Capítulo 39



¿Te veo a la salida?

Luka me envía el mensaje faltando media hora para que las clases terminen. No ha estado a la salida de ningún aula y en el receso lo vi a lo lejos con sus amigos y ni rastro de la chica de esta mañana. No ha querido acercarse, se limitó a sonreírme a lo lejos, yo lo encuentro gracioso. El chico no sabe cómo comportarse con alguien que no está rogándole a la vida por su compañía.

Respondo el mensaje:

Como quieras, nos vemos en el estacionamiento.

Dos de las preparatorias de Madisonway están organizando un evento interescolar, se llevará a cabo en el estadio menor de la ciudad. Debemos organizar una especie de feria entre todos para recaudar fondos para el colegio.

Cada curso se encargará de una sección; entre Midwest y Crismain se repartieron las secciones que están inspiradas en varios sentimientos y valores, es una campaña que promueve la paz y el buen trato entre los adolescentes de todas partes.

Los cuatro nuestros son: amor, felicidad, tranquilidad y confianza. Luego de rifar por cursos, a nosotros, los de último año, nos tocó el amor. Genial. Y cuando creo que nada puede ser peor, el recuerdo de que Tobías estudia en la otra preparatoria llega a mi mente, bajándome más las ganas de participar. En general, no soy de involucrarme mucho en estos eventos de comunidad, pero nuestra querida maestra de Sociales nos informa que es obligatorio.

—Su participación y entusiasmo serán el cuarenta por ciento de su calificación final del semestre —nos dice, recibiendo como respuesta un quejido grupal.

Thomas, el imbécil, y una chica que no sé cómo se llama quedan encargados del curso y de las actividades. Serán los jefes, menos mal el tonto no me habla casi así que solo quedamos en que me presentaré y que él me pondrá algún trabajo estando allí.

Ya que debemos concentrarnos bastante en la organización, pues el evento es este fin de semana, la profesora nos deja la última media hora libre para discutir el tema. Está de más aclarar que me vale cinco toda la situación, así que me limito a quedarme en mi asiento mirando a la nada.

Unos minutos antes de que suene el timbre, recibo una llamada de Mike y le digo que no venga, Luka quiere hablar conmigo; sabrá el cielo con qué saldrá ahora. Salgo despreocupadamente al estacionamiento, fingiendo que nadie me espera. Estando a un par de pasos del autobús, Luka me toma por el hombro.

—Hey, Lucy.

—Oh, casi lo olvido. —Sacudo la cabeza y sonrío—. ¿Querías decirme algo?

—Sí... bueno, no —responde—. Sólo quería estar contigo.

—Claro, ¿qué quieres hacer? —Me cruzo de brazos frente a él. Sonríe incómodo. ¿Tendré un moco? ¿Por qué me mira así?

—Oye, ¿estás enojada por lo de esta mañana? —Ahh, era por eso. Hay algo de esperanza en su voz. Río en mi fuero interno.

—¿Qué sucedió esta mañana?

—Por lo de Julieta.

—¿Quién es Julieta? —Veo como se le colorea la cara. Estamos disfrutando al máximo, Roberta.

—La chica que te presenté.

—Ah, sí. —Recuerdo de repente. Comenzamos a caminar alejándonos del colegio, sin rumbo fijo—. ¿Qué con ella? ¿Por qué tendría que molestarme? ¿Habló mal de mí?

—No... —dice con impaciencia—. ¿No te molestó que estuviera conmigo?

—¿Por qué lo haría? —Suspira fuertemente y rueda los ojos. Yo no sé nada, yo solo camino sonriente.

—¿Acaso no te importa?

—¿No me importa qué?

Creo que ahora él piensa que yo tengo cerebro de nuez. Pero como todo hombre primitivo y cavernícola tratando de marcar territorio, se coloca enfrente mío atajándome el paso, lo veo con el ceño completamente fruncido un segundo antes de que me bese. Me agarra con fuerza del cuello y de la cintura, pero lejos de molestarme —porque realmente no me lastima—, me prende y le respondo de igual manera. Se separa de mí y me mira a los ojos, con una mezcla de ira y pasión.

—¿No te importo yo? —cuestiona.

—Claro que sí. —Me acerco y le susurro en el oído—. Con esos besos es imposible que no me importes.

Eso al menos es cierto, Roberta. El maldito es un profesional.

Creo que bajé un poco la hostilidad para con Luka dejándome llevar por las hormonas desde hace unos días y no puedo dejar que la balanza pase a favor suyo, por eso es importante volver a hacerme la difícil. Ahora es más sencillo porque ya estuvo conmigo. Ahora sabe de lo que se pierde porque no es por presumir, pero él tiene su experiencia y yo tengo la mía. Y según dicen, lo hago muy bien.

Por eso el plan, al menos por un par de veces, debe ser prenderlo y dejarlo así, hay dos opciones después de eso: o no deja de pensar en mí o consigue a alguien para aplacar su lujuria. Siendo él, lo más probable es que consiga a otra ingenua, pero igual no dejará de pensar en mí, así que salgo ganando. Casi completamente​, porque a mí también me deja insatisfecha pero no conseguiré a ninguno por ahí. Porque al único que deseas es a Tobías. ¡Silencio, Esmeralda! Sólo es por seguir el plan. Sí, claro, repite eso hasta que los cerdos vuelen y aun así seguirá siendo mentira.

Siguiendo ese orden de ideas debo obligarme, con demasiada voluntad, a resistirme a la mirada llena de promesas picantes que Luka me brinda luego de mis palabras.

—¿Quieres... —Deja un beso en mis labios— ir a algún lado?

Pues sí, a donde sea. ¡El plan, pendeja!

—Me encantaría —Muerdo su labio inferior—, pero no, Mike me está esperando en casa.

Me separo bruscamente de él con una sonrisa de fingida indiferencia porque Dios sabe que por dentro quiero estrellarlo contra cualquier pared y no para lastimarlo. Vuelve su ceño fruncido.

—¿Cómo que en tu casa? —espeta. Me río.

—Vino a visitarme —respondo con obviedad—, es lógico que se quede en casa.

—Un hotel es mejor que un sofá —objeta.

—Eso es cierto —concuerdo—, por eso duerme conmigo. El sofá es una incomodidad.

—¿Cómo que duerme contigo? —Casi le salen chispitas de los ojos. Me mantengo seria.

—Pues sí... ¿te molesta? —Es como jugar con un niño pequeño. Aprieta los puños, pero niega con la cabeza.

—No, para nada —farfulla—. Tú y yo no somos nada, ¿no?

—Somos amigos —musito, dolida—. ¿O no me consideras tu amiga? —Hago un puchero.

—Eres más que eso, Lucy. —Su expresión vuelve a la dulzura y acaricia mi mejilla. Eso no me lo esperaba. Pero el idiota sabe jugar y debo admitir que lo hace bien, pues antes de soltarme, se acerca a mi oído y agrega—: No a todas mis amigas les hago lo que te hago a ti.

No mentiré diciendo que eso no sonó seductor, porque sí que sonó sexy, pero mi Roberta interior no se deja convencer de esas palabras dulces y sabe con cuáles responder.

—Tampoco hago con mis amigos lo que hago contigo. —Le doy un pico ligero en los labios. Justo cuando tiene su sonrisa de suficiencia, remato—. Bueno, excepto con Mike. —Su cara es un chiste completo, digno de subir a internet. Antes de que diga algo más, me despido—. Hablamos mañana, Luka, espero que pienses en mí.

Le guiñó un ojo y me alejo. Íbamos en dirección a mi casa, así que ya estoy cerca. Queda petrificado en su lugar, luego de diez pasos, giro a mirarlo y sigue en el mismo sitio, observándome. Me doy un beso en la palma y se lo soplo en su dirección con gesto coqueto. Me sonríe y se aleja.

Luego de reírme un rato yo sola mientras camino por la calle y de recibir dos miradas que decían que mi aspecto es de una loca, saco mi celular y le marco a mi amigo.

Hola, Mer.

—Hola, Mike —saludo—. Oye, pasaré primero por el supermercado, ¿qué quieres comer?

De querer, quiero pollo —responde—, pero como sé que no cocinarás, trae jamón o salchichas.

—Sí que me conoces —exclamo con una sonrisa—. Jamón entonces, llego en un rato.

Cuelgo. Estando a una cuadra del único supermercado en un kilómetro a la redonda, los nervios hacen mella en mí al pensar que puedo encontrarme a Tobías de nuevo. Me da ira conmigo misma el hecho de que ese bobo tenga ese efecto en mí.

Como la vida es tan benevolente conmigo cuando la necesito y siempre hace que todo me salga bien, al entrar en el establecimiento veo que no sólo está desocupado de clientes, sino que quien atiende justo ahora es mi vecino de cabellos negros.

¿Qué le digo? ¿Hago como si nada? ¿Hago como si solo fuera el que atiende? ¿Lo ignoro? ¿Seguimos con el plan de «empecemos de cero»? ¿Lo beso? No, eso no. Lo anterior.

Gracias al cielo, es Tobías quien inicia la —para mí— incómoda conversación.

—Buenas tardes. —Saluda sonriente, exhibiendo sus lindos dientes libres de alambres—. Eres Luciana, ¿verdad?

Sonrío.

—Así es, pero dime Lucy. —Le sigo el juego—. Tú eres Matías, ¿verdad? —Niega con la cabeza y ríe.

—Tobías —me corrige—, pero estuvo cerca.

—Lo siento, soy mala con los nombres. —De a poco y sin darme cuenta, mis pies van avanzando hasta el mostrador que resguarda a mi vecino.

—No te preocupes, si tuviera una moneda por cada vez que me dicen Matías, tendría... —entrecierra los ojos, pensando— una moneda, en realidad.

Mis ojos caen en los suyos, esos orbes grises que me cautiv... No, Lucy, ¡concéntrate! Un silencio se hace alrededor hasta que escuchamos la campanilla de la entrada, entra otro cliente de aspecto cincuentón y barbudo y se dirige al pasillo de licores. Al menos me sacó del atontamiento.

—¿Qué necesitas? —pregunta.

—Emm... jamón —respondo dubitativa, me señala en último pasillo—. gracias.

Camino hacia allí y tomo el jamón más económico, porque vamos, es para Mike, no para la reina. Vuelvo a la caja y el señor que entró antes está pagando una botella de vino, Tobías me sonríe mientras abre la caja para dar en cambio y debo desviar la mirada. ¡¿Yo, evadiendo la mirada de un chico?! ¡Mierda! La Luciana de hace dos meses estaría tan decepcionada.

Sale el señor y me acerco con el jamón, él lo pasa por el escáner de precios y lo empaca cuando le tiendo el dinero.

—Gracias —digo, recibiendo el cambio. Su mano roza suavemente con la mía y reprimo todo lo que esa insignificancia me hace sentir—. Te veo después...

—Espera —llama, volteo y me ofrece una chocolatina—. Una vez una loca de pelo rosado dijo que nunca era mal momento para el chocolate. —Veo lo que parece ser una sonrisa ladeada y pícara en su rostro; es una picardía sana, no de esas que alborotan hormonas sino de esas que alborotan el corazón.

Recibo el chocolate y trato con todas mis fuerzas no sonreír como caricatura enamorada.

—¿Siempre escuchas a las locas de pelo rosado que llegan a la tienda? —Destapo el dulce.

—A las que son lindas sí. —Se encoje de hombros—. ¿No has escuchado que las locas lindas siempre dicen la verdad?

—Eso se dice de los borrachos —objeto— y de los niños, no de las locas.

—Es lo mismo —contraataca—. Además, también dijo que yo le gustaba, así que prefiero creerle todo, incluido lo del chocolate.

—Las locas no saben lo que dicen. —Se ríe, contagiando esa risa en mí—. Por eso están locas.

—Acertó con lo del chocolate, ¿no? Te lo estás comiendo.

—Eso es cierto —admito.

—Ahí está, esa loca dice la verdad.

Recompongo la expresión antes de seguir discutiendo, pues siento que, de seguir, terminaré metiéndome detrás del mostrador para poder besarlo.

—Adiós, Tobías. Gracias por la chocolatina.

—Adiós, vecina.

Nada más poner un paso en la acera en la calle, me permito —inevitablemente— sonreír ampliamente, lo más amplio que mi boca lo permite. ¿No les pasa que por algún motivo no pueden quitar la sonrisa? ¿Que por más que traten de bajar las comisuras de la boca, éstas siguen yendo hacia arriba como si se tratara de magia? Pues la sensación es extraña y la tengo justo ahora, mientras intento detener el reflejo de alegría mordiendo mi labio inferior con fuerza y sin éxito.

Sonrisa imborrable, sonrisa de estúpida, sonrisa de esas que hinchan el corazón por quien las provoca.

Esto no está saliendo bien.


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