III •TOBIAS•



TOBÍAS

—Esto es incómodo —se queja tratando de acomodar sus piernas.

—Vamos, cariño. Ni que fuera la primera vez que lo hacemos.

—Cada vez es más estrecho —refunfuña haciendo un lindo puchero.

—Eso es imposible, Lucy. Es el mismo desde que comenzamos.

Resopla por enésima vez en los últimos veinte minutos tratando de buscar comodidad.

—Te dije que compráramos una tienda de cuatro personas —exclama—. Así teníamos más espacio y no amanecería con dolor de todo por las mañanas.

La atraigo con un brazo acomodándola sobre mí para pincharle la cintura con el índice haciendo que se ría.

—No te enojes, cariño. Aunque te vez preciosa enojada, te prefiero feliz.

—Me quejo todas las noches —objeta—. Deberías acostumbrarte.

Río y me acerco a besarla. Como cada noche, luego de insistir por unos tres segundos, me corresponde el beso dejando su humor de perros de lado. Ya le conozco sus resabios y he aprendido a manejarla —en el buen sentido— en cada una de sus facetas de loca.

—Ya me acostumbré, por eso no me he ido dejándote a merced de los lobos en medio del bosque.

—Pero has tenido la tentación, ¿verdad?

Me encojo de hombros con una sonrisa, ganándome una colleja no tan suave.

Van seis meses desde que emprendimos nuestro viaje hacia ningún lado. Compramos una tienda de dos personas pensando que sería suficiente, pero noooo, a doña exigente le parece que el espacio no es suficiente, aun cuando dormimos en ella el setenta por ciento de las noches... el otro treinta lo pasamos en moteles de paso o refugios para viajeros donde ofrecen hospedaje a cambio de alguna labor.

Pese a su incomodidad, eventualmente termina aceptando el precario espacio y amanece dormida echada encima de mí, siendo yo el que se levanta con dolor de músculos; aunque no se lo digo para que no se sienta mal. Ha sido un gran cambio y una aventura increíble viajar con mi Lucy, ha sido aprendizaje, madurez y una forma que hallé de amarla cada día más. En un par de meses se cumplen dos años desde que estamos juntos y no la cambiaría por nada en el mundo.

Ni mis padres ni los suyos estuvieron muy felices cuando les dijimos que no saldríamos de la graduación a estudiar inmediatamente; fue todo un reto llegar a conciliar algo con ellos, pero terminaron aceptando todo. Es decir, no les quedaba mucha opción, ambos ya éramos mayores de edad y en teoría no les estábamos pidiendo que nos dieran los recursos para viajar, era más un aviso amistoso de que nos íbamos.

Luego de salir del colegio —y de graduarnos sin problemas— ambos buscamos empleo para ahorrar dinero y poder vivir aquello de lo que tanto hablábamos en nuestros ratos juntos. Igual nuestros ahorros siguen casi intactos. A diferencia de lo que la gente piensa, no es costoso viajar si sabes repartir bien los recursos y aprendes a dejar las comodidades de lado. La mayoría de nuestro transporte ha sido a punta de aventones de camioneros o familias viajeras y el dinero lo gastamos solo en lo indispensable.

Hace una semana que salimos del país y no sabemos a dónde vamos. Cuando pedimos aventón, llegamos a donde el conductor se dirija. Hemos conocido muchos pueblos, varias ciudades y mucha naturaleza. Mi Lucy es una persona fuerte y temeraria, no ha habido ni una vez en que diga que no porque toca dormir en el suelo o comer cosas poco comestibles.

Su falta de delicadeza ha sido nuestro mayor aliado en esto (a excepción de sus quejas por la carpa). Hemos experimentado tantas cosas y atesorado tantos momentos, compartido con diferentes personas, escuchando, aprendiendo, y en todas nos ha ido bien. Mi chica se acopla a cualquier ambiente y cae bien a todas las personas... por mi parte, solo trato de seguirle el paso.

No diré que fue fácil partir en primer lugar, pero no nos arrepentimos de nada. Mi mamá lloró un montón diciendo que tuviéramos cuidado con los asesinos y con los osos. La suya es más relajada y nos dio la bendición diciendo que deberíamos disfrutar la juventud y todo el rollo de «abrir las alas y volar del nido». Incluso antes de irnos, nos regaló una cámara fotográfica para que inmortalizáramos cada momento.

Creo que esa es la parte favorita de Lucy: le encanta tomar fotos de todo y me arrastra a mí en ello. nos pareció genial la idea de recorrer el mundo —o la mitad de él, depende de cómo salga todo— antes de hacer algo con nuestra vida, aunque en la práctica, lo estamos haciendo; descubrir el mundo es descubrirse a uno mismo, saber tus debilidades y tus fortalezas, abrir la mente y cambiar de perspectivas y creo que lo estamos haciendo bastante bien.

No voy a decir que hacer esto resultó sencillo al comienzo; al segundo día de dormir en el suelo —en la tienda de campaña— amanecimos con la espalda llena de dolores por todos lados y estuvimos a nada de mandar todo a la mierda y volver a casa como perros arrepentidos. Pero ese día llegamos casualmente a un pueblo con un gran parque que ofrecía salto bungee.

—Intentémoslo —Había dicho al ver a una pareja lanzarse—, si vamos a volver pronto, al menos una locura debemos hacer. Que valga la pena haber venido.

Como con todo, la complací y esperamos el turno para eso; siempre había querido hacerlo y ella se veía bastante emocionada así que, al llegar a la cima del puente, nos ataron juntos y nos dieron las indicaciones. La adrenalina que recorría mi cuerpo era algo genial. Me sonrió con sus ojos brillantes y me dio un beso antes de impulsarnos para caer al vacío. La sensación fue maravillosa: la libertad, el viento, el vértigo, incluso el miedo... todo junto fue la confirmación de que queríamos vivir muchas cosas extraordinarias para contar dentro de muchos años. Así que decidimos seguir adelante con la aventura y estamos cada día aprendiendo más.

Ni que decir de lo feliz que me siento en su compañía. Cada mañana despertar a su lado es un sueño... y ni siquiera eso, porque ni en mis más locas fantasías hubiera imaginado hace tres años que estaría hoy acá, en medio del bosque en alguna parte perdida del mundo, acostado junto a una hermosa mujer que me ama, cumpliendo el sueño de muchos de recorrer lugares​ inimaginables a los veinte años.

Nuestro plan es... en realidad no tenemos plan alguno, dijimos que cuando fuera momento de volver y retomar la vida adulta, lo sabríamos y por ahora no ha llegado ese momento. Queda demasiado por vivir aún y no hay nada que desee más que seguir con ella por donde la vida nos lleve.

El canto de pájaros y el sol tratando de entrar a través de la gruesa tela de la tienda, se volvieron mis amaneceres diarios; la tranquilidad que se respira en estos momentos es magnífica y el aroma que desprende el cabello de la chica que reposa en mi pecho hace el lugar más hermoso de lo que es.

Buscando un poco de movimiento en mi cuerpo al sentirme entumecido, me deslizo hacia la derecha haciendo que ella se despabile y se agarre más fuerte a mí.

—Buenos días, cariño.

—Aún no es momento —arrastra las palabras con somnolencia. Sonrío y dejo un beso en su cabeza.

—Sigues siendo igual de dormilona.

—Ajá.

—Lucy, voy a levantarme. Quédate otro rato.

Asiente y se suelta de mí para girarse hacia el otro lado, dándome la espalda. Estamos en una región de clima cálido, así que su vestuario de dormir es muy mínimo y al verla en esa posición debo tragar saliva y reconsiderar el salir de la tienda. No importa que hayan pasado dos años, el deseo que despierta en mí no ha disminuido ni un poco; si es posible, ha crecido cada día más.

Puedo quedarme otro rato.

Ladeo el cuerpo hacia ella pasando mi mano por sus piernas descubiertas, sé que está despierta pero no hace el intento por moverse. Deslizo mi mano hacia arriba, acariciándola con la yema de mis dedos, pasando por sus muslos y llegando lentamente hasta la cadera. Escucho cómo suspira y cuando llego a su espalda, se gira con sus ojos ya muy abiertos y una mirada que acaba de prenderme, lo que no hacía falta.

—No hagas eso —gruñe.

Me acomodo sobre ella y llego a sus labios, los que ella recibe sin pensar. Su manera de no cohibirse nunca me cautiva desde el primer día, eso no ha cambiado.

—¿Por qué?

Dejo un beso muy suave en su cuello y ella eleva la barbilla un poco, soltando un profundo suspiro.

—Oh, no importa —su respiración irregular hace juego con las caricias de sus manos en mi espalda—. Haz lo que quieras, amor.

Estamos en una zona de camping, pero por ser pleno febrero, somos los únicos acá. El campo es abierto, un gran bosque, que linda con un pueblito que visitamos anoche, y el sol en su punto máximo completan el paisaje.

—A unos metros hay un río —susurro en su oído. Un gemido sale de sus labios—. Podemos ir o... estar acá... o donde quieras.

Sus ojos están cerrados y mis labios besan su piel expuesta; su suavidad me fascina, es como una obsesión estar besándola todo el tiempo. Lo perceptivo que es su cuerpo a mis caricias me incitan siempre a más.

—O podemos estar acá —jadea— unos... cincuenta minutos y luego ir al río —entierra sus uñas suavemente en mi piel—... otra hora... O más...

—¿No decías que la tienda era incómoda?

De un jalonazo cambia las posiciones y me deja debajo. Me agarro de su cintura a la vez que besa mi pecho y mi cuello. Sus caricias son tan suaves y placenteras que cada vez que las recibo, me hacen llegar al cielo. Lucy es lo opuesto a un ángel, pero fácilmente me lleva al paraíso.

—Soy flexible —susurra en un tono altamente seductor—. Veremos cómo. Al igual que siempre.

Tantas aventuras que vivir, tantos momentos por explorar, tantos recuerdos para crear y todos a su lado. Es más que amor lo que siento por ella, es devoción y unos deseos irrefrenables de hacerla feliz, de ser yo el causante de sus sonrisas y el que despierte en ella los más alocados deseos y fantasías.

Porque eso es lo que ella hace conmigo.



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