Capítulo cuatro

La reunión familiar marchó increíblemente bien. Daila jugó tanto con todos nosotros que se quedó profundamente dormida en los brazos de Sebas. 

Me estremece el alma cada vez que los veo juntos. Sebas se aprecia más relajado y tranquilo cuando está con ella. Daila ha llegado a nuestra vida para cambiárnosla por completo. No estoy dispuesta a permitir que nada ni nadie le haga daño o la aparte de nosotros. 

[...]

No veía a Emmanuel desde hace varios meses. Él y Daphne vinieron a recibirnos tan pronto nos vieron llegar a la oficina. 

—Ah, hace tiempo no la traes por aquí. Dios, cómo ha crecido— Emmanuel intentó tocarle la mano a Daila, pero Sebas la alejó dándole un manotazo. 

—No la toques—Sebas frunció el ceño—. Probablemente no te has lavado esas asquerosas manos. 

Siempre tan gruñón con el pobre Emmanuel y tan celoso y sobreprotector con Daila. 

—¿Cómo puedes soportarlo? —me cuestionó en voz baja, negando con la cabeza y sonriendo burlón. 

—Daphne, tráeles un café bien cargado. 

—Enseguida. 

—No, no se preocupen, no tenemos planes de quedarnos mucho rato. Déjala descansar. Esos tacones se ven bien incómodos para que la hagas caminar tanto—le comenté a Emmanuel—. Haz que se siente un rato—le dije en secreto. 

Él le miró los tacones y luego la observó a ella. 

—¿Te molestan? ¿Por qué no me dijiste nada?

¿Esos dos se traen algo, o son ideas mías? Harían una linda pareja. 

Al parecer Sebas me leyó la mente, porque se me quedó viendo fijamente y negó con la cabeza. 

[...]

Tenía a Daila presionada contra mi pecho y cubierta con una pequeña manta, aún estaba profundamente dormida. Es tan dulce y reconfortante sentir su piel suave y caliente. Me encanta verla dormir.

Observé a Sebas, quien estaba sentado delante del computador, pero mirándonos a las dos. No sé desde cuándo lo estaba haciendo. 

—¿Encontraste algo, mi amor? ¿Lograste averiguar quién es el dueño de esa camioneta?

—Elías Salvador. Ese sujeto era uno de los guardaespaldas que tenía Esteban. 

—Eso es raro. ¿Y qué tendrá que ver ese tipo con mi madre? 

—Esteban está muerto y los muertos no pueden hacer un complot con los vivos. Aparte de eso, un empleado como él solo actuará si hay órdenes o dinero de por medio. La única que se me ocurre es Stella Sandoval. 

—¿Quién es Stella? 

—Era la prometida de mi hermano. Ambos eran tal para cual. Su relación con mis hermanos era muy buena, excepto con mi padre y conmigo, pues decía que él era muy alcahuete y tenía preferencias conmigo. Obviamente todo esto tuvo que ser el mismo Esteban quien le sembró todas esas tonterías en la cabeza. Ahora bien, volviendo a lo que realmente importa, lo único que se me ocurre es que sea un ajuste de cuentas. Pero ¿cómo supo que fui yo quien mató a Esteban? Dudo mucho que mi padre se haya descuidado, pues fue él quien se encargó de no dejar rastros que pudieran incriminarme. 

—¿Y si ella sabía que él tenía planes de secuestrarme? Eso explicaría que esté al tanto que si no regresó es porque las cosas no salieron como él quería. 

—Si se diera el caso que así fuera, entonces no estamos lidiando solamente con ella. Esa mujer es cobarde, para atreverse a buscarme pleitos, es porque debe tener más cómplices que la resguardan. 

—¿Tus hermanos?

—Sabía que tarde o temprano tendría que lidiar con ese nido de ratas. Se lo advertí a mi padre, pero si no supo controlar esas cabras en el corral, entonces me tocará hacerme cargo de ellas. 

—Cuenta conmigo. 

Sonrió bufón, ladeando la cabeza. 

—Tienes una manera increíble de recordarme cada día una de las tantas razones por las cuales me casé contigo. Otra en tu lugar estaría temblando de miedo o intentaría convencerme de no entrar en aguas profundas, en cambio tú estás dispuesta a hundirte conmigo. 

—Soy tu esposa y te prometí que te apoyaría en todo, que estaría contigo en las buenas y en las malas. 

—Cada día me convenzo más… eres rara. 

Reí al recordar todas las veces que me ha repetido lo mismo. 

—Mi esposo siempre tan romántico. 

—Y mi esposa siempre tan valiente. Mañana le haremos una visita al abogado de tu mamá, ¿te parece, mi diablita? Necesito ampliar la colección y, de paso, enviarle un mensaje a mi adorada suegrita—sonrió.

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