Rol

No sabía que la relación entre ellos fuera así de difícil. Aparentaban ser una familia bastante unida ese día que me los presentó.

—Tienes en parte la razón. Tuve miedo de que mi familia se viniera abajo, de perder a mi esposa e hijos. Aunque amaba mucho a tu madre, en su momento, mi mayor prioridad eran mis hijos, porque cualquier decisión que tomara, eran ellos quienes saldrían perjudicados. Tú aún no habías nacido. Así que sí, fui egoísta por pensar primero en todo eso, antes que en ti. Pero jamás pensé que Laura fuese capaz de hacerte daño. El dinero que le di no fue para mantener las cosas en secreto, fue para que te sacara adelante y te diera una buena vida. Yo nunca te dejé desamparado, a pesar de no haber podido estar presente en tu vida como hubiera querido. 

A pesar de que el Sr. Damián aparenta ser un hombre rudo, le habla a Sebastián con mucho temple y calma. Esa no es la actitud que tendría un padre que no le importa su hijo. Uno que no le interesara, simplemente evadía el tema y no buscaba darle una explicación.

—¿Cuál fue el precio para evadir tus responsabilidades y tapar tus errores? ¿Cuánto  costé para ti? Las personas como tú, piensan que todo lo pueden solucionar con su estúpido y asqueroso dinero. Ya dije todo lo que quería decir, así que vete de mi casa. Sabrás tú qué hacer ahora con lo que te dije. Para ser honesto, me da lo mismo si quieres contarle a toda tu familia lo que hice.

—Yo me haré cargo. Mantén las cosas así y no digas nada.

—¿Así que sí piensas encubrirme? ¿Lo haces para que te agradezca o me sienta en deuda contigo? Si ese es el caso, te aconsejo que no pierdas el tiempo. Es increíble ver hasta dónde estás dispuesto a llegar con tal de mantener a tu dichosa familia unida.

—No te excluyas, tú eres parte de esta familia también.

—No, yo no tengo familia. Cierra la puerta antes de que te vayas.

Regresé a la habitación a paso ligero, antes de que fuera a descubrir que estaba escuchando su conversación.

Honestamente, no quería estar de fisgona, pero tenía temor de que las cosas se descontrolaran y pudiera pasarle algo.

No sé cómo sentirme al respecto. Las palabras del Sr. Damián se oían sinceras, pero por otro lado, no puedo juzgar a Sebastián por sentirse de esa manera, pues le ha tocado enfrentarse a muchas situaciones desagradables y dolorosas.

[...]


Al cabo de unos minutos subió a la habitación y se dio cuenta de que estaba despierta, lo supe por lo forma en que se dejó caer sobre la cama y me abrazó por la espalda, sin lastimarme. Se siente bien sentir su calor. Ojalá todos los días fueran así.

—Sigamos durmiendo—susurró.

«Él no es tonto, seguramente ya sabe que estuve escuchando su conversación».

—¿No dormiste bien? — le cuestioné.

—Nos acostamos demasiado tarde. ¿Te sientes mejor? ¿No te duele mucho?

—El dolor es tolerable.

—Esta noche tengo que retomar lo que dejé a medias y terminar con esto de una vez. ¿Te gustaría acompañarme?

—¿Acompañarte? ¿No estaría estorbando? No quiero ser una carga para ti.

—Solo necesitaré que manejes. Se me haría más fácil que me estés esperando con el auto encendido. Menos riesgos para los dos. Tómalo como un entrenamiento.

—Está bien, iré contigo.

«Me está incluyendo en sus planes, eso para mí es un gran avance».

[...]


Nos quedamos en la cama gran parte de la mañana. En la tarde me puso al día sobre lo que tendría que hacer. En realidad, no es difícil, simplemente debo esperarlo en el auto mientras él se encarga de su objetivo. Al parecer, va a adelantar los planes. No puedo mentir, estoy nerviosa con lo que pueda pasar.

Sebastián es demasiado bueno maquillando. Fue él quien me hizo varios retoques en el rostro. Logró ocultar mis moretones a la perfección. En estos momentos tenía un aspecto bastante masculino, pues debía hacerme pasar por su chófer. Parecía un mismísimo matón. Me faltaba un maldito cigarro en la boca.

Para ocultar mejor mis pechos, me recomendó usar una camisa negra debajo del saco. No sé cómo los hombres pueden usar corbatas, son incómodas. Los pantalones me quedaban algo sueltos y largos, por lo que Sebastián les cogió algo de ruedo para que me quedara a la perfección y no llevara arrastrando la tela. Los zapatos me quedaban un poco grandes, así que me puse varios pares de medias para rellenarlo. Mi cabello lo tenía recogido en una coleta alta. Sin duda alguna, todo el atuendo me hacía lucir irreconocible frente al espejo. Aunque me sentía bastante empoderado.

Mientras hacía muecas en el espejo, alcancé a ver a Sebastián entrar a la habitación y casi la quijada me llega al suelo. Me volteé para tener una mejor vista de su aspecto y perfecto atuendo. Mis ojos lo barrieron de un extremo a otro, repasándolo de todos lados habidos y por haber.

«¿En qué momento cambiamos de rol?».

Si existe la mujer perfecta, esa, sin duda alguna sería Sebastián en estos momentos. Se veía regio, con ese rosado en sus mejillas para darle un toque más delicado a su rostro. Las pestañas postizas, la sombra morada, pintalabios negro y delineado eran perfectos. Sé que era una peluca lo que llevaba puesto, pero el cabello largo, negro y con ondas le sentaba súperbien. El vestido morado, con escote y corto resaltaba su encanto de una manera un tanto única. Traía senos falsos y gigantes, que solo podía atraer dos cosas; envidia y miradas lujuriosas de cualquiera que lo viese.

Las medias encajaban a mitad de sus muslos. Traía unos tacones altos de color negro con detalles morados y oro. Los dominaba mucho mejor que yo. Estuvo bien pendiente a cada detalle. El collar, las pulseras y los pendientes combinaban con su atuendo.

«Como una perra de alta clase, sí, así lucía él».

Parece una fisiculturista, pero luce tan jodidamente sexi de ambas formas, tanto en su versión masculina como femenina.

Mis ojos debían delatarme, estaba maravillada y hechizada con haberlo visto.

—¿Estás lista?

—¿Puedo verte de espaldas?

Entrecerró los ojos, como que captó mis intenciones.

Se dio una vuelta rápida y sonreí al notar lo tenso que se puso.

—Estás demasiado rígido.

—Eres tú quien me está poniendo así con esa mirada. Ni siquiera actúas así cuando no traigo nada de esto puesto.

—Gracias a Dios no puede leer todos mis pensamientos… — murmuré—. ¿Traes rellenos en el trasero también?

—No, solo una faja que me está matando.

Reí ante su respuesta.

—Te ves sexi, Sebastián.

Su acercamiento hizo que mi trasero chocara con la coqueta.

—Lina, querrás decir.

—Bien— tragué saliva—. Te ves sexi, señorita Lina.

En sus labios se formó una sonrisa burlesca.

—Hace poco estabas lanzando comentarios con doble sentido y ahora te has puesto nerviosa de repente.

—Es difícil concentrarse con tu estatura y aspecto. Te ves tan imponente, incluso como mujer, que pones a temblar y a sudar a cualquiera.

—¿Te estoy haciendo temblar y sudar? Pero si aún no te he hecho nada.

—Sebas… — hice una pausa—. Srta. Lina—corregí—. No me provoque. No quiero ser el culpable de que lleguemos tarde a su compromiso. 

Miró su reloj de pulsera.

—Aún nos quedan tres minutos y medio para salir. Tiempo suficiente para…

—Pues no se diga más— le interrumpí, atrayendo su rostro al mío y robándole un beso.

Todo lo que había sobre la coqueta cayó a nuestros pies cuando levantó mi cuerpo con cuidado, depositándome sobre ella, presionando mis manos contra el espejo y colando su cuerpo entre mis piernas. Su frente presionó la mía contra el espejo también.

Besó mis labios con ansias, como si hubiera estado esperando por esto, tanto como yo.

El dolor de mi herida en el abdomen no era más que las ganas de responder a esos besos tan húmedos y acalorados que me daba, capaces de alborotar mis hormonas y mis ritmos cardíacos.

«Es una locura todo lo que me hace sentir».

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