Capítulo veintidós
Juliet
Me encontraba en mi casa, aún recuperándome de la herida de bala que mi propio hijo, Henry, me infligió. Físicamente, estaba sanando, pero el dolor emocional que me atormentaba no mostraba señales de mejoría. Mi mente era un torbellino de emociones encontradas, y me sentía impotente ante la tormenta que había desgarrado mi familia.
Siempre hubo una brecha entre Sebastián y yo, una distancia emocional que parecía insalvable. A pesar de mis esfuerzos por acercarme a él, siempre había sentido que estaba fuera de su vida, un espectador en lugar de una figura materna. Pero eso no significaba que no lo amara con todo mi corazón. Era como mi hijo, de una u otra manera, y siempre había esperado que algún día podríamos reconciliarnos.
Todo eso cambió con la horrible tragedia de la que fuimos testigos. La traición de Henry, mi propio hijo, me había dejado desgarrada por dentro. No podía entender cómo alguien de mi propia sangre podía cometer semejante atrocidad, y el dolor que eso me causaba era indescriptible.
Mi relación con Sebastián era complicada desde mucho antes. A pesar de mis esfuerzos por acercarme a él y ganarme su cariño, siempre había sentido que me veía como una intrusa en su vida, una figura que no tenía derecho a estar allí. Pero, a pesar de todo, lo amaba profundamente, como si fuera mi propio hijo. Cuando creí que finalmente estábamos haciendo progresos en nuestra relación, ocurrió la tragedia de la que ahora éramos víctimas.
La pérdida de mi dulce nieta, bajo mi cuidado, era una herida que nunca sanaría. Me sentía culpable por no haber previsto lo que sucedería esa fatídica noche, por no haber sido capaz de protegerla. Ese sentimiento de culpa me carcomía día y noche, y se sumaba al profundo dolor y tristeza que ya sentía.
Mi hogar era un reflejo de mi estado emocional: oscuro, sombrío y lleno de recuerdos dolorosos. Pasaba mis días reviviendo esos momentos terribles una y otra vez, preguntándome si había algo que hubiera podido hacer de manera diferente. La depresión se había apoderado de mí, y no sabía cómo podría encontrar la fuerza para seguir adelante.
La noticia de que Hera había regresado llegó a mis oídos a través de una de mis empleadas. No había cambiado ni un poco, pensé, observando el cigarrillo que llevaba en la boca. Hera siempre había sido así, terca y decidida en sus malos hábitos.
Cuando salí a recibirla, nuestras miradas se cruzaron, y me encontré con esos ojos intensos que aún parecían llevar la llama de la juventud en ellos. Era difícil no recordar los momentos que habíamos compartido, los secretos que ella me había confiado en aquellos días tumultuosos.
Recuerdo claramente la vez que Hera me confesó sus sentimientos, cuando admitió que me veía como algo más que una figura materna. En aquel entonces, ella era joven y había interpretado erróneamente la atención y el cariño que yo le ofrecía. En su mente, había mezclado mi afecto con algo más, con el amor romántico que anhelaba.
Cuando le rechacé, supe que le había roto el corazón. A pesar de eso, Hera nunca cambió conmigo. Damián, mi esposo, se dio cuenta de la situación y, motivado por los celos, decidió alejarla de mí, encargándole tareas que la mantuvieran lejos de la casa y de mi lado. Aun así, Hera nunca dejó de ser leal a la organización y a la familia.
Mientras la observaba en ese momento, me di cuenta de cuánto había crecido desde entonces. Pero, a pesar de los años transcurridos, siempre la había visto como una hija más, y esa conexión nunca se había desvanecido por completo. La presencia de Hera en mi casa una vez más despertó mi curiosidad y me hizo preguntarme por qué había regresado.
—No importa cuánto tiempo transcurra, tus malas costumbres y vicios no cambian.
Ella, con una mueca, arrojó el cigarrillo al suelo y lo aplastó con sus botas antes de abrazarme con efusión. Pero mi queja por la herida la hizo retroceder, preocupada y curiosa al mismo tiempo. Me preguntó directamente quién me había causado esa herida, pero yo no estaba dispuesta a decirle quién había sido. En lugar de eso, le aseguré que estaba sanando y que no debía preocuparse por nada.
La decepción se cruzó en su rostro al no recibir una respuesta clara de mi parte, pero no insistió en el tema. En cambio, cambió de tema y preguntó por Damián. Le expliqué que él estaba ocupado cerrando algunos negocios, pero que regresaría a casa pronto si era a él a quien buscaba.
—¿Lo necesitas con urgencia?
—No. Solo tengo una sorpresa que quizá les guste.
Le ordenó a uno de sus hombres traer hacia nosotras una caja mediana de regalo bien envuelta, con todo y lazo. Supe que debía tratarse de alguna de sus obras, la conocía lo suficiente para reconocer sus intenciones.
Con curiosidad y cuidado abrí la caja, encontrándome en el interior las cabezas decapitadas de Stella, mi ex nuera y Elías, su guardaespaldas. En el área del cuello sobresalían sus lenguas, simulando una maquiavélica corbata.
—¿Te gustó el regalo?
—¿Por qué hiciste esto?
Estaba consciente de que algo debió suceder, como para que Hera se tomara la molestia de llevar su sadismo a otro nivel. Ellas dos no se conocían, ¿cómo fue Stella a parar a sus manos y por qué?
—Fue ella quien vino a mí, buscando una alianza contra ustedes, especialmente contra Damián y Sebastián. Así que decidí hacer una pequeña limpieza. Lamento no haber traído los cuerpos completos, pero Diablo tenía hambre.
No puedo creer que todavía esa pitón que tiene de mascota exista y que sus viejas costumbres no hayan cambiado ni un poco. Pero más que todo eso, lo que me sorprende aún más es que Stella también haya estado envuelta en todo esto. Todos se han vuelto en nuestra contra, incluso hasta mis propios hijos.
—¿En qué piensas? ¿Estás molesta?
—Tal vez no haya sido mala idea que hayas venido. Hay algo que deseo encargarte. Sebastián y su esposa necesitan protección.
—¿Tu hijo necesitando protección? ¿Qué tontería es esa?
—No quiero que les hagan más daño del que ya les han causado. Sebastián tiene muchos enemigos y al parecer, cada vez se suman más. Han matado a su hija.
—¿Hija?
—Es una larga historia, pero necesito que los protejas desde las sombras. Si nuestra relación había estado tan quebrada, ahora está mucho peor. Por favor, cuídalos por mí. Están pasando un momento demasiado difícil y me duele la distancia que han interpuesto entre nosotros, pero debo resignarme porque fue mi culpa. Tal vez fui yo quien falló como madre y este es mi merecido castigo. Esta guerra no llegará a su fin hasta que corra mucha sangre y estoy en medio de una guerra en dónde es imposible irse de un lado o del otro. La traición siempre llega de dónde menos la esperas.
—¿La traición? ¿Estás insinuando que fue uno de tus hijos quien te traicionó?
Había olvidado lo inteligente que es, no hay nada que pase desapercibido para ella. Es tan parecida a Sebastián. Hasta parecen hermanos.
—Hera, basta.
—Respóndeme —insistió.
—Te dije que te detengas.
—¡Y yo te exijo que me respondas de una puta buena vez! ¿Quién te traicionó? ¿Fue alguno de tus hijos quien te hizo daño?
Guardé silencio, porque se me quería caer la cara de la vergüenza sabiendo que había sido un completo fracaso como madre. Todos se han descarrilado.
—Alguien que es capaz de traicionar a su propia madre, no merece tener el privilegio de seguir respirando. Descubriré quién de ellos fue, y así como mordió la mano de quien lo trajo a este mundo y le dio de comer, haré que ruegue por la muerte como su única liberación.
—No empeores las cosas. Tenemos suficiente encima como para añadir más.
—Con ese comentario compruebas que fue uno de ellos.
—Lo único que necesito de ti es que protejas a Sebastián y a su esposa. Aunque ellos sepan defenderse por sí mismos, son muchos enemigos que quieren verlos bajo tierra y no descansarán hasta lograrlo, por eso hay que detenerlos a tiempo —le señalé la caja—. Y eso, deberías hacérselo llegar a mi hijo. Seguramente será un alivio para él en estos momentos.
—Está bien. Dame su ubicación. Pero ni pienses que voy a cambiar de opinión o que olvidaré esta conversación. Una traición es una herida que no sana y no se perdona o se deja pasar, sin importar quién la inflige. Y ten por segura que no descansaré hasta que esa traición sea vengada, sin importar quién haya sido el responsable.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top