Capítulo 18
Decir que estoy nerviosa o asustada o confundida, es poco. ¡Yo sonrojándome! Y con un chico que ni siquiera me ha agarrado el trasero una sola vez. Y ni siquiera con los que lo han hecho me he sonrojado. Quiero romper el contacto visual, mirar cualquier cosa aparte de sus ojos, enfocar mi atención en lo que sea, en las palomas de la calle, o la gente elegante, pero no puedo. Es como un imán que no me permite separar mis ojos de los suyos, entonces me sonríe con dulzura y siento más calor en las mejillas. ¡Roberta, haz algo! Pero la pendeja no hace nada y es la voz del tío de Tobías lo que me da el golpe imaginario para mover la cabeza y mirarlo a él. No pasaron más de cuarenta segundos, pero se me hicieron una eternidad.
—Que tiernos —exclama Albert—, se parecen a mi Marta y a mi hace cincuenta años. —Toma la mano de la señora y acaricia su dorso.
Mi mano sigue entrelazada con la suya y siento el rubor desaparecer de a poco mientras intento prestar atención a lo que los señores dicen; sin embargo, mi mente sigue tratando de procesar las causas de ese reflejo circulatorio de hace unos minutos. Esas sensaciones no van conmigo, jamás tengo esas reacciones y debo analizar seriamente con Esmeralda qué fue lo que sucedió.
La gente sigue llenando el lugar y tomando asiento, la pareja de señores se despide y los veo perderse en las sillas delanteras. Mi mirada fija en ellos como si fueran lo más interesante es mi manera de evadir la mirada de Tobías por temor a que suceda de nuevo. Halo su mano invitándolo a buscar un asiento, nos acomodamos en unos en la mitad del templo, ya hay dos viejitas allí, y con nosotros se llena la banca horizontal.
Suelta mi mano y pasa su brazo por mis hombros, noto un hormigueo en mi estómago y tenso mi cuerpo. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Entonces se acerca un poco y con el tono de voz muy bajo, habla.
—Gracias —susurra—. Lamento no decírtelo.
—Está bien. —Me encojo de hombros sin girar hacia él—. ¿Quién es la chica?
—Aún no ha llegado. —Levanta la vista, mira a su alrededor y vuelve a acercarse—. Es un poco intensa conmigo y no puedo solo mandarla a volar, yo no soy así...
—Eres demasiado dulce para tu propio bien —digo sin pensar y le doy a Roberta un puño mental por decir esas cursilerías. Aclaro la garganta y añado—: Desde hoy dejará de molestarte, eres mi novio, ¿recuerdas?
Río un poco incómoda por estar en esta situación, no me siento yo misma. Creo que acabo de perder varios puntos de confianza en mí misma sin aparente razón, no pensé que con Tobías pudiera ser yo la que tenía la guardia baja. Eso es más de él.
Sólo basta un milisegundo en que a mi cerebro se le ocurre voltear la cara como un mero reflejo para encontrarme con el chico mirándome fijamente, serio, sin expresión alguna. Sin ser capaz de acabar con esa conexión, solo lo observo, nada más. Observo un lunar en la parte baja de su mentón, otros dos adornan su frente. Tiene ligeras ojeras, pero no parece que sea por falta de sueño, son más bien naturales. Tiene una incipiente barba que no es visible a menos de estar a esta mínima distancia y además están sus ojos... Sus ojos tienen un pequeño brillito blanco en cada uno que se mece, se mueve muy levemente y de forma inconsciente me atrae.
Un impulso que en otros contextos o situaciones podría denominarse como atrevimiento, hace que suba mi mano a su mejilla para comprobar si realmente su piel es tan suave como aparenta, lo toma desprevenido, pero no me rechaza. Siento unas suaves cosquillas al acariciar los vellos que empiezan a crecer, sonríe y veo como dos hendiduras se forman una en cada lado; sus hoyuelos le dan un aspecto infantil, tierno... vulnerable.
Ese deseo que tuve la noche anterior de besarlo vuelve a mí... probar esos labios, saber si esa delicadeza que emana de él también se refleja en sus besos. Miro su boca que está ligeramente entreabierta, dibujando una suave sonrisa. No podría saber cuánto tiempo llevamos en esta posición en nuestra maldita burbuja que me confunde. Sube su mano hasta mi cuello y su sonrisa se amplia, se acerca, atrayéndome con su mano y yo... yo solo me dejo hacer, creo que la voluntad se quedó fuera de la iglesia y Roberta no quiso entrar.
Confirmo que sí, sí son tan suaves como lo pensé. Ese contacto mínimo, sutil... es parecido al que me dio ayer Luka, pero difiere enormemente en lo que me trasmite o en lo que quiero recibir de él. Le correspondo con gusto, acariciando de nuevo su mejilla. Mi otra mano reposa en su pecho y mis piernas están cruzadas con mi cuerpo totalmente inclinado hacia él. Es incómodo, pero este beso lo vale... Se siente muy bien sus labios sobre los míos y a diferencia de lo que pude pensar en algún momento, no lo hace mal, al contrario. Es un bendito profesional besando, es de esos besos que a pesar de ser tan suaves e inocentes revolucionan hormonas y dejan pidiendo más. Entonces, de la peor manera que tiene la vida de recordarme que estoy en la casa del Señor, suena alto y claro la marcha nupcial.
El impacto repentino de esa música repelente para mí, me hace enderezarme y solo ahora noto que estábamos ambos muy encorvados en el asiento. Él también da un respingo y por reflejo ambos nos ponemos de pie. Veo con sorpresa que ya todos están en sus asientos y la iglesia está totalmente llena. Todos miran en dirección a la entrada y nosotros hacemos lo mismo; vemos entrar a la novia, del brazo de quien supongo es su padre y pasa toda esa parafernalia de las fotos, y los pajecitos, y las madrinas y todo eso.
El padre anuncia que podemos sentarnos y todos los hacemos, empieza su discurso típico de las bodas y Tobías toma mi mano, junta sus dedos con los míos sin quitar la vista de los novios. Si soy sincera, no tengo ni idea de qué se está diciendo en la misa, simplemente no puedo escuchar nada y a todo lo que el Padre dice le respondo por reflejo y siguiendo el coro de los demás creyentes. Todas mis neuronas están chocando en mi cerebro tratando de descifrar o desenredar las emociones que han acaecido en mí en la última hora.
Hace años que no asistía a una eucaristía; cuando mi madre vio que mi hermano y yo éramos suficientemente grandes para negarnos, decidió dejar de obligarnos a asistir, ella sigue asistiendo de vez en cuando con papá.
La última boda que presencié fue cuando tenía once años y fue de una de mis tías, en general me parecen bonitas de observar.
Sigo la corriente cuando el Padre nos pide ponernos de pie o sentarnos y así pasan los setenta y cinco minutos de ceremonia hasta que él dice «Y los declaro marido y mujer». La estancia rompe en aplausos y los más allegados a los novios sueltan una que otra lágrima por la reciente y feliz unión.
La gente hace el camino en la entrada para que los novios salgan y llenarlos de arroz que será devorado por las palomas después. Son más de las nueve de la mañana y sinceramente lo que más me preocupa en este momento es el hambre.
—¿Y ahora qué? —pregunto a mi compañero una vez salimos. Todos están alrededor hablando.
—Harán una reunión en la casa de una de las familias, es cerca de acá. —La duda se refleja en mí y él añade las palabras mágicas—. Habrá comida.
Sonrío y asiento.
Muchos se van en sus autos y muchos otros, como nosotros, caminamos hacia el lugar de la recepción de los novios. La protección que me brinda el brazo de Tobías se siente muy bien, por eso no me he alejado, me gusta esa cercanía a la vez que me atrofia la mente. No hablamos durante el camino, pero no es un silencio incómodo, es como si no hiciera falta llenar el espacio con palabras.
La casa de la fiesta es grande, desde afuera hay globos y listones decorando y anunciando que algo se celebra. La precede un gran patio con un césped perfectamente cuidado donde hay varios grupos de invitados esperando para entrar. Donde se supone que va el buzón, hay un cartel grande y muy bonito que reza «Señor y señora Brand». Guirnaldas de flores cuelgan del marco de la puerta abierta de la entrada y como si el clima se uniera a la celebración, un hermoso sol se cierne sobre nosotros.
Me pregunto fugazmente si dejaron todo listo para la fiesta desde anoche o si los encargados están decorando desde las cuatro de la mañana de hoy.
Tobías desabotona los dos primeros botones en busca de frescura, pues el sol empieza a ser sofocante, y no puedo evitar mirar esa parte de piel que deja descubierta. Pienso en la imagen de todo su pecho desnudo, esa imagen que no sale de mi cabeza desde el día que la vi. Desvío la mirada y me quito mi chaqueta, él me ayuda a soltarla y me mira descaradamente, obviamente lo hizo sin querer porque se sonroja, pero opto no comentar al respecto.
Giro un momento cuando escucho el claxon del auto matrimonial, llegan con todo el ruido del mundo. Se baja primero el novio, sonriente como nadie y le da la mano a la novia para ayudarla a bajar. Esa felicidad que exudan es inmensa y hace sonreír a todos quienes los ven, cada grupo de personas se enfoca en ellos y los saludan con las manos. Una vez ellos ingresan a la casa, empiezan a entrar todos, incluyéndonos.
—Qué lindo tatuaje —comenta mientras entramos.
—Gracias.
—¿Duele mucho? —pregunta con una mueca de dolor. Sonrío. Si tuviera una moneda por cada vez que preguntan eso.
—Claro que dolió —exclamo—. Dolió un huevo, tu no serías capaz de hacerlo. —Abre los ojos con indignación y luego suspira.
—Sí, tienes razón.
—Eres un cobarde —acoto.
Un lindo cobarde.
Llegamos al patio trasero de la casa, tres carpas enormes cobijan las mesas perfectamente decoradas con manteles color pastel y unos listones azules en cada silla. De centro de mesa hay una plataforma con dos muñecos parecidos a los que se colocan sobre la torta y una etiqueta con los nombres de la pareja. Es muy tierno. Tomamos asiento en una de las mesas que se llena después con tres señoras y un señor que al parecer Tobías no conoce.
La brisa de una mañana tan hermosa como esta revuelve mi cabello lanzándolo a mi cara, lo acomodo inútilmente tras mis orejas y resoplo al sentir que sigue llegando hasta mi boca. Entonces Tobías pasa ambas manos por mi cuello, tomando mi cabello en mi nuca, mis ojos se fijan en los suyos, sus yemas rozan suavemente la piel descubierta de mi cuello y sin decir nada, me suelta; mi cabello no vuelve y noto que lo acaba de recoger en una cola de caballo. Toco mi cabeza buscando el punto donde lo recogió y siento una banda elástica sosteniéndolo.
—Wow, llevas una banda de cabello en la muñeca —comento con burla—, eso no es para nada raro. —Ríe.
—Siempre cargo un caucho en la muñeca. —Se acerca y me habla en confidencia—. Sonará infantil, pero con mis compañeros de colegio cada vez que podemos nos las lanzamos. ¿Sabes cuánto duele un cauchazo en la nuca con eso?
—Tienes razón —convengo—, sí que es infantil.
Sin embargo, ese gesto me pareció lo más dulce del mundo, y eso viniendo de alguien tan anti dulzura como yo, es decir bastante.
Pasamos por los discursos de los padrinos, los suegros, la feliz pareja y uno que otro familiar. Entonces los anfitriones empiezan a pasar mesa por mesa para agradecer, y ya que prefiero evitar eso porque no los conozco, le pido a Tobías que salgamos a la pista de baile; la música no es que sea lo más bailable del mundo, es una de esas canciones que no son lentas pero tampoco movidas. Son como las que ponen en los ascensores.
Nos movemos de un lado a otro, en silencio. Mi mentón casi reposa en su hombro derecho y mi mano en el izquierdo, sus manos están en mi cintura y por algún motivo, cierro los ojos mientras el movimiento es continuo. De pronto, se aleja un poco y se detiene haciendo que lo mire a los ojos.
—Lucy... —Hay algo diferente en esa mirada, es una mirada... de cariño, expresiva, y antes de que diga algo, suspira como tragándose sus palabras no dichas—, gracias por hacer esto.
—Digamos que es un pago por el mal rato que te hizo pasar mi hermano anoche. —Eso le saca una sonrisa, provocando una en mí.
Mi corazón empieza a acelerarse un poco y temiendo a algo que aún no tengo claro, o antes de que siquiera pase lo de hace un rato, o antes de que diga algo que dañe el momento, me excuso.
—Debo ir al baño. Ya vuelvo.
Sí, eres una cobarde.
Lo sé, Esmeralda.
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