Capítulo 5. Despertar de emociones

Lucci despertó, sus ojos se posaron confusos en el techo desconocido. No estaba en su hogar, eso lo sabía. La noche anterior había decidido quedarse con Amélie; la presencia de la joven le resultaba agradable. Ahora, ella dormía a su lado, abrazando su brazo como si fuera un peluche. Aunque Lucci no podía recordar cuánto tiempo había pasado transformado en leopardo, fue suficiente para que su cuerpo cediera al cansancio y se sumiera en el sueño.

Con delicadeza, intentó liberar su brazo sin despertar a Amélie. Ella frunció el ceño en señal de descontento, pero mantuvo los ojos cerrados, sumida en un sueño profundo. Al levantarse, Lucci observó el caos que había dejado en el salón; el estrés y los recuerdos amargos inundaron su mente. ¿Qué era lo que lo atraía tanto hacia ella?

En la cocina, la paloma Hattori lo esperaba, batiendo sus alas con entusiasmo al verlo. Sin embargo, percibió la distracción y la confusión en el rostro de su amigo. Inclinando la cabeza, se preguntó qué pensamientos turbaban a Lucci.

—Un hombre desprovisto de emociones como yo no debería sentir esto —se dijo a sí mismo—. No es propio de mí preocuparme por alguien más. ¿Qué me llevó a quedarme con ella?

Ojalá Hattori pudiera ofrecerle la respuesta que Lucci tanto anhela, sería la solución a sus conflictos internos. La paloma conocía cada detalle del camino que su amigo había recorrido: los rigurosos entrenamientos desde su infancia y los asesinatos cometidos, todo en nombre de obedecer a sus superiores.

Ahora, el asesino se encontraba sumergido en un océano de incertidumbre.

Hattori se posó en su hombro, propinándole suaves picotazos, un gesto para distraerlo de sus pensamientos. Lucci lo recibió con gratitud, acariciando con ternura la cabeza de la paloma con su dedo. Hattori era el único ser al que realmente estimaba.

De repente, unos pasos resonaron en la estancia. Lucci se volteó y vio a Amélie, quien se frotaba un ojo con inocencia infantil.

—Creí que te habías ido —susurró ella, con un dejo de tristeza en su voz.

—... Debo irme al trabajo —respondió Lucci, echando un vistazo al reloj de pared.

—¿Acaso trabajas todos los días? ¿No te tomas un descanso?

—Soy carpintero, y los barcos no se reparan solos.

—Pero es necesario descansar. El cuerpo no puede funcionar siempre al máximo. He leído que la falta de descanso puede provocar desmayos o incluso algo peor —explicó Amélie con preocupación.

«¿Acaso ella se preocupa por mí?», se preguntaba Lucci, el moreno de cabellos ondulados. Era una sensación desconocida para él, acostumbrado solo al miedo y al respeto de los demás. Pero la mirada de Amélie, de un marrón chocolate profundo, reflejaba una emoción distinta.

Alejándose de la mesa, Lucci se acercó a ella. Amélie reaccionó con dulzura, encogiéndose ligeramente, temerosa de que él pudiera lastimarla. Sin embargo, su temor era infundado. Aun a distancia, podía sentir la calidez que emanaba de Lucci.

—Eres como una estufa —comentó ella, con una sonrisa.

Lucci frunció el ceño, confundido.

—¿Por qué soy un hombre-leopardo? —inquirió.

—Uhm… no estoy segura. ¿Pierdes el control a menudo?

—En ocasiones. Es el entrenamiento lo que permite dominar los instintos —explicó él.

—Anoche no me lastimaste. De hecho… disfruté mucho de tu compañía —confesó Amélie con una sonrisa tímida.

Lucci creyó percibir un leve rubor en las mejillas de Amélie. Le parecía imposible; aunque se veía a sí mismo como alguien atractivo, Amélie solía tener dificultades para expresar sus emociones, al igual que él. La idea de que estuvieran predestinados cruzó su mente, pero la descartó rápidamente.

—Cuando pruebo la sangre... ya no soy el mismo —admitió Lucci, su expresión era inescrutable.

—No, tú no me lastimarías —afirmó ella con convicción.

—¿Cómo puedes estar tan segura? Otros han pensado lo mismo y al final... —su voz se apagó— todos ellos terminaron a manos de mi ira.

Amélie guardó silencio, reflexionando sobre lo dicho. Lucci encontraba encantador verla así, con la cabeza inclinada, procesando sus palabras.

—¿Te apetece un café?

Ella había esquivado la pregunta.

—Parece que prefieres evitar las preguntas difíciles, ¿no es así?

Amélie no respondió, se dirigió a la cocina y sacó un frasco de café y unas tazas del armario. A Lucci le fascinaba estudiar a las personas, y este juego le resultaba particularmente interesante.

—¿Entendiste lo que te pregunté? —insistió Lucci. Amélie dio un respingo al oír un sonido que parecía un ronroneo.

—No me gustan esas preguntas.

—Me había dado cuenta, pero ignorar una pregunta es de mala educación —señaló él.

—Y a mí no me agrada ese tono que usas.

Lucci frunció el ceño, confundido, pero luego comprendió a qué se refería. Se acercó con precaución y susurró detrás de su oreja.

—¿Te refieres a este tono de voz? —Amélie pegó un brinco y se cubrió las orejas. A Lucci le divirtió su reacción—. Eres una persona muy interesante, Amélie.

La expresión de Amélie era de descontento, y la cercanía con Lucci la hacía sentir incómoda, aunque parte de ella imaginaba que él seguía transformado. Mientras tanto, Lucci no podía apartar la vista de los delicados labios de Amélie, sintiendo la tentación de besarlos. Para él, la idea de un pecado tan inocente era fascinante. Levantó su mano hacia el rostro de ella, pero se detuvo en seco al ver que Amélie retrocedía.

Era como un animal cauteloso, desconfiando de todos excepto de aquellos que no veía como una amenaza. La paciencia siempre había sido su aliado en la caza. Gradualmente, Amélie se acercó, permitiendo que las puntas de sus dedos rozaran sus mejillas. Lucci quedó cautivado al tocar su piel suave como la de un bebé. Deseaba que ella lo mirara a los ojos para comprender que no le haría daño.

—Debo irme a trabajar —anunció Lucci de repente.

—¿Regresarás?

La pregunta lo tomó por sorpresa.

—... ¿Por qué deseas que regrese?

Un nuevo silencio se instaló. Quizás Amélie estaba en conflicto interno, sin saber realmente lo que quería.

—Soy un solitario, Amélie —confesó—. Tú lo sabes. Las relaciones amorosas no son lo mío.

Pero entonces, Amélie lo abrazó con fuerza, dejando a Lucci petrificado. Una confusión se reflejó en su rostro y un sentimiento desconocido y cálido brotó en su interior. Lucci mantuvo los brazos abiertos, reacio a corresponder el abrazo. No quería sucumbir a la tentación de explorar ese sentimiento. Con suavidad, puso las manos en los hombros de ella para separarla.

—No hagas eso de nuevo.

—... L-Lo siento —murmuró ella con un sollozo—. Solo quería experimentar cómo se siente... ser abrazada por alguien.

—No soy de los que disfrutan... el contacto físico.

Amélie se retiró, asimilando las palabras de Lucci. Su rostro permanecía impasible mientras volvía a sus quehaceres con el café, dándole la espalda a él. Lucci, por su parte, no le otorgó mayor importancia; ambos compartían la dificultad de exponerse al mundo exterior. Con pasos firmes, se dirigió hacia la puerta, la presencia de Hattori a su lado le brindaba una silenciosa compañía. La incertidumbre de si sus caminos se cruzarían de nuevo quedó flotando en el aire.

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Transcurrieron dos semanas. Para Lucci, esos días se tornaron difíciles, añorando la presencia y la voz suave de Amélie. Noche tras noche, la visitaba en secreto, observándola desde el tejado, aliviado de que no sufriera ataques.

No obstante, luchaba con sus emociones en silencio. Un ser de su naturaleza no debería sentir, debía mantenerse frío y alerta. El abrazo de Amélie, sin embargo, reveló su anhelo por el contacto humano, no por posesión, sino por el deseo de proteger y ofrecer seguridad en sus brazos.

Esta batalla interna traía consecuencias; su concentración en el trabajo flaqueaba y sus compañeros lo notaban, especialmente el CP9.

Los rumores sobre Nico Robin acercándose a Water 7 con los Mugiwara, aquellos que vencieron al Shichibukai Sir Crocodile, llegaron a sus oídos. Para Lucci, era una oportunidad perfecta para capturar al enemigo número uno del Gobierno y, tal vez, lograr un segundo objetivo.
Sería matar dos pájaros de un tiro.

—¿Crees que colaborará? —susurró Kaku.

—No tiene elección. Está acorralada —respondió Lucci con certeza.

Kaku se acomodó en la madera, dejando escapar un suspiro profundo. A pesar de disfrutar su oficio de carpintero, era consciente de su verdadera identidad como agente encubierto, obligado a cumplir las órdenes del Gobierno Mundial.

—Oye, te veo distraído —rompió el silencio.

—Son imaginaciones tuyas —respondió Lucci, tomando asiento.

—¿Has visto a Amélie últimamente?

—Prefiero no saber de ella.

—Pero si la visitas todas las noches —insistió Kaku, encontrándose con una mirada fulminante de Lucci—. ¿Qué es lo que te inquieta?

—... No estoy seguro —admitió—. Es difícil de explicar.

—Yo disfruto este trabajo —comentó Kaku con una sonrisa serena—. Y tú, disfrutas la compañía de Amélie.
—No digas tonterías.

La risa suave de Kaku resonó ante la reacción de Lucci, quien contenía el impulso de responder con violencia a las provocaciones.

—Lo que sientes es...

—Cállate, Kaku —cortó Lucci con severidad.

—¿Nunca has tenido curiosidad por lo que se siente al gustar de alguien? Eres un hombre atractivo, Lucci. Tú y esa chica... comparten algo especial.

Cada palabra de Kaku era un reflejo de la verdad, pero Lucci no podía permitirse la cercanía con Amélie. Ella era delicada, y él... un asesino que se deleitaba en la caza. La idea de compartir su mundo con ella era impensable; sería exponerla a la naturaleza monstruosa de su ser.

La llegada de Kalifa interrumpió sus pensamientos. Aprovechando la distracción de Iceburg, que conversaba con otros empleados, se acercó con noticias.

—Nico Robin ha llegado —informó—. El barco de los Mugiwara está anclado en el puerto.

—Eso es una buena señal, ¿no es así?

—Exactamente. Preparaos —declaró Lucci con firmeza—. Es hora de poner en marcha nuestro plan.

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Amélie se encontraba en una floristería, absorta en la contemplación de unas rosas, sin recordar cómo había llegado allí. Perdida en sus pensamientos, sentía que algo le faltaba, aunque no podía identificar qué era.

Sus ojos, del color del chocolate, se posaron en una pareja que navegaba alegremente en una barquita por el río. Se imaginó en ese lugar con Lucci, pero recordó sus palabras: él no podía amar a nadie. ¿Sería su naturaleza lo que lo hacía diferente a los demás?

Con una mano sobre el corazón, Amélie sintió una opresión desconocida, una sensación que no le agradaba en absoluto. De pronto, una voz humana, semejante al latido de un tambor, captó su atención. Era un joven moreno con una cicatriz bajo el ojo izquierdo, destacando por su sombrero de paja, acompañado por un chico de nariz prominente y una mujer de cabello naranja.

El palpitar de su corazón resonaba de manera única ante la presencia del joven, quien le parecía la personificación de la pureza, en contraste con Lucci. Decidida, Amélie los siguió, intrigada por saber a dónde se dirigían con aquellos voluminosos maletines. Aquel muchacho... había capturado su curiosidad.

—¡Con este dinero podemos reparar a Merry!

—¡Luffy! No deberías gritar —le reprendió Usopp—. Podrían intentar robarnos —advirtió en un susurro.

—Es cierto, debemos ser discretos —concordó Nami.

"Luffy", un nombre que resonaba con curiosidad en la mente de Amélie. Para ella, él era como un sol brillante, o al menos eso le parecía.

Mientras tanto, Luffy notó que alguien los seguía. Al girarse, no esperaba encontrar a una joven de aspecto dulce e inocente tras ellos. No parecía tener malas intenciones, pensó.

—¿Por qué nos sigues? —preguntó Luffy.

Amélie no dijo nada, solo continuó observando, lo que empezó a incomodar a Luffy.

—Hey, te he hecho una pregunta.

—Luffy, no seas tonto —Nami lo reprendió, golpeándolo en la cabeza y estirando su cuello.

—... ¡Es de goma! —exclamó Amélie, fascinada.

—Sí, este tonto comió una Fruta del Diablo —confirmó Nami.

—No quiero ser descortés como nuestro capitán, pero realmente queremos saber por qué nos sigues —insistió Usopp.

—El ritmo de su corazón es como un tambor suave. A Amélie le resulta agradable.

Nami y Usopp no lograban comprender a qué se refería Amélie. Luffy, con su cuello ya en posición normal, observaba a Amélie con interés, notando la inocencia en su manera de hablar. Se acercó a ella, percatándose de que sus ojos color chocolate no lo miraban directamente.

—Oye, ¿sabes de algún carpintero que pueda ayudarnos con nuestro barco?
Amélie inclinó la cabeza, un gesto que dejó a Luffy confundido. A pesar de no ser el más astuto, intuía lo que ocurría.

—Buscamos a alguien que repare nuestro barco —repitió Luffy, esta vez no como una pregunta.

—No muy lejos de aquí hay una compañía —dijo Amélie—. Conozco a alguien que podría ayudaros.

—¡Perfecto! Estoy deseando ver a Merry como nueva.

Amélie se preguntó si "Merry" sería el nombre de su barco. No era relevante para ella; cualquier pretexto era bueno para encontrarse con Lucci de nuevo.

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