cocina. Claro que Mark no era consciente de todos los escenarios mentales que se estaba armando Saúl solo por ese pequeño toque.
Y mientras Saúl y Mark se iban, Iker cambio su expresión alegre por una más desanimada, cosa que Corina no pasó por alto.
—¿Pasó algo? —le preguntó ella, hablándole con tacto.
—Es que… —Soltó un suspiro desanimado—. En mi casa nunca podemos adornar, y apenas y me dan un regalo, pero siempre es uno bien chiquito.
No había forma en la que esa escena no tocará en corazón de Corina, quien rápidamente se agachó para darle un abrazo a Iker.
—Si quieres, tú y Saúl pueden pasar la Navidad con nosotros —lo invito Corina, queriendo subirle los ánimos al menor—. Es más, puedo ayudarte para que le hagas tu carta a Santa Claus y yo se la mando por correo.
—¿De verdad? —preguntó con emoción, que no duró mucho, pues volvió a agachar la mirada.
—Ay, Iker, ¿hay otra cosa? —le preguntó Corina, tomándolo con cariño de un hombro. Se sentía de la misma forma que cuando sus hijos eran unos niños y ella era la única capaz de subirles el ánimo.
—Es que Santa Claus no manda regalos a los cumpleañeros —explicó Iker—, y en unos días es mi cumpleaños.
—¿Y por qué no me lo dijiste? —le preguntó, con un gran brillo en su mirada. A sus hijos nunca les gustaron las fiestas de cumpleaños, lo que fué una tortura para ella, pues siempre quiso prepararles una a lo grande.
Por otra parte, Mark le había servido helado en un tazón a Saúl, para poder comer a gusto sus lentejas, sin sentirse un completo traga solo.
Mark no era el mejor comprendiendo emociones, pero, como llevaba meses seguidos conviviendo con Saúl, podía darse cuenta rápidamente de las expresiones que éste ponía dependiendo de su estado de humor, por lo que notaba fácilmente que algo atormentaba la cabeza de su amigo, quien tenia la mirada gacha y comía su helado con una lentitud impresionante.
—¿Pasa algo? —se atrevió a preguntar Mark, esperando que lo que tuviera decaído a Saúl no fuera nada grave.
—Ando preocupado —contestó el rubio, quien estaba al otro extremo de la barra.
—¿Hay alguna forma en la que te pueda ayudar? —cuestionó, tratando de sonar como quien comenta el clima.
—No es nada grave —le aseguró Saúl, picoteando el helado con la cuchara—, es solo que Iker va a cumplir años, y es algo triste porque lo único que podrá recibir será un fuerte abrazo.
Mark no quería aceptarlo, pero se había preocupado de forma genuina, y había sentido un profundo alivio al ver qué, en efecto, él podía ayudar en esa situación.
—No te preocupes, podemos hacerle algo —le aseguró Mark. Saúl sonrió para sus adentros—. ¿Qué día es su cumpleaños?
—El diecinueve —respondió, sin cambiar su expresión decaída.
—Perfectó, estamos a tiempo de encargarle algún pastel y comprar algunos dulces para rellenar una piñata —comenzó a planear Mark, para su propia sorprensa. Jamás se imagino armando una fiesta improvisada para un niño que no era nada suyo.
—Ay, Mark, sabes que no tengo para…
—Sera de mi parte —aclaró, antes de que Saúl siguiera hablando.
Saúl quiso sonreír victorioso, y aunque tuvo que contenerse para no hacerlo, la emoción que sentía se podía palpar en el aire.
—No me parece justo que gastes tu dinero de esa forma —soltó Saúl, esperando no ser tan convincente como para que Mark le hiciera caso—. Ya gastaste mucho en mi, ¿no te acuerdas? El monopatín, el abrigo, los dulces y peluches de Iker…
—¿Y que?
—¿Cómo que y que? Mark, ni siquiera tienes empleo y…
Saúl siguió hablando, pero la cabeza de Mark se quedó solo con eso.
¿Es que todavía no le decía a Saúl que vendía dibujos y era el segundo dueño fundador de una cadena de heladerías?
Claro que las heladerías eran administradas por su hermano mayor porque a él le daba una pereza enorme trabajar, pero eso no quitaba que le llegará mensualmente un cheque con su parte de las ganancias.
—Si trabajo —respondió finalmente, después que Saúl volviera a decir que ya había hecho mucho por él y no era necesario que siguiera desperdiciando su dinero.
—¿Sí? —cuestionó Saúl. Se había convencido que Mark dependía enteramente de Corina.
—Sí —contestó, sin dar detalles.
Por más que Mark quisiera decirle a Saúl que ese helado que se comió con Patillas en el centro comercial era de su marca, le dió vergüenza al final, debido a que realmente él no había hecho nada para sacar a flote ese negocio, el cual su padre le había regalado a los quince años.
—Aun así no está bien que te gastes el dinero de tu si trabajo en Iker —aclaró Saúl, preguntándose cuál sería ese dichoso trabajo que le dejaba tanta ganancia sin necesidad de que se matará todo el tiempo.
—Saúl, puedo gastar en lo que yo quiera —soltó Mark, antes de comer una cucharada de sus amadas lentejas.
—¿Y por qué quieres gastarlo en Iker? —cuestionó el rubio, estando genuinamente interesado por la respuesta, y no era el único.
Mark se preguntó lo mismo.
¿Por qué había gastado tanto en los gustos de Iker? ¿Por qué le había comprado un abrigo a Saúl? ¿Por qué lo había llevado, semanas atrás, a comprar un monopatín? Y, lo que no era tan relevante pero también tenía importancia: ¿Por qué le parecía adorable ver a Saúl con dos colitas?
Muchas preguntas, confusas respuestas.
Aunque la respuesta era obvia, su cabeza tardo un poco en encontrarla. El dinero realmente le sobraba, debido a que solo lo gastaba en dulces y helado, lo que realmente era importante era todo ese tiempo que había usado en Saúl, y como poco a poco le gustaba pasar todavía más tiempo con él.
Saúl le interesaba, y con ello, le interesaba su felicidad. Iker era una de las partes claves de la felicidad de Saúl, pues era como su hijo, por lo tanto, si Iker estaba feliz, Saúl también lo estaría.
En esos momentos, no le interesaba el cumpleaños de Iker, ni lo triste que era la situación del niño: Le interesaba hacer que Saúl dejara de sentirse mal por eso.
—Iker es un niño, y todo niño merece pasar un buen cumpleaños —terminó contestando. Tardó tanto en responder que Saúl ocupo unos segundos para entender a qué se refería.
Sin duda, ese gesto le pareció hermoso a Saúl. Esa preocupación por los infantes era algo que no cualquiera tenía, por lo que volvieron a su cabeza todas esas fantasías en las que él y Mark eran padres de unos hermosos niños.
Lo único que pudo detener su fantasía fue la carota de Patillas, que llegó a su mente al recordar cómo Iker le dijo que a Mark seguramente le gustaba el moreno.
¿Eso era posible? ¿Tan siquiera tenía lógica?
Lo averiguaremos.
—Mark, ¿a ti te gusta alguien? —le preguntó, cambiando abruptamente de tema, sin pena alguna. Mark ni se inmutó.
—Amo a Doja Cat —respondió como si nada.
—Sí, eso ya lo haz dicho —soltó Saúl, entre dientes—, pero ella no cuenta.
Mark dejó su tupper con lentejas sobre la barra. Había olvidado por completo como Saúl le había dicho que gustaba de él, y todo lo que eso implicaba. Probablemente Saúl quería retomar el tema y él, como todo un idiota, se lo tomó a la ligera.
—No, no gusto de nadie —corrigió su respuesta, sintiéndose como esas niñas que se ponían a jugar verdad o reto y lo único que se preguntaban era que niño les gustaba.
—¿No te gusta Patillas? —le cuestionó de la nada.
Si Mark hubiera seguido comiendo lentejas, probablemente se hubiera atragantado al escuchar eso, en su lugar, solo volvió sus labios una línea recta y abrió los ojos con sorpresa.
—¿Cómo? —cuestionó Mark. Quizá había escuchado mal.
—¿Te gusta Patillas? —repitió Saúl, sin una pista de pudor.
—No me gustan los hombres —contestó finalmente.
Solo no quiero usar “Patillas” y “me gusta” en la misma frase.
Al instante, todos los escenarios ficticios de Saúl se cayeron uno a uno. Desde los primeros en donde retrataba a Mark como un tipo super amoroso, hasta lo más recientes donde lo ponía en el papel de un padre de familia.
Si antes todo eso era imposible, ahora era más que imposible.
Roto, su corazón está súper roto.
¿Ahora como le seguiría a su historia sin sentirse triste cada que saliera Matt en escena?
Por más que la mañana transcurrió igual que todos los días, para Saúl el ambiente fue fúnebre. Ese día murieron sus esperanzas de poder tener algo con Mark.
Incluso hubiera preferido que éste dijera que si gustaba de Patillas, así su situación no hubiera sido tan crítica.
Lo peor es que nunca se lo vió venir. Creyó que su instinto había sido más que preciso a la hora de pensar que Mark era de los suyos, pero al parecer no era así.
¿Cómo pantunflotas un fan de Doja Cat va a ser hetero?
Bueno, quizá se había dejado llevar demasiado por los estereotipos y eso lo terminó por llevar a la ruina.
—¡Voy a tener una fiesta! —gritó Iker con entusiasmo, brincando sobre la cama de su abuelo, minutos después de que regresarán a su hogar.
Saúl estaba acostado en una esquina de la misma cama. Estaba tan deprimido que le daba igual si Iker le terminaba cayendo encima.
—¡Papá, cásate con Mark para que seamos millonarios! —le propuso Iker, dejando de brincar para sentarse a su lado.
—No, Iker… es imposible —soltó con pesadez, dándole la espalda a su sobrino, quien se le puso encima.
—¿Por?
—Nunca le voy a gustar, Iker —aclaró Saúl—. No le gustan los hombres.
—Pero te mira bien bonito —le recordó Iker—. ¡Son como las parejas de las series!
—Pero sin ser pareja…
—Ay, papá —se quejó Iker, volviendo a pararse—. Deja de estar en pose de perro panzón y ponte feliz por mi cumpleaños.
Saúl fingió una sonrisa, y eso le bastó a Iker para brincar de nueva cuenta, gritando que tendría una fiesta de cumpleaños y que Corina se la iba a preparar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top