Capítulo 28



Las palabras «romántico» y «cursi» pueden tener mil derivados, mil maneras de dibujarlas y mil opciones para llevarlas a cabo. Pero nunca, jamás de los jamases del mundo mundial terrestre esperé o soñé que alguna persona hiciera esas cosas por mí. Y aunque Luka fue muy dulce conmigo ayer, nada se compara a esto.

Bien podría tener un colapso de nervios por la cantidad de ternura que tengo en frente.

Tobías no está en mi campo visual, pero mi atención la acapara totalmente la imagen de el gran árbol que yace en mi patio trasero, que sostiene la que hace dos días era un montón de madera barata y podrida, ahora convertida en una especie de casita sobre las ramas más gruesas.

Es más un cubo de madera lo suficientemente​ grande para entrar, pero viéndolo desde acá dudo que alguien adulto pueda estar de pie en ella. La estructura está decorada con luces diminutas en abundancia de color amarillo que la hacen ver como una estrellita en la oscuridad, en la parte superior hay un trozo de madera sobre puesto que reza «Lucy». No sé cómo mierda Tobías arregló esa porquería para que quedara usable. De niña siempre quise una casita de árbol, pero el único árbol que adornaba mi casa era uno enclenque que no soportaba ni un nido de aves.

La casita tiene un agujero cuadrado en la parte delantera que hace de ventana y uno más grande que sería la puerta. Parece de cuento la visión. Asomo la cabeza lo más que puedo por mi ventana temiendo que sea producto de mi imaginación y que se vaya a borrar en cualquier momento. Entonces, al tener la cabeza totalmente afuera, Tobías se acerca; ha estado junto a la ventana todo el tiempo. Lo miro sin expresión, aunque puedo jurar que los ojos me brillan, no sé si reír o llorar o abalanzarme a él o darle un puño.

Con esa voz que llevo cinco días sin escuchar, rompe el silencio:

—¿Te gusta? —pregunta y muerde su labio.

—¿Por qué haces esto? —La voz me sale un poco ronca y noto el nudo en mi garganta.

—Porque es ilegal comprar pingüinos. —Sonríe con tristeza—. Te invito a comer algo.

Giro mi rostro hacia el suyo y por un segundo me pierdo en sus ojos. Sólo fueron unos días que no hablamos, pero ahora me doy cuenta de que me hizo falta. Roberta, nos está gustando más de lo que debería. No flaquees tan pronto, Lucy.

—No tengo hambre. —Pudiste inventar algo más creíble. Siempre tenemos hambre.

—¿Es en serio? —Achina los ojos y espera una respuesta.

—Bien, sí tengo hambre —confieso—. Pero no estoy segura... no es buena idea.

Bajo la mirada evadiendo la suya cobardemente, meto la cabeza de nuevo y él se asoma. Antes de decirle algo, la voz de mi hermano truena desde la sala.

¡Dile que sí, o lo hago yo, mocosa! ¡Estuvo desde la mañana haciendo maromas en ese maldito árbol como para que digas que no!

Tobías se sonroja y no puedo evitar reírme.

—Está bien —accedo, sacando una pierna por la ventana. Antes de pasar la siguiente, Tobías me ayuda poniendo su mano en mi cintura, me tenso momentáneamente al sentir su contacto. No debería revolucionar mi pobre corazón así.

Me deja en el suelo y un silencio incómodo nos engulle. Camina delante de mí y me ofrece la mano, la miro como si fuera un gato de dos cabezas, sin subir la mirada a sus ojos.

—Vamos, solo llévame la idea.

Resoplo externamente, pero por dentro el corazón se me hincha y late con demasiada fuerza.

Si no quiere que me enamore, debe dejar de hacer eso.

Camina conmigo hasta el grueso árbol, hay unas tablas en la longitud de éste que hacen de escalera. Hace un ademán para que suba primero.

—Yo no iré primero —objeto—, debes subir para recibirme.

Accede y pone su pie en el primer escalón. Bien, el hecho de que esté sumamente impresionada por el cursi detalle, no me quita lo Luciana, y Roberta se regocija mirándole el trasero mientras sube.

¡No sonrías! ¡Disimula!

Luego de que lleva cinco de los seis escalones, empiezo a subir yo. Él llega y extiende su mano. Como lo supuse, la casita es más bajita que yo, agacho la cabeza para entrar y debo hacer un esfuerzo sobrenatural para no sonreír de oreja a oreja.

El suelo, que no es más amplio que dos metros por dos metros, está cubierto por cobijas, en la mitad hay una caja que hace de mesita y encima hay dos velitas cilíndricas de las que se prenden en la iglesia; a su alrededor hay varios cojines.

Una risa hueca sale de mí, una mezcla de nostalgia y cariño.

—Sé que no eres de cursilerías —susurra a mis espaldas—. Pero yo sí, así que ya qué.

Siento mis ojos levemente húmedos y la visión se pone un poco borrosa así que no me arriesgo a girar a mirarlo. Él es bastante alto, así que él sí está encorvado casi totalmente. Carraspeo y quito la sonrisa.

—¿No dijiste que íbamos a comer algo?

—Siéntate —pide, y lo hago.

Rodea el intento de mesa y saca de abajo una caja de pizza. Sólo falta que se quite la camiseta y me derrito.

Se sienta a mi lado y la abre, me pasa uno de los trozos y toma uno para él. No se oye nada y la única luz proveniente es la del fuego precario que está frente a nosotros. Debido al espacio reducido, el calor se concentra y no sentimos frío, al menos no yo. Me quito la chaqueta cuando empiezo a sofocarme.

—Lucy, quiero disculparme de nuevo...

—No —interrumpo—. En realidad, no fue para tanto...

—Te dije puta —susurra con arrepentimiento—, eso es muy malo.

—No lo es. —Río suavemente—. Solo es una palabra. Es que... me recordaste cosas y... —¡Cállate, Roberta!

—Lo siento mucho.

—Está bien —murmuro—, con esto te reivindicaste.

Seguimos comiendo en silencio, no estoy segura de qué procede a esto. ¿Por qué lo hace? Me rechazó en tres ocasiones, ¿por qué tiene estos gestos rompecorazones conmigo?

—Oye —llama mi atención—, te traje algo más.

No puede ser. Controlar corazón. Inhala, exhala. No te le lances. A él no le interesas así.

No había reparado hasta este momento de que en una de las paredes hay un gancho que sostiene una bolsa de plástico, estira su brazo y la baja. La extiende hacia mí y la tomo.

¿Es en serio?

Abro la bolsa y la cierro inmediatamente al ver lo que hay dentro ¡Dios! ¡Este chico no puede ser más dulce y ridículo! Pongo mi mano en mi boca tapando la sonrisa y giro la cara hacia la pared del otro lado. Lo escucho reírse.
Me quita la bolsa de la mano y saca el pequeño peluche de un puto pingüino y un sobre que no había visto. Me tiende el sobre. Lo miro con una ceja levantada, dudosa de abrirlo.

—Ábrelo —insta. Suspiro—. Vamos, fue difícil conseguirlo.

Con la sonrisa imborrable de mi cara, rompo el sello sacando los dos papeles que yacen adentro. Los acerco a la luz de la vela para poder leer, ambos tienen mi nombre, pero no sé qué son. Tobías se me adelanta.

—El amarillo es una estrella —explica. Volteo a mirarlo con la confusión plasmada en mi rostro—. Veras, ¿sabías que hay un lugar en internet que tiene algo que ver con la NASA o algo así y vende los derechos de una estrella? —Mi expresión es estática, no sé realmente qué responder a eso, solo niego con la cabeza—. Bueno, pues lo hay. Pediste la luna, pero esa no la venden, así que... ¡una estrella!

—¿Una estrella de verdad? —pregunto maravillada. Asiente orgulloso. Suspiro—. Oh, por Dios... Eres ridículo —susurro riendo y admirando las hojas—. ¿Y este otro papel?

—Es un certificado de adopción. —Abro los ojos desmesuradamente y él se ríe—. No de esos que incluyen niños.

—Contigo nunca se sabe —murmuro—, ¿entonces de qué?

—Es del zoológico central —explica—. Ahora eres la madre adoptiva de una pingüina recién nacida.

—¿En serio? —Mi sonrisa se amplía hasta el punto de doler—. ¿De verdad? ¿Un pingüino de verdad?

—Sí, se llama Roberta —continúa—. Tiene dos meses, es un nombre ridículo, pero ya estaba bautizada y...

Suelto la carcajada que más fuerte me sale, ¡Se llama Roberta! Por todos los dioses, es obvio que la vida quiere que lo perdone, además ahora tengo un pingüino. No es que me encanten realmente, pero ¡es un pingüino! Tobías me mira extrañado por mi ataque de risa.

—Es perfecto. —Guardo de nuevo los papeles en el sobre—. ¿De dónde sacas tantas ridiculeces?

—Internet.

—Eres increíble —murmuro—. Por eso me gustas.

¡La cagaste, Roberta! ¡Nos dio un pingüino y tú la embarras! ¡Arréglalo!

—Entonces, te gusto. —Sonríe. Desvío la mirada a mi trozo de pizza.

—Claro, si no me agradaras, no estaría acá.

Lleno el silencio embutiendo masa con queso en mi boca. Al menos no me sonrojo como él. Es un momento agridulce: es tan hermoso que haya hecho todas estas bobadas, pero tan triste no poder besarlo como mi conciencia me pide a gritos.

—Te dejo la última rebanada —exclama luego de un rato.

—Genial, punto para ti —digo, tomándola—. A los mil puntos te ganas una olla. —Muerdo la pizza.

—¿A los cuántos puntos me gano el corazón? —dejo de masticar y paso a medio triturar sintiendo pesado el pedazo que baja por mi garganta.

Mi pobre alma se estremece con esa simple pregunta. No vamos a demostrarle que estamos nerviosas, Roberta. Dejo el trozo en la mesita y trago saliva.

—Solo hay ollas en el inventario.

Tobías muerde su labio, pensativo. Tras unos segundos, suelta:

—¿Quién te dañó, Lucy?

Suelto la pizza y lo miro con recelo. Eso no es algo que quiera hablar.

—No sé de qué hablas. —Me cruzo de brazos y me recuesto un poco más en los cojines.

—Una chica de diecisiete años tan esquiva en el amor solo puede ser por dos razones —explica—. O quiere ser monja o le rompieron el corazón.

—Es una teoría estúpida —espeto. Cambia su tono a uno de disculpa.

—Lo lamento —se excusa—. No quería ofenderte.

—¿Por qué haces esto? —pregunto de pronto.

—¿Hacer qué?

—Todo esto, Tobías —exclamo, incorporándome un poco; ya estaba casi totalmente acostada.

—Porque me importas —dice sin mirarme.

—No ganas nada con esto —acoto—. Estoy saliendo con Luka.

—Lo sé —susurra—. Pero si con estas cosas puedo hacerte sonreír, vale la pena el rechazo.

Por tercera vez, cálmate corazón.

—Te recuerdo que tú me rechazaste a mí —acuso.

—Las palabras que dije esa noche, si bien me arrepiento de ellas, las dije por un motivo —susurra—. Lo que quise decir era que yo no te quería para algo de una noche, como él. Que no te veo como una más del montón.

—Eso no explica tu rechazo —recrimino. Sin embargo, sé que lo que dice es verdad.

—Sí lo hace —contraataca—. Estás con él y es difícil.

—Nunca dije que a él lo quería para algo más que una noche.

—¿Y a mí?

Es la segunda conversación más incómoda de mi vida, luego de la que mamá me dio sobre sexo. ¿Qué le respondo? En realidad, no estoy segura de nada y si bien no quiero alejarlo, tampoco quiero ilusionarlo con nada.

—Yo no busco nada serio en mi vida —respondo con fingida indiferencia.

—Puede llegar alguien que cambie eso —susurra. De repente toma mi mano, haciendo que en reflejo voltee a mirarlo.

Bajo la vista a nuestras manos unidas, entrelaza sus dedos con los míos. Se siente tan bien, tan natural. Tobías me está gustando más de lo que debería y francamente, me asusta. Bastante. Salir herida de nuevo no es algo que se oiga muy atractivo que digamos.

—No creo —susurro.

Se incorpora un poco acercándose a mí, ya estoy de nuevo acostada en el suelo y Tobías se inclina, apoyando su peso en un codo y juntando su cuerpo un poco al mío. Mi corazón empieza a galopar fuertemente, pero esta vez es diferente, no solo hay deseo aquí, hay... algo más; ganas de querer quedarme con él, de besarlo hasta el cansancio olvidándome de todo, huir de todo, solo... él y yo, como un romance ideal.

Suelta mi mano y sube la suya a mi mejilla, está muy cerca y mi cuerpo se congela, no puedo emitir movimiento alguno. Acá en la oscuridad, a la luz de las velas, en una caja de madera sobre un árbol, estoy viviendo el momento más jodidamente feliz y atemorizante de mi vida hasta el momento.

—No puedes cerrarte completamente al amor, Lucy —susurra pasando las yemas de sus dedos suavemente por mi cuello produciendo un cosquilleo en todo mi atontado cuerpo.

—Sí puedo —mascullo con dificultad—. Es más fácil así.

—¿Fácil para quién? —Da un suave beso en mi mejilla. Mi pecho empieza a subir y a bajar con más fuerza.

—Para mí.

—¿No se te ha ocurrido —Baja sus labios a mi cuello y deja un suave beso en el hueco de este, bajo mi mandíbula— que hay una razón para que no te quisiera besar antes?

Carraspeo en un débil intento de encontrar la voz que ha abandonado mi garganta. Muerdo mi labio antes de contestar.

—Sí, la única respuesta que tuve es que no te gusto de esa manera. —Sus dedos pasan por mi clavícula y su bendita boca besa mi hombro. Tengo solo puesta una blusa de tirantes, así que mis brazos están descubiertos.

¿En qué estaba pensando cuando me quité la chaqueta?

—No puedes estar más equivocada.

—Entonces, ¿por qué?

Cuando me besa el cuello, levanto la cabeza para facilitarle el acceso. Estamos perdiendo el control, Roberta. ¡Alerta!

Desde el día de la boda. —Empieza sin alejarse de mí. Un jadeo se me escapa—. Desde que me besaste, no dejo de pensar en cuándo repetirlo.

—Entonces, ¿por qué...? —Muerde suavemente mi oreja, callando las palabras que iban a salir y remplazándolas con un suave gemido.

—Porque me gustas más de lo que alguien me haya gustado antes —susurra en mi oído—, y estás saliendo con alguien y he respetado eso.

¿Dónde carajo quedó el Tobías que no me podía ni mirar? A donde sea que se haya ido, que no vuelva, este me gusta más. ¿Acaba de decirme que le gusto? ¿Acaba de insinuar que si lo beso podremos tener algo? ¿Acaba de...? ¡Jesús! Esos labios me están enloqueciendo y en teoría ya admitió que me desea, así que no perdemos nada.

Mis manos salen de su congelamiento, deseosas de más y lo agarro de su camiseta para que levante la cabeza. La sombra de su rostro aparece frente a mí, sus ojos tienen una expresión diferente a la del Tobías que conozco, esta vez están... llameantes, ardientes, desprenden lujuria por donde lo mire.

Sin pedirle el más mínimo permiso, lo halo hacia mí para besarlo, y esta vez no se resiste. Se levanta un poco ubicándose totalmente encima de mí, la mesita que había en la mitad es lanzada —sin intención— a un lado cuando mis piernas la patean buscando comodidad. Me separo para mirar las velas y evitar un posible incendio, pero en la caída se apagaron, así que quedamos a oscuras.

Mis manos van a su cuello, a su cabello, a su espalda; las suyas permanecen a ambos lados de mi cabeza sosteniendo su peso para no aplastarme. Es un beso urgido, fuerte, nada que ver con la suavidad del Tobías de la boda, éste es más pasional, más excitante, más privado.

Este chico de aspecto inocentón está sacándome de quicio solo con sus labios, me pierdo en el placer que me producen, en las descargas de corriente que mandan a cada una de las terminaciones nerviosas de mi cuerpo; dejando salir los suspiros reprimidos, los jadeos necesarios y abriendo el corazón que hasta el momento estaba hermético.

Tobías me gusta demasiado. El primer paso es admitirlo, el segundo es saber qué hacer con eso, aunque por ahora solo gozaré de haber cruzado el paso uno, besándolo hasta que alguno diga basta.

De todas maneras, como dijo Mike, no deseo a Tobías como alguien para una sola noche.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top