Sentimientos

—No vuelvas a decir eso. Por supuesto que mereces esto, los dos lo merecemos—acaricié su mejilla—. Me encanta lo que me haces sentir.

—A mí también.

—No digas eso, harás que desee que te dé fiebre más a menudo.

—¿Así que piensas que es debido a la fiebre que estoy diciendo todo esto?

—Sí. Por lo regular, nunca expresas tus sentimientos tan abiertamente. Tiendes a callarlo todo, cuando lo único que quiero es escuchar de tu propia boca lo que sientes por mí— planté un ligero beso en sus labios—. Pero estoy feliz en este momento. Siempre que estamos juntos lo soy.

Lamió mis labios de comisura a comisura, dejándome con ganas de más.

«Maldición, sé que está con fiebre y se supone que cuide de él, pero siento tantas ganas de hacerlo de nuevo. Además de que es él quien me está provocando, es bastante obvio».

—Déjate querer, ¿sí?

Robé sus labios esta vez, intentando transmitirle esa necesidad que despierta sus ricos besos.

Ya cuando caí en cuenta, había subido sobre él. Me desvié hacia su cuello, deleitándome con su perfume tan afrodisíaco. Dejé mis huellas en el y ascendí entre besos húmedos y chupones hacia el lóbulo de su oreja caliente. Lo mordí suavemente mientras mis manos se escabullían por debajo de su camisa y acariciaba directamente sus pectorales y abdomen definido. Era excitante oírlo tan acelerado y sentir sus temblores debajo de mí.

—Te quiero mucho, Sebas— susurré, antes de plantar un beso en su oreja—. Y mucho. No me importa si no me crees o si piensas que es demasiado prematuro. Yo simplemente no puedo callarlo más. 

Retomé la postura, levantando su camisa hasta el torso mientras su mirada serena y curiosa se cruzaba con la mía. En esta ocasión no hacía falta que dijera una sola palabra, pues esos bellos ojos cafés por primera vez hablaron por él.

No hubo lugar de su abdomen y pecho que mis labios y lengua no tuviera el privilegio de probar. Hice parada en cada cuadro para besarlo. Tomé mi tiempo en darle las mismas atenciones que él siempre tiene conmigo y disfruté tanto de ello en el proceso.

Adoro contemplar su desnudez. Es imposible no sentirse atraída ante semejante vista de su coño húmedo por mis previas caricias y atenciones. Ahora entiendo lo que siente cuando es él quien devora esa zona que se humedece y palpita con tantas ansias.

Entré en contacto con sus labios y mi lengua se escabulló entre ellos. Es como si hubiera encontrado la colmena donde se concentraba su dulce miel. Mi lengua se encontraba llena de él, de ese sabor tan adictivo que solo me hacía desear más.

«Dios, me encanta tanto probarlo, oírlo y verlo tan excitado por mis atenciones».

Me sentía tan caliente con la situación que no pude contenerme. Hurgaba mi interior con mis dedos. Lo hacía a la misma velocidad que lamía y succionaba su clítoris.

Quiero que explote de felicidad y puro placer en mi boca. Que me dé a probar sus exquisitos y espléndidos fluidos.

De repente, su mano agarró mi cabello, haciendo que lo mirara.

—Pequeña demonia, yo también quiero comerte. 

Lo observé embobada, lucía tan lindo con sus mejillas enrojecidas y esa mirada tan feroz.

Por supuesto que también quería lo mismo, por tal razón, no puse peros, me senté sobre su cara mientras me inclinaba a devorar ese postre del cual aún no saciaba mis ganas.

Rozó mi clítoris intermitentemente con mis pliegues, abriéndolos y cerrándolos, haciendo que escuchara el sonido de humedad.

«Es bueno que vea lo que provoca en mi cuerpo, porque mira que le guardo tremendisimas ganas».

Lamió entremedio de mis labios, hasta quedar a la altura de mi clítoris y lo succionó ligeramente, haciendo que mis piernas temblaran.

Mantuvo su boca ocupada en ese punto que más sensible se encontraba, mientras sus dedos acariciaban mi vagina suavemente hasta que los entró de golpe en mi cavidad. Mis gemidos se escaparon de mi garganta debido a su brusquedad y la forma en que sus fantásticos dedos rascaban mis paredes. Esa presión provocaba que un hormigueo se centrara en mis profundidades. Mis paredes se contraían alrededor de ellos, haciéndole notar que disfrutaba de sus crueles y profundos movimientos.

Mi excitación se veía reflejada en la velocidad e intensidad que lo atendía. Es como si hubiéramos entrado a una especie de competencia entre quién hacía sentir mejor a quién, pero él llevaba más las de ganar, porque el muy desgraciado sacó su arma secreta, y fue ese pequeño vibrador que usó el otro día conmigo. Lo encendió, rozándolo en mi clítoris, mientras su lengua caliente y rígida me penetraba.

Mis fuerzas y energías se vieron drenadas en ese fulminante momento. Sentí que hasta mi alma abandonó mi cuerpo por unos instantes. Mis palpitaciones, los escalofríos constantes y el hormigueo intenso provocaron que estallara en su boca. Y es que fue muy persistente y constante.

Mis fluidos se desbordaron, pero él acaparó absolutamente todo. Oí sus gruñidos de satisfacción mientras sacudía levemente su rostro y mantenía mis labios presionados por los suyos.

No podía siquiera hablar por la agitación y los temblores, cuando sentí su inesperada mordida en mi nalga izquierda.

—He traído un nuevo juguete que puede que te guste—deslizó el vibrador entre mis pliegues—. ¿Soportará esta pequeña que la maltrate?

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