Capítulo veintinueve
Avery
Aquella noche, mi prioridad era recoger a mi hija Alany del supermercado. Pero como era costumbre, Omar, el padre de mi hija, si se le puede llamar así, no tenía paciencia ni interés en lidiar con ella. A pesar de su diagnóstico de trastorno por déficit de atención e hiperactividad, que requería atención médica y profesional, terapias grupales y de habla, entre muchas otras cosas, él simplemente no se preocupaba por su bienestar. En su afán por hacerme la vida miserable, luchó por conseguir una custodia compartida bajo el tribunal, algo que a mí no me agradaba en lo más mínimo, pues conocía muy bien la clase de hombre que era.
Omar logró este acuerdo bajo la corte, a pesar de mi oposición, y eso significaba que tenía que soportar su indiferencia y falta de responsabilidad como padre y sus constantes ataques. Yo, por otro lado, estaba en proceso de recopilar todas las pruebas posibles para evitar que ese hombre influyera en la vida de mi hija.
Aquella noche, Omar había dejado a Alany sola frente al supermercado con varias bolsas. A pesar de mis intentos por salir temprano del trabajo y recogerla a tiempo, él no tuvo paciencia para esperar un par de minutos adicionales. Cuando finalmente llegué, encontré a Alany lanzando parte de nuestras compras a los autos estacionados frente al supermercado. Fue allí donde nos encontramos con esa mujer que, a pesar de pedirle unas sinceras disculpas, se atrevió a atacarme verbalmente. Mi frustración y enojo se desataron, y fue en ese momento que asumí una actitud hostil hacia ella.
Luego, cuando cruzamos la calle, esa mujer aceleró su auto con la intención de atropellarnos. Fue una experiencia aterradora, pero gracias a Dios, logramos escapar ilesas. Sin embargo, esa experiencia me marcó profundamente.
Un día, al salir del trabajo, vi el auto de esa mujer estacionado en la calle. Recordé la tablilla y el modelo del auto que me había atacado esa noche. Cegada por el enojo y la frustración, actué impulsivamente y decidí vengarme. Nunca imaginé que me atraparía en el acto.
Lamento profundamente lo que hice y las consecuencias que enfrenté, pero es una realidad que no puedo cambiar. He intentado quitarme, arrancar y cortar el collar que esa mujer me puso, pero el material es tan resistente que no he tenido éxito. La llave especial que abre el collar también sigue siendo un misterio para mí. He tenido que ocultarlo bajo ropa holgada en mi cuello para que no sea visible. Cada vez que siento ese collar en mi piel, me invade la vergüenza y el recuerdo de esa terrible noche. No puedo olvidar lo que pasó, y llevar ese collar en mi cuello es un recordatorio constante de ese suceso.
Cuando escuché el timbre de la puerta resonar en la casa, una oleada de temor recorrió mi espalda. No esperaba visitas, pero sabía que Omar siempre venía sin avisar y lo peor es que no podía negarme a que viera a mi hija.
Al abrir la puerta, mis ojos se encontraron con esa desquiciada mujer, y en ese momento, no pude evitar notar su apariencia imponente y misteriosa. Creí que me había quitado esa mujer de encima, pero no, ahí se encontraba. Vestía una camisa blanca, su chaqueta negra ceñida a su figura realzaba su busto de manera provocativa. El chaleco abierto del mismo tono, con una corbata roja desafiante asomándose por debajo, completaba el conjunto. Pero lo que más me llamó la atención fueron las dos fundas de cuero negro con correas de amarre que atravesaban su pecho, sosteniendo las empuñaduras de dos armas.
Sus guantes de piel negra y sus zapatos de charol cerrados, que agregaban un toque de elegancia a su atuendo, contrastaban con su aura de peligrosidad. Su cabello largo y azul estaba recogido en una coleta que le llegaba hasta la espalda baja, pero no lograba ocultar del todo la rebeldía que desprendía. Era como una combinación perfecta entre sofisticación y peligro, un cóctel explosivo que dejaba en claro que no estaba ahí para charlas amigables.
Sus ojos azules, penetrantes y tan fríos como el hielo, me miraron con una intensidad que enviaba escalofríos por mi espina dorsal. Mientras yo luchaba por mantener mi compostura, me pregunté quién realmente era ella, cómo había dado con mi dirección, qué quería exactamente y si estaba dispuesta a llevar a cabo sus amenazas. Era un enfrentamiento que había estado tratando de evitar, pero que ahora parecía inevitable.
—¿No me vas a invitar a pasar?
Por mi cabeza se cruzaron varias ideas, como salir corriendo a proteger a mi pequeña, pues tenía miedo de que esa mujer le hiciera algo, pero al mismo tiempo, lo que me aguantaba era el hecho de que no quería provocarla. Esa mujer estaba armada y luego de lo que me hizo aquella noche, lo único que podía esperar era lo peor. No tiene pinta de ser una oficial de la policía, diría más bien que de todo lo contrario.
—¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? —retrocedí lentamente.
Fue entonces cuando mi hija hizo su aparición. La reconoció de inmediato y la señaló con su pequeño dedo índice mientras decía: "mujer mala". Me preocupaba que mi hija pudiera decir algo que enfureciera a esa mujer, pero Alany se distrajo al ver las armas que ella llevaba consigo.
—Pum, pum, agua, mamá —dijo, señalando sus armas.
Ella la miró fijamente y le hizo una pregunta algo inquietante.
—¿Quieres probarlas? —una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios mientras esperaba una respuesta.
Intervine rápidamente, alejando a mi hija de ella y respondiéndole que no. Sabía que las intenciones de ella no eran buenas y no quería poner a mi niña en peligro.
—Te hice una pregunta. ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres?
—¿Quieres que responda delante de ella?
Apreté los puños, dejando escapar un suspiro. Maldita sea, ¿por qué me metí en este maldito lío?
—No —miré a mi hija y le pedí que fuera a seguir viendo la película, esperando que en esta ocasión me hiciera caso y se mantuviera por allá y, por fortuna, Dios me escuchó.
La guié conmigo a la habitación, donde mi niña no pudiera escuchar nuestra conversación.
—Y bien, ¿qué ibas a decirme? Por favor, sé breve. Mi hija en cualquier momento puede venir. Como todo niño, es muy curiosa.
—¿Desde cuándo se intercambiaron los papeles? No eres tú quien da las órdenes aquí —bajó el cuello de mi camisa, viendo el collar con una sonrisa —. Tú y yo dejamos algo pendiente.
—Honestamente, no puedo entenderlo. ¿Cómo es posible que lo sucedido esa noche no haya sido suficiente para ti? ¿Por qué insistes en continuar con esto? Ya te pedí disculpas, me arrodille frente a ti, dejé a un lado mi orgullo y bajé la cabeza, ¿qué más buscas? —le cuestioné con un dejo de frustración.
Atrapó mi cuello con firmeza entre su mano, dándome un fuerte empujón contra la puerta y me besó sin previo aviso. Me quedé paralizada por unos instantes mientras mi mente trataba de procesar lo que estaba ocurriendo. Sentí cómo sus suaves labios se apoderaban de los míos y, por un momento, la confusión y el rechazo que sentía hacia ella se desvanecieron. Mis labios respondieron involuntariamente a su beso, y me encontré perdiéndome en la dulzura de los labios de una mujer a quien despreciaba con todo mi ser. Era un torbellino de emociones contradictorias que me dejaron sin aliento y no podía comprender del todo. Jamás había besado a otra mujer y lo que en otro momento lo habría considerado repulsivo, extrañamente no lo fue en lo absoluto. Tenía miedo, miedo de ese volcán que amenazaba con erupcionar más abajo de mi ombligo.
La pasión de ese beso me hizo dudar, cuestionando mis propios sentimientos y deseos, mientras me encontraba atrapada en el néctar de su saliva y la danza de nuestras lenguas enlazadas. Era un encuentro que había comenzado con desprecio y odio, pero que ahora se convertía en algo mucho más complicado y confuso.
—Aun tienes mucho por ofrecerme y soy muy exigente al momento de reclamar lo que me corresponde y me merezco; o me lo entregas todo o simplemente te dejo sin nada. Es muy sencillo de comprender, ¿o me equivoco? —su mano libre se adentró por debajo de mi blusa, mientras que la presión de su mano en mi cuello me generaba ciertos escalofríos por todo el cuerpo.
El calor de su mano podía percibirlo incluso a través de su guante. No sé si todo lo que estaba experimentando era por los años que llevo sin hacer esto con alguien. Desde que me enteré que estaba embarazada, al segundo mes de gestación, Omar y yo terminamos nuestra relación y, desde entonces, me he dedicado a la crianza de mi hija, dejando a un lado todo lo que no esté relacionado con ella y su bienestar.
Dejó ir mi cuello y cerré los ojos de la vergüenza, me costaba presenciar su reacción al momento en que levantó mi blusa, dejando expuestos mis pechos. Luego del embarazo y la lactancia, mis pechos ya no son como antes, ahora se ven algo caídos y con la aparición de estrías los hace ver horribles. Son uno de los tantos complejos e inseguridades con los que había cargado todo este tiempo.
En medio de mis pensamientos desmedidos, sentí el calor de su boca dándole la atención que por tantos años no había recibido. Sus movimientos circulares y succión me provocaban un sinfín de cosquilleo en la punta de ellos.
¿Por qué continúa? ¿Por qué no arrojó un comentario cruel y despreciativo de mi cuerpo como los que suele lanzar?
Mis pensamientos se vieron interrumpidos debido al sonido del timbre de la puerta. Fue ahí que golpeé de lleno con la realidad y pude zafarme de la situación. Mis ojos se encontraron con los suyos y el ligero rubor en su piel blanca me sacó de concentración.
—¿Esperabas a alguien? —enarcó una ceja.
No, en realidad, no esperaba a nadie, pero tenía más o menos una idea de quién debía tratarse, por eso la tensión se hizo palpable en el aire y no pude disimular.
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