Capítulo 17



Estoy empezando a pensar que el universo está en mi contra porque ¿dos interrupciones en un día? No es justo. Además del susto tan inmenso que siento cuando escucho la cerradura de mi puerta, el corazón se me acelera pensando en las posibles consecuencias de tener a un chico en mi cama casi a medianoche, aun si el chico es Tobías.

Aunque me va mejor que a mi compañero, que gracias al susto y a que estaba en el filo de la cama, se cae de culo al suelo. Me debato entre reír o angustiarme cuando el intruso da un paso adentro y por la luz de la pantalla puedo distinguir quién es.

—Will, me asustaste —exclamo a mi hermano, poniendo una mano en mi pecho y respirando hondo. Giro hacia el otro lado donde Tobías sigue en el suelo y me dirijo a él—. ¿Estás bien? —El chico asiente y se levanta del suelo. Mi hermano habla.

—Si vas a hacer cochinadas en tu habitación, al menos cierra la puerta con seguro. —Veo a Tobías que se sonroja demasiado y evade su mirada.

Mi hermano tiene el mismo humor que yo, por lo que sé que lo dice en broma. Pero si mi vecino no se había acostumbrado a mí, mucho menos a mi hermano. No obstante, sé que sería desastroso que Will le comentara a mamá de mi —nada cochina— travesura.

—Gracioso —digo con sarcasmo, Will no ríe y que ahora va a molestar a Tobías. Lo dejo hacer.

—¿Quién eres y por qué profanas a mi hermanita?

Camina hacia dentro de la habitación, con pasos seguros que intimidan a mi pobre vecino.

—Will, no seas pesado.

—Si te metes en la habitación de mi única hermana —continúa, ignorando mi comentario, mientras Tobías traga en seco—, al menos debes presentarte.

—Soy Tobías. —Alza la vista a mi hermano y extiende su mano, él la toma—. Sólo veíamos una película.

—Sí, yo también sé lo que es "ver películas". —Hace comillas en el aire.

El pobre Tobías la está pasando terrible.

—Lo siento —se disculpa.

Entonces Will rompe a reír y yo lo acompaño. El vecino asustadizo queda estático sin decir ni hacer nada.

—Es broma. Tobías, ¿verdad? —El aludido asiente—. No puedo ni contar la cantidad de veces que encontré a mi hermana con algún chico en la habitación.

Dejo de reírme y lo miro con los ojos entrecerrados. Les aclaro que eso es mentira, nunca llevé a nadie a casa, por favor, no soy tan idiota. Pero mi querido hermano se está riendo a mi costa y lo peor es que Tobías le cree.

—¡Eso no es cierto! —chillo y Will ríe más fuerte—. ¿Qué querías?

—Solo venía a avisarte que voy a salir —explica—, quería saber si ibas conmigo, pero acá tienes tu propia fiesta.

Ruedo los ojos, exasperada y le lanzo un cojín, él lo esquiva para luego mirar a Tobías, quien parece haber olvidado cómo respirar.

—Es broma, vecino —dice—. No la he encontrado con muchos chicos ni creo que tengan fiesta acá. Lo siento.

—No importa —susurra.

—Adiós, hermanita. —Se aleja y cuando está a un paso de cruzar el umbral de la puerta, se devuelve y habla de nuevo—. Mi silencio vale, engendra. Ya te pediré algún favor.

Resoplo y Will sale cerrando la puerta, dejándonos a Tobías y a mí mirando en esa dirección.

—Al menos no fue mi mamá. —Me acomodo de nuevo en la cama y él se levanta.

—Mejor me voy. —Saca la película del reproductor y tras meterla en su estuche, la guarda en su bolsillo—. Paso antes de las siete.

Me toma varios segundos notar que habla de nuestra cita de mañana.

—¿A dónde me llevarás?

—Ya verás —musita—, espero agradarte todavía después de mañana.

—Me asustas. —Abro los ojos exageradamente. Una mueca similar a una sonrisa adorna su cara. Va a poner un pie en la ventana cuando le llamo—. Oye, ¿no me darás beso de buenas noches?

Sonríe dulcemente y se acerca de nuevo a la cama. Toma mis mejillas con ambas manos y deposita un beso en mi frente. Un tonto impulso de sonreír como lela se apodera de mi mientras lo veo salir por la ventana, seguido de un sonoro suspiro.

Debe ser por lo gracioso de todo el asunto.

No voy a darle vueltas a este tema insignificante así que solo arreglo la alarma de mañana, meto todo lo que puedo de mi cuerpo en las cobijas dejando solo lo justo para respirar y quedo dormida.

Pienso que la psicosis influye mucho en ser o no madrugador. La mente sabe que es domingo, que es el día de pereza a nivel mundial y más tristeza le da levantarse. Es más sencillo entre semana. Me levanto a apagar la maldita alarma y tomo la toalla para ir a ducharme. Al ser domingo, nadie en la casa se ha levantado aún; Will quizás ni siquiera pasó la noche acá. El silencio mortal del lugar hace más tediosas las tareas simples como abrir los ojos o ducharse o respirar.

Ya que según mi vecino soy provocativa, pero no es que tenga ropa anti Luciana en montones, me declino por un jean oscuro y reservado (me aprieta el trasero, pero es lo mejor que tengo), una blusa negra de espalda descubierta y cuello tortuga y unas bailarinas. El desgano con el que hago todo es la prueba de la flojera que me da saber que no son ni las siete del domingo y me estoy arreglando.

Por el espejo miro mi cama y juro que me está hablando pidiendo de manera suplicante que no la deje. Ese es el amor verdadero que habita en mi vida y me duele en el alma no poder complacerla.

Acabo de aplicar la crema en mi cabello, me estoy colocando mis aretes cuando Tobías toca la ventana. Le abro y mis ojos lo analizan de pies a cabeza, trae un pantalón de vestir negro, una camisa azul y zapatos brillantes. Va muy elegante y atractivo.

—Buenos días. —Sonríe y ruedo los ojos. Giro de nuevo a mi reflejo.

—Serán buenos en unas tres horas —replico—. Justo ahora es un delito estar levantado.

Ríe y se aleja de la ventana un poco.

—Te espero en la entrada —anuncia y se va.

Acabo de arreglarme lo mejor que mi estado de somnolencia me permite, tomo una chaqueta suave y un bolso pequeño. Atravieso la cocina y la sala en silencio. Ayer le dije a mi mamá que saldría con Tobías y aun cuando le dije la hora, no preguntó ni objetó nada.

Abro la puerta principal y allí está el chico con un café en la mano, me lo ofrece y yo lo tomo. Es un café con leche, así que el dulzor más la calidez son más que bienvenidas en mi zombificado ser. Cierro la puerta a mis espaldas y empezamos a caminar.

—¿Sabes? —comento, luego de botar el vaso plástico del café. Llevamos tres cuadras caminando—. En este momento y teniendo en cuenta la hora, nuestro medio de transporte y el frío que hace, te estoy odiando... demasiado. —Lo escucho reírse—. Así que o llegamos rápido o te meto un putazo.

—Solo faltan dos cuadras —se excusa—, y si me odias ahora, espera a una hora.

Resoplo y acelero el paso un poco. No estoy molesta, me gusta estar con él, pero la verdad es que el frío sí es una mierda. De repente siento que llega a mi altura y pasa su brazo por mis hombros, enderezo la espalda y giro a mirarlo con una ceja levantada. Eso me toma desprevenida, pero sorprendentemente no me molesta. Y digo sorprendentemente porque nunca, jamás, me he sentido cómoda con esas muestrecitas de cariño en público —aunque estas calles están desoladas—.

—Dijiste que tenías frío —explica sin mirarme. El rubor en sus mejillas es mínimo.

La calidez que su cuerpo desprende es realmente cómoda y en contraste con el clima que nos rodea, se hace muy acogedor. Giro mi vista de nuevo al frente y paso uno de mis brazos por su cintura. Puedo llevarle la idea, este contacto es muy inocente y muy acorde con lo poco que conozco de su personalidad; además, estaba deseando que se desenvolviera más conmigo, y lo está haciendo, así que no puedo rechazarlo.

A medida que avanzamos empiezo a ver autos estacionados en la calle a ambos lados. Varios tienen flores en el techo y en los espejos retrovisores, la gente que sale de ellos va muy elegante, otros no tanto, pero ninguno de negro así que descarto la idea de que tal vez sea un funeral.

Miro con curiosidad a todos los seres que pululan alrededor, especialmente porque hay varias personas que se quedan mirándonos y nos sonríen. Entonces doblamos la esquina y a lo lejos, bueno no tan lejos, a una cuadra exactamente, donde se conglomera más gente, veo una...

—¿Me trajiste a misa? —inquiero con incredulidad deteniendo el paso.

Admiro la estructura: es alta, de tonos blancos y marrones, vitrales de colores y con sus dos picos que albergan las campanas inconfundibles de una iglesia. No es que yo sea atea o agnóstica, pero esto de las iglesias no va conmigo. Creo en Dios y le tengo mucha fe, pero la religión... no, eso no.
Es aquí cuando noto el porqué del misterio de Tobías. Claro que le hubiera dicho que no si me dice que me levante a las siete para ir a misa, no por la misa, pero sí por la hora. ¿Es que ya nadie va a la misa de mediodía? Un fugaz pensamiento de que el chico con el cuerpazo que tengo al lado es un fanático y quiere convertirme se apodera de mi mente temiendo que sea acertado.

Lo miro a los ojos y la disculpa se acentúa en sus ojos grises.

—Lo siento, Lucy —empieza a hablar con calma—. Mira, a mí no me gusta esto tampoco. —Ufff, nos salvamos Roberta—. Es la boda de una prima de mamá y tenía que venir.

¿Quién rayos se casa a las siete de la mañana?

—¿Cómo entro yo en eso? —Empezamos a caminar de nuevo, su brazo me rodea.

—Veras... Hay una chica, la mejor amiga de una prima que sé que estará aquí —susurra, pues ya estamos cerca del perímetro del templo—. Y... es algo así como una acosadora...

—¿Y quieres que le dé un putazo? —pregunto entusiasmada—. De una, estoy dentro. —Reímos al tiempo.

—No. —Llegamos a la entrada y él se acerca a mi oído. Demasiado cerca y se me eriza la piel, entonces susurra—: Diré que eres mi novia y por favor, por favor —suplica—, llévame la idea.

No alcanzo a responder cuando ya ponemos un pie dentro de la casa del Señor. Sin avisar, suelta mis hombros y agarra mi mano entrelazando nuestros dedos. Parpadeo varias veces asimilando esto. Debió decírmelo, yo habría accedido a ser su novia postiza. Pero noooo... prefirió darme la grata sorpresa.

Ahora que sé que no me había contado adrede, usaré eso más tarde; sacaré provecho.

Una pareja de señores se nos acerca, le sonríen a Tobias y él hace lo mismo, soltándome la mano para saludar.

—Hola, hijo —dice el señor, la señora se acerca y le da un beso en la mejilla.

—Tío Albert —responde Tobías mientras le estrecha la mano al anciano. Me mira de manera suplicante y me presenta—, ella es Luciana.

El señor acerca su mano a mí y en su mirada hay expectativa, como si nunca hubiera visto una chica en su vida. Tomo su mano con una sonrisa.

—Mucho gusto —murmuro y hago lo mismo con la señora.

—¿Eres la novia de Guri Guri? —pregunta la señora regordeta, y debo apretar los labios para no reír. Miro a Tobías que se sonroja y desvía la mirada.

—Así es —afirmo—. Soy su novia.

—¿Y cuánto llevan juntos? —curiosea el tal Albert.

—Pues... —Gracias a Dios que soy buena actriz y sé improvisar—, se sienten como minutos. —Miro a mi novio pasajero y estrecho su mano mirándolo con ojos soñadores.

Él clava su mirada en la mía y hay una conexión anormal que nos envuelve, mi sonrisa se borra y la suya también, me olvido de los tíos que están frente a nosotros y solo lo veo a él.

Pero no es eso lo que me aturde, lo que lo hace es una sensación desconcertante y casi olvidada que se apodera de mí justo ahora. Un raro calor empieza a subir por todo mi cuerpo dejándome momentáneamente en estado de shock.

No es un simulacro, ¡me estoy sonrojando!



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top