Capítulo veintiuno
Stella
Mis pensamientos ardían en un torbellino de odio mientras repasaba una vez más el plan en mi cabeza. Damián y Sebastián... esos nombres que habían envenenado mi vida durante tanto tiempo. La rabia que sentía hacia ellos no tenía límites.
Damián, el padre de Sebastián, siempre había sido el causante de mi desdicha. Sus preferencias evidentes hacia su hijo favorito, Sebastián, me hacían hervir de ira. ¿Por qué siempre tenía que menospreciar a Esteban, mi amor, en favor de su hermano? Las humillaciones y los desprecios que Esteban tuvo que soportar a lo largo de su vida a manos de Damián me hacían querer arrancarle el corazón a ese hombre sin escrúpulos.
Y luego estaba Sebastián, el causante de todo este tormento. Él me arrebató al amor de mi vida, de la forma más cruel, dejándome con un vacío eterno en el corazón. La promesa de un futuro juntos se había desvanecido en un abrir y cerrar de ojos gracias a su egoísmo. Él se había convertido en mi némesis, y estaba decidida a hacerle pagar por sus malos actos.
Pero los hermanos de Sebastián... esos traidores que ahora parecían tener miedo de enfrentarlo. Su debilidad y su indecisión me exasperaban. ¿Cómo podían dudar en vengarse de su propio hermano, el causante de sus miserias? Pero yo no podía permitir que su falta de determinación me detuviera. Estaba dispuesta a llevar a cabo mi venganza por mi cuenta si era necesario.
Hera prometía ser mi aliada perfecta en esta búsqueda de venganza. Ella, al igual que yo, tenía motivos de sobra para odiar a Damián. Él había sido su rival amoroso durante años, y según logré investigar, él la había apartado de Juliet, por temor a perderla. Hera no tenía miedo, y eso era justo lo que necesitaba para llevar a cabo mis planes.
Sonreí con malicia mientras trazaba mentalmente los pasos que seguiría. Sebastián va a experimentar el mismo dolor que yo cuando me enteré de la muerte de Esteban. No descansaré hasta que él también conozca la agonía de perder a su ser más querido.
Mi chófer y mano derecha, Elías, me miró con preocupación mientras nos aproximábamos al lugar donde Hera nos esperaba. No podía culparlo por su nerviosismo; había escuchado suficientes historias sobre esa mujer para saber que no era alguien con quien debías tratar a la ligera. Pero yo tenía mis propias razones para enfrentar a Hera, y no permitiría que nada ni nadie se interpusiera en mi camino.
—Vas a acompañarme, pero de tu boca no saldrá ninguna palabra. ¿Estamos claros?
Asintió con resignación mientras estacionaba el auto frente al edificio. Sabía que no podía disuadirme de esta reunión, y su lealtad hacia mí lo llevó a aceptar mis condiciones.
Cuando entré en el edificio, sentí una oleada de nerviosismo recorrerme. Era un lugar sombrío, con luces tenues y música estruendosa. Mesas de billar y mujeres escasamente vestidas daban un aura peculiar al ambiente. Mis pasos resonaron en el suelo de madera mientras buscaba a Hera.
Finalmente, la vi. Hera era inconfundible con su cabello azul y su estilo provocativo. Vestía de negro, con una chaqueta de cuero que dejaba ver más de lo que ocultaba. Su tatuaje de una mamba negra alrededor del cuello y el pecho era un símbolo de su peligrosidad. Aretes adornaban su rostro de manera atractiva y sus ojos azules, tan fríos como el hielo, se posaron en mí cuando dejó de jugar al billar. Esta era la primera vez que me encontraba cara a cara con ella, y sabía que debía tener cuidado con cada palabra y gesto.
Hera, con su mirada gélida, despachó a todos los presentes sin rodeos. Yo observé con cautela, consciente de que esta conversación debía ser privada y sin testigos. Cuando me ofreció un taco de billar para que jugara con ella, lo acepté con una sonrisa, tratando de ocultar mis verdaderas intenciones.
—Stella Sandoval —me presenté formalmente—. He oído hablar mucho de ti. Es un placer finalmente conocerte en persona.
Ella me miró con una mezcla de desdén y curiosidad.
—¿Sabes? Siempre he admirado tu astucia y tu capacidad para salirte con la tuya en situaciones complicadas —comenté con una sonrisa—. Creo que podríamos encontrar una manera de sacar provecho mutuamente de nuestras habilidades.
Hera se inclinó sobre la mesa de billar y comenzó a preparar su próximo tiro, sin dejar de mirarme fijamente.
—¿Y qué es exactamente lo que tienes en mente? —preguntó con desconfianza.
Tomando un cigarrillo y encendiéndolo con elegancia, me ofreció uno. Lo rechacé con un movimiento de cabeza, tratando de ocultar mi nerviosismo.
—Lo que quiero es venganza —respondí en voz baja—. Quiero ver sufrir a Damián Bennett y a su hijo Sebastián, tanto como ellos me hicieron sufrir a mí y a mi prometido. Y, si trabajamos juntas, podemos lograrlo.
Ella soltó una carcajada, exhalando una bocanada de humo.
—¿Venganza? ¿Eso es todo lo que tienes para ofrecer? —preguntó con sarcasmo—. ¿Crees que eso será suficiente para ganarte mi ayuda?
Mi corazón latía con fuerza, y me di cuenta de que ella no sería tan fácil de persuadir como había pensado.
—Lo que puedo ofrecerte es la oportunidad de eliminar a Damián de una vez por todas —respondí, tratando de mantener la calma—. Y, si lo hacemos, Juliet estará libre para ti, sin ninguna interferencia.
Se acercó rápidamente, sujetando mi mentón con firmeza. El cigarrillo ardía cerca de mi rostro mientras ella hablaba.
—¿Crees que puedes venir aquí y ofrecerme migajas? Me has subestimado. He aprendido a ser selectiva en mis elecciones, a buscar siempre lo mejor. Si quieres mi ayuda, tendrás que ofrecer algo mucho más valioso que eso.
La presión de su agarre en mi mentón me hizo sentir vulnerable, y su mirada implacable dejó claro que no estaba dispuesta a aceptar un trato a menos que fuera altamente beneficioso para ella.
—Entonces, ¿qué quieres? —pregunté, con la esperanza de que aún pudiera encontrar una manera de ganarme su colaboración.
La tensión en la habitación era palpable mientras esperaba su respuesta, consciente de que estaba lidiando con una mujer extremadamente peligrosa.
—Te daré lo que quieras. Lo que sea necesario para sellar esta alianza.
Hera pareció interesada por un momento, y pensé que mis palabras habían funcionado. Pero antes de que pudiera comprender lo que estaba sucediendo, sentí un dolor punzante en mi abdomen. La mirada de confusión en mi rostro se transformó en horror cuando vi la navaja en su mano, empapada de mi propia sangre.
El dolor era insoportable mientras me dejaba caer al suelo, agarrando mi abdomen herido y luchando por mantener la consciencia. Mis planes habían fallado miserablemente, y la traición de Hera me había tomado completamente por sorpresa.
—Deberías haber sabido que no trato con traidores. La lealtad es lo que hace a una persona, y yo no traiciono a los míos.
Luché por encontrar las palabras, pero mi voz apenas era un susurro cuando el filo de su navaja se posó en mi garganta.
—Te enviaré como un regalo con lazo y corbata a mi socio. Seguramente se pondrá muy feliz, una rata menos con la que lidiar.
Con esas palabras, me sumí en la oscuridad, lamentando amargamente mi ingenuidad y mi búsqueda de venganza. Mi vida estaba en las manos de Hera, y no tenía forma de escapar de mi destino.
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