Placer
Nuestros cuerpos es como si hubieran sido hechos el uno para el otro. La resistencia que ambos tenemos, nos ha servido para disfrutar de este tan esperado y ansiado momento.
Es la primera vez que he tenido tantos orgasmos en una misma noche. He perdido por completo la cuenta. Debajo de nosotros, la sábana está mojada de mis fluidos desmedidos.
Movía mis caderas sobre él, clavándome a mí misma una y otra vez, sintiendo que cada vez que llegaba al fondo, un inmenso mar se desbordaba y arrasaba con todo a su paso. Sus manos me presionaban con fuerza al mismo tiempo para controlar mis movimientos y lo recibiera completo.
Ojalá pudiera hacerle sentir mis contracciones, la manera en que instintivamente mis paredes palpitan al sentirme tan excitada, a punto de estallar.
Mi cuello debía estar igual de marcado que mi pecho por esas mordidas y chupetones que ha dejado sobre mi piel desnuda.
Logré soltar mis manos, pues debido a todas las posiciones que hemos hecho, se había aflojado bastante el nudo. Para mí fue el momento perfecto para tomar un poco el control de la situación.
Hundí mi rostro en su cuello y lo mordí con la misma fuerza que él lo había hecho y lo oí gruñir, mientras que sus uñas se clavaron en mis nalgas. Mis pezones endurecidos hacían fricción sobre su torso desnudo.
—¿Así que también te gustan las mordidas? —succioné su piel para dejar mis huellas en su cuello, pasando por último mi lengua en dirección a su oreja y dejar una breve mordida en el lóbulo.
Lo oí suspirar de un modo que todo mi cuerpo vibró.
«¿Esto le gusta?».
Yo también quisiera hacerlo sentir bien. Oírlo gruñir más y poder contemplar sus expresiones mientras le brindo placer, del mismo modo que lo ha hecho conmigo en tantas ocasiones.
—No quiero hacerte sentir incómodo con este tema, ya sé que es delicado, pero quisiera hacerte sentir bien también. Me has regalado los mejores orgasmos que haya tenido alguna vez y en ese aspecto me siento muy satisfecha, pero tú también mereces esto; sentir placer.
—¿Y crees que no lo siento con esto que estamos haciendo?
—No, no es suficiente. ¿Nunca te has tocado? No tienes que responder si no quieres.
—Sí, obviamente— pude percibir su sarcasmo en el tono.
—No te hagas el tonto, sabes bien a lo que me refiero.
—Sí, por supuesto que me he tocado. ¿Te sirve mi respuesta?
—Sebas, lo más probable es que no pueda ser buena como tú dando un oral, pues nunca he hecho eso antes, pero quisiera intentarlo. Me gustas mucho y realmente quisiera verte disfrutar más de este momento.
Se quedó pensando unos instantes y luego suspiró.
—Haré una excepción solo porque eres tú.
«¿En serio ha dicho que sí?».
Se acostó y supe inmediatamente que, aunque estaba intentando no demostrarlo cuando aceptó, se sentía incómodo al respecto, tanto así que prefirió poner su antebrazo en la cara.
No quise pedirle que se lo quitara, pues sé que esto es difícil e incómodo para él. Diría que me está permitiendo demasiado y, aunque me emociona ese hecho de que se abra a mí, sé que tampoco debo excederme y exigirle más de lo que puede dar.
Al besar su torso y descender mi mano por sus pezones, soltó un suave quejido y lo miré, a ver si se había quitado el antebrazo de la cara, pero no. Fue tan lindo, que quería escucharlo más.
Le di suaves chupones, alternando entre ambos y lamiendo alrededor, mientras acariciaba su abdomen tonificado. Nunca lo vi temblar hasta ahora y rechinar los dientes de esa forma.
No sabía si le estaba gustando o no, es la primera vez que hago esto con alguien; y sí, me sentía algo avergonzada, pero no quería pensar en ello o no podría hacerlo.
Seguí mi recorrido a sus abdominales y besé cada uno de ellos; era muy excitante hacerlo. Su piel es tan suave y se percibe caliente.
Al llegar a la correa, pude apreciar lo húmedo que estaba el dildo. Lo lamí lentamente, probando mis propios fluidos, esos que aún quedaban en el. No podía creer que realmente todo eso estuvo dentro de mí hace unos momentos.
Le quité la correa, dejando por fin el camino libre para apreciar con más detalle su vagina. Nunca había visto otra que no fuera la mía, aun así, no me desagradó en lo absoluto. Se veía muy húmeda, entonces, ¿sí se ha excitado con todo esto?
Me acerqué a probar su humedad, era increíble su sabor, sumamente irresistible y delicioso, aunque distinto al mío.
Se veía tan sensible, vulnerable, distinto. Rechinaba los dientes, mientras que todo su cuerpo temblaba sin control. Estaba conociendo por primera vez una faceta que desconocía, pero que me encantó más que cualquier otra cosa.
Fui dando suaves masajes con mi lengua alrededor de sus labios y entre el valle de ellos, escuchando a la par sus gruñidos, algo que me tenía extremadamente caliente el poder escucharlo así.
«Él es tan perfecto».
Solo me limité a lamer, succionar suavemente y abrir entre sus labios para profundizar mi lengua justo en esa zona que cuando es él quien me lo hace a mí, hace que mi alma abandone mi cuerpo. Deseaba poder hacerlo estallar de placer con mi lengua también.
Imitaba lo mismo que él me hacía, dando suaves chupones y lamiendo de forma circular, para luego subir a su clítoris y hacer lo mismo.
Me encanta poder adueñarme de sus partes, ser la causante de que esté más jadeante y caliente.
—Laia— su voz se escuchó ronca, pero jodidamente seductora ante mis oídos.
Levanté la mirada, sin despegarme ni un solo instante, cruzando mirada por fin con él. Me tomó por sorpresa que se hubiera quitado el antebrazo del rostro. Se veía tan dulce con sus mejillas rojas. Debe sentirse demasiado bien para hacer una expresión tan erótica y sensual como esa.
No quería detenerme, solo aceleré el ritmo y mis movimientos, ejecutando mi tarea con honores, manteniéndome en su clítoris y succionándolo. Sus manos se aferraron a mi cabello y lo observé por su agresividad. Estaba en su momento más crítico, no era difícil darse cuenta.
Estaba tan excitada con la situación y con la mente ida, que inserté mi lengua un poco en su entrada y su cuerpo tembló, al mismo tiempo que sus jadeos se intensificaron y pude percibir en mi boca más humedad que antes; algo sumamente distinto.
Sus temblores en las piernas, agitación y constantes jadeos confirmó que había llegado al orgasmo, y yo pensé que no podría.
Dejó ir mi cabello, intentando normalizar su fatiga y sentándose en el borde de la cama.
—¿Lo hice bien? —le cuestioné tímidamente.
Sus hermosos ojos cafés conectaron con los míos y en sus labios se formó una ligera sonrisa.
—Jamás había conocido a una mujer tan extraña como tú.
—Y ahí vas de nuevo con eso...
Su mano se posó por detrás de mi nuca y me atrajo hacia él.
—¿No es evidente la respuesta? — pasó su lengua sobre mis labios, debilitándome por completo.
«Por supuesto que lo era, pero quería oírlo de su boca».
Plantó un beso sobre mis labios, el cual comenzó despacio, pero nuestras lenguas se necesitaban y extrañaban tanto, que se enredaron en un juego bastante adictivo.
Sus besos de lengua son los mejores que haya probado alguna vez. Esas mordidas en mi lengua y en mis labios me enloquecen.
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