Capítulo 6. Cambio de auras
De vez en cuando, los ojos de Amélie se posaban en la cabeza de Luffy, imaginándolo resplandeciente como el sol, un ángel o quizás un dios. Era una visión extraña, pero reconfortante. Sin embargo, cada vez que Luffy se giraba al sentir su mirada, Amélie la desviaba discretamente. El joven empezaba a comprender el comportamiento de Amélie.
El pequeño grupo avanzaba hacia la compañía. Usopp, impaciente, anhelaba que Going Merry quedara en manos de un carpintero competente. Nami, por su parte, estaba decidida a negociar el mejor precio posible. Y Amélie... Amélie solo deseaba reencontrarse con Lucci, a quien extrañaba más de lo que admitiría.
Kaku los recibió sin inconvenientes. Luffy, confundido por un momento, comparó a Usopp con Kaku debido a sus narices prominentes, lo que provocó un reproche entre risas.
Ñ Kaku, divertido por la situación, se sorprendió al ver a Amélie entre ellos. Por órdenes de Iceburg, se apresuró hacia el barco de los Mugiwara, mientras acariciaba a un pequeño roedor llamado Tyrannosaurus, despertando la curiosidad de Amélie.
Mientras aguardaban noticias de Kaku, unos malhechores huyeron con un maletín por el río. Paulie, perseguido por deudas, tropezó con los ladrones, enviándolos al agua y descubriendo el botín.
Lucci intervino, consciente de que el dinero no les pertenecía. Paulie le recriminó su intromisión. Mientras tanto, Lucci no podía apartar su mirada de Amélie. "¿Qué hace ella aquí?", se preguntaba. La tranquilidad de Amélie, observando todo, especialmente a Tyrannosaurus y Hattori, era palpable. Hattori, emocionado por verla, se posó en su hombro, buscando su afecto.
La felicidad de Amélie al lado de la paloma avivó en Lucci un sentimiento que creía extinto, como un fénix renaciendo de sus cenizas.
Kaku regresó con malas noticias sobre el barco de los Mugiwara, sin Usopp. Luffy, descontento, sabía que él nunca abandonaría a Merry. Las circunstancias eran claras: sin aventuras, se hundirían. Amélie percibió el dolor de Luffy, su aura antes brillante, ahora teñida de tristeza y compasión.
Lucci, por alguna razón, sentía celos de la atención que Amélie dedicaba a Luffy. "¿Qué tiene de especial? Solo es un pirata", pensaba.
—Menos mal que tenemos mucho... ¡¿Eh?! —exclamó Nami al ver los maletines vacíos—. ¡¿Dónde está el dinero?!
—¡¿Y Usopp?! —inquirió el capitán.
—Probablemente tenga que ver con la Familia Franky —sugirió Iceburg—. Son peligrosos.
—¡Usopp! —Luffy corrió en busca de su amigo.
—¡Lo sentimos, pero debemos encontrar a nuestro compañero! ¡Espera, Luffy! —Nami se disculpó antes de seguir a su capitán.
Amélie observaba la preocupación en los ojos de Luffy por su compañero, un sentimiento que ella solo había conocido con animales y plantas. El viento, como un susurro del destino, soplaba hacia Mugiwara, como si quisiera guiarlo.
—Creo que tu novia está fascinada por ese pirata —murmuró Paulie, intentando provocar a su compañero.
Lucci, con un semblante inusualmente serio, se levantó y se dirigió hacia Amélie. Kaku y Kalifa observaban, desconcertados por la reacción impulsiva del notorio asesino del CP9.
—Quisiera hablar contigo —solicitó Lucci, con la voz suave de Hattori.
—¿He hecho algo mal? —preguntó Amélie, con una inocencia que desarmaría a cualquiera.
—Solo quiero conversar —insistió Lucci, su tono dejando entrever una rara vulnerabilidad.
Amélie, incierta pero no queriendo provocar a Lucci, accedió a apartarse con él para una conversación serena. Mientras se alejaban, Lucci examinaba el delicado rostro de Amélie, sus dedos temblaban ligeramente, conteniendo el impulso de acariciar su piel.
—¿Eres consciente de que ese muchacho es un pirata? —inquirió Lucci, aprovechando la oportunidad para usar su propia voz.
Amélie no respondió, su atención capturada por el vuelo errático de una mariposa.
—Amélie —la llamó Lucci con dulzura—, ¿qué ves en ese chico?
—Su aura es cálida —respondió ella—. En él veo el sol, es... reconfortante.
—Y si puedes ver las auras, ¿cómo es la mía?
—... Oscura y fría, pero con destellos que sugieren algo más.
Lucci levantó una ceja, confundido por las palabras de Amélie. Mientras su mente divagaba, preguntándose si ella sería algo más que humana, su mano se deslizó inadvertidamente hacia la mejilla de Amélie. Ella no retrocedió; al contrario, permitió que él tocara su piel, notando la suavidad de su tacto.
—¿Qué eres? —preguntó de nuevo, con una mezcla de curiosidad y asombro.
—Soy Amélie —respondió ella con sencillez.
—No pregunto quién eres, sino qué eres.
—... ¿Humana?
—Empiezo a dudar —confesó Lucci—. Pareces una ninfa salida de un cuento.
—Las ninfas son solo leyendas —replicó Amélie con convicción.
—¿Has visto alguna vez un gigante? —Amélie negó con la cabeza—. Entonces, no puedes afirmar que las ninfas no existen.
—¿Y tú, Lucci? ¿Has visto alguna? —preguntó ella.
Él negó, pero con una sonrisa enigmática añadió:
—Sin embargo, creo que ahora estoy viendo una.
Amélie parpadeó, sopesando las palabras de Lucci con una mezcla de sorpresa y reflexión.
—Amélie, tu esencia es un misterio. No eres como los demás; tu habilidad para percibir auras y tu conexión con el entorno me hacen replantear mis creencias sobre la humanidad. Tengo el deseo de descubrir más acerca de ti —dijo Lucci, con una sinceridad que rara vez mostraba.
—¿Por qué piensas que soy una ninfa? —preguntó Amélie, eligiendo centrarse en lo que le resultaba intrigante.
—... Déjalo —suspiró Lucci, aceptando la peculiaridad de su interlocutora.
En ese momento, Kaku interrumpió:
—¡Lucci! ¡Debemos volver al trabajo! Iceburg nos espera.
—Cómo has escuchado, debo marcharme —respondió Lucci, con un tono firme pero con una mirada que se demoró en Amélie.
—... ¿Podría una ninfa compartir su existencia con un leopardo? —murmuró Amélie, más para sí misma que para él, mientras una sonrisa juguetona se dibujaba en su rostro.
Lucci se detuvo, la pregunta de Amélie resonando en su mente. No sabía qué responder, su naturaleza le impedía contemplar la ternura, pero algo en ella lo hacía dudar. Optó por el silencio, continuando su camino y dejando atrás a una Amélie sumida en sus pensamientos.
Ella examinaba sus manos, como si pudiera encontrar en ellas las respuestas a su soledad. ¿Por qué la habían abandonado? ¿Qué tenía de diferente?
Las lágrimas brotaron, trazando caminos salados por sus mejillas. Lucci, al oír los sollozos, se volvió para ver a Amélie llorando. Un sentimiento desconocido lo asaltó, una punzada en su pecho.
—¿Mis padres me rechazaron por ser diferente? —susurró Amélie, ocultando su rostro entre sus manos.
Un abrazo firme y reconfortante envolvió a Amélie, brindándole un calor inesperado. Lucci, por razones que ni él comprendía, se encontraba incómodo al verla afligida. A lo lejos, Kaku observaba la escena, al igual que los demás, perplejos ante la preocupación evidente en Lucci, algo que nunca habían presenciado. Kaku incluso llegó a cuestionar si el conocido asesino estaba mostrando su lado más humano.
—No deberías atormentarte con el pasado —murmuró Lucci en un tono apenas audible, buscando calmarla—. Las razones de tu abandono pueden permanecer ocultas, pero lo que importa es que estás aquí y ahora, viva, con un propósito en este mundo. Aunque desconozco cuál es, algo me dice que eres única.
Las palabras de Lucci trajeron calma a Amélie, quien retiró sus manos de su rostro para posarlas sobre su corazón. El aroma de Lucci, un perfume masculino y sutil, inundó sus sentidos. Aunque disfrutaba del olor de Mr. Pickles o de las flores de su jardín, nunca había experimentado tal sensación con alguien como él. Se sentía protegida, querida; era una sensación de devoción.
Lucci se alejó ligeramente, ofreciendo suaves palmadas en la cabeza de Amélie, un gesto tranquilizador que decía que todo estaría bien. Era también una señal silenciosa de que debía marcharse a trabajar. Los ojos de Amélie se abrieron de par en par al percibir el cambio en el aura de Lucci, que pasó de ser oscura a una cálida, una energía que parecía reservada solo para ella. Con delicadeza, sus dedos rozaron los de él, secando sus últimas lágrimas.
Esa gentileza la hizo sentir única, especial.
En ese momento, Amélie deseó que Lucci no se alejara.
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