Disculpa

El entrenamiento con Sebastián no me sirvió de nada. Si tan solo no hubiera bajado la guardia. Pero es que, ¿cómo iba a sospechar que dentro del recinto correría peligro y que este sujeto estaba detrás de mí? 

—Déjenme a solas con mi querida cuñadita. Vigilen el perímetro. No quiero sorpresas. Si aparece Sebas, ya saben qué hacer. 

—¿Piensas hacerle daño a tu hermano? Tu problema es conmigo, idiota. 

Los despachó, ignorando por completo mi pregunta. 

—Eres un cobarde. 

—Por lo visto, aún te quedan ganas de hablar—negó con la cabeza—. Y bien dicen que polos opuestos se atraen. ¿Quién diría que a mi hermano le atraería una niña tan habladora e insoportable como tú? —limpió con su pulgar la sangre que yacía sobre mis labios—. Vaya que mi hermano tiene muy mala suerte en el amor. Primero la dichosa sordamuda y ahora tú. 

«¿De qué demonios está hablando este tipo? ¿Quién es esa sordamuda de la que habla?».

—¿De qué estás hablando? 

—Oh, ¿mi hermano no te ha hablado de ella? Pensé que las parejas se cuentan todo— su quisquillosa risa me repugna—. ¿Realmente creíste que fuiste la primera en la vida de mi hermano? —me miró de arriba abajo—. Aunque debo admitir que, si debo compararlas a ustedes dos, tú tienes mejor cuerpo. Muero por ver lo que hay aquí debajo. Probablemente encuentre la respuesta a la pregunta de qué realmente te vio mi hermano. 

Con la pierna levantó la parte de al frente de mi silla y me arrojó hacia atrás, haciendo que el impacto lo recibiera en la cabeza.

Miré hacia la esquina de la habitación y alcancé a ver mi mochila. Fue un rayo de esperanza para mí. 

Le vi caminar hacia la mesa de la esquina, donde había un cuchillo clavado en ella y moví mis manos abruptamente, en el intento de aflojar los nudos. Si permito que regrese con ese cuchillo, probablemente no la cuente. 

«¡Vamos, tiene que funcionar!». Si logro zafarme de una, podría quitarme la otra . 

Mis intentos fueron en vano. Ni siquiera podía liberar mis piernas de las patas de la silla y él ya había regresado a donde me encontraba. 

—Debemos quitarte esta ropa mojada. 

—No te atrevas a ponerme un solo dedo encima o haré que te lamentes, desgraciado. 

Hizo caso omiso a mi amenaza, con el mismo cuchillo que trajo a la mano, cortó parte de la tela de mi pantalón. Agitaba mis piernas para evitar que pudiera hacerlo en la otra también, hasta que enterró el filo del cuchillo en medio de mis piernas, atravesando de un extremo a otro la silla. No me atreví a mover ni un solo músculo. Pudo haberme atravesado a mí y nada más de pensarlo todo mi cuerpo tiembla. 

—¿Así que planeas hacerte la difícil? Veamos cuánto duras en ese modo. 

Me arrastró por la pata de la silla hasta el centro del cuarto y cada segundo en que no me estaba mirando, lo utilizaba para mover mis manos y seguir intentando aflojar esos nudos. 

Se sentó sobre mis piernas y las patas de la silla, acariciando mi mano izquierda y observándola con una sonrisa. Me sentía tan impotente estando así.

—Tienes unas manos muy bonitas. 

De repente, sin siquiera haber terminado de hablar, su mano presionó la mía con más fuerza, dejando solo mi dedo meñique asomado, el mismo que con su otra mano torció hasta oír el crujido de mi hueso. 

El dolor fue indescriptible, tanto que esta vez no pude reprimir mis gritos y las lágrimas brotaron de mis ojos sin cesar. El llanto no permitía que pudiera siquiera respirar adecuadamente. Mi cuerpo temblaba sin control. 

—Tan frágil. Contemos hasta diez, ¿te parece? 

Aunque traté de esconder mis otros dedos, haciendo un puño técnicamente a medias, él logró tomar el anular. 

—No te escucho. ¿No vas a contar? 

«Este tipo es un monstruo». 

—N-no lo hagas, por favor— le supliqué con mi voz entrecortada y aún en lágrimas.

Sabía que era capaz de hacerlo con cada uno de mis dedos. Estaba dispuesta a dejar a un lado mi orgullo, llegar al nivel de humillarme pidiéndole disculpas a este animal, con tal de que no continuara. No quería volver a experimentar el mismo dolor nueve veces más. 

—Perdón por lo que te hice. 

—¿Ves que no es difícil?

Dejó ir mi dedo y lo miré fijamente, porque evidentemente la sonrisa que tenía plasmada en sus labios no era de alguien que estuviera satisfecho con solo recibir una disculpa. Ese hecho me daba escalofríos.

Se levantó, aplastando mi mejilla con la suela de su zapato y restregándolo con fuerza, causando que me ardiera y me doliera. 

—Lamelo, solo así sabré si es una disculpa sincera. 

La suela la puso a la altura de mi rostro, en espera de que hiciera lo que dijo y con todo el asco e impotencia del mundo, simplemente lo hice. Sentía náuseas a morir. 

—Bien, buena chica. Solo por eso, aceptaré tus disculpas— arrancó el cuchillo de la silla y lo miré asustada—. Tranquila, solo fortaleceremos nuestros lazos. Ahora que hemos arreglado nuestras diferencias y hemos vuelto a ser familia, es momento de que te dé la bienvenida como te lo mereces. Te trataré bien, cuñada. Te daré las atenciones que mi hermano no puede darte. Y como eres una buena chica, serás juiciosa y abrirás las piernas para mí sin que deba obligarte. ¿Estamos claros? 

Cortó las sogas de mis piernas y vi ahí mi oportunidad, aunque no hice nada en el momento. Por supuesto que debía ser juiciosa y estaba dispuesta a serlo, aunque tal vez no de la manera que espera… porque si de algo estaba segura, es que iba a cobrarle con creces lo que me hizo, así sea lo último que haga. 

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