Capítulo 13


El plan está perfectamente organizado. Tenemos a las cuatro chicas —cuyos nombres aún no recuerdo—, a Totó, a Annie, al amigo de ella y a los novios de otras dos. El muy romántico del Halcón pagará las entradas con cupones​, no sé en qué universo él cree que eso lo hace quedar bien, pero está orgulloso de eso. Idiota.

Salgo de la ducha a eso de las diez. Mi cita es a la una, creo que él escogió esa hora para no tener que invitarme a almorzar, un gasto menos. Traigo puesta la toalla afianzada bajo mis brazos y lo primero que veo en mi escritorio es el libro que saqué de la habitación de Tobías. No he dejado de pensar a dónde piensa llevarme mañana, tengo curiosidad por saber cómo actúa mi vecino en una cita, será interesante. Él parece rebatir mis conocimientos en los hombres y si soy sincera, mi principal objetivo es saber si es gay o un alien.

O un humano heterosexual con la capacidad de confundirme. Las posibilidades son infinitas.

Estoy a punto de quitarme la toalla cuando tocan a mi ventana, me acerco a ella a sabiendas de que solo puede ser Tobías —o remotamente Ramón, si mi teoría del acosador era correcta—. Abro la cortina y sí, es Tobías. Cuando me ve con la simple toalla verde en el cuerpo, se le enrojece la cara sutilmente.

Eso no puede ser normal, Roberta.

Estás medio desnuda, Lucy.

Es cierto, Esmeralda.

—Hola, Tobías —saludo con una sonrisa.

El chico no se atreve ni a mirarme. Por Dios, necesito que entre más en confianza.

—Puedo volver después —susurra.

—¿Por qué lo dices? —pregunto con inocencia, luego como si me acabara de percatar de mi vestimenta, finjo asombro—. Ah, ¿por esto? —señalo mi toalla—. Tranquilo, no me incomoda, ¿a ti sí?

—No —balbucea. Sonrío y saco la cabeza con el cabello escurriendo algunas gotas.

—Dime, ¿necesitas algo? —Estoy muy cerca de él y se aleja un poco, meto la cabeza de nuevo.

—Es sobre... sobre mañana. —Finalmente me mira y se ve ¿asustado? ¿avergonzado?

—Ah, claro —respondo con naturalidad—. ¿A qué hora nos vemos? —Entro y camino por mi habitación, saco una blusa del armario sintiendo la mirada de Tobías en mí. No sé si es necesario, pero cabe aclarar que ya tengo la ropa interior puesta bajo la toalla.

Pero él no lo sabe.

—Paso a las siete por ti —afirma. Giro bruscamente.

—¿De la mañana? —asiente—. ¡¿Estás loco?! Es domingo.

—Debe ser a esa hora —susurra.

—¿A dónde vamos?

—No te lo diré, quizás me digas que no —musita. Sonrío.

—¿Me llevarás a un motel clandestino? —Levanto las cejas y él baja la cabeza—. Porque si es así, no me opongo.

—¡Dios mío! —susurra para sí. Río divertida—. No. ¿Cómo crees?

—Bien. —Suspiro decepcionada—. ¿A qué viniste si no es a decirme a dónde vamos?

—Veras... —Se nota nervioso—, es acerca de cómo te debes vestir... —susurra tan bajito que casi no lo escucho. Me acerco de nuevo a la ventana con la blusa en la mano.

—¿A qué te refieres? —Mi voz suena alto, lo veo tragar saliva.

—Es que... —carraspea— puedes... tu ropa... ¿tu podrías...?

—Dilo de una vez, Tobías —apremio.

—¿Podrías no vestirte como... como lo haces?

No estoy segura de si entendí bien su solicitud; algo muy diminuto dentro de mí se ofende, pero ese algo se va muy rápido y luego lo tomo con algo de gracia. Pero él no debe saberlo. No juegues con él. Cállate, Esmeralda, es divertido.

—¿Dices que me visto mal? —Pongo mis manos en la cintura.

—¡No! Sólo no te vistas tan provocativa. —Las palabras se le salen sin pensarlas porque al momento de cerrar la boca, abre desmesuradamente los ojos como preguntándose si realmente dijo eso.

A mí me halaga, y más que venga de él que no es capaz de hablarme sin atorarse, pero mi lado Roberta es malvado y le gusta ver sufrir al pobre.

—¿Dices que me visto como puta? —inquiero.

—¡Claro que no! —chilla y respira fuertemente.

—Pero crees que soy provocativa. —Sonrío de lado.

—¡Sí! Digo, no. —Pone sus manos en su nuca, exasperado—. ¿Por qué me haces esto?

—Porque es divertido. —Suelto una carcajada y él suspira—. Ya, lo siento, ¿cómo debo vestirme?

—Nada escotado ni minifaldas y eso... —Se rasca la nuca— ya sabes...

—Eso descarta totalmente lo del motel. —Me mira suplicante—. Bien, lo siento. Entiendo, algo anti-Luciana. Cuenta con eso.

—Gracias, Lucy.

Sus ojos se fijan en los míos y puedo ver por primera vez su color gris opaco, son realmente bonitos en combinación con su cabello oscuro.

—De nada. —Me pongo la falda por debajo de la toalla y él no se mueve de allí—. Sólo te aviso que contigo o sin ti ahí, me voy a vestir.

Eso lo hace reaccionar y se sonroja.

—Lo siento, me voy... —Antes de que acabe me quito la toalla y sus ojos se abren mucho, al ver que ya tengo el sostén puesto suspira con alivio, pero totalmente avergonzado—. Como sea, a-adiós.

Ciao, vecino.

Lo pierdo de vista y me río fuertemente, es una ternurita de hombre.
¿Será virgen?

Eso no nos incumbe, Roberta.

Mi falda de jean hace juego con mi blusa morada, no es tan escotada y la falda no es tan corta. Sólo lo justo y necesario para alguien como yo, bueno, mi otro yo.

Luego de almorzar le digo a mamá que estaré con Totó —lo que no es del todo falso, pues nos encontraremos en su casa porque claro, llegaré tarde a mi cita— y salgo a pie hasta la suya. No me iré en mi bicicleta hoy.

Con las chicas acordamos vernos en el parque —no vernos literalmente, pero ellas ya estarán allá—. Nos mantendrán informadas mientras llegamos con Totó y se encargarán de que todo le salga mal al Halcón.

—¿Crees que pase algo entre ustedes hoy? —pregunta Totó mientras se arregla.

—No creo, no lo permitiremos —respondo—. Aunque mis señales serán de que quiero algo, pero no lo conseguirá.

En eso suena el teléfono de Totó —sería genial hacerlo con radios al estilo espías, pero los de juguete no tienen gran alcance y no somos tan dramáticas—. Oprime la opción verde para contestar y coloca el altavoz.

Soy Julia —dice la voz—. El Halcón está en el nido.

—Esperará otro rato —sentencio—. En media hora estamos allá, ¿están todas?

Sí, dispersas y dispuestas, Lucy. Todos estamos acá.

—Nos mantienen informadas —dice Totó y cuelga.

El parque no es tan lejos, según me dijo mi amiga, y salgo sola de su casa. Son casi las dos y según el último informe, el Halcón está esperándome sentado en un banco de la plazoleta de comidas. Traigo mis lentes puestos y un par de aretes con una gran pluma brillante en cada uno, mi cabello va suelto —y bello porque lo peiné con esmero— y mis ojos apenas maquillados.

Ya que Luka está adentro, debo pagar yo mi entrada, pero no importa, igual lo hice esperar bastante. El parque es bonito: muchos juegos, atracciones y bastantes puestos de comida. Bendita sea la comida. Visualizo a Luka al fondo, está sentado con los codos sobre las rodillas y mirando al piso, cuando estoy suficientemente cerca, levanta la vista y me sonríe. Es realmente apuesto, lástima que sea más hueco que la olla de los tamales de año nuevo.

—Hola, Lucy. —Sonríe con los dientes apretados—. Pensé que no vendrías.

—Llegué temprano —me excuso—. Dijiste a las dos y... —Miro mi reloj— faltan tres minutos para eso.

—Dije a la una —espeta, tratando de no dejar ver su enojo.

—Ah, cuánto lo siento. —Bajo las cejas, frunciendo la frente, muy arrepentida—. ¡Ya qué! ¿A dónde vamos primero?

—No sé —refunfuña molesto. ¿Qué piensa? ¿Que le voy a rogar?

—Si estás molesto, adiós. —Me giro y me dispongo a caminar—. Tengo más cosas que hacer.

Su mueca de sorpresa es incluso graciosa.

Hecho #101 de los hombres: Siempre, SIEMPRE funciona lo de psicología a la inversa. Si creen que te vale cinco su actitud, se interesarán por ti.

—Perdón, Lucy —se disculpa—. Vamos al castillo de los espejos o al juego de tiro al blanco.

—El juego me parece bien —respondo—. Podrías ganar algo para mí. —Le sonrío coqueta y él hace lo mismo.

Llegamos a una carpa gigante con toda clase de juegos, hay mucha gente: chicos con chicas, ancianos con niños, gente disfrazada de Mickey y otros personajes​ de Disney; siempre he admirado a los que tienen ese empleo, estar dentro de esos sacos de tela debe ser exhaustivo y más si es para animar a los pequeños. Hay un juego al fondo: tiro al blanco con escopeta, pero no es eso lo que me llama la atención, es que allí está la amiga rubia de Annie con un chico, al verme me guiña sutilmente un ojo y sé que allí debemos ir. Me dirijo hacia ella sin preguntar al Halcón, quien obviamente me sigue.

Compra su turno y esperamos, la rubia y el chico están detrás de nosotros, cuando Luka repara en ella, evade su mirada mas no dice nada. Volteo a ver al chico que la acompaña que es mucho más alto que ella, me guiña un ojo también, es decir que sabe por qué estamos aquí. Luka no se entera de nada.

Los premios son los típicos: peluches grandes para el que atine en sus cinco tiros y llaveros para los que solo atinen uno o dos. Llega el turno de mi cita y con mucho orgullo, toma el arma didáctica.

—¿Cuál quieres ganar, linda? —Pone una de sus manos en mi hombro. Finjo mirar con detenimiento todos los premios y señalo un oso blanco que está en el fondo. El más grande—. Será tuyo, soy bueno en esto.

Da un paso adelante y yo doy uno atrás, topándome con la rubia, se acerca a mi oído sin que ninguna quite la vista de enfrente.

—No atinará a nada —susurra. Sonrío—. Hablamos con Álex, el encargado. Tú solo no dejes que se vaya cuando acabe su turno.

—De acuerdo... —¡Su nombre! ¿Cómo se llama?

—Julia —informa, riendo.

—Julia —repito y ella se aleja de mí.

Julia, la rubia. Roberta, no lo olvides.

Luka coloca la culata del arma a la altura de sus hombros y la mano libre en el gatillo. Los dardos deben dar en los globitos de pintura en la pared. Primer disparo y se entierra a quince centímetros de uno de los globos. Bastante lejos. Reafirma el agarre y dispara de nuevo, nada. Gira un momento hacia mí y me sonríe un poco incómodo.

—Tú puedes —animo. Levanto ambos pulgares y miro con añoranza el osito. Sonríe seductor y voltea de nuevo.

Dispara y... nada. Sólo le quedan dos tiros, lo escucho resoplar y debo hacer un esfuerzo inmenso para no reír. Penúltimo tiro, nada. Lanza el último y revienta uno que estalla en pintura amarilla. Baja el arma y rueda los ojos con irritación. Gira hacia mí y lo miro con los labios apretados.

—Ese juego está arreglado —refunfuña.

—No te preocupes —digo, comprensiva—. Puedes intentar de nuevo.

—No lo vale, nadie gana en esa porquería —espeta. Entonces el encargado le toca el hombro y él gira.

—¡Ganó un llavero! —dice con entusiasmo—. Escoja uno.

Con su mano señala la vitrina llena de cachivaches baratos y ¡sí! Luka se sonroja de pura vergüenza. Sonrío para mis adentros, aunque por fuera intento lucir comprensiva.

—No, gracias —escupe las palabras y se dispone a irse, tomo su mano y lo detengo. Lo tomo desprevenido y me sonríe de nuevo como tarado.

—Tranquilo —susurro—. Un llavero está bien, esperemos que ellos pasen y escogemos uno. —Señalo a Julia y a su compañero. Luka accede y nos quedamos tras ellos.

Luka gira un momento hacia mí y cuando yo miro al encargado, me sonríe, veo que cambia la escopeta y le da al chico una diferente a la que mi cita usó. El chico alto dispara... perfecto, rompe una. Luka frunce el entrecejo y noto que aprieta un puño. Su otra mano está sobre mis hombros. Dos, tres, cuatro, cinco tiros y todos perfectos. Julia elige el oso blanco que yo quería y sonríe como una adolescente enamorada a su compañero, le da besos en la cara y pega gritos de fangirl.

Luka está súper colorado y lo miro ahora con un reproche implícito. Me suelto de su mano, pongo mis brazos en jarra y golpeo con suavidad el piso con la punta de uno de mis pies.

—¿No que estaba arreglado? —siseo en voz baja.

—¿No querías el llavero, linda? —Pone la sonrisa más forzada del mundo y se encoge de hombros. Julia y su chico se van, quedando Luka a espaldas de ellos, la rubia me mira por un instante y sonríe.

—No, gracias. —Ruedo los ojos y camino hacia otro lado con él siguiéndome—. ¡Qué vergüenza! Era mejor que me dijeras que no tenías puntería. Esa chica... ¡se llevó mi oso!

Esa cara de idiota vale oro, le di en el ego y le duele.

Y lo mejor: esto recién comienza.


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