Contraataque
Laia
No logré dormir nada anoche. No pude desconectar el maldito cerebro. En mi mente solo se reproducían los últimos eventos, haciéndome sentir impotente y miserable.
«¿Seré yo la próxima?», esa es la verdadera pregunta.
No puedo permitirme caer en las garras enemigas. Tengo que estar un paso por delante de ellos. Necesito ser fuerte. Aprender a valerme por mí misma. En estos momentos soy un blanco fácil. No sé cuál será la siguiente jugada del enemigo y eso me tiene tensa. No quiero terminar como mi papá.
—Señorita, su madre y su tío han llegado.
«Sigue llamándole “su tío”, a pesar de haber sido adoptado por él». En serio que no logro entenderlo.
—¿Juntos?
—Al parecer se encontraron en el camino.
—Ya veo.
—Tiene ojeras de mapache. Intuyo que no pudo descansar bien. Si me hubiera hecho caso con el té, habría descansado algo.
—Y sigue el burro con lo mismo…
—Solo me preocupo por usted— sonó muy serio al respecto.
—Y te lo agradezco, solo que no me gusta tomar té— desvié la mirada—. Quiero que me entrenes como esa noche. Prometo seguir cada paso y cada técnica que me enseñes. También quiero que me des clases de tiro al blanco. Creo que por algo se comienza. Tengo que estar preparada.
—¿Usted interesada en manejar un arma? Pero si es lo más cobarde que conozco.
—Gracias por lo que me toca, pedazo de idiota.
—Cuente conmigo para lo que necesite. Pienso crear una rutina que deberá cumplir a diario. Recuerde que se debe ser constante. Su condición física está por el suelo, por lo que necesitamos comenzar justamente por ahí. Fortalecer sus huesos y esas carnes.
—¿“Esas carnes”? — mi cara debía ser un poema.
—Sí. Diría que le hace falta echar más carne.
—¿Cómo te atreves a opinar sobre mi físico? Eso es una falta de respeto. Me bajas la moral y la autoestima.
—Lamento si la ofendí. Sin querer he pensando en voz alta.
—¡Sobrina! —la voz de mi tío Bruno nos separó.
Vino hacia mí y me abrazó sin siquiera darme tiempo a reaccionar.
Hoy lo noto exageradamente amable. No lo recuerdo siendo así conmigo nunca.
—No te preocupes por nada, mi niña. Te juro por la memoria de mi hermano, que le haré pagar a los culpables, así sea lo último que haga.
He llorado tanto, que ya no me quedan lágrimas.
—¿Cómo se ha portado mi hijo contigo? ¿Ha sido bueno? —puso sus dos manos en mis hombros.
—Sí, muy bueno. ¿No lo vas a saludar?
Noté cierto descontento por parte de Dylan a raíz de mi pregunta.
—Entre hombres no es necesario ese tipo de tonterías. Lo ves ahí, pero es lo más introvertido y poco afectuoso que existe. No le gustan ese tipo de cosas, ¿cierto, hijo?
—O tal vez no lo recibió nunca de su parte y por eso es así. Puede ser también que lo ves de esa manera porque padeces del mismo mal que lo hacía mi padre y piensan que por ser adultos no nos hace falta el afecto, el cariño y la atención de nuestros seres queridos, sobre todo de nuestros padres, pero sí, nos hace mucha falta, aunque finjamos no hacerlo.
Mis palabras le cayeron peor que una patada en los huevos. Pude notarlo en esa sonrisa falsa y nerviosa que me dedicó. En cambio, Dylan se mostraba extremadamente serio.
—Laia, mi niña— mi madre se acercó, aunque no hizo ningún gesto de abrazarme, tal y como lo hizo mi tío—. ¿Cómo te sientes? —sus ojos se veían rojos y llorosos aún.
—¿Cómo crees que me siento?
—Esto no se quedará así, te lo juro. Moveremos cielo, mar, tierra, lo que sea necesario, pero esos malditos van a pagar por esto—miró a Dylan—. Tú, ¿qué haces ahí parado sin hacer nada? Ven acá, bastardo.
—¿En qué puedo servirle, señora? —Dylan se detuvo frente a ella.
«¿Por qué demonios mi madre lo trata así? Peor aún, ¿por qué este imbécil no se defiende?».
—¿Por qué le hablas así a Dylan? —no pude quedarme callada.
—¿Quién te ha dado velas en este entierro? — mi mamá se puso las manos en la cintura.
—Dylan es mi primo, por lo que es parte de la familia y tengo todo el derecho de intervenir si alguien se atreve a faltarle el respeto en mi presencia.
—Jackeline, cálmate, ¿quieres? — le dijo mi tío—. Entiendo que todos estemos estresados, tristes, agobiados, pero no es momento de discutir entre nosotros y estar de malas, cuando debemos estar más unidos que nunca.
—Hasta que al fin dices algo coherente, tío. ¿Debo aplaudirte?
—¡¿A ti qué demonios te ocurre, Laia?! —vociferó mi madre.
—¿Qué me ocurre? Que estoy harta de las injusticias, de los malos tratos, de los atropellos, de los abusos. Esta familia nunca ha estado unida, ni siquiera cuando mi padre estaba con vida.
—Pues si tan harta e insatisfecha estás de esta familia, puedes largarte cuando quieras.
—¿Sabes qué? Eso me parece perfecto. Creo que es cuando más honesta y considerada has sido conmigo—le agarré el brazo a Dylan—. Vámonos de aquí.
Él me miró fijamente, sin dar ni un solo paso.
—¿Qué esperas? Te estoy dando una orden. Muévete.
Salimos de la casa, a pesar de oír a mi madre maldecir y llamarme detrás.
—¿Por qué hizo eso? ¿Está consciente del peligro al que se expone ahí fuera?
—¿No se supone que eres mi niñero y tu responsabilidad es cuidar de mí? ¿Acaso no te crees lo suficiente capaz de protegerme?
Se quedó en silencio unos segundos, su mirada, por alguna extraña razón, me puso roja y se me hacía difícil conectar con ella.
—Jamás había conocido a una mujer tan…
—¿Tan…?
Lo pensó mucho para responder. Se mostraba bastante cauteloso con lo que iba a decir.
—Extraña. Sí, esa es la palabra que mejor la describe.
—Si hablamos de extrañeza o rareza, tú ocupas el primer puesto. Eres un bicho raro. Me es difícil interpretar lo que piensas.
—¿Por qué querría interpretar lo que pienso?
—No lo sé, simplemente quiero hacerlo.
—Sería mejor que no lo hiciera. Aún es menor de edad.
—¿Eso qué quiere decir?
—¿Viene? —abrió la puerta del auto.
—¿A dónde iremos?
—¿No fue usted quien decidió que se iría de la casa?
—Pero no tengo a dónde ir.
—Yo la llevaré a un lugar seguro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top