Capítulo 9. Solo mía

Advertencia: este capítulo contiene contenido sexual. Si no te gusta este tipo de contenido, no sigas leyendo, aunque eso implique que perderás información de la historia.

Han pasado dos días sin que Lucci y Amélie se dirigieran la palabra. El moreno se dedicaba más a trabajar que a preocuparse por la joven. Sin embargo, esas palabras le afectaron profundamente al asesino del Gobierno Mundial. Durante esas noches no pudo pegar ojo, analizando la situación. Amélie le había confesado sus sentimientos.

Su mano se aferraba a su pecho, notando los dolorosos latidos de su corazón. Nunca había experimentado algo así. No era como cuando mataba a alguien; no sentía satisfacción.
Por las mañanas, se levantaba y veía a Hattori frente a la puerta de la habitación de Amélie. No la había visto en todo ese tiempo; incluso se preguntaba si estaba comiendo bien. Tantas emociones se cruzaban por su mente y su corazón.

¿Un monstruo como él era capaz de enamorarse?

Esa pregunta debía ser respondida, porque Lucci estaba frente a la puerta de la habitación de Amélie. La noche caía y él necesitaba ver el dulce rostro de esa joven, una chica de una belleza cautivadora. Con ella, estaría dispuesto a hacer cualquier cosa, incluso protegerla de todo mal, incluido él mismo.

Pero Amélie pensaba todo lo contrario.

Ante la tenue oscuridad reflejada en su mirada, una pequeña luz se asomaba en el horizonte. Una luz que se escondía tras esa puerta. Con lentitud, extendió su brazo hacia la madera y golpeó suavemente con los nudillos. Solo esperaba algún ligero movimiento en el interior. Escuchó pequeños pasos, pero provenían de Mr. Pickles, quien enseguida empezó a maullar como señal de que Lucci debía entrar.

Pero solo podría hacerlo con el permiso de Amélie.

—Amélie —la llamó con suavidad.

No hubo respuesta, pero no se rendiría con facilidad.

—Llevamos dos días sin vernos. Me preocupa que no hayas comido bien.

¿Lo estaba evadiendo?

—Amélie…

Estuvo unos minutos en silencio, sin saber con claridad qué decir. Realmente estaba confundido, por primera vez en su vida.

—Amélie, no era mi intención herirte. Es solo que… —paró para buscar las palabras exactas—, yo no soy el hombre adecuado.

Observó sus manos por un instante. Eran casi invisibles para cualquier ser humano, pero él podía ver la sangre que había derramado a lo largo de los años.

—He quitado vidas durante años. Yo... sabes que no suelo entender los sentimientos ajenos, pero contigo... he experimentado sensaciones desconocidas —explicaba con cautela—. Tú no eres un monstruo, Amélie. Te veo como alguien especial y atractiva, alguien con quien me siento en sintonía. Soy yo quien es un monstruo, con estas manos manchadas de sangre. Yo... no estoy seguro de poder enamorarte o protegerte.

Esperaba ansiosamente que ella abriera la puerta. La visión de sus ojos color chocolate y su rostro delicado le inundaba de una paz inesperada. ¿Habría cometido un error tan grande como para perderla para siempre?

—Estoy dispuesto a hacer lo que sea. Yo... —se detuvo, buscando las palabras— quiero estar contigo.

Por alguna razón, expresar esos sentimientos lo liberó por completo. La presión en su corazón se esfumó.

Estaba a punto de perder toda esperanza cuando escuchó el clic de la puerta. Amélie la abrió lentamente para encontrarse con Lucci. Sus ojos oscuros estaban fijos sólo en ella. Era como la primera vez que la vio en la floristería, una belleza indescriptible.

—¿Lucci dormirá con Amélie? —preguntó ella.

Un momento, ¿había estado molesta todo este tiempo solo porque no dormían juntos? Qué criatura tan fascinante, pensó él.

Lucci asintió sutilmente, aceptando la propuesta de Amélie. Entonces, sintió cómo la mano de la joven tomaba la suya y la tiraba suavemente. El aroma de la habitación llenó las fosas nasales de Lucci. Era un olor que le gustaba, que le recordaba a ella.

—¿Has comido bien? —preguntó Lucci con preocupación.

Nunca imaginó que ella tendría el valor de abrazarlo, provocando que su sombrero se deslizara al suelo. Para Lucci, todo ocurrió en cámara lenta. El dulce perfume de Amélie lo envolvió, deseando concentrarse únicamente en su fragancia.

—Amélie —la llamó con voz suave.

—Lucci no es un monstruo —respondió ella con firmeza—. Tú puedes protegerme. Eres la única persona que ha hecho que me sienta segura. Quiero estar contigo. Sé que no eres un santo, pero confío en que no me harías daño. Para Amélie, Lucci es como un gran felino que cuidará de su pequeña gatita.

Lucci se quedó sin palabras ante las dulces confesiones de Amélie. Con ternura, sus manos acariciaron las mejillas sonrojadas de ella. Se veía tan adorable que luchaba con el impulso de besar sus labios. Había soñado muchas noches con ese momento, anhelando sentir la suavidad de sus labios contra los suyos.

Sin embargo, Lucci albergaba pensamientos oscuros, temiendo pecar con ella. Dudaba que Amélie, con su condición de Asperger, pudiera manejar tal intensidad.

La morena se alejó del moreno, pero volvió a tomarla suavemente para guiarlo hasta la cama. Lucci no se sentía del todo cómodo para acostarse, sin embargo, notó que Amélie llevaba puesto un lindo pijama estampado con gatitos. "Rayos" murmuró para sí pues sabía si podría resistir la tentación de tocar más de lo debido.

Amélie se sentó en la cama y esperó a que Lucci hiciera lo mismo. Con lentitud, él lo hizo, teniendo cuidado de no asustarla. Poco a poco, ambos se recostaron en la cama. La verdad es que Lucci se sentía un tanto extraño compartiendo cama con alguien, especialmente con una mujer tan bella como ella.

—Lucci es una estafa humana —murmuró Amélie, quien estaba cerca de él.

—... Estás helada, a pesar del pijama largo —comentó Lucci.

—Es que hace mucho frío.

El hombre la rodeó suavemente con el brazo y atrajo hacia él. Una vez más, el perfume de su cabello inundó sus sentidos. Aspiró con delicadeza su aroma, mientras escuchaba apacible respiración de Amélie. Parecía estar muy coda en la cama, con los ojos cerrados.

Lucci debía mantener el control durante toda la noche para no caer en la tentación de desnudarla.

Un ronroneo cercano interrumpió el silencio. Lucci abrió los ojos y encontró a Mr. Pickles frotándose contra ellos, instándolos a despertar.
Ñ Un gruñido bajo escapó de sus labios mientras echaba un vistazo al reloj. Eran las siete de la mañana, aún temprano, y recordó que hoy tenía poco trabajo. Podría pasar más tiempo con Amélie.

La mirada de Lucci se posó en la joven, cuya cabeza descansaba en su pecho. Se veía tan pacífica durmiendo que acarició su cabello con delicadeza, reacio a despertarla. Sin embargo, sentía la necesidad de levantarse para quitarse la camisa y estar más cómodo.

—¿Te duelen? —preguntó Amélie, cuya voz llenó la habitación.

Ella también había despertado con los maullidos de Mr. Pickles. Sus grandes ojos se fijaron en la espalda de Lucci.

—No, son cicatrices antiguas —respondió él.

—Amélie ha visto muchas cicatrices, pero no como esas.

—Si te contara cómo las conseguí, definitivamente pensarías que soy un monstruo.

Amélie desvió la mirada, confundida. Ver a Lucci sin camisa era algo nuevo para ella, y sentía un impulso de abrazar su amplia espalda.

—¿Tienes que trabajar hoy, Lucci?

—No, hoy tengo el día libre.

La alegría de Amélie era palpable ante la posibilidad de pasar más tiempo juntos.

—¿Podemos quedarnos un poco más en la cama? —preguntó con una mezcla de esperanza y timidez.
Lucci vaciló, consciente de la complejidad de sus emociones.

—No es una buena idea —respondió finalmente.

—¿Por qué no? —insistió Amélie, buscando su mirada.

—Amélie —dijo Lucci, enfrentándose a ella—. Es complicado.

—No soy ingenua. Puede que sea inocente debido a mi condición, pero no soy ajena a la atracción física —declaró con firmeza—. ¿Lucci siente algo por Amélie?

Esa pregunta, cargada de peligro, colgaba en el aire. Lucci se acercó a la cama para recoger a Mr. Pickles, que aún estaba allí, y señaló a Hattori para que lo siguiera. Pronto, ambos animales estaban fuera de la habitación.

—¿Lucci? ¿Por qué sacaste a Mr. Pickles? —la confusión de Amélie era evidente en su voz.

Amélie se asustó un poco porque no se esperaba que Lucci, con un movimiento rápido, la acostara y acorralarla en la cama.

—¿Lucci? —preguntó con inquietud.

—No me lo estás poniendo nada fácil —confesó—. Soy un hombre con muchas necesidades y no sé si estás preparada para ello.

—Nunca he hecho esto antes —confesó con timidez.

—Por favor, no te muestres tan tímida conmigo —pidió refiriéndose a su actitud.

Esas mejillas teñidas de un color carmesí tentaban a Lucci a querer besarlas, como si fueran una deliciosa manzana. Él estaba conteniendo sus ganas de dejarse llevar por la pasión. La respiración de Amélie aún era un poco agitada, procesando toda la situación. Sin embargo, alzó los brazos para tomar con suavidad el rostro de Lucci.

—Amélie sabe que Lucci no le hará daño —susurró—. Yo... tampoco sé si soy capaz, pero... quiero intentarlo.

El rostro del hombre se acercó un poco más al de ella, observando atentamente sus reacciones. Los ojos de Amélie estaban desviados porque se sentía incómoda ante la mirada de Lucci. Y sus labios fueron sellados en un beso suave, pues el moreno no quería asustar a su pequeña gatita. Él no se comportaba de esa manera habitualmente, pero con ella haría todo lo posible por ser delicado.

Se separó para mirarla. Amélie llevó sus dedos a su labio inferior, tocándolo, hizo lo con el de Lucci. Él no entendía bien esa actitud; sin embargo, ella lo atrajo para sentir de nuevo ese beso. Las manos de Lucci descansaban sobre las sábanas de la cama, conteniéndose para no ser demasiado agresivo con ella.

—Me ha gustado —murmuró Amélie.

—Aún tienes mucho por descubrir —susurró Lucci, mientras acariciaba con suavidad sus mejillas.

Volvió a besarla, intensificando un poco esos pequeños y delicados besos. Notaba esas manos pequeñas agarrando o tocando sus brazos, su cabello... Cualquier cosa que alcanzaran. Lucci no se quedaba atrás tampoco; lentamente iba recorriendo su cuerpo, deleitándose con la suavidad de sus finas curvas.

Lucci se deleitaba explorando suavemente el cuerpo de Amélie, sintiendo la calidez de su piel y la suavidad de sus curvas. Ella, a su vez, acariciaba con timidez el fuerte pecho y los brazos de Lucci, fascinada por la masculinidad que emanaba.

Poco a poco, la pasión fue en aumento, pero Lucci se mantuvo atento a las reacciones de Amélie, asegurándose de no asustarla ni presionarla más allá de lo que ella estuviera cómoda. Sus besos se volvieron más profundos y sus caricias más audaces, pero siempre con una delicadeza y ternura que sorprendían a la joven.

Amélie sentía como si estuviera envuelta en una nube de sensaciones placenteras. Lucci la hacía sentir segura y deseada, pero también respetada. Poco a poco, su timidez fue dando paso a una creciente confianza.

—Lucci —gimió suavemente.

—Me gusta cuando dices mi nombre —confesó él.

Con delicadeza, las manos de Lucci tomaron las prendas de la joven para quitárselas. Ella se dejó hacer, pues empezaba a sentir un leve calor recorriéndola. Los ojos oscuros de Lucci se quedaron fijos en pequeños pechos, que parecían ser perfectos para él. Antes de nada, inició un suave camino de besos en su cuello, arrancándole más suspiros que nunca, y fue descendiendo hasta quedar frente a sus montes.

El cálido aliento de Lucci hizo que Amélie se estremeciera. Su lengua no tardó en lamer uno de sus pezones. Ella se sintió un tanto extraña, pero una agradable corriente eléctrica le recorrió la espalda.

No se sentía incómoda en absoluto.

—Se siente bien —confesó queriendo que Lucci lo supiera.

Las caricias y besos de Lucci encendieron una llama en Amélie que jamás creyó poder sentir. Sus manos recorrían con delicadeza cada curva de su cuerpo, provocando que su piel se erizara de placer.

Amélie se sentía segura y protegida entre los brazos de Lucci. Él la miraba con una mezcla de deseo y ternura que la hacía sentir especial. Poco a poco, la timidez fue dando paso a una creciente confianza, y Amélie se atrevió a explorar también el cuerpo de su amante.

Sus dedos trazaron suaves líneas sobre los marcados músculos de Lucci, deleitándose con la calidez y firmeza de su piel. Cuando sus miradas se encontraron, una conexión eléctrica les recorrió por completo, como si fueran dos almas que se habían estado buscando.

Con infinita lentitud y delicadeza, Lucci la fue guiando en una danza de caricias y besos cada vez más íntimos y profundos. Amélie se entregó sin miedo, confiando plenamente en que la cuidaría y la haría sentir amada.
Amélie está completamente desnuda ante él. Es una figura sumamente hermosa, que Lucci siempre ha deseado tocar y hacer suya. Sus manos acarician con delicadeza los muslos de la joven, notando cierta tensión. Está claro que Amélie está un poco nerviosa, pues es su primera vez.

Con suavidad, Lucci volvió a iniciar un camino de besos desde sus rodillas, descendiendo poco a poco hasta llegar a su intimidad. Amélie tuvo que desviar la mirada y acallar los gemidos cuando sintió la lengua de Lucci recorriendo su feminidad. Todo su cuerpo temblaba, pues nunca antes había experimentado una sensación así. Se concentraba únicamente en esa lengua que parecía explorar puntos que desconocía.

—Lucci —volvió a gemir.

La lengua de Lucci continuó explorando, enviando oleadas de placer a través del cuerpo de Amélie. Se mordió el labio, tratando de reprimir los gemidos que amenazaban con escapar de su boca. A medida que se excitaba más, no pudo evitar sentir una sensación de vacilación y renuencia que la invadía.

Amélie tenía síndrome de Asperger, un trastorno neurológico que le dificulta la interacción social y la intimidad. Aunque ansiaba la cercanía con los demás, el miedo al rechazo a menudo la frenaba. Pero en ese momento, lo único que deseaba era el tacto de Lucci, su boca sobre su clítoris palpitante.

Lucci percibió la lucha interna de Amélie y se detuvo un momento. La miró a los ojos, los suyos llenos de deseo y comprensión.

—¿Estás bien? —preguntó suavemente.

Amélie asintió lentamente y se mordió el labio inferior mientras Lucci reanudaba su exploración oral. Las sensaciones eran abrumadoras: la sensación de su cálido aliento contra su piel sensible, la suave succión mientras movía la lengua de arriba a abajo por su sexo.

Ella jadeó en voz alta cuando una intensa ola de placer inundó su cuerpo. Sus dedos se apretaron en el cabello de Lucci mientras se entregaba al éxtasis que recorría cada terminación nerviosa.

El cuerpo de Amélie tembló de placer y el orgasmo se apoderó de ella como una tormenta. Lucci percibió su inminente clímax y aumentó la intensidad de sus caricias, alternando entre embestidas lentas y lamidas frenéticas. Ella no pudo contenerse más y dejó escapar un fuerte gemido que resonó en toda la habitación.

Mientras Amélie se dejaba llevar por la ola de placer, Lucci se apartó un momento para darle tiempo a recuperar el aliento. La miró a los ojos con una mezcla de deseo y ternura.

—Lo estás haciendo muy bien —susurró con voz cargada de admiración.

Amélie asintió débilmente, todavía disfrutando del resplandor del orgasmo. La vacilación y la renuencia que la habían atormentado antes parecían distantes ahora, mientras se permitía entregarse por completo a ese momento.

Con una sonrisa diabólica en el rostro, Lucci se colocó en la entrada de Amélie, acariciando su palpitante pene contra sus húmedos pliegues. La observó mientras se retorcía debajo de él, con una mezcla de anticipación y vulnerabilidad evidente en sus ojos.

—¿Estás lista? —preguntó juguetonamente, con su voz cargada de sarcasmo.

Los ojos de Amélie se abrieron de par en par cuando las palabras de Lucci se asimilaron. La vacilación y la renuencia que la habían consumido momentos antes comenzaron a desaparecer, reemplazadas por una oleada de determinación. Ella quería esto, lo ansiaba, incluso si eso significaba enfrentar las incertidumbres que lo acompañaban.

Una sonrisa traviesa se dibujó en los labios de Lucci mientras observaba cómo se desarrollaba la batalla interna de Amélie. Sabía que ella estaba lista para aceptar la intensidad de sus deseos, para entregarse por completo a la pasión cruda que los esperaba a ambos.

Amélie respiró hondo y asintió lentamente. En sus ojos se reflejaba una mezcla de emoción y nerviosismo.

—Sí —susurró suavemente, con una voz apenas audible—. Estoy lista.

Lucci sonrió triunfante, sus ojos brillaban de lujuria y anticipación. No perdió tiempo en posicionarse en la entrada de Amélie, acariciando su palpitante pene contra sus húmedos pliegues una vez más.

—Mierda —murmuró Lucci en voz baja mientras observaba a Amélie retorcerse debajo de él. El contraste entre su apariencia inocente y el hambre que ardía en su interior encendió algo primario en él.

Los ojos de Amélie se abrieron de par en par al sentir la cabeza de la polla de Lucci deslizándose dentro de ella, centímetro a centímetro, con una angustiosa sensación. Su cuerpo se tensó y se le atascó la respiración en la garganta mientras luchaba por adaptarse a la intrusión. Las caderas de Lucci se movían lentamente, con un ritmo deliberado que le permitió a Amélie acostumbrarse a la sensación.

—D-despacio —jadeó ella, con una mezcla de placer e incomodidad evidente en su voz.

Lucci se rió entre dientes con tristeza y apretó con más fuerza las caderas de Amélie.

—Paciencia, Amélie —la burló, con un tono lleno de sarcasmo—. Querías esto, ¿recuerdas?

Amélie se mordió el labio inferior, intentando reprimir los gemidos que amenazaban con escapar. Había pedido esa intensidad, que Lucci tomara el control y la dominara de maneras que la hiciera sentir viva.

El cuerpo de Amélie tembló con una mezcla de deseo y vacilación mientras las caderas de Lucci la penetraban con cada poderoso movimiento. La sensación era abrumadora, empujándola al borde del placer y el dolor. Podía sentir el estiramiento de sus paredes mientras se acomodaban a su grueso miembro, un delicioso dolor que amenazaba con consumirla.

Los ojos de Lucci se clavaron en los de Amélie, su mirada llena de lujuria y dominio. Disfrutaba del poder que ejercía sobre ella, se deleitaba con el control que ejercía. Cada embestida enviaba oleadas de placer que recorrían el cuerpo de Amélie, borrando cualquier duda o vacilación persistente.

—Lucci —jadeó, incapaz de contenerse por más tiempo—, se siente tan bien.

Lucci sonrió con sorna, su voz destilaba sarcasmo mientras continuaba su implacable asalto a los sentidos de Amélie.

—Oh, Amélie —se burló —apenas estoy empezando.

El sonido de sus cuerpos chocando resonó por toda la habitación mientras se movían juntos con un ritmo perfecto. El aire estaba impregnado de un olor a sudor y deseo, una mezcla embriagadora que alimentaba su competencia tácita.

El cuerpo de Amélie tembló con una mezcla de anticipación e incertidumbre cuando Lucci se apartó de ella, dejándola con ganas de más. Observó cómo se ponía de pie, con los músculos flexionándose bajo la piel tensa. Verlo la llenó de anhelo y vacilación, sin saber qué le deparaba el futuro.

Lucci le sonrió a Amélie con picardía en los ojos.

—Ponte a cuatro patas —ordenó con voz autoritaria.

El corazón de Amélie se aceleró mientras obedecía, sintiendo una oleada de excitación mezclada con reticencia corriendo por sus venas. Su mente le gritaba que se resistiera, que le negara a Lucci el control que ansiaba. Pero en el fondo, sabía que eso era lo que quería: entregarse por completo a sus deseos.

Lucci no perdió tiempo y se colocó detrás de Amélie, aferrándose a sus caderas con posesividad. Se presionó contra el calor resbaladizo entre sus muslos antes de deslizar su pene dentro de ella, una deliciosa invasión que provocó escalofríos en la columna vertebral de Amélie.

Mientras Lucci la tomaba por detrás, sus embestidas alcanzaban todos los puntos correctos. Podía sentir el calor que crecía en su interior, una tensión que amenazaba con consumirla. Pero incluso en medio de su deseo, una parte de Amélie vaciló, preguntándose si realmente estaba lista para ese nivel de intensidad.

Lucci le sonrió a Amélie con sorna, su voz destilaba sarcasmo mientras continuaba su implacable asalto a sus sentidos.
Los ojos de Lucci se clavaron en los de Amélie, con una mezcla de deseo y desafío en su mirada. Sabía que la tenía justo donde la quería: al borde de la liberación. Aumentó la intensidad de sus embestidas, disfrutando de la forma en que el cuerpo de Amélie se arqueaba bajo él.

A Amélie se le cortó la respiración cuando las olas de placer la invadieron y crecieron con cada embestida. Podía sentir que estaba al borde del abismo, pero aún no estaba lista para dejarse llevar. Aún había una parte de ella que ansiaba más: más dominio, más intensidad.

—¡Lucci! —jadeó, con la voz cargada de deseo.

Lucci le sonrió a Amélie, frotando sus caderas contra las de ella con una urgencia casi primaria. La agarró con más fuerza mientras la penetraba sin descanso, con una fuerza inquebrantable que empujaba a Amélie aún más hacia el olvido.

—Oh, joder —gimió entre dientes—. Voy a explotar, joder.

Aumentó la intensidad de sus embestidas una vez más, disfrutando de la forma en que el cuerpo de Amélie respondía a cada uno de sus movimientos. El sonido de sus cuerpos chocando llenó la habitación: una sinfonía de lujuria y deseo que ahogó todos los demás pensamientos.

A Amélie se le cortó la respiración cuando las olas de placer la invadieron y amenazaron con consumirla por completo. Sus dedos se clavaron en la espalda de Lucci con renovada desesperación mientras luchaba contra el inevitable clímax que la aguardaba.

Sin más dilación, el clímax llegó, causando que ambos llegaron al orgasmo. El semen de Lucci llenó el interior del útero de Amélie. la joven jadeó al sentir algo caliente llenar sus entrañas, una sensación casi extraña y que nunca experimentó.

Esa noche, ambos se entregaron el uno al otro con una mezcla de pasión, ternura y un naciente sentimiento de conexión que les hizo sentir que habían encontrado algo verdaderamente especial.

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