Capítulo 43



Desde el primer instante posterior a acceder a cenar con Tobías, me arrepentí. Sabía que mi voluntad no iba a durar mucho cuando saliera con sus cosas tiernas y sus palabras... o solamente cuando lo viera a los ojos. Y no me equivocaba. Cada segundo que paso hablando con él me corroboro más a mí misma que es demasiado bueno para ser real, parece sacado de la lista de cosas que secretamente quiero en un hombre.

Evita el tema de «nosotros» a propósito porque sabe que es incómodo para mí y eso me parece el detalle más dulce de su parte. Desde que Diego me dijo que él y la rubia no tenían nada, he querido besarlo y me ha costado un triunfo y varias evasivas resistirme. Todo lo que dice me atrae y me hace sentir que, a pesar de las obvias y grandes diferencias, tenemos cosas en común: la manera de pensar, de sentir y la verdad sea dicha, esa atracción constante que nos junta cual magnetismo. Además de que me siento muy bien con su compañía, nunca me he dejado ver de la manera en que lo he hecho con él y no se siente mal, al contrario, es genial.

Se siente correcto.

Por eso, sumergida en el momento, en la situación y ver lo que hace, lo que dice, lo que es él mismo y mis reacciones, contribuyen a que deje por un lapso mi orgullo a un lado y le pida besarme. Ignoro a Roberta que me dice que no lo haga, que sabe que es mejor no tentarse... o más bien ceder, porque tentada he estado todo el rato, pero ceder implica dejarme llevar y olvidar lo que es mejor para él, solo pensar en mí de la manera más egoísta que puede haber.

Mi petición hace que ese sonrojo que tanto me gusta aparezca en su rostro, dándole ese aire de ternura e inocencia pícara que tanto me encanta. Roberta me dice que me retracte, que me aleje sutilmente y le insinúe que era un chiste, pero no puedo.

—¿Segura? —pronuncia bajito, con temor de acercarse demasiado.

No lo estoy, pero mi lado Esmeralda, es decir el que me grita que debo estar con él, acalla a todo lo que pueda darme una razón válida para no besarlo. Así que un movimiento ligero de mi cabeza arriba y abajo le da el permiso para hacer eso que ambos queremos y que tuve el valor —o la imprudencia— de pedirle.

Se acerca de a poco, despacio y sin prisas; mis ojos conectados a los suyos todo el tiempo exceptuando un segundo que desvío la mirada a sus labios haciendo que relama los míos y trague saliva. Finalmente, el contacto sucede y me permito cerrar los ojos para disfrutar ese roce que se me hace lo mejor del mundo. Su primer toque es tímido y muy corto, un beso dulce. Trata de alejarse un poco, pero me impulso hacia adelante antes de que lo haga para unir nuestros labios de nuevo. Su mano sube a mi mejilla con tanta ternura y devoción. Con esa sutil caricia me trasmite tantas​ cosas​ que me alegran cada parte del ser. Entonces una voz inoportuna nos hace separar.

—Disculpen, ya vamos a cerrar —miro mal a la chica con el gorro del local que se sonroja al notar que interrumpió. Se retira con una sonrisa incómoda y avergonzada.

Sacados de la burbuja de esa manera tan abrupta y con mis cinco sentidos de nuevo manejando mi sistema, puedo arrepentirme con libertad de ese desliz. Busco mi bolso con las manos y miro a cualquier lado que no sea su cara. Estoy sumamente... diría avergonzada, pero esa no es la palabra porque lo disfruté y quisiera poder seguirlo, pero sí... culpable. Creo que con eso le doy a Tobías el mensaje equivocado y esa no era mi intención.

Sea como sea, él sí está colorado y le pido a Dios internamente que no se le dé por sacar el tema. Tampoco puedo ignorarlo e irme por mi lado, principalmente porque vivimos uno al lado del otro.

—¿Qué hora es? —digo, para comprobar si está o no enojado conmigo. Pero no, responde sonriente como si nada hubiera pasado, es más, luce contento.

—Más de las diez.

El tiempo se pasó volando.

—Debemos tomar un taxi entonces.

—Claro.

Salimos del restaurante y empezamos a bajar las escaleras para llegar a la puerta, casi voy arrastrando los pies por pura inercia porque de cierta manera no me quiero ir. Él lleva sus manos a los bolsillos de su pantalón y camina cabizbajo, en total silencio. Todas las tiendas ya están cerradas y afuera hace un frío tremendo, prefiero no expresar la incomodidad que tengo porque sé que un chico como Tobías, en su caballerosidad, me daría su chaqueta y no quiero enrarecer más las cosas.

Esperamos cerca de diez minutos hasta que un taxi nos recoge, le indicamos la dirección y arranca. El sonido de una emisora de música de los cincuenta y nuestras respiraciones son todo lo que se oye en el pequeño espacio. Tobías lleva su vista fija en la ventanilla, pero en un segundo que giro a mirarlo con la intención de que sea fugaz y disimulado, su mirada choca con la mía, atrayéndola como si de magia se tratase.

Retuerzo mis manos una con la otra sin interrumpir el contacto visual, sus ojos reflejan un pequeño brillo que hace juego con su pequeñísima sonrisa. Estamos cada uno en una esquina del asiento, así que hay bastante espacio entre nosotros.

Solo son como como treinta centímetros, Lucy, no exageres.

Pero eso es demasiado para mí, Esmeralda.

Ya que no estábamos realmente lejos, a los pocos minutos el auto se detiene y yo lo pago. Tobías hace el amague de hacerlo, pero ya pagó todo hoy, debo ayudar con algo. Se baja del taxi y me tiende la mano para que baje también. Quedamos de pie en la acera, entre ambas casas, él enfrente mío y sin decir nada.

—Gracias por todo —murmuro sin mirarlo.

—No hay de qué —responde y se acerca a mí.

Me rodea con sus brazos y correspondo enseguida rodeando su cintura con los míos, lo aprieto con fuerza en actitud posesiva. No queriendo soltarlo nunca. Hundo mi cara entre su cuello y su mentón y él acaricia mi cabello. Este es uno de esos momentos ultra mega íntimos que nunca comparto con nadie más que con Mike o con Will; sentirme vulnerable y de cierta forma pequeña en sus brazos es algo que no acostumbro a experimentar. Es horrible, pero estando con él, no se siente tan mal.

—Promete que no te enojarás conmigo —susurra y me separo un poco de él sin soltarlo aún.

—¿Por qué me...?

Siento sus labios en los míos, callando y respondiendo al cuestionamiento que no terminé de hacer. Se mueven con fuerza, pero con la delicadeza que adorna su personalidad, con necesidad y a la vez con entrega, su sabor es una mezcla del helado de vainilla y de su dulzura natural.

Sin despegarme de él subo mis manos a su cuello y él baja las suyas a mi espalda, aferrándome cada vez más fuerte. Mi cuerpo se estremece y no solamente por el frío endemoniado que hace. Delinea mi labio inferior con la punta de su lengua y sube una de sus manos a mi mejilla, rompe el contacto y lentamente abro mis ojos; él aún no los abre y su respiración es acelerada, al igual que la mía, aunque puede que por distintas razones.

—¿Me quieres? —susurra y abre sus ojos.

Al tenerlo acá justo ahora, luego de ese beso y de que realizara esa pregunta que no esperaba, me doy cuenta de la verdad; esa que tanto he estado evitando y que a pesar de que mi subconsciente —y Mike— me la grita, la he acallado con miedos y temores camuflados en excusas sin sentido que quiero arraigar como certezas.

Yo lo quiero.

Él saca de mí las ganas de querer intentarlo, de arriesgarme y ver qué tal me va, de apostar todo por el premio de su amor. Eso no quita esos resquicios de duda y temor, inseguridades que no se alejan complicando todo aún más. Porque quiero ser todo lo que Tobías merece, y aún no lo soy.

Por otro lado, está mi amiga y el hecho de que le prometí terminar con esto de Luka. Ahora sé que él solo me atrae por lo físico que su relación me ofrece, pero no me inspira ni una milésima parte de lo que Tobías hace. Luka no me hace fantasear con todo lo que una relación seria y monógama ofrece, no puedo imaginarlo como esa persona que se quede conmigo para ayudarme a sanar heridas pasadas y a Tobías... sí.

—Sí —confieso. Mis manos tiemblan y no es de frío completamente, mi voz sale en un hilito casi inaudible—. Pero tengo miedo.

—El miedo impulsa la valentía —murmura—. Y la valentía te lleva a ser más feliz.

Pone su mano en mi mentón y me obliga a mirarlo. Mis ojos se humedecen por tantas cosas que se arremolinan en mi cerebro y por todo lo que Tobías revuelve en mi corazón.

—Me importas —admito—, y mucho... Si algo pasara...

—No pienses en eso, Lucy —pide—. Tenemos toda una vida para cometer errores, pero no quiero que el no intentarlo contigo sea uno de ellos.

Sus palabras hacen que sonría con nostalgia y que la lágrima que había retenido con tanto ahínco, baje por mi mejilla. La limpia con su dedo y yo suelto una risita entre dientes para luego pasar mi propia mano por mi mejilla.

—Yo no lloro.

—Déjalo —suelta de pronto, se muerde el labio con nerviosismo y ante mi mirada confusa, continúa—: Deja a Luka. Me gustas mucho... empieza de nuevo... conmigo.

Trago saliva y mi pulso se torna irregular por la propuesta. Quisiera gritar al mundo que lo quiero, decirle que sí justo ahora y olvidarme de todo lo que involucra a Luka o a Totó o a cualquier ser vivo que no sea el hombre que tengo enfrente. Sólo él y yo. Aceptarlo para mí misma era lo único que yo necesitaba para gritarlo a los cuatro vientos y lo he hecho... pero debo primero arreglar las cosas y ordenar todo antes de querer empezar con él. Quiero hacer las cosas bien y eso implica no decirle que sí hasta que haya quedado todo claro con los demás, para estar cien por ciento con él.

—Dame tiempo —susurro—. No te imaginas lo mucho que quisiera decirte que sí justo ahora, pero necesito tiempo. —Su rostro parece apagarse un poco con la decepción, así que me apresuro a añadir—: Solo es para arreglar las cosas con Luka y con mi amiga. Quiero estar contigo —De ser posible ya, en la próxima hora—, pero quiero hacerlo bien, sin Luka y sin más enredos.

Me dedica una de esas sonrisas ladeadas llenas de ternura antes de acercarse y besarme una vez más. Quizás sea porque en la práctica ya le he dicho que sí, pero este beso se siente diferente, es como si los otros los hubiera estado conteniendo de todo lo que él puede dar y ahora no temiera hacerlo.

—¿Y si esta noche...? —pronuncia bajito y con la voz grave, para luego sacudir la cabeza en negación.

—¿Qué?

—Nada, es inapropiado.

Dado el tono de su voz, el color de su cara y de paso, los caminos que mis pensamientos han tomado, sonrío burlona al imaginar lo que quería decir... o al menos suponerlo.

Tobías me ha demostrado —a pasos muy lentos— que como él dijo, no es tímido, solo necesita acostumbrarse y conmigo al parecer ya lo ha hecho. Pero eso no le quita lo caballero, y creo que de cierta manera le da vergüenza hablar de esos temas; sin embargo, espero que tenga bastante claro que por mí no hay problema en que diga esas cosas, aunque también creo que tiene una Esmeralda interna que le dice que se calle cuando va a decir algo inapropiado, por no decir atrevido.

Menos mal que yo escucho más a mi Roberta atrevida y luego de mi revelación interna, no desaprovecharé la oportunidad viendo que él me da el mensaje indirecto de lo que desea.

Me acerco ahora yo a besarlo, pero sin delicadeza, un beso que lo deje queriendo más, un beso que espero le transmita lo que me hace sentir y desear. Con mis uñas rasguño suavemente su cuello y sus manos me acarician la espalda enterrando suavemente los dedos. Lo desea tanto como yo.

Me separo de un solo movimiento limpio con un jadeo en los labios y las manos y las piernas temblando de expectativa. Antes de caminar hacia mi puerta, me acerco a su oído, poniéndome un poco en la punta de los pies.

—No cierres la ventana.

Aprieto su mejilla con mis dedos y le guiñó un ojo, entro a mi casa con una sonrisa de par en par esperando que no sea tan caballeroso como para cerrarla o arrepentirse. No quiero entrar con él a la suya para evitar posibles inconvenientes, además colarse por la ventana es más divertido.

Entro a hurtadillas para no despertar a nadie y con sigilo entro a la habitación, Mike ronca en mi cama como un oso a pesar de que no son ni las once y su sueño es lo suficientemente pesado para no preocuparme de que se despierte.

Luego de dejar mi bolso, ponerme algo más cómodo y ligero, y haberme perfumado un poco, salgo por la ventana y ¡Dios mío! está helando demasiado. Sintiendo los poros de mi cuerpo cerrarse ante la temperatura, camino hacia su ventana. Sonrío con satisfacción cuando la veo abierta, toco el cristal con los nudillos para que me ayude a entrar porque además de que es alta, mis músculos están entumecidos por el frío de la noche.

De un brinco quedo dentro con él rodeándome con los brazos, le sonrío un segundo antes de besarlo desenfrenadamente y jadeo al ver que me corresponde de igual manera, dejando al Tobías de besos dulces y castos por allá en un lugar lejano a esta habitación. Quizás acá en la oscuridad olvide su bendita timidez y saque el lado salvaje que ansío que me muestre desde que lo vi por la ventana sin camiseta.

Lo empujo de a poco hasta que caemos en la cama conmigo encima, acomodo mis piernas a sus costados y beso su cuello con urgencia.
En un movimiento que me sorprende, me levanta la blusa por la espalda para meter sus manos debajo, me incorporo un poco y me la quito, haciendo lo mismo con la suya.

Nos gira, quedando yo debajo y repite la acción que yo hice hace unos segundos con mi cuello, me arqueo cerrando los ojos; este chico me saca de quicio sin haber empezado a hacer nada aún. Sus manos viajan desde mi cuello, por mi pecho, mi abdomen y vuelven a mi rostro sin soltar mis labios en ningún momento. Muerdo mi labio con fuerza cuando pasa su lengua desde mi mentón hasta el inicio de mi pecho porque no olvido que estamos en su casa y lo que menos quiero es que su madre me escuche.
Noto que me observa para luego acercarse a mi oído y susurrar:

—No te preocupes. —Muerde suavemente mi oreja—. La casa está sola, estamos solos.

Sonrío sobre sus labios y un gemido se escapa entre dientes. Esta podría ser catalogada como la mejor noche de mi vida, o al menos como la primera de muchas a su lado.

No puede ser más claro.

Él es el chico.



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