Capítulo 52


Como para que no se me olvidara que debo arreglar las cosas con Tobías, mi subconsciente se encargó de plantar su imagen para proyectarla en mis sueños e impedir que saliera de allí. Los deseos de verlo acrecientan a cada minuto que pasa al igual que los nervios de no saber si va a querer algo conmigo después de todo lo que ha pasado o no.

Pero estoy dispuesta a hacer todo intento por él.

Le dije a Mike que no hablara de mí con Tobías y al parecer él tampoco ha preguntado. No sé cómo sentirme al respecto pero prefiero pensar si no me ha mencionado es porque sabe que Mike puede contarme y prefiere evitar incomodidades.
Quiero decirle tantas cosas... todo lo que él significa para mí, lo mucho que deseo estar a su lado, lo mucho que lamento haber hecho lo que hice, pero pensándolo justo ahora, no encuentro las palabras para hacerlo.

Esto es algo nuevo para mí y no sé cómo reaccionar a los sentimientos que él me saca a flote. Es como cuando compras un nuevo aparato: te fascina de sobremanera y quieres explorarlo para saber cómo funciona, pero... no sabes cómo empezar, ni cómo manejarlo bien para que no se averíe. La diferencia es que para los aparatos nuevos siempre hay tutoriales, para el amor no.

El pánico que me produce entrar en terreno desconocido es inmenso y Totó ha estado diciéndome que no me preocupe, que no exagere, que lo peor que puede pasar es que me diga que no quiere saber de mí, pero eso no ayuda realmente.

Hablo con ella por vídeo porque su mamá no la dejó venir hoy, así que estoy descargando la ansiedad con una pantalla que a ratos se congela por la señal débil de la conexión.

No sabía ni siquiera cómo acercarme a Tobías y Totó sugirió que le dijera todo en la casita del árbol. Cuando le conté todo lo que pasó esa noche en que subimos, ella estaba fascinada escuchando, eso​ de Narnia le pareció lo más romántico del mundo: la idea de estar en otra dimensión, como él lo llamó, y mi amiga lo encontró ideal para confesarle mis sentimientos.

Creo que la psicosis de saber que vamos a estar en otro lugar ajeno a la realidad puede ayudarme a dejar fluir las palabras con más confianza, así que me pareció también una buena idea... Espero no haberme equivocado.

A pesar de que la casita está solo a dos o tres metros del suelo, no es sencillo subir algo y me ha llevado un par de horas poder acomodarla un poco para que sea habitable... y también me hace apreciar más todo lo que Tobías subió aquella noche para que estuviéramos ahí.

Conforme pasan los minutos me pongo más ansiosa y no se me ocurre otra cosa que hablar conmigo misma diciendo pros y contras de todo. Roberta dice que lo más probable es que la cague, pero Esmeralda dice que, aunque eso es cierto, debo arriesgar. Así que sí..., estoy bastante decidida.

Cerca de las cuatro de la tarde —cuando Mike dijo que estaría llegando—, decido a mandarle un mensaje. Debo ver primero si quiere hablarme, pero como estoy optimista, ya estoy en la casita con la esperanza de que no vea problema y suba. Si dice que no, tendremos que agarrar la dignidad y bajar sin que nadie nos vea. El día está helado, completamente oscuro y pido a las nubes que no se les dé por llover porque no sé si esto es a prueba de agua y no quiero averiguarlo. Saco mi celular con una sensación de vértigo en el pecho, busco con lentitud el contacto de Cobertizo y toco el espacio de escribir para que salga el teclado.

Mente en blanco. La rayita que espera a que oprima las palabras parpadea presionándome tácitamente a que haga algo. Nada. El brillo de la pantalla baja y oprimo de nuevo para que no se apague, tecleo lo más simple del mundo a razón de no saber qué más.

Hola.

Aparece en línea y los dos chulitos azules indicando que ya lo vio. El corazón se me acelera cuando aparece el escribiendo en la parte superior. Incluso mi mente cuenta los segundos que demora en entrar el mensaje: seis segundos.

Hola, Lucy, ¿cómo estás?

Bien, ¿qué tal tú?

Recién llegué.

Muerdo mis labios con fuerza. Es el momento, es ahora o nunca. O mejor nunca, Roberta. ¡No, señorita! Nada de arrepentirse.
Respiro hondo dándome valor para seguir escribiendo.

Genial.
Oye, ¿podemos hablar?

Diez segundos, está en visto, pero no sale que está escribiendo. Veinte segundos de desesperación de mi parte y llega la respuesta:

No estoy seguro de que sea buena idea.

Maldición. Guardar la dignidad y el orgullo, debo recordar eso.

Por favor.

No te quitaré mucho tiempo.

Uno, dos, tres minutos completos y no dice nada. Dios, no quiere saber de mí, está enojado y con justa causa, acabo de perder todo porque no vendrá y ahora... Uh, respondió.

De acuerdo.

¿Vienes o voy?

¿Te veo en Narnia?

Claro, en cinco minutos estoy allí.

Sonrío con el corazón a mil a la pantalla y guardo el celular. Siento cómo mis manos empiezan a temblar levemente y la garganta se me reseca, respiro hondo tres veces tratando de guardar oxígeno extra por si el espacio se me hace muy pequeño. Estoy sentada con las piernas cruzadas en la pared paralela a la puertica. Unos minutos después, escucho que empiezan a subir. Enderezo la espalda y trago saliva de nuevo.

Tú puedes, Lucy. Solo debes ser sincera, solo es un chico y...

Veo su cabeza llegar y luego agacharse para entrar. Siento como si no lo hubiera visto en mucho tiempo a pesar de que solo pasaron ocho días. Su cabello está despeinado, trae una chaqueta negra y un jean azul. Al verme me sonríe marcando sus hoyuelos y se sienta frente a mí también con las piernas cruzadas. El silencio se hace presente, incomodando todo a su paso hasta que él habla en voz baja y dubitativa:

—Hola.

—Hola. —Vamos Lucy, di algo—. ¿Cómo te fue donde tu tía? —Bien, podemos ir rompiendo el hielo.

—Muy bien, ella y su esposo son muy amables. Lucy, ¿por qué...?

—Terminé con Luka —interrumpo.

Sus ojos se abren un poco más de lo normal y puedo jurar que sonríe levemente, pero controla su expresión y se limita a asentir.

—Oh, ¿por qué?

—No podía seguir engañándolo —murmuro—. No era justo, y tú...

Excelente, las palabras no están llegando como deberían, al contrario, parecen perderse con cada segundo que pasa.

—¿Yo qué? —inquiere, clavando sus ojos en los míos.

—Tú... emmm, yo... —aclaro la garganta, pero no. Nada. Esto es más difícil de lo que pensé—. Lo siento, yo... No puedo hacer esto si me miras —mi voz sale en un hilito que en otro momento me habría avergonzado.

Creí que el mero deseo de empezar algo con Tobías iba a ser suficiente para sacar al orgullo de la casita del árbol... parece que me equivoqué. Estoy en blanco.

—¿Hacer qué?

—Decirte que... ammm... ¿Sabes qué? Me voy a girar hacia la pared y te pediré que no me interrumpas.

Sé que eso es de cobardes y es bastante ridículo, pero no veo manera de hacerlo bien si sus ojos siguen distrayéndome así. Es imposible. Con la dignidad allá en mi habitación descansando mientras yo estoy aquí, giro mi trasero quedando de cara a la pared y de espaldas a él.

—Bien —accede y calla.

Respiro hondo. De nuevo. Cierro los ojos y sin abrirlos, empiezo a hablar.

—De acuerdo... Terminé con Luka porque no lo quiero, porque intenté no hacerlo sufrir a él y terminé sufriendo yo y en el camino te arrastré a ti también y no sabes cuánto lo lamento. Intenté por todos los medios que no me gustaras porque aún creo que no te merezco, pero tú me diste una estrella y una casita de árbol... me llevaste un gato para los cólicos — Suelto una pequeña risa al rememorar eso—. Me diste cariño y me di cuenta de que ningún chico lo había hecho antes de esa manera y por eso me asusté.

»Cuando te conocí en el supermercado, no pensé que te volverías tan importante para mí. Intenté querer a Luka para evitar mi cariño hacia ti, pero luego llegabas y me sonreías y todo se iba al traste.

»Aún tengo miedo de lo que pueda pasar. Me preguntaste que cuál era mi mayor miedo y te respondí que el amor, eso aún es cierto; más que no querer sufrir, no quiero hacerte sufrir a ti. Me diste ganas de arriesgarme, pero a la vez temo fallar.

»Cuando estábamos en la iglesia y nos dimos ese primer beso, noté la dulzura y la delicadeza que me transmitías, y aunque en ese momento no me di cuenta, ya te empezaba a querer. Aquella noche que llegué de mal humor a tu habitación, tú me consentiste y noté lo feliz que me sentía en tu compañía, luego me rechazaste y al ver lo mal que me sentó eso supe que no eras un chico más del montón.

»Llegó un punto en el que decidí alejarme de ti porque no sabía cómo enfrentar lo que me hacías sentir y lo más sensato era huir. Pero no funcionó porque cada vez que te veía, te quería besar. Aquella noche que pasamos juntos, fue la mejor que he vivido; jamás me había conectado con una persona de esa manera, era... otro nivel, uno en el que el cariño queda en medio. Verlo de ese modo me hizo querer terminar con Luka y poder ofrecerte lo que merecías.

»La sonrisa que tuve esa noche y al otro día, me aterraba porque no quería que un chico tuviera ese poder sobre mí, lo que no había notado era que ese poder ya lo tenías desde el día que me diste un paraguas. Aún me pregunto qué viste en mí para hacer todo lo que has hecho. Fuiste el primero que me hizo sentir... querida, y como algo más que una chica con la que se tiene una aventura. Me aceptaste con todos mis defectos sin reprocharme ninguno, aun cuando estabas en el derecho de hacerlo en ocasiones.

»Me dijiste que no ibas a ser mi plan B, pero la cosa es que lo eres... Mi plan A era no enamorarme.

Al terminar noto que mi vista se puso borrosa y que un calor me inunda las mejillas. El corazón me late demasiado rápido y estoy deseando que me trague la tierra. Tobías no interrumpió como le pedí, pero ahora que terminé el silencio incomoda y me hace sonrojarme aún más. Debí quedarme callada luego de decir "terminé con Luka". Qué vergüenza.

Roberta, ¿y ahora qué?

No sé, espera un momento a ver qué dice.

No dice nada.

Mi vista sigue clavada en la pared y aclaro la garganta​.

—Ya puedes decir algo.

—Voltéate —pide—. Mírame.

—No quiero —susurro, metiendo la cara entre las manos—. Estoy muy avergonzada ahora —confieso. Escucho que suelta una risita.

—¿Por qué?

—Porque sí. Eso que dije debió sonar ridículo. Jamás he hecho esto y no sabía qué decir. Debí buscar el Google qué debía decir... Dios, qué vergüenza. Si quieres puedes irte ya, ya dije más de lo que planeé en primer lugar.

—¿Estás loca? —inquiere—. Acabas de decirme que me quieres, ¿y esperas que me vaya?

—Tobías, no te estoy obligando a nada —aclaro por si las dudas—. Quería que lo supieras, pero no te pido que me aceptes porque...

—¿Porque no te merezco? —dice con sarcasmo. Asiento con la cabeza aún de espaldas a él—. ¿Crees que todo lo que he hecho, lo he hecho porque no eres suficiente? Vamos, Luciana, gírate.

Lentamente vuelvo a la posición inicial pero incapaz de mirarlo a los ojos. Froto mis manos una con la otra sin levantar la vista y con la espalda tan encorvada como puedo.

—Mírame —exige. No me muevo—. Vamos, Lucy, deja que te mire a los ojos.

Obedezco y finalmente levanto la cara. Sus hermosos ojos grises están brillantes, cristalinos y reprimo las ganas de abrazarlo como si no hubiera un mañana. Gatea un par de centímetros, se pone de rodillas frente a mí y toma mi mentón con su mano.

—Lo siento —exclamo—. No quería hacerte sufrir con lo de Luka.

—Es mi turno de hablar —sentencia. Asiento en silencio; sus ojos no se despegan de los míos—. No te imaginas lo que significa para mí lo que acabas de decir, te he sido claro en cuanto a lo que siento por ti desde el comienzo; eso no ha cambiado y...

No lo puedo evitar y en un arrebato me impulso a darle un beso. Lo toma por sorpresa y cuando noto mi imprudencia, me separo de él evadiendo su mirada.

—Lo siento... —en realidad no lo siento.

—Cállate, Luciana.

Se acerca él y me besa de nuevo, me acomodo de rodillas frente a él para quedar a nivel a la vez que subo mis manos a su cuello y a su cabello. Me aferra por la cintura al tiempo que sus labios acarician suavemente los míos. Dios, esto es el cielo en su máxima expresión. No hay ni una sola o mínima duda: él es mi hombre ideal.

Fue un beso tan esperado por mí al no saber cómo iba a salir todo, que lo degusto con calma y sin precipitarme, lo saboreo como si solo fuera el primero de todos los que recibiré de ahora en adelante. Su calidez y ternura característicos hacen que suba una de sus manos y la ubique bajo mi mentón, tocando muy delicadamente esa área con tanta devoción que me hace brincar el corazón de cariño por él.

Tobías suspira y el beso termina, pero sin apenas abrir los ojos, tomo su cara con ambas manos y dejo un beso en su mejilla y luego en la otra, para luego colgarme a su cuello en un abrazo que me corresponde de inmediato.

—Lamento mucho hacerte pasar por esto —murmuro sobre su hombro.

—Tus palabras acaban de compensarlo —responde—. ¿Qué tal un borrón y cuenta nueva?... Otra vez.

—No... —Niego con la cabeza y me separo sin soltarlo, solo para admirar sus ojos—, todo lo que ha pasado no lo puedo borrar, todo eso me trajo a ti y a... enamorarme de ti.

—Dios, eso se oye magnífico. Repítelo.

Sonrío antes de darle un suave beso.

—Estoy enamorada de ti.

—No me cansaré de escucharlo. —Sus labios tocan los míos varias veces, un segundo cada vez, solo un roce, solo un contacto lleno de amor.

—Estoy enamorada de ti. Quiero decírtelo cada día, a cada momento, en medio de cada beso y que no se te olvide nunca. Quiero que te lo tatúes en la mente y lo guardes en el corazón. Estoy completamente enamorada de ti.

—Eres ridícula —apostilla en una risa.

—Tú eres ridículo y no me dijiste que era contagioso —objeto.

Cuando echa un poco hacia atrás la cabeza para soltar una risita, mira sobre mis hombros y arruga la frente.

—¿Qué es eso? —Señala una bolsa que cuelga de la pared. Me encojo de hombros y respondo con sinceridad:

—Un tamal —ríe fuertemente—. Era por si no me perdonabas, debía tener una garantía —explico.

Ni yo puedo explicar en qué momento eso me pareció una buena idea; visto ahora, es absurdo.

—Eres doblemente ridícula —Acaricia mi mejilla con dulzura—, pero lo conservaré, gracias.

Las rodillas ya me duelen por la posición, pero no me interesa en lo más mínimo. Tomo aire para hacer la pregunta que me ha estado atormentando por una semana:

—Entonces, ¿me das una segunda oportunidad?

—Sería épico que en este momento te dijera que no.

—Si lo haces, me llevo mi tamal y te lanzo de acá al suelo de un empujón —advierto.

—Eso cambia la situación —concede en tono socarrón—. No me dejas muchas opciones.

—Lo tomas o lo dejas.

Sonríe de lado, con esa mueca hermosa que me cautiva y se inclina hacia adelante, para depositar un beso estático y tierno sobre mis labios. El aroma de su colonia y la sensación de su beso me hacen suspirar cuando se separa.

—Lo tomo.

Me besa de nuevo, esta vez con más determinación, seguridad y duración.

No. No hay fuegos artificiales como en los libros o música de Simple Plan en el fondo. Nuestros labios no sueltan un brillo proveniente del amor que profesamos y tampoco tengo una visión del futuro diciendo que envejeceré a su lado y que estaremos rodeados de nietos...

Pero sí puedo decir que el beso es mágico, que él es el amor de mis momentos, que lo amo de la manera más pura que puede existir: desde el alma, y que todo lo que nos falta recorrer lo haré feliz a su lado, venciendo miedos, obstáculos y disfrutando de cada parte de él.

Literalmente, disfrutando cada parte de él.

Puede durar unos meses, unos años o toda una vida, no lo sé, pero a partir de ahora, haré que cada momento cuente y sé que él hará que valga.


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