capitulo 21
MADELEINE
Pequeñas gotas rojas acentuadas en el piso guían hasta la entrada del apartamento de Tyler. Las sigo, en un vil intento por descifrar si es pintura o salsa de tomate. Deduzco que quizá adquirió un pote de acrílico de ese color para embellecer algún dibujo o mural, o tal vez alguno compró una hamburguesa cargada de kétchup y derrochó una buena parte mientras comía al caminar.
Sin embargo, aquellas hipótesis quedan anuladas rápidamente al observar el estado de Owen, que abre la puerta y me da una mirada repleta de impotencia y pena. Sus gafas están dañadas y su cabello alborotado, pero en particular, me perturba el labio inferior lastimado, la ceja derecha partida y el ojo, del mismo lado, morado. Si bien Owen me preocupa, noto que ninguna de sus heridas es tan extensa como para derramar una corriente de sangre. Alerta, doy un paso al interior, nuevamente distingo otros rastros de sangre que dirigen hacia el baño y el corazón me da un vuelco al oír ruidos que provienen desde allí, comprendiendo al instante que se trata de Tyler.
—Ty que... ¿Qué pasó? ¿Qué es todo esto? ¿Estás bien? —no sé por dónde comenzar a preguntar. Él está inclinado hacia el lavamanos, el agua del grifo está corriendo y acaba irguiendo la cabeza tras oír mi voz.
Abro los ojos impresionada. Le han dado un golpe en la nariz y uno bien feo.
—Fue mi culpa —asume Owen de inmediato, posicionándose a mi lado.
—¿Qué? —lo miro frunciendo el ceño, sin entender absolutamente nada.
—Maddie, ¿puedes alcanzarme el algodón? —pide el castaño, mientras extiende una mano para cerrar el grifo. Asiento, camino rápido hacia el botiquín, donde recojo el paquete de algodón y saco una buena cantidad, sin saber exactamente qué hacer porque las heridas y la sangre en general me causa impresión. Agradezco que Tyler dio una indicación porque, la verdad, no soy la mejor reaccionando a estas situaciones. Me habría quedado como una tonta observando la sangre correr—. Y no fue tu culpa, Owen —lo escucho aclarar, al mismo tiempo que volteo con la fracción de algodón.
<<Respira Madeleine. Respira>>.
Tyler se sienta sobre la tapa del retrete. Está un poco pálido. Doy un paso al frente, tomo su mano que hace presión en la nariz, para reemplazarla por la mía, que presiona con delicadeza junto al pedazo de textura blanca y pomposa, que ayuda a detener los restos de sangre.
—Estoy bien —se apresura a decir, es evidente que notó mi expresión de pánico. Lo miro incrédula—. De verdad —insiste—. La sangre es porque el golpe fue en la nariz y es muy sensible —explica cómo puede y elijo creer, porque a excepción del golpe en medio de la cara, no se ve tan mal como Owen.
—¿El golpe? ¿Ustedes dos se metieron en una pelea? —cuestiono, turnando la mirada para posarla en ambos. Tyler parece mantener cierto control de la situación, sin embargo, Owen no puede deshacerse de la tensión y posa cabizbajo, develando que está avergonzado.
—Te aclaré que fue mi culpa —se adelanta—. No te molestes con él —en realidad no estoy molesta, todavía no lo estoy. Solo abunda la preocupación—. Unos tipos me estaban golpeando y él me ayudó. ¿Ves cómo estoy? Si Tyler no hubiera intercedido, estaría peor.
—¿Unos tipos? —no puedo dejar de preguntar. El desconcierto hace eco de manera constante en mi cabeza.
—Los reconocí —intercede Tyler, todavía con mi mano presionando la hemorragia en su nariz—. Son de música, tocan en una banda. De hecho, los vimos la semanada pasada, en la fiesta —hace memoria y aunque la confusión aumenta, en medio de un silencio descomunal, trato de unir cabos, aunque no llego demasiado lejos. Sé que Tara conoce a Mike, el guitarrista, y sale con él. ¿Pero qué tiene que ver con todo esto? Ni siquiera está aquí. Tampoco alcanzo a preguntar, porque Owen desaparece de la escena y seguido, oímos la puerta de su habitación cerrarse.
Despacio, me siento sobre las piernas de Tyler y paso un brazo sobre sus hombros, mientras él coloca una mano y la cierra alrededor de mi cintura. Lo veo entre acongojada por su cara lastimada y enternecida, por el gesto que tuvo hacia Owen. Sin dudas, no está entre mis opciones enfadarme con él.
—¿Seguro que puedes viajar así? —recuerdo que en menos de una hora debemos ascender al autobús que nos llevará de regreso a la ciudad. Le prometí a papá que volvería este fin de semana y Tyler le dijo a su hermano que también lo haría. Ambos llevamos un buen tiempo sin pisar la ciudad. Aunque extrañamos, estar aquí, saliendo con amigos y pasando el rato juntos a solas, ha sido sensacional.
—Sí, no es nada. Solo voy a necesitar poner una comprensa de hielo y de alguien que me cuide un poco —modula dejando escapar una pequeña sonrisa de complicidad, que contagia transformando mi expresión.
—De hecho, eso último ya lo tienes —tomo proximidad y proporciono un beso sobre los labios, procurando no tocar su nariz de ninguna manera. No se ve muy bien, pero intuyo que es una parte muy sensible y que ante cualquier golpe sufre algún tipo de daño. Durante un rato, le acaricio el cabello y le hago cariños, hasta que el sangrado cesa y finalmente, permite proceder a colocar la comprensa de hielo.
Odio que se haya involucrado en una pelea, detesto que lo hayan lastimado, pero reconozco que su valentía y la dedicación por cuidar de las personas que quiere, me enamora aún más.
TYLER
Fue de casualidad, que observé por la ventana disturbios a la entrada del apartamento. Desde la lejanía, daba la impresión que se trataba de un grupo de chicos atacando a otro, pero cuando bajé para averiguarlo, comprobé que era un grupo de chicos atacando a uno solo. Owen, precisamente.
Ni si quiera lo pensé.
Además de ser testigo de cómo aprovechaban la complicidad para cubrirse el uno al otro, vislumbré la manera en que sacaban ventaja de su fuerza física para atacar al más débil. Aquello fue lo que me alteró, disparó alarmas, encendió los impulsos. No me costó ponerme en la piel de Owen, en alguna instancia del pasado, yo ocupé ese lugar. Alguien sacó ventaja de sus fortalezas para manipularme y causarme daño. Es una ironía que, ese alguien, también me enseñó a pelear y gracias a esa habilidad que obtuve contra mi voluntad, logré interceder y defender a mi amigo.
Traté de controlar el nivel de daños y en cuanto conseguí sacar a Owen, dejé a los muchachos en paz y me propuse regresar al apartamento para calmarme. Lo único que no pude manejar fue el daño que recibí, me llevé un puñetazo en la nariz y al instante, la sangré comenzó a fluir. <<¿Qué fue lo que pasó?>> pregunté a Owen, al mismo tiempo que corría al baño para lavarme. Mi compañero tardó en contestar. Algo lo conozco, y sé que decidió ocultar la verdad. <<Lo siento>>, respondió rascándose la nuca nerviosamente. <<No puedo hablar>> concluyó y elegí dejarlo tranquilo, porque también tenía que ocuparse de los golpes que le ocasionaron.
Mientras veía la sangre correr, pensé en Maddie y me alegré de que no estuviera ahí. Podría haber visto ese lado de mí que tanto odié y odio. No quiero que me tenga miedo, de ninguna manera.
Y es que incluso Owen quedó extraño después de verme interceder con tanta furia.
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—Hey, no pongas esa cara. Te veo por la noche —digo, mientras bajamos del colectivo que acaba de llegar a la ciudad, a sabiendas de que tenemos que separarnos por un rato. La pelirroja promulga una expresión que me transmite inseguridad. Algo no está del todo bien—. Ni si quiera tendrás tiempo de extrañarme —bromeo, intentando hacer que sonría.
Ella sostiene la pequeña maleta y hace el cabello alborotado a un lado.
—No es eso, tonto —dice con dulzura, acariciando un lado de mi cara, sus ojos se pasean de arriba abajo, deteniéndose con preocupación en el impacto de la nariz que se tornó violáceo—. Es que me quedé preocupada por Owen. No quiso decir lo que pasó, pero creo que ocultaba algo. No sé. Solo espero que se mantenga seguro.
—Ya sé. Tengo la misma sensación —coincido—. Desde el día de la fiesta se comporta raro, sale a horarios extraños, pasa tiempo fuera —explico los indicios y acabo encogiéndome de hombros—. Pero no está solo. Mira, Neal puede ser un patán, pero le hará compañía el fin de semana. Así que ve a casa, relájate y le envías saludos a tu papá de mi parte, ¿está bien?
Ahora sí sonríe. Su rostro de ilumina.
—Lo haré, si me da tiempo. Estoy segura que en cuanto ponga un pie en su auto me llenará de preguntas —se queja, entre estresada y divertida por la situación.
—¿Y a mí qué crees que me espera? —señalo el golpe en la nariz—. Mi hermano me hará un cuestionario y Keira me preguntará un millón de veces si me siento bien —complemento su forma de quejarse, aunque en el fondo, me siento realmente mal por intuir que voy a preocuparlos. De hecho, consideré evitar el viaje, regresar cuando la marca se haya borrado y hacer de cuenta que no pasó nada, pero los planes ya estaban acordados.
Después de todo, también extraño verlos y necesito pasar tiempo con ellos.
Previo a separarnos, intercambiamos un par de palabras más y, finalmente, Maddie se despide colgándose del cuello para besarme, aunque antes echa un vistazo hacia ambos lados, procurando que ningún conocido pueda vernos.
No olvidamos lo pactado. La familia aún no puede saber lo nuestro.
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<<Aviso, para que no se asusten. Tuve un pequeño accidente y me lastimé la nariz. Nada grave>> envíe a Damon antes de llegar, para tranquilizar a la familia de antemano y evitar un escándalo. Tengo en cuenta que Emma y Ethan son niños, que no están familiarizados con ver a sus seres queridos lastimados, así que procuro resguardarlos de cualquier temor. <<Eso ya lo veremos>> recibí como respuesta, lo que marca un pequeño panorama de lo que se viene.
Apenas pongo un pie en la casa, Damon está esperando en la sala. Es mi hermano mayor, pero, a decir verdad, ha sido mucho más que eso. Cuando me adoptó, ocupó un lugar más bien <<paternal>> y a veces tengo la sensación de que me trata como a un hijo. Lo mismo Keira, aunque por la edad jamás podría ser mi madre, me trata con ternura similar a los mellizos, aunque me conoció siendo un adolescente.
—Eso no es un accidente. Es un golpe. ¿Quién te lo hizo? —cuestiona Damon tras analizarme rápido mediante una mirada, en cuanto atravieso el umbral de la puerta. Ni siquiera alcanzo a soltar la maleta—. ¿Tyler?
—Dam —interrumpe Keira—. Déjalo respirar —emite en tono de reproche.
Aprovecho ese pequeño lapso de tiempo para dejar la maleta en un rincón y colgar en el perchero la mochila, para luego quitarme la chaqueta y dejarla en el mismo sitio.
—Me preocupo —se defiende—. Se supone que la universidad es un lugar seguro —continúa justificando su propensa actitud sobreprotectora.
—Lo sé —entiende la contraria—. ¿Por qué no te sientas, Tyler? Te echaré un vistazo mientras nos cuentas —asiento y sigo la indicación. Termino sentado, pero Damon continúa de pie notablemente abrumado. No le gustó nada verme así. Keira me sostiene levemente el rostro y lo gira con cuidado hacia su lado, permitiendo chequear la herida con proximidad—. ¿Puedes respirar con normalidad? —indaga, explorando con los dedos los laterales de la nariz.
—Sí —sonrío, divertido. La preocupación de ambos está cruzando limites, pero no deja de sentirse lindo que lo hagan. A pesar de que adoro el apartamento en la universidad, esta casa se siente como mía. Aquí llegué a los diecisiete años y me sentí por primera vez a salvo—. Estoy bien, en serio. No me duele mucho —digo con seguridad—. Tampoco ando peleándome por ahí —doy una mirada acusatoria a Damon, porque imagino lo que está pensando—. Saben que no soy así ¿no?
—Por supuesto que lo sabemos —responde ella.
—Estaban atacando a Owen, ¿lo recuerdas, Damon? —memorizo que lo conoció en un par de ocasiones que fue de visita a la universidad. Asiente de inmediato—. Eran como cuatro personas, en su contra. ¿Qué podía hacer? Si me mantenía al margen y llamaba a alguien más, lo habrían destrozado. No tuve opción. Bueno, ni siquiera lo pensé. ¿No habrías hecho lo mismo? —desafío, el silencio prevalece e imagino que está buscando una respuesta <<responsable>>.
—Todos sabemos que sí —Keira decide contestar antes, lo que era una obviedad.
—Ya sé. Pero no quiero que seas como yo —insiste, y no sé cómo reaccionar. A veces sostiene ese tipo de auto desprecio, pero la realidad es que sí me gustaría ser como él. Ha salido de uno de los peores trastornos que una persona puede sufrir. Se ha casado con una mujer autentica e increíble, con quien tuvo hijos maravillosos y como si fuera poco, se arriesgó y me adoptó cuando estaba en la mierda, abriéndome las puertas de su familia. No conozco mucha gente capaz de hacer eso.
—No hay nada de malo en ser como tú, Dam —vuelve a usar su tono de reproche, ese que nadie se atreve a cuestionarle. Todos sabemos que tiene razón y casi nunca se equivoca—. Y con respecto a golpe, se ve mal, pero en realidad no está tan mal. Es superficial. Comprensa de hielo y analgésicos —determina, logrando la tranquilidad de todos—. Ahora tengo que ir por los niños, están con Lidia, pero no pueden esperar para verte —revuelve cariñosamente el cabello y después, se despide de Damon dejándole un beso rápido en los labios.
Ella se marcha, pero Damon continúa un tanto ofuscado. No sé si moverme o simplemente continuar ahí en silencio.
—¿Puedo ir a mi habitación?
Él asiente.
—Sí, claro —hace un ademan para que siga el camino—. Está noche habrá cena familiar. Lidia, Jace, Liam, Maddie.
Sé que la nombró, pero trato de disimular y tomo la noticia con suma normalidad. Evitando la sonrisa que me causa oír su nombre. <<Maddie>>.
—Genial —atino dirigirme a la habitación.
—¿Todo bien con Maddie? La ves seguido en la universidad, ¿no?
—Sí. Ella tiene sus clases y yo las mías, pero hacemos planes de vez en cuando —nuevamente intento sonar relajado y casual, al mismo tiempo que por mi cabeza se reproduce una serie de imágenes de los "planes" que hicimos últimamente. Salir de fiesta, pasar prácticamente todos los días juntos, dormir en la misma cama, besarnos allí, en el sendero del campus y sobre el sofá. Soy un maldito mentiroso. Pero aún no es tiempo de anunciar nada. <<Es lo que acordamos>>, resalto en mi cabeza.
—De vez en cuando —remarca, poniéndome nervioso—. Noto que ha sido bueno para ti tener a una amiga de la familia cerca.
—Sí. Es... Nos conocemos desde hace años. Es agradable —sonrío apenas sin mostrar los dientes y al cesar las preguntas, escapo al cuarto tan rápido como puedo.
Eso estuvo cerca.
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Salgo de la ducha después de una tarde agotadora con los mellizos. Me hicieron pasar por los cientos de juegos que inventaron durante las semanas que no los visité. Pensé que se asustarían por el moratón en la nariz, pero acabaron riéndose y diciendo que les recuerdo a un payaso. Sí, así son mis sobrinos.
Me coloco un bóxer, el pantalón y permanezco sin camiseta, mientras decido cual usaré, chequeando las estanterías del armario. Aún indeciso, escucho la puerta de la habitación cerrarse y de inmediato, recibo un abrazo por la espalda. El contacto de las manos cálidas femeninas, sobre la piel aún fría tras el baño, se siente bien. No tardo en adivinar de quien se trata. Volteo un poco, ella todavía me rodea, y beso sus labios de manera reiterada entre sonrisas.
—Se supone que estoy en el baño —ríe despacio, con picardía. Al mismo tiempo, giro del todo, provocando que quedemos frente a frente—. No podía esperar a verte —confiesa, pese a que nos hemos visto por la mañana—. Mi papá no deja de hacer preguntas. Sospecha. Y traté de convencerlo de que no pasa nada, pero no está convencido. No le hagas caso si te dice algo —parece realmente estresada por ese tema.
—No te pongas mal. Conozco a Liam, lo puedo manejar —no estoy tan seguro, pero lo digo con motivo de calmarla—. Damon también preguntó, pero lo del golpe... Digamos que me salvó del cuestionario. Desvió la atención.
—Es que en el fondo tienen razón. Estamos mintiendo. ¿Y sí lo decimos?
—¿Es lo que tu quieres?
Ella niega.
—No. No tan rápido —se sincera y estoy de acuerdo con eso.
—Entonces no permitas que te presionen. Todos se toman el tiempo necesario para asumir una relación... O lo que sea que tengamos —busco no poner etiquetas que nos limiten u asusten—. Hablaremos cuando estemos listo —doy por hecho. Prometí cuidar lo que tenemos. No dejaré que lo estropeen las presiones familiares—. ¿Maddie? —la chica se quedó prendida en otra cosa. No es raro que pase. De vez en cuando se pierde en otros sitios.
—Lo siento —se disculpa, sonrojada—. Es que eres muy lindo, Ty.
Ahora soy yo el que sonríe y percibe una ola de calor subir a través del cuerpo. Avanzo lo suficiente, acortando distancias y olvido lo que estaba haciendo previo a su llegada. Ya no hay más <<elegir una camiseta>> al contrario, me gusta estar sin ella porque me encanta la sensación que producen las caricias de Maddie sobre la piel desnuda. Como si no tuviera suficiente, se cuelga de los hombros y dando un pequeño salto, acaba encajando sus piernas alrededor de mi cintura.
—Wow, alguien se puso muy cariñosa hoy —bromeo, a punto de decir que puede hacer lo que quiera conmigo.
—¿No te gusta? —me da una mirada herida que me estruje el corazón.
—Me encanta, Maddie —reconozco—. Pero no tenemos demasiado tiempo.
—Lo sé —deja un último beso, antes de descender de mis brazos e instalarse en suelo firme—. Te veo en la cena —murmura, limpiándose los labios y acomodándose el cabello.
Antes de cerrar la puerta y verla irse, trato de calmar la respiración agitada, mientras contemplo sus ojos brillosos, junto a sus labios entornados en una sonrisa, que me invitan a besarlos nuevamente, pero no puedo.
De ahora en más, tenemos que fingir.
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