Capítulo 34


Unos dedos haciendo círculos despreocupados sobre mis hombros, me despiertan. Abro lentamente los ojos momentáneamente desorientada, entonces siento el cuerpo que yace a mi lado y recuerdo que estoy en la habitación de Luka. ¿Qué sucede que siempre me quedo dormida?

Giro mi cara un poco encontrándome con su pecho, le doy un beso y sonrío, otro beso, hasta que llego a sus labios.

—Hola —susurra.

Cierro los ojos, besándolo de nuevo. ¿Es posible desearlo tanto apenas un rato después de haber estado con él? Me separo y abro los ojos de nuevo, entonces noto que ya no entra luz por la ventana.

—¿Qué hora es?

Me siento en la cama poniendo la sábana en mi pecho a pesar de que no hay nada qué esconderle precisamente a Luka.

—Como las cinco o las seis —dice—, no lo sé.

—Mierda —farfullo y me levanto con la sábana alrededor del cuerpo, buscando mi ropa—. Debía irme hace una hora.

Uno, porque no le avisé a mamá que llegaría tarde y dos, porque hoy debo hacer diez pastelitos para Will. Se suponía que a esta hora deberían estar en el horno, a punto de salir, pero noooo. Ahora debo hacer todo a las carreras.

Me coloco la ropa interior y el pantalón, Luka ni se ha movido de la cama y no encuentro la puta blusa por ningún lado.

—Luka, ayúdame a buscar la blusa —exclamo, corriendo de un lado a otro. Cuando giro a mirarlo, tiene en su mano mi pedazo de tela rosada meciéndose en sus dedos—. Dámela.

—No te la voy a lanzar, acércate y tómala. —Sonríe de lado. Me acerco y la tomo, pero al halarla, hace fuerza y no la suelta.

—Luka, no es gracioso.

Tira con fuerza de ella y caigo sobre él, me agarra por las muñecas y no me deja levantarme.

—Luka, tengo que irme —espeto. Sus labios van a mi cuello. ¡Jesús! ¿Y si es sólo una hora más? No, Lucy, es tarde.

—Puedes quedarte otro rato. —Sube sus manos con las mías sobre su cabeza, dejándome totalmente echada encima suyo—. Podemos hablar un poco. —Un beso, solo uno.

Sin tener control de mis manos, lo beso de nuevo, me acomodo completamente sobre él con mi voluntad derritiéndose, pero no. Debo irme. Ahora.

—Luka... —Mordisquea mi lóbulo, un gemido se me escapa.

—¿Sí?

—Emmm... —¿Qué era, Roberta? Ah, sí: que nos vamos—. Suéltame, debo irme.

—¿Segura? —Asiento y sacudo la cabeza. Sí. Debo irme. Me suelta las manos y me pongo la blusa. Antes de irme, me acerco y le doy otro beso.

—Espera, me visto y te acompaño —exclama y se sienta.

No quiero que me acompañe, desde la otra noche me siento mal porque Tobías nos vio. No quiero que lo haga de nuevo. Sé que es absurdo, pero tengo esa sensación de que Luka es un amante que debo ocultarle a todo el mundo.

—No es necesario, Luka. —Lo empujo suavemente para que se acueste—. Debo pasar primero por el supermercado, así que prefiero ir sola.

Una oferta de esas: que la chica se vaya sola por voluntad después de tener sexo, es de esas que un chico como Luka no puede rechazar. Sonríe y me aprieta una nalga antes de soltarme.

—Mañana paso por ti a las cinco —dice, cuando voy saliendo—. Y en cuanto a la pregunta de hace unos días... Puedes irte en vestido.

Sonríe de lado y salgo de la habitación. Ni la señora ni el niño se cruzan en mi camino, supongo que no han llegado. Antes cruzar la puerta principal, me miro en el espejo que antecede la salida. ¡Por Dios! Mi cabello parece un estropajo, normal a como queda siempre pero no es agradable. Trato inútilmente de acomodarlo en una coleta alta y me voy. Tomo el autobús que me lleva a casa y paso primero por el supermercado, necesito harina, entre otras cosas y sinceramente espero no encontrarme con Tobías. Sé que hay muchos más supermercados, pero todos quedan lejos y el tiempo me ahorca.

Entro y paso directamente al pasillo donde la mamá de Tobías me indica que está lo que necesito. Pongo todo en un canasto y me acerco a la caja mirando a todos lados, temiendo encontrarme con el vecino.

—¿Cómo estás, linda? —pregunta la señora mientras pasa las cosas por el escáner con una parsimonia desesperante.

—Muy bien, señora Keyworth, gracias. —Golpeo el suelo con el pie. Al fin me dice el costo y salgo de la tienda.

A salvo.

Pero no.

—¡Lucy! —Me hago la que no escucha nada y sigo caminando. Lo escucho correr tras de mí y tocarme el hombro. Mi corazón se acelera con ese simple contacto.

—Oh, hola, Tobías. —Saludo sin dejar de caminar.

—¿A dónde vas con tanta prisa?

Huyo de ti como una cobarde.

—A hacer pastelitos de San Valentín —respondo sonriente.

—Wow, que cursi —se burla y le saco la lengua—. ¿Son para Luka? —pregunta, tratando de ocultar lo más posible el malestar que eso le causa.

—No —replico—. Mi hermano dijo que cobraría el hecho de que estuvieras en mi habitación la otra noche, ¿recuerdas? —Asiente—. Pues debo hacer los detalles que le garantizarán un acostón mañana.

Ese sonrojo en su rostro es su marca personal y me encanta ser yo la que se lo ocasione, así sea solo con un par de palabras bromistas.
Sigue caminando a mi lado sin decir nada. ¿Qué espera que no se va?

—¿Tú mamá no te necesita? —Pudimos hacerlo más sutil, Roberta.

A pesar de mi impertinencia, él ríe.

—No. Voy a ayudarte con los pastelitos.

—¿Por qué? —No puedo pasar mucho tiempo con él. Aunque por otro lado si lo pongo muy nervioso, tal vez se aburra de mí y se vaya... como para siempre.

—En parte es mi culpa —responde—, yo fui el que se metió en tu habitación y además no parece que seas muy buena con el horno.

Touché. ¿Es tan obvio?

—Bien, ayudarás.

Llegamos a mi casa y gracias al cielo mamá no está, son cerca de las siete, pero me alegra llegar primero que ella, me ahorro un posible regaño y el invento de una explicación.

—Hola, Will. —Está en la cocina hurgando en la nevera, sale y sonríe.

—Hola, mocosa. —Mira a Tobías—. Hola, amigo de la mocosa.

—Hola —susurra mi vecino.

—Haremos tus pastelitos, Will, así que desocupa la cocina.

—Bien, mamá está comprando una mesa de centro o algo así —responde—, debo ir a recogerla al almacén porque ya sabes, ella no puede venir sola y todo eso.

Hace unos meses, saliendo de una tienda, a mamá la robaron, y como buenos paranoicos que son mis padres, sentenciaron que cuando mamá saliera de noche, debía volver en compañía de Will o de mi padre, pero él está trabajando y mi hermano es un desocupado por las noches, así que tiene que ir. A ambos nos parece exagerado, pero como nuestros padres pagan la comida, no podemos objetar.

Sale de la cocina y se pierde de vista.

—Te ves muy linda desnuda —exclama Tobías en un momento.

—Lo sé —respondo en reflejo y luego noto lo que dijo, volteo a mirarlo con los ojos muy abiertos—. Espera, ¿qué?

Señala con su índice un punto sobre mi cabeza, miro a donde apunta y veo la indecorosa foto que mamá colgó en la mitad de la pared. Dios mío. Esto es vergonzoso, yo pensé que me había visto desnuda ahora. Lástima.

—Uggg —me quejo—. Mamá insistió en ponerla allí. —Suelta una carcajada que me hace suspirar. Pendeja, no suspires—. No te burles, tonto. —Le doy un manotazo—. Apuesto que tu mamá tiene fotos tuyas así.

—Puede ser, pero no las estás viendo, así que puedo reírme. —Controla su risa y de repente pregunta—. ¿Tuviste gimnasia hoy?

—¿Qué?

—Estás muy despeinada, como si hubieras hecho mucho ejercicio.

Sí hicimos ejercicio, pero no en gimnasia. ¡No le vas a decir eso, Lucy!

Esmeralda está sumamente avergonzada por eso, Roberta está muerta de risa y yo... Yo tengo que apretar los labios para no sonreír. ¿Estará jugando o de verdad es tan inocente? Debería sentirme mal por eso, pero no puedo, es como un niño chiquito. Un niño chiquito que me encanta. No en el sentido pederasta de la oración. En un modo sano. O no tanto...

—Oh, bueno, sí —exclamo riendo—. Tomaré una ducha rápida antes de comenzar. Espérame aquí.

Asiente y empieza a sacar los ingredientes de las bolsas. Salgo de la cocina con una sonrisa mitad burla mitad gusto. ¿Está mal tener al chico que me gusta en la cocina luego de tener sexo con el que estoy jugando? Sí, está muy mal. Cállate Esmeralda, le preguntaba a Roberta. Oh, entonces no, deberías ver qué consigues con él.

Tomo una ducha exprés y me pongo mi pijama de una vez, igual y en un par de horas ya me acuesto. Y la noche no está fría así que mi pantalón corto y mi blusita son suficientes.

Tobías ya tiene las cosas esparcidas en el mesón.

—¿Sabes cómo hacer pastelitos? —cuestiono. Noto como me mira de pies a cabeza y se sonroja—. Porque yo no tengo ni idea.

—¿Cómo...? —carraspea. Sonrío, estando de espaldas a él—. ¿Cómo ibas a hacerlos si no sabes?

—Internet, pero si sabes nos ahorramos un buen rato.

—Entiendo, pues sí sé —responde—. Tuve que hacer una docena para una feria del colegio.

—¿Hay algo que no hagas?

—Hacer que te enamores de mí —murmura. Mira mi expresión seria y se carcajea—. Es broma, Lucy. Somos amigos.

—¿Seguro?

—Totalmente.

Saco los cuencos del gabinete y le paso uno, yo tomo el otro. Él va a hacer la masa, yo la crema —lo más sencillo—. La batidora eléctrica la maneja él pues su trabajo es más difícil y yo puedo romperla. Mamá dice que tengo manitas creativas y que todo lo que toco perece, así que mejor me alejo de esas cosas eléctricas.

Es hora de empezar el plan «ponerlo nervioso para que se aburra y se vaya a la porra».

—Entonces... —empiezo—. ¿Cómo cabe eso de jugar tus fichas? —Está de espaldas a mí, en la otra encimera. Yo me subí en esta, tengo el cuenco y la cuchara en mi regazo.

—Bueno... de alguna manera debo hacer que me pidas que te bese —dice con arrogancia. Me río con tristeza—. Hacer pastelitos para tu hermano es como una parte del plan.

—Eso solo empeoraría las cosas —repongo—. El besarte. Dañaría todo...

—Ahí es donde tú debes colaborar, no te dejes tentar. —Se gira y me guiña un ojo. ¡Por Dios! Es la primera vez que lo hace y se ve muy provocativo.

Pero no. Prometimos no hacerlo. Haga lo que haga, no caeremos en la tentación. Aunque. ¿qué puede hacer un chico como Tobías para seducirme? Es decir, es Tobías, está bien que solo verlo me acalora los sentidos, pero no hará nada. No me lo imagino hablando como pervertido o teniendo un chat caliente conmigo.

—Já, no pues, disculpe don seductor —digo con sarcasmo.

—Yo puedo seducirte —exclama.

—Sí, claro —ironizo—. No es por bajarte de la nube, cariño, pero mis estándares son altos. —Bajo la voz y le susurro lo más sensual que puedo—. ¿O me hablarás sucio?

—Sí puedo. —Me reta con la mirada.

Está sonrojado, pero no esperaba que respondiera siquiera y la verdad es muy divertido.

—Inténtalo.

Pone el cuenco a un lado y recuesta el trasero en el mesón despreocupadamente.

—Entonces... —sonríe de lado y se cruza de brazos— ¿Te gusta el sexo virtual? Porque yo... —da un respingo como si se hubiera pinchado el trasero, quita la sonrisa y sacude la cabeza—. Tienes razón, no puedo.

Suelto una carcajada y él toma de nuevo la masa.

—Eres una ternurita —digo, sin dejar de reír.

—Algo se me ocurrirá —murmura de​ espaldas a mí—. Puedo seguir colándome a tu habitación con tamales o con gatos. —Se encoge de hombros—. Las chicas aman eso.

—Y tú lo sabes porque eres un experto. —Sarcasmo, mi mejor amigo.

—¿Quién se resiste a los tamales?

—Al menos me haces reír, eso es punto para ti.

—No me interesan tus ollas. —Gira y bate la masa frente a mí.

—Claro, a ti lo que te gustan son los tamales. —Saco la cuchara del tazón y lo apunto con ella—. También tenemos en el inventario.

—¿Cuántos puntos llevo?

—Como veinte. —Voy a poner una mano en el mentón, olvidando que tengo la cuchara y me unto el cuello de crema. Eres una imbécil, Roberta—. Maldición.

—Y dices que no eres torpe —exclama riéndose. Se pone serio y habla—. Deja te ayudo.

Giro mi cara mirando donde poner el cuenco, lo pongo junto a mí y sin levantar la cara le digo:

—Gracias, allí en ese cajón hay serville... ¡Dios santo!

No acabo la frase cuando tengo que agarrarme con ambas manos del mesón donde mi trasero yace, solamente porque no me esperaba la lengua de Tobías limpiando la crema. Se acomoda entre mis rodillas y con su mano sostiene mi cuello, su boca se mueve allí donde cayó el dulce, lentamente, limpiando todo rastro. Santo cielo, hormonas contrólense. La sorpresa no me permite mover las manos o nada en realidad. Sólo mi cabeza se inclina hacia atrás y cierro los ojos disfrutando ese contacto.

¡Aléjalo! ¡Está jugando contigo!

¡Bésalo, imbécil, y de paso llévalo a la habitación!

¡Cállate Roberta! Escúchame a mí Lucy, aléjalo, no puedes besarlo. No vayas a gemir. No caigas.

Antes de obedecer a cualquiera, Tobías se aleja con una expresión de triunfo que no le cabe en la cara. Controla la expresión, ¡que no se note que te excitó! Pongo mi gesto más serio e indiferente y lo miro sin decir nada. Gracias al cielo yo no me sonrojo, a diferencia de él, que aparte de su sonrisa triunfante, tiene la cara como un tomate. Esmeralda tiene razón, ¡está jugando conmigo! Y lo peor... ¡casi gana!

—Le falta un poco de azúcar —murmura con el ego por las nubes.

Carraspeo.

—Tendrás que hacer algo mejor —exclamo con calma, tomo de nuevo el cuenco y él gira de espaldas a mí de nuevo.

Se encoge de hombros como si esperase esa respuesta.

—Lo intenté.

Juro que puedo verlo sonreír, aunque está de espaldas. No decimos más, por su parte no sé por qué; por la mía porque ese puto lametón me dejó mal. Mierda, un chico no debe hacer sentir eso si no tiene intención de llevarlo a más, pero sé que sí tiene intención, el problema es que en cuanto a Tobías refiere, Esmeralda siempre triunfa y mi deseo de no herirlo puede más. El tiro por la culata. De nuevo.

Ponemos la mezcla en los moldes y Tobías calienta el horno para meter los pastelitos. En eso llegan mamá y Will.

—Al menos huelen bien —dice mi hermano. Le doy un codazo.

—Me alegra mucho que le ayudes a tu hermano —dice mamá con dulzura.

—Sí, es hermoso —ironizo, mamá no lo nota—. Mañana recibirás mucho amor, Willsito, porque están deliciosos.

—Veremos.

Mamá sube a su habitación y Will la acompaña, sacamos —Tobías saca— los moldes del horno y al menos crecieron, se ven... caseros, es decir feos pero comestibles.

—Creo que eso es todo —murmuro.

—Sí, me voy —se acerca a darme un beso en la mejilla, antes de alejarse, susurra en mi oído—. No soy tonto, Lucy. Sé que no estuviste en gimnasia hoy y también que sí sé cómo jugar mis fichas. Buenas noches.

El acto instintivo que mi mente y orgullo me piden, es agarrarlo del cuello y besarlo de tal manera que no pueda dormir esta noche pensando en mí, pero estoy bastante segura que de hacerlo, la que no va a dormir y va a intentar meterse en su habitación en la madrugada soy yo.

¿En qué me ha convertido Tobías?




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