Admiración
Hoy siendo sábado le pedí a Dylan que me trajera al centro comercial para comprarle un regalo de cumpleaños a Dereck. Hemos ido de tienda en tienda, pero no sé qué podría regalarle que ya no tenga.
—Tú que eres hombre, ¿qué crees que pueda regalarle?
—Soy el menos indicado para ayudarle. Puede consultarlo con algún empleado de la tienda.
Entrecerré los ojos molesta.
—Eres hombre, estoy segura que pueden surgirte muchas ideas. ¿Qué te gustaría que te regalen en tu cumpleaños?
Mi pregunta al parecer no fue de su agrado, porque noté cierta incomodidad.
—Tal vez podría regalarle un baile erótico.
—Definitivamente no sirves para nada.
—He visto una tienda interesante. Acompáñeme.
No sé cómo pude hacerle caso o cómo no pude prever que me traería a Victoria secret.
—¿Cómo se te ocurre traerme aquí?
—Me ha pedido ayuda, ¿no? No se complique demasiado la vida. Nosotros los hombres somos fáciles de complacer, sorprender y contentar. Estoy seguro que su novio estará feliz de verla vistiendo alguna prenda como esa— señaló una lencería de una pieza de color rojo, bastante reveladora, tenía inclusive un cierre en la parte inferior, de lo que no hace falta ser muy inteligente que digamos para saber la razón.
Todo mi rostro debía estar rojo. Él no demostraba que le afectara en lo más mínimo o le causara vergüenza el tema, de hecho, ahora tenía una expresión neutral.
Sería muy vergonzoso que Dereck me viera con una lencería como esa puesta. Nada más de pensarlo siento mucha vergüenza.
Ahora que lo pienso, a Dereck le gusta mucho tomar fotografías. Quizá podría regalarle una cámara.
[...]
En definitiva, elegí una Canon 5D MK IV, fue la mejor que tenían disponible actualmente en la tienda. Dejando a un lado el costo, estoy segura que a Dereck le encantará.
En nuestro camino de vuelta a casa, mientras aseguraba la bolsa entre mis piernas, observé por la ventana que íbamos muy rápido.
Crucé la mirada con Dylan por el retrovisor y supe que algo debía estar pasando. Miré detrás nuestro y había un Subaru blanco bastante pegado a nosotros.
Me encanta la velocidad, pero lo que no me gustaba era saber que nos estaban siguiendo. Después de lo que pasó hace dos meses, donde el desenlace cobró la vida de mi pasado guardaespaldas y fui secuestrada, le he tomado pavor.
«¿Cómo es que estando en esta situación puede lucir tan tranquilo?».
Tiró el cambio, dándole cortes a varios autos, avanzando y tomándole ventaja a quienes nos seguían.
—Manténgase tranquila, todo estará bien.
—Por nada del mundo te detengas.
—Me temo que tendré que saltarme esa orden.
Dobló por la salida 44, donde hay menos flujo de autos.
—¿Qué vas a hacer? ¡Tenemos que llamar a mi papá!
Disminuyó la velocidad, sacando de la gaveta una Beretta con detalles en oro y poniéndola en su pierna.
Los nervios estaban a flor de piel, viendo el frente de ese Subaru a nuestro costado y sintiendo el roce de ambos autos. No se alcanzaba a ver quiénes o cuántos eran, pues los tintes estaban muy oscuros, tanto como los nuestros.
Mi teléfono lo busqué en el bolso, mis nervios se reflejaban en mis manos, lo que me costó encontrarlo. Ya cuando lo había agarrado, oí cuando Dylan bajó el cristal, moviendo el volante hacia el otro lado para separarse un poco y asomando el arma, logrando impactar la llanta delantera y volviendo a tirar el volante esta vez para encima de ellos, sacándolos de la vía y provocando que el auto se volcara, dando varias vueltas hasta quedar hacia abajo y botando humo.
—Quédese aquí, señorita—dijo con extrema calma, en el momento que detuvo el auto un poco más al frente del Subaru.
Los ojos no me cabían en la cara por lo impresionante que había sido todo. Mi corazón martillaba en mi pecho.
El resto de guardaespaldas, cuando se encontraban en semejante situación, la cobardía y el miedo les ganaba, pero él actúa de manera distinta.
Se bajó con suma elegancia y calma, caminando a paso lento hacia donde se encontraba el auto y un hombre arrastrándose con dificultad hacia la carretera.
El rostro del sujeto estaba tan ensangrentado y malherido por el accidente que lucía irreconocible. No sabía quién era, quién lo había mandado, pero para ser honesta, eso no importaba ya. Su destino ya estaba escrito y no había nada que pudiera hacer.
Uno, dos, tres, cuatro tiros sonaron, impactando su cabeza en el acto.
Esa era la vista que contemplaba desde el asiento del auto; a Dylan de espaldas, con el arma en su mano, su pelo y el saco moviéndose con la brisa.
Y así de fácil la vida se le es arrebatada a alguien, en un abrir y cerrar de ojos, como si fuera nada.
«¿Quién es más inhumano de los dos? ¿Él por haber acabado con su vida sin temblarle el pulso, o yo por sentir admiración y placer por primera vez, de haber sido testigo de semejante acto?».
Si no es siquiera la primera vez que soy testigo de algo así, ¿por qué estoy sintiendo esto por dentro?
Algo definitivamente no anda bien en mi cabeza.
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