Dicha
Apreté el puño de la frustración.
—Dígame que esa maldita malnacida pagó por lo que hizo.
—Murió hace muchos años en prisión, en manos de otra reclusa.
—Ojalá esté ardiendo en el lugar más profundo del infierno.
—Sebastián sufrió mucho en manos de ese monstruo. Hasta el sol de hoy todavía lo hace. ¿Te contó sobre la enorme cicatriz que tiene en la espalda?
—Sí, lo hizo.
—Ella confesó que lo hizo por miedo a que descubrieran las quemaduras que le había hecho con el cigarrillo el día anterior para castigarlo, creyendo que sería suficiente con decir que fue un accidente, pero alertaron a la policía inmediatamente por la severidad de las quemaduras en su espalda y fue arrestada esa misma noche. Ella estaba bajo los efectos de estupefacientes, fue lo que acabó con hundirla. Damián aún conserva el vídeo de su interrogatorio, donde maldice el día que decidió tenerlo y pidiéndole a los oficiales que le llevaran a su hijo, que ella debía castigarlo por haber abierto la boca en su contra, cuando él nunca habló mal de ella. Ni siquiera quiso dar su versión de los hechos, no estoy segura si por miedo o porque dentro de él no existía maldad alguna. Si no hubiera sido por el vecino y la evidencia que había captado de las discusiones, donde Sebastián le repetía en llanto que sería un buen niño, más la declaración donde metió la pata y lo confesó todo, ella se habría salido con la suya. Parecía poseída por el mismísimo demonio. Te seré honesta, no fui capaz de ver el vídeo completo del juicio porque me afectó demasiado. Quizá desde ese momento fue que supe que ese niño no merecía sufrir más y que me convertiría en esa madre que nunca tuvo.
—Es tan frustrante oír todo esto, Sra. Juliet.
Se formó un gran nudo en mi garganta al recordar esa ocasión en que estaba dispuesto a mostrarme su lealtad, a cambio de que lo lastimara. Todo lo que conoció fue eso. Maltrato tras maltrato. Duele saber que realmente hablaba en serio, porque piensa que eso es lo único que merece, pero no es así.
Oí el sonido de la puerta de entrada y me despedí a las carreras de la Sra. Juliet. Quedé en llamarla luego para pedirle asistencia. No quería que Sebastián supiera que estaba hablando con ella, pues sé que sospechará de que estábamos hablando de él.
—He traído la comida. Ve a comer, me quedaré vigilando a la niña.
—¿No vas a comer?
—Es muy tarde y no tengo apetito. Asegúrate de comer bien. A estas horas es para que ya te hubieses bañado y estuvieras preparando todo para acostarte. Ha sido un día largo y está a punto de amanecer.
—He estado esperando que despierte para darle su biberón.
—Los recién nacidos suelen dormir mucho, si te dejas llevar por eso, no podrás encargarte de ti. Raro es que no esté llorando como lo estuvo haciendo.
—Tal vez porque sabe y siente que con nosotros estará segura.
—Come y date un baño—insistió.
No permitió que respondiera, simplemente se sentó en la butaca cerca de la cuna con las piernas cruzadas. No es el lugar ni el momento apropiado de traer algún tema indebido a colación. No quiero provocarle más recuerdos dolorosos. Lo mejor será demostrarle mi apoyo y mi cariño con hechos, porque eso de las palabras no se me dan bien, al menos a él no le alcanzan lo suficiente como quisiera.
[...]
Hice todo lo que me pidió; comí y me di esa buena ducha que realmente mi cuerpo necesitaba. Mientras me bañaba oí a mi hermanita llorar, aunque su llanto no duró mucho. Quise creer que él tendría todo bajo control, porque si me precipitaba a salir del baño podría resbalar.
Me vestí ligero con un pijama de dos piezas. Aunque ya ha ido saliendo el sol, hemos tenido unos días sumamente largos y agotadores. A los tres nos hace falta el descanso.
Abrí la puerta despacio con temor a hacer mucho ruido y fuera a echar a perder el trabajo que debió pasar Sebastián para calmarla, pero mis piernas quedaron paralizadas y mi quijada casi me llega al suelo cuando los vi. Mi hermana no estaba en su cuna, su cuerpo descansaba en el pecho de Sebastián en la cama grande, quien aparentaba estar dormido, sosteniendo su pequeño cuerpecito entre sus brazos. Algo dentro de mí se movió al contemplar su rostro sereno, la manera en que aún dormido, la aseguraba para que no fuera a caerse. El biberón estaba vacío sobre la cama. Así de agotado se encontraba como para dormirse en esa posición con la niña, pues suele dormir boca abajo o de costado.
Era sin duda alguna, la escena conmovedora y tierna que hubiera contemplado alguna vez, tanto así que deseaba capturarla para siempre en mi mente.
Me acomodé en la cama con sumo cuidado, recostándome de lado para verlos mejor. Mi hermanita se veía tan cómoda y tranquila. No la juzgo, pues así es como me siento siempre que estoy a su lado.
Ninguno de nosotros contó con unos buenos padres o familia que dieran la cara por nosotros, pero ahora todo eso cambió, porque ahora nos tenemos los unos a los otros. En este largo camino por la vida, me regocija el hecho de que hemos encontrado esa pieza que nos faltaba y nos marcó su ausencia, porque voy a asegurarme de ser eso que siempre quise y no pude tener, en ser la mejor esposa, hermana y madre, tal vez no la más perfecta de todas, pero sí quien se esfuerza en darlo todo por su familia. Aquí es donde pertenezco, aquí es donde quiero genuinamente estar.
—Los amo mucho— murmuré.
Mi corazón reboza de gozo y dicha.
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