Capítulo 32
Soy de esas chicas que tienen la mitad maldición y la mitad bendición cuando del periodo se trata; no me dura más de dos días, pero los putos cólicos son peor que una contracción —o supongo—. Durante esos días permanezco postrada en la cama del dolor tan desgraciado que me azota. Mamá me permite estar esos dos días en la casa y mi humor se pone de perros; literalmente, cualquiera que me hable se lleva un putazo. Por eso está de más decir que espero que nadie me llame, me escriba o me dirija la palabra.
Quizás sea extremista, pero qué le puedo hacer, así son las hormonas. Le envié un mensaje a Totó anoche para que me excusara en clases por miércoles y jueves. Me quedaré en mi cama y que se joda el mundo.
Mi cara enterrada en la almohada, mis manos agarrando con fuerza mi vientre y mi cuerpo en posición fetal, enrollado en las cobijas dan la imagen del infierno en tierra que vivo cada veintiocho días.
Son cerca de las cuatro de la tarde y es de esos días en los que maldigo eternamente por no ser hombre. Es decir, no es justo que a ellos no les duela nada en la adolescencia, ni siquiera cuando pierden la virginidad, debería al menos dolerles un huevo para que fuera equitativo.
Escucho como tocan a mi ventana y lanzo un improperio al aire. Ni siquiera quiero ver a Tobías, no quiero ver a nadie. Todos los hombres son putos por no tener el periodo ni sus cambios hormonales ni sus dolores corporales.
Me acerco de dos zancadas a la ventana y la abro bruscamente.
—¡¿Qué?! —bramo y su sonrisa se borra. Mira a los lados y vuelve a enfocar su mirada en mí.
—¿Estás... bien? —murmura con temor. En otras circunstancias me parecería adorable la expresión de Tobías, pero ahora no. Putos todos.
Hora de aplicar el hecho 752 de los hombres para que se vaya a la porra.
—¡Tengo el maldito periodo!, ¿de acuerdo? —Me mira sin inmutarse, mudo y su vista fija en la mía—. Y estos desgraciados cólicos me tienen en cama, así que no. No estoy bien, gracias.
No dejo que responda nada y vuelvo a mi cama, me doblo de nuevo para meterme lo más posible en el caluroso refugio y cuando estoy acomodada, noto que dejé la ventana abierta. Mierda. No me voy a levantar, igual y no está haciendo frío.
Mamá me trae una píldora y sin decirme nada me la ofrece. La tomo y sigo refunfuñando al mundo. Pasa cerca de una hora, entonces la voz de Tobías vuelve a sonar desde la ventana. Levanto levemente la cabeza, acción que me duele hasta en el alma porque en esta situación cualquier movimiento me duele.
Creo que soy una enclenque.
No es así, Lucy, eso les pasa a todas.
Todas somos enclenques.
—Voy a entrar —anuncia con la cabeza asomada por el marco. La saca de nuevo y antes de entrar, veo como mete una jaula con algo adentro que no distingo y una canasta.
¿Qué mierda va a hacer este tipo?
Luego de tener las cosas adentro pasa sus piernas y cierra la ventana. Camina hasta mi escritorio. Lo miro con el ceño fruncido sin decirle nada, él tampoco habla, por un momento temo que vaya a hacer algún tipo de ritual maligno que me incluya. Pone la canasta en el escritorio y saca algo que no veo porque está de espaldas. Sigue haciendo cosas y mi confusión al igual que mi dolor, es constante.
Entonces se gira con un tarro de helado y una cuchara en su mano.
—Dicen que el helado ayuda —exclama, llega hasta mí y me lo ofrece. Lo tomo, pero lo miro con desconfianza—. Es de chocolate, no tenía más.
Quedo totalmente descolocada por esa acción, ¿qué chico hace eso? Debería estar en su casa comiéndose el helado. ¿Por qué no huye de los problemas femeninos como un chico cualquiera?
—¿Qué...? ¿Por qué...? —Me deja sin palabras y eso, sumado a mi ánimo, me enoja.
Dios, las mujeres somos complicadas.
—Dijiste que tenías cólicos —lo dice, ¡y sin sonrojarse! ¿De dónde salió este hombre?
Nos encanta, Roberta.
Lo sé, pero shhhh.
—¿Estás seguro de que eres hombre? —murmuro sin pensar—. Es decir... no sé, eso... ningún chico hace eso.
—Pues... según mi certificado de nacimiento, sí soy hombre. —Ríe y yo destapo el helado—. Y en cuanto a lo otro, bueno... papá siempre fue muy cariñoso con mamá, la consiente mucho y según él, las mujeres están locas así que hay que llevarles la idea y procurar cuidarlas para que no se enloquezcan más.
—Yo... —Nada. Ni una frase coherente se forma en mi mente. Y lo único que hace mi cuerpo es prender las hormonas del llanto sin sentido que salen en estos días.
—Puedes llorar —susurra mientras se sienta junto a mí—. Creo que eso también es normal, las hormonas y eso... mamá a veces se pone como una magdalena.
—Yo no lloro —exclamo.
—Si tú lo dices.
De pronto escucho un maullido proveniente de la jaula que yace junto a la ventana. Dirijo mi atención allí con los ojos muy abiertos. No soy tan amiga de los gatos, no es que no me gusten, es que su pelo me fastidia.
—¿Trajiste un gato? —pregunto con incredulidad. Él sonríe de lado, un poco incómodo—. No vas a sacrificarlo, ¿o sí?
Niega con la cabeza.
—Son supersticiones de abuela y remedios caseros de mamá —explica—. Ella dice que, si un gato te ronronea en el abdomen, ayuda a tus cólicos. A ella le funciona.
—¿Es una broma?
—No. —Se rasca la nuca y va a la jaula, la abre y saca a un gato no tan grande, totalmente blanco. Es muy lindo, tiene los ojos verdes—. Yo no lo puedo comprobar en persona, pero quizás funcione.
—Eres ridículo.
No puedo evitar sonreír. No caigas corazón. Tobías se encoge de hombros.
—Lo sé. —Acerca el gato y con suavidad retira las cobijas de mí. Al menos no estoy en ropa interior. Como si fuera un doctor especialista en gatos y en malditos cólicos (y sin vergüenza alguna), me levanta la blusa y pone allí la bola de pelo blanca—. Ella es Esmeralda, nuestra gata. —Por favor, ¡se llama Esmeralda!—. Es muy amigable, no te va a rasguñar.
Sin poder quedarme con la duda, pregunto:
—¿Por qué el nombre?
—Por sus ojos —responde de inmediato—. Son como esmeraldas. Le puse ese nombre cuando yo tenía nueve años, no era muy imaginativo entonces. Es pequeña de tamaño, pero ya es adulta.
La gata se acomoda sobre mí y se enrolla, empieza a ronronear y siento como las vibraciones de su caja torácica caen en mi abdomen, su calor también me gusta, en general es una placentera sensación.
—Eres... —No encuentro una palabra que describa a este chico. Me gusta mucho.
—Ridículo, lo sé. —Se ríe y se acerca a la cama por el otro lado—. ¿Puedo quedarme un rato?
—Me trajiste helado y un gato, no puedo decir que no.
Me saca la primera sonrisa sincera y sin dolor del día.
Levanta las cobijas y se mete debajo, me arropa hasta la cintura donde está el animal y me ofrece su brazo, con la perplejidad tatuada en mi mente, me incorporo un poco y me recuesto en su hombro. Aspiro su aroma y cierro los ojos, meto la cuchara en el helado y sigo comiendo hasta que se acaba.
Tobías sintoniza una película en el televisor, pero no le he puesto atención. Eso del ronroneo, por extraño que parezca, funciona. Los cólicos se han ido casi totalmente y el helado influyó en el analgésico. Nota: conseguir un gato. Así no nos gusten.
Su brazo no se ha movido, aunque supongo que lo tiene dormido. La gata ya se quitó de encima, ahora descansa en mi alfombra. Mi cuerpo está totalmente ladeado hacia Tobías, mi brazo en su cintura y mi cabeza muy acomodada en su pecho. Siento como el sueño empieza a vencerme. Anoche —por razones obvias— casi no dormí y ahora los párpados me pesan demasiado. Si no supiera que solo he estado acá en mi habitación, pensaría que estoy ebria por la pesadez del cansancio.
—Oye, Tobías —susurro, mitad despierta, mitad dormida.
—Dime. —Mete sus dedos en mi cabello y masajea. Por Dios.
—Gracias. —No sé qué tan distorsionada me sale la voz, pero igual continúo con eso que quiero decirle—. Me gustas, no solo me agradas. Me gustas de gustar.
Si respondió algo o no, no lo sé porque cierro los ojos y quedo en la inconsciencia.
Abro los ojos lentamente notando la oscuridad a mi alrededor, ya es de noche. Me remuevo un poco y siento un cuerpo al lado moverse también. No fue un sueño, Tobías está realmente acá a mi lado. De repente y por algún motivo, llega a mi mente el pensamiento de que estoy en pijama, sin peinarme, sin maquillaje y recién levantada. Un quejido sale desde mi garganta, me siento en la cama.
—¿Qué sucede? —pregunta a mis espaldas.
—Estoy horrible —jadeo—. Y tú estás aquí, no sé... no quería que me vieras así.
—Técnicamente, yo vine acá —murmura—. Técnicamente, me colé en tu habitación. Técnicamente, no puedo quejarme y literalmente, me parece que estás hermosa.
¿Cómo es que Tobías no tiene novia?
Me dispongo a levantarme con la esperanza de no haber manchado la cama, porque eso sí sería muy vergonzoso, pero igual debo ir al baño y además estamos a oscuras. Gracias al cielo que no, estoy bien.
—Ya vuelvo.
—No me iré. —Se recuesta de nuevo y pone sus brazos tras su cabeza. Muerdo mi labio y salgo.
Me había olvidado que Esmeralda estaba acá y sin querer le piso la cola. El pobre animal pega un chillido y corre a la cama. Me disculpo con Tobías y me meto al baño. Mi aspecto no es como lo imaginé, es peor. Dios, parezco una drogadicta recién levantada luego de una mala fiesta.
Me echo agua en la cara tratando de despabilarme un poco. Creo que es hora de decirle a Tobías del plan, siento la necesidad de decírselo. Creo que le dije que me gustaba, pero no estoy segura realmente. De todas maneras, él ya tiene un lugarcito en mi cerrado corazón y quiero ser sincera con él.
Llego de nuevo a la cama, Tobías sigue aquí. Me sonríe y se sienta, hago lo mismo.
—Sabes... —empiezo—, me preguntaste qué era la mío con Luka. —Agacha la mirada. Suspiro.
—Me dijiste que no querías contarme —masculla—, por ahora es suficiente.
—Aun así te quiero decir —respondo y tomo aire—. Él jugó con mi mejor amiga hace un par de años... quiero devolverle el favor.
—Te vengarás —murmura para sí mismo, levanta la mirada—. ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque pensarías mal de mí —confieso sin mirarlo—, y... tu opinión de mí es importante. Pareces ser de los que no creen en el odio y todo eso...
—Eso es cierto, Lucy —susurra, siento como se acerca y se acomoda a mi lado, con los pies en el suelo—. No apoyo una venganza; ese chico es un mujeriego, eso nadie lo niega, así que no lo veo tan mal tampoco. Además, lo haces por tu amiga, eso es muy gentil... de alguna manera.
Ríe. ¿Cómo le digo que desearía mandar todo al traste por él? ¿Cómo le digo que me encantaría estar con él, pero no puedo terminar con Luka? No puedo.
—Sí, es una forma de verlo.
—Dijiste que te gusto —exclama de repente. Enderezo la espalda algo avergonzada por eso, esperando a ver qué dice. No dice nada, soy yo la que decido romper el silencio.
—Eso es cierto —susurro muy bajito, lo siento más cerca, pero con nostalgia en la voz, agrego—: Pero eso no cambia nada.
—Sí lo hace —afirma. Mueve mi cabello hacia atrás para dejar mi cara libre, sus dedos rozan suavemente mi cuello y giro a mirarlo—. Acabas de decirme que te gusto y que con él es básicamente un juego.
—No te sigo.
—Te dije que no te besaría hasta que me lo pidieras, y eso sigue en pie. —Se acerca más a mí—. Pero eso no dice que no pueda mover mis fichas también.
—Tobías, no hagas esto —farfullo—. No lo mereces y no quiero... involucrarme en algo que no debo.
Después de estar con Luka el lunes, tomé la ferviente decisión de alejarme de Tobías de esa manera. No voy a besarlo porque eso acabaría con mi voluntad y sigo pensando que un chico como Tobías merece algo mucho, mucho mejor.
—No soy buena para ti —susurro—. Mereces a alguien que esté exclusivamente contigo.
—No eres quien para decidir eso. —Deja un beso en mi hombro—. Puedo jugar también.
—No te pediré que me beses —afirmo. Deja otro beso en mi clavícula. Cierro los ojos y empuño la cobija canalizando la sensación.
Sube un poco, deja un beso en el inicio de mi cuello. Suspiro. Entonces se levanta, recoge a su gata y la mete en la jaula, disponiéndose a salir.
—Eso ya lo veremos, vecina.
—Oye... —llamo, una vez ha abierto la ventana—. Puede que necesite ese gato mañana.
Sonríe de lado, su ortodoncia brilla con la luz de mi lámpara.
—Cuando quieras, estamos a una ventana de distancia.
—¿Y si solo necesito a Esmeralda?
—Ella y yo venimos en el mismo paquete.
Me guiña un ojo y el impulso de sonreír y voltear el rostro mientras sale me llega de golpe. No debería ser tan tentador y atractivo para mí el tenerlo mañana de nuevo toda la tarde abrazándome en mi cama.
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