Calidez
—Somos dos personas completamente diferentes, intentando adaptarnos a esas diferencias, entendernos, conocernos y convivir. Apenas acabas de cumplir dieciocho años, estás en una etapa de experimentar, de conocerte a ti misma, de descubrir y decidir qué es lo que quieres para tu vida y tu futuro. Mientras que yo soy mayor que tú, pero me he saltado todas esas etapas, porque he estado centrado en sobrevivir, más no en vivir. No te puedo ofrecer ni la mitad de lo que otro hombre podría brindarte, pero estaba intentando ser un poco más flexible con lo nuestro, aunque siento que no está siendo suficiente. Tal vez mi error fue confundirte y someterte a conformarte con tan poco, siendo una mujer que merece mucho más que esto. Tal vez, en primer lugar, no debí haberte traído conmigo.
—¿Te arrepientes?
—Sí, pero no es tu culpa, aquí quien debía ser un poco más consciente y racional era yo.
—Ya entiendo. Está bien— le di varias palmadas en los hombros, fingiendo una sonrisa—. Continúa en lo que estabas. Me quedaré aquí sentada, quietecita y en completo silencio. No voy a estorbarte.
Me separé de él, acomodándome la falda y sentándome en la silla que me había traído Emmanuel. Crucé las piernas al ya no tener ese aparato ahí dentro.
«¿Por qué siempre tengo que meter la pata? En primer lugar, ¿por qué dije todo eso?».
Conozco parte de lo que le ocurrió, aun así, sin darme cuenta y sin querer, vuelvo a presionarlo.
«¿Dónde quedó la paciencia que le tendría?».
Estoy siendo egoísta e insensible.
Yo no quiero que esto se acabe, cuando apenas acaba de comenzar.
Se sintió muy feo todo lo que dijo. No sé cómo pude arreglármelas para no demostrarle que sus palabras me dolieron y me hicieron sentir tan mal.
Entiendo que, aunque se esmere en ocultarlo, esto le afecta de sobremanera, pero decir que se arrepiente de haberme traído con él, eso sí duele. Pensé que podría arrepentirse de cualquier cosa, excepto de eso.
«¿Y lo que hemos pasado juntos qué? ¿De eso también se arrepiente?».
Oí el teclado y lo miré de reojo.
Aún en estas circunstancias mantiene esa expresión neutral que lo caracteriza.
«¿Y si toma la decisión de dejarme qué hago?». Yo no quiero que me aparte de él. Debí guardarme todo para mí. Me arrepiento de haber abierto la boca.
[...]
Él estuvo varias horas sentado frente al computador. Estaba casi durmiéndome cuando se levantó de golpe. Eran casi las tres de la mañana y mi espalda me dolía del rato que estuve sentada.
Sebastián no pronunció palabra alguna, simplemente me extendió la mano para ayudarme a levantar.
—¿Pudiste hacer todo lo que tenías pendiente?
—Sí— se limitó a decir, arreglándose los espejuelos.
Emmanuel estaba hablando con un grupo de hombres cuando abandonamos la oficina. Después de lo que vio, no se atrevió a regresar y fue lo mejor, porque no tenía cara para enfrentarlo luego de eso.
Sebastián no saludó a nadie, de hecho, nadie se atrevió siquiera a acercarse. No sé si es que tiene mala relación con todos o simplemente no le interesa relacionarse con ellos. Lo raro es que esa mujer que le envió aquella nota no estuvo allí.
[...]
Desde que llegamos a la casa, cada quien se fue a su habitación. Evidentemente no podía conciliar el sueño con todo lo que ha pasado. Quisiera encontrar una forma de que nos reconciliemos. Siento que si dejo las cosas como están, terminaré perdiéndolo y esa idea me aterra. Debí disculparme en ese momento, pero me sentí tan mal con su respuesta que preferí evitar hablar más del tema.
Y ahí me encontraba yo, frente a su puerta, sin atreverme a tocarla.
«¿Y si está dormido?». Debe estarlo, pues llegamos muy tarde.
«¿Debería dejarlo para la mañana?».
La puerta se abrió repentinamente y casi me doy la vuelta para regresar a mi habitación de la vergüenza.
—Me tienes nervioso. ¿Cuánto tiempo más planeabas quedarte merodeando la puerta?
«¡Maldita sea, se dio cuenta!».
—Lo siento, no quería despertarte.
—No estaba dormido. ¿Qué sucede? ¿No puedes dormir?
«Laia, solo debes decirle lo que sientes y piensas. ¿Por qué te cuesta tanto sincerarte?». Si quiero que esto funcione, debo poner de mi parte.
—No me agradó lo que dijiste. Me siento herida y muy molesta— solté.
—¿Eso era todo?
—Tu indiferencia me molesta.
—Ya me lo habías dicho. ¿Algo más?
«¿Acaso lo está haciendo a propósito?».
—Siento que malinterpretaste lo que dije, por eso quiero pedirte disculpas. En ningún momento tuve la intención de herirte o de hacerte sentir mal. Yo no estoy esperando que seas como los demás, tú eres tú, y me gusta como eres y todo lo que me haces sentir. Todo el tiempo te menosprecias, dices que eres un hombre a medias porque no puedes cumplirme como hombre en la cama, como si el maldito sexo lo fuera todo y definiera tu calidad de hombre—exploté—. Me gustas mucho, Sebastián. No eres más ni menos que nadie, simplemente eres único a tu manera, y me encantas así. ¿Por qué crees que estoy aquí? No fue tu decisión, fue la mía, por lo cual te prohíbo volver a culparte o arrepentirte de mi decisión.
—Me preocupas. Cuando te sientes bajo mucha presión revelas mucha información. Eso es peligroso.
Puse los ojos en blanco.
—¡Ugh, ahí vas de nuevo con lo mismo!
—No solo revelas información, sino que cambias de humor con facilidad.
—Vengo aquí, dejo mi orgullo a un lado, te confieso mis sentimientos, ¿y tú qué haces? —suspiré desanimada.
Vi que ladeó un poco la cabeza y se formó una ligera y linda curva en la comisura de sus labios. Es la primera vez que lo veo sonreír y mi corazón saltó un latido.
—¿A-acabas de sonreír?
—No.
—Acabo de verte. ¿Por qué lo niegas tan descaradamente?
—Hablas demasiado.
—Y tú muy poco.
«Al menos ha regresado a ser como era. Para mí eso es un gran logro».
No podré borrar de mi mente esa sonrisa. Me siento tan feliz ahora mismo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top