Oportunidad

Laia

Tenía la leve sospecha de que algo estaba atormentando a Sebastián. Todo eso desde que habló con su papá. No sé de qué hablaron, él no ha soltado prenda, pero definitivamente tuvo que ser algo que se le quedó grabado en la cabeza. 

 
Era la primera vez que lo veía tomar sin moderación alguna, acabándose la botella de vino solo y abriendo la última que quedaba. Quise detenerlo varias veces, pero me pidió que lo dejara. Lo que había planificado para los tres, terminó siendo un completo fracaso. 

 
«¿Qué fue lo que hablaron para que él se pusiera así?». 

 
No hacía falta que hablara para saber que estaba ebrio, pues estaba tropezando con sus propios pies cuando se levantó de la silla del comedor. Aunque dejó el plato vacío, probablemente por compromiso, eso no quita lo preocupada que me sentía al verlo en ese estado. 

—¿A dónde vas? 

—Quiero acostarme un rato—hablaba con la lengua enredada. 

—Suelta esa botella, Sebas. Ya fue suficiente. Te tomaste una completa y ahora vas por la mitad de la segunda. ¿Qué estás haciendo? Este no es el Sebas que conozco. 

 
—¿Qué hay de malo en que quiera desestresarme un poco?

 
—Siempre te llenas la boca diciendo que eres un hombre sensato, pero ¿te parece que lo que estás haciendo es correcto? Sea lo que sea que te está atormentando, ¿por qué no lo hablas conmigo? Háblame. Puedo escucharte. Dijiste que ibas a decirme todo. 

—Solo estoy cansado. Con un poco de descanso, eventualmente se me pasará. Han sido semanas complejas. 

 
—¿Y se supone que crea que eso es lo que te está ocurriendo? Sebas, estabas bien antes de que llegara tu papá. Hasta sonreíste, pero ahora te ves muy mal. 

 
—Te prometo que mañana estaré mejor. Por hoy, solo quiero descansar. 

—Lamento ser tan pesada. No volveré a presionarte. Descansa. 

—Solo estoy harto. Quisiera poner en pausa mis pensamientos, desconectar mi maldito cerebro—me agarró la mano, haciendo que me levantara—. Vamos a la cama. 

—Tengo que lavar los platos y llevar a Daila a su cuna. 

—Deja los platos ahí. Mañana me encargo de ellos. Ve por Daila. 

No me gusta verlo así. Con ese comentario que dejó escapar, me da la impresión de que el motivo detrás de tomar tanto es su pasado. Después de todo, es su cumpleaños y, como dijo la Sra. Juliet, él no suele celebrarlo, pues obviamente le trae malos recuerdos de su niñez. Necesito ser más comprensiva y tener en consideración que si no se siente de ánimos, pues lo mejor es dejar las cosas así. Lo menos que quiero es agobiarlo más. Me limitaré solo a cuidarlo y mimarlo. 

(…)

Estando a solas en la habitación, se dejó caer en la cama, poniendo su antebrazo en la frente. Aprovechando que no estaba mirándome, saqué del escondite el kit de cuchillos. Tal vez no era el momento adecuado, pero ya lo había hecho.

—¿Recuerdas ese regalo especial que me diste en mi cumpleaños? —rompí el silencio, sentándome a su lado en el borde de la cama y bajó el brazo para prestarme atención—. Fuiste el único que se acordó y me felicitó. Me sentí tan feliz, más que por el detalle, fue por descubrir en ese momento que no estaba sola como pensé, que le importaba lo suficiente a alguien más, como para tomarse las molestias de hacer tanto por mí. De todos mis cumpleaños, ese fue el único memorable y significativo para mí. Tú hiciste de esos amargos, deprimentes y solitarios días, uno especial. Y sé que cada día a tu lado será mejor. Gracias por existir, por ser como eres, por permitirme estar a tu lado. No me cansare de decirlo; soy tan afortunada de tenerte en mi vida. ¡Feliz cumpleaños, mi rey! No es mucho, pero sé que le encontrarás un espacio en tu colección.

Permaneció en silencio unos instantes, mientras se sentaba en la cama, tomando el kit en sus manos y abriéndolo. La expresión que tenía desde que su padre se marchó se suavizó, dibujándose una media sonrisa.

—Tienes buen ojo. Ha sido una buena elección.

—¿Te gustan?

—No—hizo una breve pausa—. Me encantan, aunque no más que tú—sostuvo mis dos manos, llevándolas a sus labios y mi corazón saltó un latido—. Gracias.

—Creo que el vino está haciendo de las suyas en ti.

—¿Te parece? —cerró los ojos, dejando escapar un suave suspiro—. Te amo, Laia—plasmó un delicado, cálido y tierno beso en mis manos el cual me dejó paralizada. 

Mis ojos casi salen expulsados, tanto como el corazón de mi pecho al oír semejantes palabras salir de su boca. Sentía que me daría algo de la emoción y el impacto.

—Yo también te amo, Sebas—una lágrima traicionera se deslizó por mi mejilla.

Me fui sobre él, besando esos labios que tan dulcemente adictivos me saben. Soy tan feliz. Quisiera congelar el tiempo entre sus brazos. Que su olor quedé impregnado en mi piel y sus fogosos labios se fundieran con los míos hasta convertirse en uno solo. Lo amo como jamás he amado a alguien.

Anthony

Me encargué de los últimos preparativos para recuperar a mi hija y alejarla de esa familia. No pienso permitir bajo ninguna circunstancia que se case con ese hombre esta noche. El yate va a zarpar en unas horas y no tuve oportunidad de infiltrarme, la seguridad que hay custodiando los alrededores del puerto es de no creer. Seguramente tenían órdenes de arriba para no dejar entrar a cualquiera sin invitación. Aunque he actuado con extremo cuidado y sigilo, tengo la breve sospecha de que ese tipo quiere evitar a toda costa que me reúna con mi hija, porque sabe que, si logro hacerlo, probablemente la convenza a que regrese conmigo. Le ha lavado el cerebro y la está controlando. La puso en contra de su propia madre también.

El helicóptero está listo para esta misma noche. Voy a impedir esa unión cueste lo que me cueste. Si ella se percata de mi presencia, él no podrá impedir que la vea y hable con ella.

Jamás pensé que Bruno tenía todo bien planificado cuando trajo a ese sujeto a mi hogar. En su momento lo vi como una buena oportunidad pensando que, tal vez todo saldría mejor de lo esperado, pues me ganaría su confianza y lo convencería a traicionarlo, pero todo salió al revés. Bruno siempre estuvo un paso más adelante de mí y es un fastidio saber que logró su cometido. Incluso después de muerto, sigue siendo una maldita piedra en el camino y se interpone en poder recuperar a mi esposa e hija.

Jackeline no quiere verme ni en pintura, dice que jamás va a perdonarme que la haya dejado sola y que no existe justificación alguna para haber desaparecido y fingido mi muerte sin haberle dicho. Además de ya estar al tanto de que fui yo quien le encargó a Max el matar a Bruno. 

Laia no es mi hija biológica, pero siempre la he visto como si lo fuera. Por muchos años viví con la duda. Supe de la infidelidad de mi esposa, pero jamás me atreví a enfrentarla, por miedo a perderlas a las dos. La amaba tanto que, incluso sabiendo que ella fue el primer amor de mi hermano, no estaba dispuesto a dejarle el camino libre para conquistarla. No me arrepiento de nada de lo que hice. Si la historia volviera a repetirse, habría hecho exactamente lo mismo. 

Hubo un ligero toque en la puerta de mi despacho y puse mi atención en ella. 

—¿Papá?

No podía ser parte de mi imaginación. Era la voz de mi preciada hija.

«¿Laia vino a verme? ¿Acaso se dio cuenta de su error y se arrepintió de último momento de casarse con él?». 

Me levanté rápidamente de la silla, yendo en dirección a la puerta, cuando lo primero que me recibió fue el portazo. La presencia imponente y mirada feroz de ese hombre eran enormes espinas atravesando mi piel. Me produjo un escalofrío incesante en el centro de mi espalda. 

Mi reacción fue demasiado lenta, no tuve tiempo de cerrarle la puerta, cuando una bala me alcanzó, hiriéndome en el muslo. El ardor se regó con rapidez, haciendo que me dejara caer para presionar la herida. 

Portaba en su mano izquierda una grabadora, la cual guardó en su bolsillo tan pronto tuvo acceso al interior. Me arrastré inútilmente hacia el escritorio, pero lo que frustró mi intento de llegar fue el segundo disparo que explotó en pedazos el jarrón que yacía sobre mi escritorio. 

Rechiné los dientes del dolor, intentando sentarme en una posición donde no lo perdiera de vista. Era incapaz de descifrar su expresión. 

—¿Q-qué quieres? ¿Dónde está mi hija?

Se acercó, agachándose a pocos centímetros de mí y arrancándome el anillo de matrimonio.  

—Este será el regalo perfecto de bodas para mi esposa. 

—Si me matas, mi hija jamás te va a perdonar. 

—Querrás decir, tu sobrina. No tienes ningún derecho de llamar hija a alguien que le negaste tu amor, atención y cariño. Tú mismo te ganaste su odio y su desprecio, por eso ella misma me pidió que me hiciera cargo de ti. 

—¿Ella? Eso no es posible. 

—Es triste, ¿verdad? Llegamos al mundo sin nada y nos vamos con las manos vacías, solo nos llevamos los buenos recuerdos que vivimos al lado de nuestros seres queridos. Pero ¿qué buenos recuerdos puede tener alguien tan egoísta como tú? Traicionaste a tu propia sangre por el amor de una mujer, sin pensar que junto a él también estabas arrastrando a Laia. Ni siquiera tuviste el más mínimo interés o te esforzaste en ser el padre que ella necesitaba y quería, porque estás consciente de que ella lo único que anhelaba era que estuvieras más presente en su vida, ¿no? Seguramente no querías porque en el fondo te atormentaba el hecho de ver a Bruno en ella, ¿verdad? 

«Papá, ¿tu agenda está muy saturada para mañana?». 

«Nunca estás cuando te necesito, ¿con qué derecho vienes a meterte en mi vida, en mi relación y en mis asuntos ahora? ¡Te odio, maldita sea!». 

«Me da lo mismo si este señor es o no mi padre, porque la verdad es que nunca ha sido uno para mí». 

En ese momento lo comprendí todo. Fui incapaz de darme cuenta de que, inconscientemente y sin querer, la estaba lastimando con mi ausencia y la distancia que interponía entre los dos. Todas las veces que se acercó a mí, nunca la tomé en cuenta. 

A pesar de todo, si hay algo de lo que no me cabe duda es de que yo sí la amo y lo único que he querido es protegerla, aunque sin darme cuenta he hecho todo lo contrario y me he convertido en su tormento. 

—Yo… me esforzaré de hoy en adelante.

—¿No cree que ya es demasiado tarde para eso, Sr. Husman? 

Ni siquiera dudó un solo instante en ponerse de pie y volver a apuntarme, pero esta vez en la frente. Él tenía su objetivo claro, y en el fondo, presentía que era el final. Pese a eso, me resigné y no luché contra lo inevitable. Quizá porque estaba consciente de que lo merecía. 

Los recuerdos de todas las veces que la aparté de mí eran suficiente castigo. Mi mayor miedo se hizo realidad; lo perdí todo, a mi esposa, a mi adorada hija y la oportunidad de demostrarles que ellas dos lo eran todo para mí. 

—Por favor, dile que me perdone. No sabía lo que hacía y la he lastimado sin querer—mi vista se nubló debido a las lágrimas que brotaron de mis ojos—. Me equivoqué. Fui un pésimo padre para ella. Laia merecía a alguien mejor. Estoy consciente de todo eso, pero la amo y haría lo que fuera por poder retroceder el tiempo y enmendar todo lo malo que le hice. 

Sacó el dedo del gatillo, relajando los hombros y bajando el brazo. 

—Díselo tú mismo. Gánate su perdón y demuéstrale que no son palabras vacías. Tú mayor demostración de arrepentimiento y amor hacia ella, es respetando la decisión que tomó de casarse conmigo. Por primera vez en tu vida actúa como un verdadero padre o tío lo haría y entrégame a Laia en el altar esta noche. Sé partícipe y haz acto de presencia en este gran paso que daremos los dos, pero ni se te ocurra meter las patas de nuevo o serás la cena de los tiburones esta noche. Te estaré observando. 

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