Capítulo 7. La última visita
El plan se ejecutó a la perfección. Iceburg sigue con vida; todos sabían que solo existe una persona en este mundo con la capacidad de poseer los planos de esa arma ancestral: Cutty Flam, también conocido como Franky. Este hombre se encontraba oculto en un muelle, acompañado por Usopp y la célebre Merry Going de los Mugiwara.
Con Nico Robin y esos dos en su poder, han cazado dos pájaros de un tiro. Esa noche, con la tormenta desatada, partirán hacia Enies Lobby, donde su líder los aguarda. Un hombre inútil, pero de una crueldad sin par.
Mientras tanto, Lucci reflexiona, observando con desprecio el tren que los transportará a la sede del CP9. Sus ojos oscuros se desvían por un instante hacia una de las casas elevadas, a salvo de la marea. Allí está Amélie. Comprende que esta será la última vez que la vea, pues su misión ha concluido. Debe reprimir sus sentimientos, pero es una tarea imposible.
—Todo está preparado —anuncia Kalifa.
—Es irónico pensar que debemos regresar a "casa" —comenta Kaku, suspirando.
—Son las consecuencias de cumplir con una misión. ¿Listo para partir, Lucci? —interroga Blueno.
—Regreso en un momento.
—¿Adónde vas? El tren está a punto de salir.
—Pedidle al conductor que espere unos minutos.
—Vas a verla, ¿no es así? —murmura Kaku.
—No sé cuándo podré volver a verla. Debo ser honesto con ella —confiesa Lucci, consciente de que Amélie preguntará por él.
—Entendido. Nosotros te cubrimos —asegura el más joven.
Lucci agradeció en silencio. Con la técnica soru, se dirigió apresuradamente hacia la casa de Amélie, desafiando la tormenta que azotaba sin piedad. Hattori, su fiel compañero, no quiso perderse la oportunidad de despedirse de una amiga tan querida. Sabía que sería un adiós difícil para ella, aunque no podía estar seguro; Amélie siempre había sido una solitaria en este mundo hostil.
Inadvertido, pues la alarma por el ataque a Iceburg mantenía a todos en vilo, Lucci alcanzó su destino. Asomó su cabeza por la ventana y la vio, a Amélie, acariciando y abrazando a Mr. Pickles, su gato, que claramente detestaba las tormentas. El felino maulló, presintiendo la presencia de alguien afuera. Las miradas se cruzaron: ojos marrones chocolate y negros se encontraron. Amélie, sin dudarlo, abrió la puerta, pensando que su amigo estaría congelándose allí fuera.
—Lucci —susurró ella.
—¿Puedo entrar? —preguntó él.
—… No. Ya sé que te marchas —declaró ella, mientras Lucci fruncía el ceño—. Me lo han dicho ellos.
—¿Ellos? —inquirió Lucci, olvidando por un momento que Amélie poseía el don de comunicarse con la naturaleza—. ¿Te refieres a la tormenta y al viento?
—Así es, has cumplido tu cometido. Y ahora te alejas, dejándome aquí sola.
La revelación de Amélie dejó a Lucci desconcertado, hasta el punto de dudar de su veracidad. Parecía como si ella le estuviera confesando tener sentimientos por él, algo que Lucci consideraba imposible. No obstante, la sucesión de encuentros había comenzado a despertar emociones que él creía inexistentes.
—Eres consciente de que no puedo regresar —dijo Lucci, rompiendo el silencio.
Amélie permaneció callada, su silencio era elocuente de su disgusto.
—Mi deber es cumplir con las misiones y volver a la base —explicó, buscando hacerle comprender—. Ignoro cuándo podré regresar, ni siquiera sé si será posible.
La muchacha de cabellos como la noche se aproximó a Lucci, reduciendo la distancia que los separaba. A Lucci no le sorprendió su acercamiento; entre ellos había una confianza inquebrantable. Los ojos de ella, antes llenos de brillo, ahora reflejaban una oscuridad que a Lucci le resultaba inquietante.
De repente, el tiempo pareció detenerse.
Lucci sintió cómo sus labios eran capturados por los de ella en un beso atrevido. Eran tan suaves y cálidos como los había imaginado. Perdió la noción del tiempo, sumergido en la novedad de la emoción que le provocaba, distinta a cualquier otra experiencia previa con otras mujeres. Sus manos se elevaron, rozando con ternura las mejillas de Amélie, deseando que aquel momento no terminara. Pero la necesidad de respirar los obligó a separarse. Lucci anhelaba entender el porqué de aquel gesto.
—Amélie quería dar un regalo a Lucci. Sé que no regresarás. Por eso… acepto tu partida.
—… ¿Te das cuenta de lo difícil que será olvidarte? —preguntó él, aún impactado por el beso.
—No lo sé. Nunca he experimentado eso —admitió ella.
—Haré lo posible por volver a verte, aunque no puedo prometerte nada.
Amélie asintió, comprendiendo que Lucci es un hombre de palabra. El moreno decidió partir, aligerando el peso de la despedida para ambos, especialmente para Amélie.
Horas después, en el tren rumbo a Enies Lobby, Lucci se perdía en la contemplación a través de la ventana. Sus dedos rozaban delicadamente sus labios, evocando aquel beso osado. Cerró los ojos, anhelando revivir ese instante. La tarea sería ardua, pues se veía acosado por sueños pecaminosos con ella. Se reprochaba por ser alguien que experimenta sentimientos que desea perpetuar.
—¿Estás bien? —Kaku irrumpió en sus cavilaciones.
—… No estoy seguro —confesó Lucci.
—Verás, te conozco desde hace años y sé cómo eres. Pero nunca te había visto… contento.
—¿Contento? —Lucci se hizo eco de la palabra.
—Parecías a gusto con ella. ¿No has considerado jamás la idea de estar con ella permanentemente? —indagó Kaku con genuina curiosidad.
—Kaku, sabes que no se nos permite mantener ese tipo de vínculos. Estamos adiestrados para evitar…
—¡Lo sé! —Kaku elevó la voz ligeramente—. Yo también debería, pero en la carpintería, he descubierto lo que es sentirse vivo —confesó, dirigiendo su mirada hacia la tormenta—. Y te lo menciono porque lo que tienes con esa chica es especial.
El momento que Kaku tanto menciona podría desvanecerse en cualquier instante, esa es la cruda realidad. Ahora, Lucci debe enfocarse en su misión: entregar a Nico Robin, considerada una amenaza por el Gobierno Mundial, y a Franky, quien posee los planos de un arma milenaria. Aunque desconoce los planes de sus superiores, ya poco le importa lo que decidan hacer.
En el fondo, presiente que se avecina un combate memorable.
Y así fue. Jamás había encontrado un adversario tan fascinante como Monkey D. Luffy. El joven capitán, con una determinación férrea, estaba dispuesto a enfrentar al CP9 junto a su tripulación. Lucci tenía ventaja en varios aspectos, pero Luffy lo sorprendía constantemente con habilidades emergentes, otorgadas por el poder de la Gomu Gomu no Mi. Durante la lucha, Lucci recordaba cómo Amélie admiraba al muchacho por su aura resplandeciente.
De alguna manera, Lucci deseaba extinguir esa luz. Quería ser él quien capturara la atención de Amélie. Pero en un abrir y cerrar de ojos, todo se ralentizó para el moreno; Luffy había reunido la fuerza suficiente para asestar el golpe final, dejándolo inconsciente.
Esa fue la primera vez que Lucci fue derrotado en combate.
Un aleteo le llegó a los oídos. Poco a poco, abrió los párpados y se encontró bajo un techo desconocido, tumbado en una cama vendado. Esto significaba que no estaba en Enies Lobby. El sonido de una paloma lo confirmó: era Hattori, quien revoloteaba feliz al ver a su compañero despertar. Lucci se preguntaba cuánto tiempo había estado inconsciente. Pero una inquietud más profunda emergía: ¿cómo estaría Amélie?
—Amélie —murmuró, como si fuera su primer aliento al volver a la vida.
Con dificultad, se incorporó en la cama, sintiendo un dolor agudo en todo su ser. Él, que había infligido dolor y sufrimiento a tantos, ahora se encontraba en la posición opuesta. Entonces, el recuerdo de su derrota ante Luffy avivó una ira interna.
—Mugiwara, te juro que en nuestro próximo encuentro, te derrotaré.
La promesa de Lucci se mantuvo inquebrantable durante dos años. En ese tiempo, el Gobierno Mundial transformó a Rob Lucci en una máquina de matar implacable, ascendiendo a la posición de líder principal del CP0, una entidad aún más enigmática que las demás divisiones de Cipher Pol. Lo que realmente le disgustaba era tener que tolerar la presencia de su exlíder, Spandam, un incompetente que le resultaba insufrible. Afortunadamente, contaba con la lealtad de sus antiguos camaradas, especialmente Kaku, quien había permanecido a su lado durante toda la travesía.
Tras años de dominar técnicas prohibidas y perfeccionar el poder de su Fruta del Diablo, Lucci había alcanzado el estado de "despertar", una habilidad formidable reservada para situaciones extremas. Mientras tanto, Mugiwara, aquel joven intrépido, se encontraba fuera de su alcance, aventurándose por los confines del Nuevo Mundo.
Sin embargo, una sola figura ocupaba sus pensamientos: Amélie.
No la había visto desde aquel entonces. Anhelaba su inocencia, su ternura y aquel beso audaz que aún perturbaba sus sueños. La idea de abrazarla y respirar su esencia apaciguaba al monstruo que llevaba dentro. Dudaba si regresar a Water 7 sería prudente, ya que aquellos que una vez llamó amigos ahora lo consideraban un traidor.
Pero desoyendo su instinto, decidió volver.
Lucci se infiltró en la ciudad, camuflado entre las sombras, hasta llegar a la morada de Amélie. La incertidumbre lo asaltaba. ¿Seguiría ella allí o habría partido, incapaz de soportar la espera? La posibilidad de su ausencia le provocaba un miedo irracional, una sensación desconocida para el temido asesino del Gobierno Mundial.
Aguardó a que la oscuridad envolviera el cielo, no quería levantar sospechas. La casa de Amélie parecía deshabitada, sin luces que indicaran su presencia, una visión que confirmaba sus peores temores. Por un instante, consideró rendirse. Pero entonces, para su asombro, una figura se aproximó a la entrada.
Era Amélie.
Ella no había cambiado en esos dos años. Su rostro angelical había sido el protagonista de sus sueños recurrentes. A través de la ventana, la observó preparando la cena para Mr. Pickles. Con determinación, Lucci se plantó frente a la puerta, debatiéndose internamente antes de llamar.
Finalmente, se decidió. Tras unos instantes de espera, la puerta se abrió, y los grandes ojos de Amélie se ensancharon, reflejando una sorpresa agradable.
—Hola —saludó Lucci con cortesía.
Amélie no articuló palabra, quedó en silencio. Inclinó la cabeza, asimilando la situación, hasta que Hattori se posó en su hombro y rozó su cabeza contra la de ella con ternura.
—Hattori —murmuró con dulzura, y una sonrisa iluminó su rostro al reconocer al ave. Luego, su atención se volvió hacia el hombre que tenía delante—. Lucci.
—Ha transcurrido mucho tiempo, pero prometí que volvería para verte —dijo Lucci.
—... ¿Tienes frío? —preguntó Amélie, con una mezcla de preocupación y sorpresa.
Por poco, Lucci suelta una carcajada ante la pregunta de Amélie, claramente un intento de esquivar una conversación más profunda. Asintiendo levemente, acepta la invitación a entrar. La casa parece la misma, salvo por algunas flores nuevas en las ventanas. Le sorprende ver alguna marchita, pues Amélie siempre las ha cuidado con esmero.
El sonido de la bandeja con tazas y una tetera anuncia que es el momento perfecto para un té, especialmente en una noche fría de Water 7. Lucci se aproxima al sofá con precaución y toma asiento, mientras Amélie se sienta también, guardando una distancia prudente. Es extraño, pero comprensible después de dos años sin verse.
—¿Por qué tardaste tanto? —rompe el silencio con esa pregunta.
—Hubo... complicaciones —responde Lucci, evitando entrar en detalles.
—¿Complicaciones?
—Prefiero no hablar de ello.
—Amélie desea saber —insiste ella, recordándole su peculiar manera de hablar en tercera persona.
—Tuve un enfrentamiento con un pirata. Me dejó fuera de combate. Estuve inconsciente durante mucho tiempo. Después, fui perseguido por el Gobierno Mundial, hasta que finalmente me nombraron líder de una organización secreta.
—¿Y eso te llevó dos años antes de venir a verme?
—... No he dejado de pensar en ti —admite Lucci—. Quería saber si estabas bien.
—Yo estoy bien, pero tú... has cambiado —observa ella—. Tu aura es... diferente.
—¿Más oscura?
—No, al contrario, se ha vuelto más clara.
Lucci arqueó una ceja, desconcertado por el comentario. No podía ser cierto.
—Amélie, he cometido actos imperdonables. Mi aura no puede...
—Era oscura antes de que cruzaras mi umbral —lo interrumpió ella—, pero se transformó al verme. ¿Acaso Amélie es la paz que Lucci necesita? —inquirió con una mezcla de curiosidad y esperanza.
La pregunta de Amélie lo dejó sin palabras, tan sorprendido estaba. Era verdad que su tensión se disipaba al verla, su rostro angelical le brindaba una serenidad comparable al murmullo del mar.
—No... No estoy seguro —admitió finalmente.
—Te sienta bien, y armoniza con el tono de tu vestimenta. Eres como un ángel caído, malvado en apariencia, pero con un rastro de bondad para aquellos a quienes aprecias.
—No existe bondad en mí, Amélie, y lo sabes. Tienes la astucia para reconocerlo.
—Entonces, ¿por qué salvaste a esas personas de los piratas Candy?
—¿Cómo lo sabes...?
—Me lo contaron —dijo ella, mirando hacia la ventana, donde el viento parecía susurrar secretos.
Lucci parpadeó, desconcertado. Empezaba a sospechar que Amélie conocía más de lo que dejaba entrever.
—Entonces, ¿estás al tanto de mi enfrentamiento con Mugiwara? —preguntó. Amélie optó por el silencio, una respuesta en sí misma—. Tu silencio es elocuente.
—¿Por qué luchaste contra él? Es una buena persona.
—Es un enemigo del Gobierno Mundial. No distingo entre bien y mal. Si cumplo mi misión, me doy por satisfecho —explicó Lucci—. Y si eso implica eliminar a alguien, así sea.
—¿Y no disfrutas hacerlo con Amélie?
La pregunta había resonado en la mente de Lucci durante mucho tiempo. Aquel beso, la mirada perdida, los ojos marrones chocolate... lo descolocaban por completo.
—Disfruto cada momento a tu lado —reveló.
—¿En serio? —preguntó ella, con un atisbo de esperanza.
—Ven conmigo —propuso Lucci—. Así, no tendremos que separarnos. ¿Te gusta la idea?
—Pero, ¿y mis plantas? ¿Y Mr. Pickles?
—Trae todo contigo. No deseo que abandones lo que te hace feliz.
—¿Realmente estaremos juntos?
—Si así lo deseas, estaremos juntos.
La propuesta cautivó a Amélie. La idea de permanecer al lado de Lucci, compartiendo cada instante, era algo que la llenaba de asombro y alegría. Se puso de pie, dejando el sofá atrás, bajo la mirada atenta de Lucci, quien trataba de descifrar las emociones que se reflejaban en su comportamiento.
—¡Quiero ir contigo! —exclamó con decisión.
Era la respuesta que Lucci había esperado con ansias.
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