Belleza

—Mi deber es hacer el trabajo sucio por usted, para que esas lindas manos no se ensucien. 

—Yo no voy a ensuciarme las manos con alguien que no vale la pena y me lo acaba de demostrar. No hay necesidad de llegar al extremo. Hay maneras de perjudicar a alguien sin esfuerzo alguno, y más cuando él mismo ha contribuido. 

—Entonces, ¿qué hará? 

—Creo que al final deberé acudir a ti. 

—Usted dirá. 

—Quiero que quede expuesto ante todo el mundo. Que todos sepan la clase de basura infiel que es. 

—Entendido. 

—Eso será suficiente humillación y castigo para un perro infiel como ese. La reputación que ya ha intentado mantener en el colegio, será la misma que se verá manchada tan pronto esto salga a la luz. 

[...]

El día del sepelio llegó y tuve que presentarme a la casa, pues es donde ninguno de nosotros nos estaríamos exponiendo ahora que las cosas están color de hormigas ahí fuera. Además de que, mi papá no será el primero en ser enterrado aquí. Esto se convirtió en el cementerio familiar, donde al final del camino, todos nos reuniremos. 

Allí estaban reunidos algunos miembros de la familia que siempre se han mantenido lejos, en su mundo, pero como ahora mi padre no está, ahora se hacen los afectados y afligidos. 

La mayoría de ellos vinieron a darme sus condolencias, excepto mi madre y mi tío. Ellos estaban muy ocupados y abrazados, se veía muy raro verlos así de juntos. La manera en que él la mira y acaricia su espalda deja mucho que pensar. 

«¿Qué se traen estos dos?». 

Creo que Dylan y yo éramos los únicos que manteníamos la compostura. 

—Son patéticos— comenté en voz baja, donde solo Dylan pudiera escucharme—. La hipocresía en su máximo esplendor. 

—Así es la vida, señorita. Si fuéramos nosotros quienes estuviéramos en esa caja, esta misma escena se estaría repitiendo. 

—Yo no quiero ser una más, por eso me estoy esforzando tanto en aprender lo que me enseñas. 

—No debe preocuparse por nada, siempre y cuando me tenga a mí. 

Desvié la mirada algo incómoda con su comentario. 

—¿Tu mamá no vendrá? —cuestioné, aún evadiendo la mirada. 

—No. Ella está viajando a un lugar muy lejano, señorita.

—¿Un lugar lejano? 

—Sí, pero no se preocupe, aquí no hace falta ningún hipócrita más. Me temo que con los payasos de circo que hay presentes es más que suficiente. 

Intenté disimular la risa que me provocó su comentario. 

—Hasta que te dignas a aparecer— mi madre apareció por detrás nuestro, en compañía de mi tío.

Tenía unos lentes oscuros y un sombrero negro para cubrirse del sol. 

—Mira nada más, ha llegado la viuda— dije sarcásticamente. 

—¡No continúen con esto, por Dios! Al menos muestren algo de respeto por mi hermano y compórtense. Es tiempo de estar unidos, ¿por qué se empeñan en estar discutiendo?

Reí por su cinismo.

—Oye, tío, ¿no te estás tomando muy en serio lo de “unidos”? ¿Son ideas mías, o pareciera que buscas convertirte en mi nuevo papá?

—Cuidado con lo que dices, niña— se defendió. 

—¿Dónde te estás quedando? — preguntó mi madre, pareciera que estuviera evitando el tema. 

—La señorita está en un lugar seguro y conmigo, señora—contestó Dylan por mí. 

—No estoy hablando contigo— le respondió mi mamá cortante. 

—Pues mi primo ya te contestó lo mismo que iba a responder. Me ahorró el gastar energías y saliva en ti. 

Le agarré la muñeca a Dylan para que viniera conmigo a sentarnos en las sillas de enfrente. 

—Una vez me dijo que era muy insensible y que debía pensar bien antes de decir las cosas, pero creo que a usted le hace falta aplicarlo. Permíteme decirle que no está bien la actitud que asumió con su madre y con su tío. Pensarán que la estoy poniendo en su contra. 

—Siempre seremos las ovejas negras en los ojos de quién no comparta tu opinión, en quien no soporte tu honestidad o no le agrade que te defiendas cuando te hieren. Si ser insensible me hace la mala del cuento, entonces me gusta ser la mala. 

—Ser una niña mala tiene sus ventajas— me miró fijamente, arreglándose por último los lentes—, pero no es el momento oportuno para esa conversación. 

—Eso se puede malinterpretar. 

—Entonces, siéntase en la libertad de hacerlo. 

Algunas veces siento que está coqueteando conmigo, pero ya no sé si son ideas mías. 

[...]

Durante la misa lo que se oían eran lamentos y el llanto de mi madre. Creo que algo dentro de mí estaba fuera de sitio, porque por más que los recuerdos estuvieran presentes en mi mente, ya no surten el mismo efecto en mí. 

«¿Qué me está sucediendo?». 

Dylan me entregó la rosa blanca y miré el ataúd. 

Pensé que tendría mucho que decirle, pero no encuentro palabras, ni siquiera buenos deseos en mi mente para él.

«¿Esto me hace una mala hija?». 

—Lo único que puedo pedir, es no terminar como tú— murmuré.

Arrojé la rosa sobre el ataúd, alejándome con Dylan de todos. No esperamos la despedida, pues no me sentía cómoda, mucho menos parte de ellos. 

—¿A dónde quiere que la lleve, señorita?

—Llévame a un lugar menos deprimente y agotador que este. Odio este ambiente.

—¿Sabe? Le he dicho varias veces que el rojo encaja perfectamente con usted, pero hoy he descubierto que el color negro encaja mucho mejor con su figura y tono de piel, sobre todo, con su forma de ser y lo que guarda aquí dentro— llevó su mano a la altura de mi pecho, sin llegar a tocarme—. Eso la hace mucho más bella ante mis ojos. No sabe lo mucho que me enorgullece servirle y ser parte de usted.

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