Capítulo 42


Siempre me tengo que olvidar de los malditos rostros de la gente. ¿Será que también estudiaba en Ángeles? ¿Bailé alguna vez con él? ¿Por qué no lo recuerdo? Y es extraño porque la verdad este chico, con ese aspecto, no es fácil de olvidar...

—No te preocupes si no me recuerdas —exclama, apaciguando mi inquietud—. En realidad, no hablamos. Yo estudiaba en Kingston High en Ángeles.

—No sé de dónde puedes conocerme —confieso, algo avergonzada.

—Ese día que ese tipo de cabello castaño te acorraló en aquella fiesta, fui yo quien lo golpeó.

El recuerdo horrible de ese momento pasa a no ser tan desagradable. Esa fatídica noche, luego de la humillación que sentí por las palabras de Derek, no presté atención a nada más. Pensándolo bien, en realidad ni siquiera agradecí al chico que me salvó de una posible violación y que ahora, por cosas de la vida, tengo frente a mí.

Aunque me observe con esa intimidante mirada —y si me intimida a mí es fácil imaginar lo dura que es—, le debo mucho. No puedo reprimir la acción que mi conciencia me inspira en este momento, es una mezcla de agradecimiento y aprecio por el chico que se reflejan en un inminente abrazo que lo toma por sorpresa. Hasta a mí me toma por sorpresa, pero ya qué.

Me agarra sutilmente devolviendo la muestra de cariño con algo de incomodidad. Incomodidad que también siento yo.

—Gracias por eso.

—No hay de qué —murmura. Es más alto que yo, así que agacha un poco la cabeza para hablarme—. Tobías no deja de mirar hacia acá.

Me separo de él sin voltear a verificar si es cierto. Aliso las inexistentes arrugas de mi ropa y un segundo antes de caminar hacia el gran grupo, Diego se dirige de nuevo a mí en un susurro entre dientes, tapado por una sonrisa.

—La rubia está conmigo. No te preocupes.

—¿Entonces por qué...?

—Le gustas al chico.

La emoción que esas cuatro y simples palabras causan en mí, me aterra. Eso quiere decir que la rubia —que dejó de ser una enemiga para mí— no tiene nada con él, ¿entonces cuál es el motivo de que...? Oh, ¡quiere darme celos! Es una ternura y lo peor es que de no haberlo sabido, habría funcionado. Estaba funcionando. Así que ahora le debo dos cosas a Diego.

La chica rubia no le suelta el brazo a Tobías, pero ya no me molesta, en especial porque Diego no deja de mirarlos con recelo por lo que deduzco que tal vez no son nada en realidad, pero él quiere que sean algo. Interesante cruce de citas esta noche. Solo falta que aparezca Luka con alguna chica y quedamos completos.

Nos decidimos por una película de acción, hoy no estoy para el romance. Estamos en la fila de la taquilla para conseguir las entradas cuando reparo en que nuestro grupo es ahora más pequeño.

—Totó —llamo en voz baja, Tobías va adelante con la rubia y Diego detrás—. ¿Y Ramón?

Ella sonríe con picardía.

—Se fue con Beth. —Abro mucho los ojos y sonrío con la mandíbula caída; Totó continúa—: Ella recibió una llamada de su madre que la necesitaba y cuando nos dijo, resulta que viven en el mismo vecindario. Él dijo que ninguna de las películas que había le interesaban, así que él podía acompañarla.

—¿Ramón se ofreció a llevarla? —Estoy muy sorprendida, orgullosa pero sorprendida—. ¿Ramón?

—Lo sé, se sonrojó mucho, fue muy gracioso, pero Beth también se sonrojó y se fueron.

—No imagino una conversación entre los dos.

—Quizás congenian, ella es un poco más habladora, pero parece que le gustó Ramón —responde en susurros—. Sólo dejó dicho que se disculpaba contigo por irse y a mí me dijo que no esperaba a que salieras del baño realmente porque no quería verte enojada.

—Que ternura, espero que llegue a segunda base.

—¡Pinky! No todos son como tú.

Me río y ella niega con la cabeza. No esperaba que hubiera tanta fila, aunque también influye que sólo haya dos cajas abiertas. Una llamada a mi celular interrumpe mi conversación con Totó.

—¿Aló?

Hola, Mer.

—Hola, traidor.

No seas así, cariño. Llamaba para decirte que ya nos desocupamos, estamos en el centro comercial y nos preguntábamos si podíamos acompañarlos.

—No sé, ya que preferiste a Will, ten una cita con él.

Vamos, Mer, no seas así. ¿Podemos ir?

Pensándolo un instante, yo he querido presentarle a Mike a Totó. Mi instinto femenino me dice que podrían hacer buena pareja y que mejor que una cita a oscuras en un cine. Resoplo para dar vida a mi actuación, aunque ya Mike me tiene comprada y accederé.

—Bien, vengan rápido, ya vamos a comprar las entradas y si crees que voy a invitarte, te equivocas.

Genial, porque ya estamos aquí.

Volteo a mirar y, efectivamente, mi amigo y mi hermano ya están a un par de metros de nosotras. Ruedo los ojos mientras se acercan meneando sus manos a modo de saludo.

Al llegar a mí, le doy la espalda y Mike me abraza con la correa de seguridad en medio de nosotros. Me cruzo de brazos.

—¿Me perdonas, Mer?

—No.

—Por favorcito —murmura y me pincha la cintura con un dedo para hacerme reír.

—No.

—Por favor, por favorcito.

—¡No me hagas cosquillas! —Me giro a él en medio de una risa y le desordeno el cabello—. Está bien, solo por ésta vez.

—Siempre lo harás, porque me amas.

—Lo arruinaste, ya no te perdono.

—No te hagas la rogada, mocosa —interviene Will. Le saco la lengua y el descarado le pasa un brazo a mi amiga por el hombro, ella levanta una ceja—. Tú debes ser la amiga de mi hermana.

Curiosamente, ellos dos no se habían encontrado tampoco, cuando ella va a casa, él no está. Y ahora la mira como a una de sus conquistas, ¡que idiota! Es mi amiga.

—Ni lo pienses, Will —advierto y le doy un manotazo para que la suelte, él lo hace y me mira ofendido.

—No hice nada, lo más decente es que la presentes, eso es todo.

—Idiota. —Giro mi cara a mi amiga que ríe divertida con la situación—. Ellos son Will, el hermano que la vida me impuso y él es Mike, el hermano que yo escogí y que ahora me hace dudar de mi criterio.

Ella le da la mano a Will y sonríe con cortesía, cuando le da la mano a Mike ¡se sonroja! Y el imbécil de mi amigo sonríe como tonto. Deberíamos tener igual de suerte nosotras, Roberta.

—Sí, y ella es...

—Disculpe, ya les toca. —Me interrumpe un señor atrás de nosotros que nos indica que ya es nuestro turno de pasar a la caja.

Mike y Will están fuera de la malla de seguridad porque acabaron de llegar, pero sacan dinero y me lo entregan para que compre sus entradas. Luego de tener todos los tiquetes, me agarro del brazo de mi hermano, y nos reunimos a la entrada de la sala.

—Hola, Tobías —saluda Will.

—Hola, chicos. —Gira hacia sus acompañantes—. Ellos son Grishaild y Diego.

Ya nos aburrimos de tantas presentaciones. ¿Qué importa? Total, no los volvemos a ver.

—¿Tú no salías con mi hermana? —La imprudencia de mi hermano es equivalente a mi falta de vergüenza; es decir, es grande.

—No, Will. Cállate.

Desvío la mirada con fastidio, Tobías se sonroja y la rubia trata de ocultar la risa. Totó me mira con una sonrisa ladina que me indica que acaba de descubrir algo. Diego y Mike se ríen abiertamente.

—¿Segura? Porque...

—Sí, Will, segura —interrumpo, con la paciencia en sus últimas gotas—. Entremos.

A ver si te callas.

Las luces aún están encendidas, nuestros asientos ocupan toda la tercera hilera de arriba, de la columna de la mitad. Diego se sienta en la esquina, seguido de la rubia, luego va Tobías.

—Sigue tú —susurro a Totó. Ella niega.

—Me mentiste y no me sentaré allí. —No suena a reproche, suena más a venganza—. Y ya hablaremos después de esto.

Blanqueo lo ojos y miro a Mike.

—No.

Miro a Will.

—Me gusta la esquina. —Se sienta en ese lugar y luego pasa Totó con Mike.

Ella queda en medio de los dos, los tres sonríen burlándose de mi existencia. Malditos. Ramoncito no me habría hecho esto. Lo hizo, sólo que se fue antes.

Resoplo y me abro paso al único asiento que queda, entre Mike y Tobías. Cuando paso junto a mis queridos amigos, les pego con las piernas adrede. Malditos todos, de nuevo.

Me siento con la vista al frente y mis manos una sobre la otra. Me inclino hacia un lado, a donde está mi castaño amigo y sin dejar de mirar la pantalla con la publicidad pre-función, le susurro:

—Te odio.

—No he hecho nada —se defiende—. Oye, ¿tu amiga es soltera?

Eso quita mi desdén un poco hacia él pues realmente me emociona que algo pueda pasar entre ellos. Pero sigo enojada.

—Pregúntale tú.

Vuelvo a mi posición justo cuando apagan las luces. Yo no soy de comer palomitas, así que compré dos chocolatinas enormes afuera. Creo que Diego compró palomitas grandes, Tobías solo compró un jugo y mi hermano un perro caliente. Iiugg. ¿Quién en su sano juicio come perro caliente en el cine? Sé que muchos, pero me parece desagradable.

Han pasado solo diez minutos de película, giro a mi derecha y Mike está besando a Totó. Eso fue rápido. Sin embargo, yo no estoy besando a nadie, así que hay que dañarles el momento. Le doy un jalonazo de cabello a Mike que se separa y me devuelve la acción. Me río y los de adelante nos dedican un sshhhh muy prolongado.

De repente y a mitad de película, Will se levanta, se acerca un poco a mí por encima de los demás y susurra:

—Salieron mejores planes, nos vemos en la casa.

Me limito a asentir, sin estar nada sorprendida; de las mil veces que hemos ido a cine, solo se ha quedado dos veces hasta el final. Seguro alguna chica llamó a ofrecérsele. Me despido con la mano y él sale.

Las explosiones de la película retumban en los altavoces de la sala y por primera vez estoy totalmente concentrada en la historia. Ni siquiera me he comido mis chocolatinas por no despegar los ojos de la pantalla. Han pasado casi cincuenta minutos y entonces siento una voz demasiado cerca; sin haberme dado cuenta, he inclinado mi cuerpo en el asiento hacia el de Tobías.

—¿Te gusta la película? —Su aliento casi en mi oído me pone la piel de gallina. Asiento sin quitar la vista de la pelea de la chica con el sicario—. Eres la única, a los demás les pareció un asco.

—¿Por qué lo dices? —Susurro al tiempo que pongo el primer cuadrito de chocolate en mi boca sin girar a mirarlo.

—Todos se fueron, Lucy.

Me atraganto con el dulce y toso un par de veces. Volteo, Mike y Totó no están; miro al otro lado, la rubia y Diego tampoco están. ¿A qué hora se fueron? ¿Por qué no me dijeron? Lucy, mira lo importante, estás sola con Tobías en un salón oscuro, es una cita. Mierda, eso no está bien, Esmeralda.

De repente pierdo todo interés en la película, miro en todas direcciones sin saber qué hacer a continuación. Estoy por levantarme y usar alguna excusa tonta para huir, pero Tobías habla de nuevo:

—No me dejarás solo ¿verdad?

—Yo...

—A mí también me gusta la película —interrumpe—. No es una cita, sólo acabemos de verla.

Accedo y vuelvo la vista a la pantalla, pero ahora con la espalda recta y sin concentración suficiente para ver qué sucede. Quince minutos después (que se me hicieron más eternos que los primeros sesenta) la película acaba, encienden las luces y restriego mis ojos para que se acostumbren a la nueva luz del lugar.

Como mis amigos y los suyos son unos faltones y traicioneros, somos los únicos en nuestra fila. Todos empiezan a levantarse y a recoger sus cosas; hago lo mismo en silencio, y al estar de pie siento el entumecimiento del trasero.

¿Qué digo ahora? Esto es incómodo.

—Estuvo bien —exclama, mientras salimos de la sala.

—Sí, buenísima.

Sigo caminando hacia la salida sin saber qué más decir, esto no puede ser más extraño. Y lo peor es que por lógica debemos irnos juntos a casa. Tobías se rezaga un poco en medio del tumulto de gente en la salida del cine pues varias salas acaban de terminar función, pero en un par de metros más me alcanza y toca mi hombro.

—¿Quieres comer algo?

—No creo que...

—Sigue sin ser una cita —dice y sonríe dulcemente—. Somos vecinos, podemos llevarnos bien y comer algo sin dobles intenciones.

Pero yo sí las tengo.

Roberta, por Dios, cállate.

Tiene razón, podemos comer algo nada más, no es raro, somos dos chicos humanos que necesitan comer. Además, me encanta su compañía y vivimos cerca, es buena manera de matar tiempo... ¿no?

—Está bien, ¿qué tal comida chatarra? —propongo.

—Mi favorita.

Creo que podría arrepentirme de esto.


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