Mi trabajo

Laia

Estando sentados, luego de haber cenado y dónde solo reinaba el silencio entre los dos, su celular sonó y contestó la llamada sin pensarlo dos veces.

Me sigo sintiendo igual de frustrada al pensar en esa conversación que tuvimos. Todo eso me hace entender su actitud y forma de ser. Hasta me siento mal por haberlo presionado tanto con mi curiosidad y dudas.

—Ya salimos para allá— se levantó de golpe, guardando el celular en su saco.

—¿Pasó algo?

—Es su madre. Al parecer logró escapar de quienes la tenían secuestrada y se encuentra ahora mismo en su casa. Me dice Alan, el hombre que dejé velando los alrededores de su casa, que ella llegó hace unos minutos y se encuentra conmocionada y no es para menos.

Fuimos directamente al auto para encaminarnos a la casa.

—¿Cómo se le ocurrió ir a esa casa? Esa gente la pueden encontrar fácilmente ahí.

—No se preocupe, la llevaremos con nosotros a un lugar seguro.

[...]

Cuando nos encontramos con ella, se veía bastante conmocionada todavía, mirando los alrededores y temblando como gelatina. Se encontraba sentada en el escalón de la puerta de entrada. 

Vimos el cuerpo tirado de Alan a un lado de su moto y Dylan se mantuvo algo distante de nosotras.

«¿Qué pasó con ese hombre?».

—Mamá, ¿te encuentras bien? ¿No te hicieron daño?

Cuando me acerqué lo suficiente, fue cuando noté el arma que tenía en su mano, pues la tenía apuntando al suelo, al menos hasta ese momento que la alcancé. De la nada, me agarró el brazo para apoyarse en mí y ponerse de pie, apuntando en dirección a Dylan.

—Espera, ¿qué estás haciendo, mamá? Baja esa arma.

—Tú… tú eres la manzana podrida.

Dylan se mantuvo sereno, sin articular palabra alguna, solo mirándola fijamente.

—Fuiste tú quien mató a mi esposo, has puesto a mi hija de tu lado, envenenándole la mente y el alma sobre sus padres para tenerla a tu disposición y aprovecharte de su ingenuidad.

—Mamá, él no ha hecho nada, deja de culparlo. Él estuvo conmigo todo ese día e incluso cuando la camioneta explotó...

—Bruno y él se pusieron de acuerdo para matar a tu padre, ¿no te lo dijo? Siempre supe que tu tío estaba detrás de mí, pero que fuera capaz de quitarle la vida a su hermano, de eso no lo creí capaz. 

—¿Qué?

—Otra cosa, Bruno jamás adoptó a este hombre, eso nos hicieron creer para que le abrieramos las puertas de esta casa.

Miré a Dylan, pero seguía sin decir nada, solo escuchando atentamente todo lo que ella decía.

—¿Qué dices? ¿Dónde está mi tío? Solo él puede confirmarnos esto.

—Bruno está muerto. Le voló la cabeza ese hombre enmascarado, el mismo que me tuvo secuestrada con Belinda, que resultó ser su madre.

—¿Hombre enmascarado?

Mi mente se transportó a ese sujeto que vi en la casa con mi padre aquel día, ese hombre raro que tenía una máscara negra puesta y unos guantes del mismo color, de esos que usan los motociclista.

«¿Cómo era su nombre?».

—¡Max! — solté en voz alta al recordarlo.

—¿Quién es Max?

—Hubo un hombre que se vio con papá días antes de lo que ocurrió. Llevaba una máscara negra y unos guantes, de esos que usan los motociclistas. Recuerdo que le llamó por ese nombre; Max.

—Ese tipo no me importa en este momento, solo este que tengo enfrente— le apuntó con más precisión y me puse en medio.

—Mamá, solo estás suponiendo, no es algo concreto.

—A eso se dedica este hombre, Laia. Vi su ficha, es parte de una organización de asesinos. ¿Lo vas a negar, Sebastián Bennett?

Lo volví a mirar al momento que ella pronunció su nombre.

—¿No te vas a defender? — le cuestioné directamente—. Di algo. Di que eso no es cierto.

Quería oír lo que tenía que decir, porque hasta último momento quise creer que mi madre hacía todo esto para ponerme en su contra.

—Si el Sr. Bruno Husman está muerto, entonces mi trabajo termina aquí.

«¿“Su trabajo”?».

«En el momento que mi trabajo acabe, todo, absolutamente todo, acabará aquí». Sus palabras vinieron a mi mente, haciéndome dar cuenta de lo estúpida que he sido. En todo momento él me lo había estado insinuando y he estado tan ciega.

Pero si realmente solo quisiera hacer daño, ¿por qué, si ha tenido tantas oportunidades de matarme, no lo ha hecho? Incluso me contó un poco sobre él, ¿por qué lo hizo entonces? No tiene sentido. Nada tiene sentido.

—Hasta que al fin te quitas esa careta. Desde que te vi, supe que no eras de fiar.

—Vayan a un lugar seguro—se arregló los lentes, antes de darnos la espalda sin más.

Vi intenciones en ella de dispararle, pero mi mano se movió sola en ese instante, sujetando su muñeca y levantando su brazo. Disparó al aire. Por fortuna, pude evitar que lo alcanzara a él. 

«¿Por qué me sentí aliviada de que pude evitar que algo malo le sucediera?». No lo sé, pero algo dentro de mí seguía confiando en él, a pesar de no haber dicho nada en su defensa.

—Déjalo ir, mamá. Si quisiera hacernos daño, créeme, ya lo hubiera hecho. ¿No te das cuenta de que está armado y en ningún momento se defendió al encontrarse expuesto o atacado?

Sebastián puso las llaves del auto sobre la capota y se marchó caminando quién sabe a dónde.

No quería que se fuera, porque sentía que si lo permitía, no volvería a verlo.

Mis piernas querían irse detrás de él, pero el fuerte agarre de mi madre me detuvo.

—¿A dónde crees que vas? Tú y yo no iremos lejos, al menos mientras se calman las cosas.

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