Capítulo cuarenta y cuatro
—¿Por qué haces estas cosas? ¿Sigue siendo parte del desquite?
—¿A qué hora sales?
—Tan pronto termine de limpiar.
—Date prisa. No me gusta que me hagan esperar.
—¿Qué quieres decir con eso? Yo debo regresar a mi casa. Mi exsuegra está cuidando a mi hija y no puedo tardar en llegar. Cualquiera que sean tus planes, te recomiendo descartarlos.
—No hay problema, se pueden hacer en tu casa.
—¿A qué te refieres? ¿No me digas que quieres que te cocine de nuevo?
—Usaremos tu baño. Las dos necesitamos una ducha con urgencia.
—¿Y no puedes irte a tu casa?
—Hemos comenzado algo que debemos terminar. Te esperaré en tu casa.
Que persistente es esta mujer. Nunca acepta un no como respuesta. ¿Qué se supone que haga? Tuve suficiente con la situación del otro día en presencia de Omar, como para añadir otro evento incómodo y más con esa señora.
El resto del turno, en el que se suponía estuviera centrada en limpiar como era debido, solo tenía en mi cabeza a esa mujer. Realmente, no puedo comprender ninguna de sus acciones, mucho menos el propósito por el que sigue apareciendo. Alguien como ella, dudo mucho que le cueste encontrar alguien con quien pasar el rato. ¿Por qué le ha dado conmigo? ¿Realmente será parte de su desquite? Debería considerar darle una cifra por los daños ocasionados, aunque ya no queden rastros de ellos en el auto. Tal vez así me la saque de encima y pueda continuar con mi vida sin tener esa preocupación y acecho constante.
Quizá fue parte de la creciente inquietud que me llevó a cometer cientos de errores que solo me demoraron más. Conocía a mi exsuegra lo suficiente, tanto como a Omar, para saber que él tuvo que haberle dicho todo lo que ocurrió aquella noche. Estaba rezando de que esa mujer hubiera cambiado de opinión, que se le perdiera la casa o simplemente se rindiera a continuar con esto, pero desafortunadamente, ese no fue el caso. Su auto estaba estacionado frente a mi casa, pero ni ella ni su perro se encontraban en el interior.
Al abrir la puerta, me encontré con un escenario totalmente desconcertante. No podía creer lo que sucedía en mi propia casa. Mi exsuegra, quien siempre ha sido una mujer decente, aunque de carácter fuerte, estaba tendida boca abajo sobre el regazo de esa problemática mujer, con su trasero completamente expuesto enfocando hacia mi dirección, este estaba rojo y marcado con la misma forma del gancho de ropa de plástico que tenía esa loca en su mano.
El rostro de mi exsuegra pude verlo cuando esta me miró por arriba del hombro. Su maquillaje corrido, secreciones nasales y lágrimas dejaban en evidencia que había estado llorando por bastante tiempo.
Me quedé congelada en un mismo sitio, intentando comprender qué demonios estaba ocurriendo aquí, pero no había una respuesta clara que pudiera justificarlo.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! ¡Suéltala! —exploté.
Mi solicitud fue escuchada y respondida de forma inmediata, aunque no de la manera que esperaba. Pues sí la soltó, pero dejándola caer en el suelo ásperamente, sin inmutarse a ayudarle.
—¡¿Has enloquecido, mujer?! Bueno, no es como que hayas estado cuerda en algún momento. ¿Cómo te atreves a hacerle esto a mi exsuegra y en mi casa, a sabiendas de que mi hija está en su habitación? ¿No tienes sentido común? ¡Largo de mi casa! ¡Eres una maldita insoportable y problemática!
—Tu nivel de estupidez sobrepasa los límites —respondió fríamente, dejando caer el gancho a sus pies y levantándose del sofá.
Tras un suave silbido, el perro salió de la habitación de mi hija y ella vino detrás de él, con su mirada apagada y algo cabizbaja. Me las arreglé para ayudar a mi exsuegra a ponerse la ropa interior en su lugar, cuestión de que mi hija no lograra verla, aunque sé que debió escuchar lo que estaba sucediendo aquí mientras no me encontraba. Mi exsuegra me empujó la mano, rechazando la ayuda de ponerla de pie, mientras que ese perro le gruñía desde la distancia sin apartar la mirada de ella. La mirada de ese animal me erizaba los vellos.
—Cuando estés lista para pagarme lo que me debes, aquí podrás encontrarme—arrojó una tarjeta negra con detalles dorados sobre el sofá, inclinándose un poco hacia mí—. Solo te anticipo que no acepto dinero.
—No se lo lleve, por favor —las palabras de mi hija nos hicieron mirarla.
—Ellos ya se tienen que ir, mi amor—pasé por el lado de esa mujer, yendo hacia mi hija y queriendo evitar que la hiciera quedar más tiempo.
—Buela bruja.
¿De dónde sacó esas palabras? Miré a esa mujer, quien con su indiferencia fácilmente podría confundir a cualquiera, excepto a mí en estos momentos. Sabía que ella debía estar detrás, aunque estaba consciente de que ellas no habían interactuando lo suficiente como para que ese fuera el caso.
—¿Por qué le llamas así? ¿Quién te enseñó a decir eso, cariño? Eso no se dice y mucho menos a tu abuela.
El corazón me dio un vuelco cuando mi hija se levantó la blusa amarilla, poniéndose de lado y enseñándome su espalda baja, donde se visualizaba una marca muy peculiar, la misma que reconocí tras haberla visto marcada en el trasero de mi exsuegra.
—¿Quién te hizo esto?
—Buela.
Un torrente de emociones me inundó de inmediato: shock, ira y un profundo dolor. Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Había dejado a mi hija en manos de alguien que se había atrevido a lastimarla y fue precisamente esa impotencia la que arremetió contra mí con fuerza.
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