Gusto adquirido

«¿Cómo no pude intuir que algo estaba tramando al momento en que nos encontramos con su mamá aquella madrugada?». 

Vivo enamorada de su mente calculadora, de la manera en que actúa en silencio y me demuestra su amor con base a hechos y no palabras vacías.

Ahora me siento mal. No pensé que había estado ejerciendo tanta presión sobre él. No hago otra cosa más que cagarla.

Dejando a un lado todo eso; este bello gesto me ha dejado sin palabras. Este hombre no para de sorprenderme.

«¿Cómo no amarlo?».

[...]


Durante el viaje, Sebas se mantuvo algo distante nuestro, aunque no me quitaba los ojos de encima al verme cargando a mi hermana. No sé lo que pasa en sí por su mente, pero me encantaría saberlo.

Me costaba creer que la tenía en mis brazos, luego de todo lo que había sucedido. Las luchas internas estaban en su apogeo, porque quería creer hasta el último momento que esta era la mejor decisión, que puedo brindarle más de lo que otra familia sustituta hubiera podido darle.

Parece un tierno angelito mientras duerme. Podría pasar largas horas viéndola dormir. Su cuerpo es tan liviano y pequeño, que solo despierta en mí esas inmensas ganas de protegerla de todo, incluso de mí misma.

«¿Cómo existen seres en el mundo capaces de hacerle daño a criaturas tan indefensas?». Es ahí donde entra Sebastián a mi mente de nuevo.

No puedo siquiera imaginar cuánto dolor y sufrimiento debió experimentar al lado de ese monstruo que su único deber era protegerlo y cuidarlo, e hizo todo lo contrario. Me duele el corazón de solo recordar la manera tan indiferente y sonriente en que me contó lo que ese monstruo se atrevió a hacerle.

Por más que quiera hacerle olvidar el pasado, estoy consciente de que nada de lo que haga será suficiente, porque existen cosas que no se olvidan y, desgraciadamente, esta es una de ellas.

Y saber que existen miles de niños que, al igual que él, han corrido con la mala suerte de ser traídos a este mundo a sufrir las consecuencias por errores o frustraciones ajenas.

[...]


Cuando llegamos a nuestra casa, todo estaba cambiado. La casa se veía colorida, las paredes habían sido pintadas de rosa. Había artículos de bebés en la sala. Incluso cuando subimos a la segunda planta, me percaté de que una de las habitaciones tenía un pequeño letrero colgado que decía: «bienvenida a casa» en letras rosas con morado. La habitación estaba preparada en su totalidad para la llegada de mi hermanita. Desde la decoración, hasta los artículos de primera necesidad. El armario se encontraba repleto de trajes y kimonos que, seguramente no necesitará más hasta que cumpla como mínimo dos años.

—¿En qué momento preparaste todo esto, Sebas? — deposité despacio a mi hermanita en la cuna con temor a despertarla.

—Fue mi madrastra—en su semblante noté cierta molestia—. ¿Quién mejor que ella para conocer las necesidades de un bebé? Pero creo que se ha exagerado.

—¿Por qué te ves molesto?

—Iré a preparar algo de comer. ¿Quieres algo en particular?

«Me pregunto, ¿a dónde habrá ido el cocinero que contrató hace varios meses? ¿Acaso renunció?».

—Lo que hagas está bien para mí.

—Bien—salió de la habitación, sin añadir nada más.

De verdad que se me hace tan difícil comprenderlo. Todo esto es nuevo para los dos, tal vez simplemente necesito darle tiempo al tiempo, esperar a que podamos acoplarnos a este cambio. Eso sí, necesito arreglar las cosas con él. A pesar de este gesto tan bonito, siento que nuestra relación se está viendo afectada con todo esto y no soporto cuando estamos distanciados.

[...]


Debemos pensar en un nombre para mi hermana, pero es algo en lo que quiero que Sebastián sea partícipe.

Estaba leyendo las instrucciones para preparar la leche de fórmula. Durante el viaje estuvo dormida, pero en cualquier momento puede despertar y quiero estar preparada. Además, quisiera darle un baño antes, solo que necesitaré asistencia.

Bajé con el biberón las escaleras y alcancé a ver a Sebastián de espaldas en el área de la cocina. Quise acercarme por detrás y lo abracé para sorprenderlo.

—Gracias por lo que hiciste, Sebas. Perdóname por haberte presionado sin querer todos estos días.

—Falta poco para que esté la comida— volvió a cambiar el tema.

«No, definitivamente las cosas entre los dos no están bien. Necesito hacer algo pronto».

Usó una cuchara para que probara el guiso de pollo y lentejas que estaba preparando.

—¿Así está bien?

Juro por Dios que intenté no hacer caras para no hacerlo sentir mal, ya que no es la primera vez que sucede esto. Quise tragar rápido, pues como dicen por ahí, el trago amargo se pasa ligero, pero el ardor que sentí en toda la boca, en la garganta y el estómago fue horrible. Mi rostro debía estar rojo, estaba sudando y tosiendo.

—¿Pica demasiado? Le puse poco.

Corrí a la nevera y tomé directamente del galón de leche. Sentía que el corazón lo tenía en los oídos.

—¡¿Me estás vacilando?! ¡¿Quieres matarme?! Entiendo que estés molesto conmigo y no sé, quieras hacérmelo notar, pero ¿por qué me haces esto?

Probó también del guiso, pero ni siquiera hizo un gesto de que le hubiera provocado lo mismo. No son ideas mías, tampoco estoy exagerando, arde como un demonio. Jamás había probado algo tan picante, ni siquiera esa primera comida que preparó en aquella ocasión para mí sabía de esta forma. Hasta pareciera que lo hizo adrede, pero no creo que sea capaz de algo así, a sabiendas de que padezco de gastritis.

—Por el amor de Dios, ¿cómo puedes tolerar la comida con tanto pique? Esto te hace mucho daño.

Se quedó en silencio unos instantes, observando el guiso y la cuchara.

—Tal vez porque es un gusto adquirido— dijo en un tono bajo, aunque alcancé a oírlo.

—¿Y de quién lo adquiriste?

Me arde la boca del estómago. Debe quedar de mis medicinas por alguna parte.

Sostuvo la olla por ambos bordes y la derramó dentro del fregadero. Lo miré desconcertada por la manera tan tranquila en que lo hizo.

—¿Qué haces? No quería que lo botaras. Mi intención no era hacerte sentir mal o sonar despreciativa, pero…

—No te preocupes. Reconozco que no se me da bien cocinar. Iré a comprar comida. Tus medicinas están en el baño de nuestra habitación.

«Maldita sea, ¿por qué cuando intento arreglar las cosas termino por joderlas más?».

[...]


Me he quedado con la tendencia desde que se fue por ese “gusto adquirido”. Ha pasado más de una hora desde que salió con el pretexto de ir a comprar comida, pero aún no regresa. Para mí fue más que evidente que necesitaba su espacio y por eso no lo detuve, pero me siento preocupada por su actitud.

Mi estómago se siente mejor desde que tomé las medicinas y por el helado que había en el congelador. Aun así, mi boca aún ardía.

Estando en la habitación con mi hermana, viendo que aún estaba dormida, decidí llamar a la Sra. Juliet. No solo para la asistencia, claro está, también lo hago por la preocupación de Sebastián.

—Lamento molestarla, sé que debe estar ocupada. Bueno, por la hora, ya debía estar durmiendo.

—No me molestas, querida. No te preocupes. ¿Qué sucede? ¿Todo está bien?

—Con mi hermanita está todo bien. Aún no ha despertado de su siesta. Necesitaré de su asistencia luego, si no es mucha molestia. Pero mi preocupación en este momento no es tanto ella, es más bien Sebastián. Me da tanta pena llamarle para contarle nuestros problemas, pero es que no tengo a nadie más.

—Te escucho, mi reina.

—¿De quién Sebastián adquirió ese gusto por la comida tan picante?

Hubo un largo silencio en la línea que hasta pensé que la llamada se había cortado.

—¿Sigue ahí? ¿Sucede algo?

—Es una pregunta bastante extraña. ¿Puedo saber primero la razón de tu inquietud?

Le conté lo que había sucedido antes de que se fuera y me escuchó atentamente.

—Dudo mucho que lo haya hecho adrede— dije.

—Lo que más debería impresionarte es el hecho de que está haciendo el intento de cocinar algo después de todo lo que pasó. 

—Debe sonar que estoy siendo despreciativa por no enmarcar su esfuerzo, pero le juro que no es así, sería incapaz de menospreciar lo que hace por mí.

—Lo sé, mi amor, no tienes que explicarte. Ese gusto adquirido, como él le llama, no es nada más que su subconsciente, pues este parece ser que lo traiciona. Por lo visto, esto fue una de las cosas que aún no te ha contado. Ni siquiera sé si haga bien diciéndote esto, pero al mismo tiempo, me pongo en tu posición y sé lo difícil que debe ser para ti también. Ese “gusto adquirido” tiene que ver mucho con los crueles castigos y reprensiones perpetrados por su progenitora. Ella misma confesó que solía limpiar sus heridas con salsas picantes que ella misma le hacía preparar con sus propias manos, como también le alimentaba con insectos y comidas altas en condimentos porque, según ella, era el mejor remedio para volverlo inmune y enfermara menos. Asumo que ha surtido un efecto adverso en él, pues para verlo como un “gusto adquirido” es algo bastante preocupante, como para pasarlo por alto.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top