Capítulo cincuenta y ocho
La convivencia con Hera ha sido amena y tranquila, hasta cierto grado. Sin embargo, hay ciertos detalles que encuentro sumamente extraños, como las pláticas que tiene con los hombres que rondan la casa, sus salidas frecuentes y su ausencia durante la madrugada. Aunque intento no inmiscuirme demasiado o curiosear, estas situaciones me generan cierta intranquilidad.
Recientemente, comencé la universidad, cumpliendo así mi mayor sueño de estudiar periodismo. Aunque estoy feliz por ello, siento una deuda más grande hacia ella. No estoy acostumbrada a que hagan tanto por mí, y aceptar estas demostraciones me resulta difícil, ya que siempre me pregunto si hay una doble intención detrás.
A pesar de todo, me siento increíblemente cómoda en la universidad. Las clases me atraen mucho, especialmente las de periodismo de investigación y narrativa. La dinámica del campus y la interacción con mis compañeros me hacen sentir parte de algo más grande, aunque no puedo evitar cuestionarme si Hera está de acuerdo o si, en el fondo, busca controlar cada aspecto de mi vida.
La transición para Alany en esta nueva casa parece estar siendo bastante positiva. Aunque nuestras interacciones con Hera no son tan frecuentes, me he dado cuenta de que mi hija se lleva bien con ella, a pesar de su peculiar carácter.
Sentadas en la mesa del comedor, mi niña y yo estudiando, ella sacó el tema de la actividad de mañana, la misma en la que los padres deben asistir
—¿Crees que papá querrá ir con nosotras, mami? —preguntó con sus grandes ojos curiosos.
Me sentí incómoda ante su pregunta, sabiendo que Omar nunca ha mostrado interés en participar en este tipo de actividades. Además, después de lo sucedido en la comisaría, no me he vuelto a topar con él y entiendo que es lo mejor, pues solo me atacaría y podría amedrentarme con quitarme a mi hija.
—Bueno, cariño, haré lo posible por convencerlo. ¿Te gustaría que viniera tu papá?
—Sí, sería genial. Así podríamos ser una familia completa en la escuela.
Sí, una familia completa… eso era justo lo que me hubiera encantado brindarle, pero si no hubiese elegido mal, nada de esto estaría pasando.
En ese preciso momento, mientras Alany y yo discutimos sobre la posibilidad de que Omar decidiera ir con nosotras, Hera entró en la conversación con su característica presencia.
—¿Y qué tal si vamos las tres juntas? —propuso, mostrando cierto entusiasmo y brillo en su mirada—. Además, me enteré de que permiten mascotas, así que Aaron también podrá unirse. ¿Qué dices, pequeña?
La cara de mi hija se iluminó al escuchar que su nuevo amigo perruno podrá acompañarnos.
—¡Sí, sí! ¡Sería genial que vayamos todos juntos!
Viéndola tan alegre, decidí no dañar el momento y aceptar que ella también hiciera acto de presencia. Después de todo, sé que no podré convencer a Omar de acompañarnos.
[...]
La mañana de la actividad llegó y el campus estaba decorado con alegría y color. Niños corrían por doquier, risas y conversaciones llenaban el aire. Adornos festivos resaltaban la atmósfera familiar del lugar, pero para mí, la felicidad ajena era un recordatorio doloroso.
Alany se dirigía hacia los demás niños, emocionada por presentar a Aaron. Pensé que nos llamarían la atención, pero nadie dijo nada. Yo la observaba a la distancia, sintiéndome dolida y melancólica al ver tantas familias reunidas. La culpa me embargaba, sabiendo que no pude brindarle a mi hija una vida familiar completa debido a la desilusión que resultó ser Omar.
En ese momento de reflexión, Hera entrelazó su mano con la mía. La sorpresa me dejó inerte por unos segundos, cuestionándome el significado detrás de ese gesto. Pero luego, tiró de mi mano y me condujo hacia una mesa, rompiendo el trance.
La maestra se acercó a nuestra mesa con una sonrisa efusiva, dándonos la bienvenida. Sus ojos se posaron en mí, haciéndome preguntas y destacando que era la primera vez que venía acompañada. Su tono amistoso se volvió más íntimo al preguntarme si Hera era la tía de Alany. Antes de que pudiera responder, ella se adelantó con su confianza y descaro habitual.
—Digamos que soy su madrastra, un título mucho más emocionante, ¿no lo cree?
La maestra, momentáneamente sorprendida, trató de ocultar su asombro con una sonrisa tensa. Yo, por mi parte, me sentí atrapada entre la incomodidad y la incredulidad, sin poder articular palabra alguna. Esta mujer me hace pasar unas enormes vergüenzas delante de la gente.
Ella, aún con su sonrisa tensa, trató de recuperar la compostura.
—Oh, claro. Bueno, siempre es maravilloso tener a los padres involucrados en las actividades de los niños—intentó desviar la conversación hacia temas más seguros, pero la incomodidad persistía en el ambiente.
Hera, sin embargo, parecía disfrutar del malestar en el ambiente. Demasiado típico viniendo de ella.
—Sí, nos gusta participar en todo lo relacionado con Alany. Después de todo, somos una familia moderna y abierta a nuevas experiencias, ¿cierto, mi bolita?
La maestra asintió, tratando de disimular su incomodidad. Optó por cambiar de tema y nos informó sobre las actividades planificadas para el día. Mientras ella hablaba, yo seguía sintiendo la mirada de Hera sobre mí y su mano sosteniendo la mía por debajo de la mesa, como si disfrutara cada segundo de mi incomodidad y lo hiciera a propósito. ¿Qué haré yo con esta mujer?
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