Capítulo 26



Apenas y puedo musitar al conductor la dirección de mi casa, prende la calefacción y de a poco mi cuerpo empieza a entrar en calor, el señor casi de tercera edad me mira por el retrovisor, pero no dice nada. Mi mirada fija en el camino que pasa como un flash por la ventanilla, mis pensamientos tan enredados que duelen y mi autoestima por los suelos, pisoteada y rota en varios pedazos.

¡Estoy llorando! Y eso es algo que no suelo hacer. Creo que el desprecio, más el clima, más el licor, más ese apelativo que Tobías usó en mí, hicieron una mezcla perfecta para la receta de la intranquilidad y el llanto.

Hace mucho no me sentía tan mal por un comentario de un hombre; no cualquier comentario, ese comentario. Esa palabra que a diferencia de lo que se pudiera pensar, no usan en mí normalmente; esa palabra que solo escuché una vez en el pasado y que la mención de ella hizo que volvieran los malditos recuerdos que trato de enterrar.

Quiero gritar fuertemente, dejar salir cualquier pizca de dolor a través de las cuerdas vocales, soltar todo hasta que me duela el simple hecho de hablar. Quiero tener a Tobías a mi lado, pero la vez quiero darle una patada en los huevos por provocar todo lo que ha provocado. Quiero follar con Luka como si no hubiera mañana, igual que hago siempre que esos recuerdos vuelven a mí.

Mi cabello está esponjándose por la lavada que me gané, la ropa empieza a secarse tomando un olor a perro mojado, mis tacones están enlagunados por dentro y la cabeza me empieza a martillear de dolor.
Pago el taxi y me bajo, entro con todo el silencio que puedo a la casa. Sé que mamá ya no nos espera despierta, pero si por azares de la vida estuviera allí, estaría en problemas por llegar sola, así que voy directo a mi habitación.

Me quito la chaqueta y el pantalón que está casi pegado a mi piel por la humedad, mi camisa termina en el piso, boto el sostén sin mirar y me pongo mi camisón de abuelita para meterme en las cobijas. Mirando el techo, con los ojos llorosos con lágrimas de deshonor y con el frío calando hasta los huesos, quedo dormida con el plan de no hacer absolutamente nada el resto del día —porque ya es domingo—.

Creo que una debería de cumplir ese juramento que se hace después de la primera resaca de no volver a tomar, así no se repetiría esta horrible experiencia, pero ¿a quién quiero engañar? Eso no lo cumple nadie, ni con el viento de La Rosa de Guadalupe.

Mis ojos escocen, mi garganta arde, los músculos están agarrotados y mi cerebro parece querer batallar para salir por uno de mis oídos. La asquerosa luz del sol me apuñala la retina cual cuchillo y el sonido estridente del despertador —que olvidé desactivar— me hacen soltar un improperio al aire a la vez que me levanto a tirarlo contra la pared. Entro al baño y me lavo los dientes. ¡Dios! Mi aspecto es deplorable, mis ojeras son profundas, mi cabello parece peluca barata de prostituta y mis labios tan resecos como el desierto del Sahara.

Entro a la ducha y el agua caliente destiempla mis tendones, aclara mi cabello y me despierta totalmente. Hoy no pienso hacer nada de nada, hoy solo quiero acostarme y llamar a Mike a contarle las tristezas de mi vida.

Eso del «beso bajo la lluvia» tiene una connotación muy romántica en los libros, pero lo único que gané es una gripe segura porque llevo diez estornudos en veinte minutos y mi nariz empieza a llorar goticas líquidas. Malditos virus.

Después de pasar varias horas acá en mi cama hablando con la almohada y con Roberta, llego a la conclusión de que esto no es importante. Tobías solo es un chico más y como tal se le tratará. Mi misión principal al llegar a esta ciudad era acabar con Luka y eso es lo que haré, no puedo dejar tiempo para pensamientos confusos que no me llevan a ningún lado y lo único que logran es hacerme débil, quitándome esa fortaleza y confianza que tanto tiempo he trabajado en tener.

Tobías me ha enviado varios mensajes al celular, los he ignorado. No hace sino disculparse por sus palabras, diciendo que estuvieron muy fuera de lugar. Pero es que no es eso... es lo que me hicieron sentir lo que me mata. Estoy segura que esas palabras viniendo de cualquier persona no me importarían, pero viniendo de él me afectan. Sólo me han afectado cuando vinieron de la boca de un chico que quise mucho y que me importaba, por el cual sufrí, así que no quiero permitirle a mi corazón volver a caer en esos pantanos oscuros de los sentimientos empezados por A.

Ni siquiera tengo energías de levantar el teléfono y pulsar en el contacto de Mike, en parte por la flojera y en parte porque sé que él me dará una opinión demasiado sincera, y lo más posible es que concuerde con las conclusiones a las que ha llegado Esmeralda y que con tanto ahínco estoy ignorando.
Llamar a Luka tampoco es una opción, uno porque justo ahora soy una portadora élite de gérmenes y dos, porque asumo que él debe estar pagando una resaca de esta vida y la otra peor a la mía. A Totó no la llamaré tampoco. Generalmente cuando son estas cuestiones, prefiero no hablarlas en voz alta sino solo con mis compañeras de la conciencia.

Mamá muy amablemente me trajo hace unas horas la comida a la cama, ella me trata como bebé cuando estoy enferma. Por eso la amo tanto. Son casi las seis de la tarde y tengo mi trasero y espalda adormecidos por el colchón de la cama. Estoy en el mejor plan del mundo luego de una especie de desplante: viendo películas de comedia y comiendo mermelada —helado no, porque mamá dijo que eso tan frío me agravaría la enfermedad—.

Escucho golpes en mi ventana y me decido fervientemente a ignorarlos. Que se joda.

Los golpes siguen y siguen hasta el punto de ser fastidiosos. Trato sin éxito de no escucharlos, le subo volumen al televisor, pero ese repiqueteo no me permite concentrarme en nada más. Me levanto de la comodidad de mi cama, enfurruñada y maldiciendo el aire. Abro de sopetón la cortina y la ventana, pongo mis manos en la cintura cuando veo a un Tobías que no dice ni mu.

—¿Qué? —Sonaría más amenazante si no tuviera la nariz roja y la voz ronca, pero no puedo hacer nada con eso.

—¿Puedo pasar? —pregunta con timidez.

—No —acoto—. ¿Qué quieres?

Sus ojos muestran dolor por mis palabras y arrepentimiento por las suyas. Pero me decidí a ignorar todo lo que tenga que ver con él y mantendré mi resolución.

—Disculparme —murmura. Levanto una ceja sin cambiar mi expresión seria—. Lucy, no quise decir... lo que dije... De verdad lo lamento.

—Bien, ya lo hiciste —espeto—. Ya puedes irte.

—Lucy, por favor. —Suspira y me mira suplicante—. No me trates así, me duele... me importas. —Resoplo y desvío la mirada—. ¿Qué puedo hacer para que me disculpes?

—Bájame la luna —digo con sarcasmo—. O mejor, cómprame un pingüino.

—Lucy...

—Estoy enferma, Tobías —exclamo, acercándome a cerrar la ventana—. Adiós.

Evito enfocarme en sus ojos de perro regañado. No vamos a caer, Roberta. Sólo aléjate, es lo mejor.

Cierro la cortina y me quedo de pie frente a esta, pasan unos minutos y asomo un poco la cara por una de las esquinas y ya no está allí.

Mamá me dio anoche una infusión de plantas extrañas para el malestar y no sé qué rayos tenía, por mí y podría tener pelo de troll y sería igual. Fue sagrado y amanezco como si no tuviera virus alguno. Las mamás y sus brujerías.

Hoy vuelvo de nuevo con toda la actitud al plan Halcón. No más distracciones, no más interrupciones. Por primera vez desde que llegué a Crismain tengo ganas de estar con Luka, debo conocerlo más para así saber cómo golpearlo —metafóricamente hablando—.

La rubia hoy no viene en el autobús, lo cual es buen presagio para el día. Thomas me mira con temor y eso me agrada. Ramón sí es muy gentil conmigo, este chico puede ser un gran amigo. Me bajo y Luka está esperándome, ¿es que siempre llega temprano?

—Hola, Rojita. —Me da un beso en los labios.

—Hola, Luka —saludo—. ¿Cómo estuviste ayer?

—No preguntes. —Hace una mueca de dolor. Me río—. No supe qué pasó después de que saliste al jardín.

—No pasó gran cosa —respondo con indiferencia—. Me aburrí un poco sin ti y me fui temprano.

—Normalmente no tomo tanto. —Lo miro con los ojos entrecerrados y expresión seria—. Está bien, si bebo bastante cuando salgo a fiestas. Pero voy a fiestas de vez en cuando, así que no pienses que soy alcohólico o algo.

Con su mano entrelazada a la mía con gesto posesivo, y con su pulgar acariciándome el dorso, me demuestra que ya me tiene bastante estima. Esto va por buen camino. Me acompaña hasta la puerta del salón de biología y se detiene en el umbral a despedirse.

—En la escala del uno al diez —susurra cerca de mi cara—, ¿qué tan cursi eres? —Arrugo la frente y él se ríe.

—Once —respondo.

—En la escala del uno al diez el once no existe —objeta.

Si soy sincera, no pensé que lo notara. Definitivamente no es tan estúpido como creí.

—Exacto.

—Bueno... entonces trata de ignorar cualquier cosa que pase hoy. —Baja su mirada y me besa. Vemos al profesor a lo lejos y se aleja.

¿Qué habrá querido decir?

Las clases transcurren con calma, en física se sienta junto a mí y eso de la cursilería, no iba de chiste. Como si estuviéramos en los noventa, me pasa un papelito a pesar de que estamos tan cerca que incluso nuestros brazos se tocan.

«El azul te hace ver hermosa»

Me río disimuladamente y lo miro con reproche, arrugo el papel y se lo lanzo. Arranca otro pedazo de su cuaderno. Hoy me senté yo en el puesto del pasillo, el suyo da a la pared y por eso puede hacer todo sin llamar mucho la atención. Me pasa otro cuadrito de papel doblado en cuatro.

«¿Te he dicho que me encantan tus ojos?»

Repito la acción y se lo tiro a la cabeza. Se ríe. Las habladurías de la profesora sobre las diferencias entre distancia recorrida y desplazamiento se pierden en el aire antes de llegar a mi cerebro por la falta de concentración. A pesar de ser ridículo y lo más cliché del mundo, me hace sonreír. Es gracioso ver a semejante casanova metido en el papel de conquista. Tercer papel.

«Seguiré destruyendo mi cuaderno hasta que me escribas algo»

Me pasa un papelito en blanco esperando que escriba algo. Lo único que se me viene a la mente es una curiosidad inútil que nació desde el primer papelito. Tomo mi pluma rosa y escribo con mi hermosa letra —cof, sarcasmo, cof— el mensaje, poniendo corazoncitos en las íes para más ternura.

«¿Dónde quedó tu mala ortografía? ¿Solo fingías?»

Lee el mensaje y se sonroja, no ríe, solo arranca otro pedazo y escribe de nuevo.

«No me conoces, Lucy. Te sorprendería saber lo mucho que escondo :)»

Inevitablemente sonrío, pensando en que quiero saberlo todo. Todo. Aparte de que es un enigma el por qué ocultaría algo tan trascendental como escribir bien, es que se está mostrando conmigo. Debo preguntar a Totó si eso también es parte de su plan.

Arranco un último pedazo de papel.

«Planeo conocerte. Pon atención a la clase.»

Sonríe al leerlo y me da un beso fugaz en la mejilla. Gira su cara a la maestra y empieza a tomar notas.

Quizás no sea el idiota que se presentó el primer día y si eso es correcto, o está cambiando en general o está cambiando conmigo porque soy la chica de turno. La verdad no es muy relevante la razón, de que es diferente, lo es y, aunque me pese admitirlo, me gusta. 


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