capitulo 14

TYLER

—A veces creo que Killian tenía razón cuando decía que tengo esta vida gracias a él —confieso, irrumpiendo el silencio casi obligatorio que guardamos mientras vemos un capítulo de la serie.

Tan solo pasó un día de su muerte. Elegí no viajar a la ciudad. Elegí resguardarme entre las cuatro paredes mi apartamento. Elegí hacer nada. Quedarme aquí mientras intento borrar de mi mente los inevitables recuerdos que resurgen y se acumulan, haciéndome entender que la mente puede ser tu peor enemigo.

Maddie me preguntó un par de veces si necesitaba hablar. Le dije que no, pero de pronto aquella idea surgió y sé que necesito sacarla antes de que se convierta en un pensamiento recurrente y tóxico.

Estamos acostados a los de pie de la cama, ella le da pausa al capítulo y cierra la notebook. Se reclina sobre sus codos y me observa durante unos minutos que se vuelven eternos. Siempre intento averiguar lo que está a punto de decir, pero ella acaba ganándome y me sorprende.

—Creo que estás viéndolo muy lineal —frunzo el ceño, confundido porque no alcanzo a entender ni un cuarto de su idea—. Sí, no necesariamente tienes esta vida por Killian. Tú y Damon son familia, ¿no? Tienen la misma sangre. Estoy segura de que se hubieran encontrado de cualquiera manera —deja en claro, abriéndome las puertas a pensar desde otra perspectiva más aliviadora—. Y el resto fue por ti. Quiero decir, tú decidiste llegar hasta acá. Tú lo hiciste posible —me da una pequeña sonrisa y encuentra mis ojos—. ¿No lo crees?

—Siempre dices cosas inspiradoras. No lo sé. Haces que todo suene bien —le digo, hipnotizado por su habilidad de encontrar el lado optimista de la situación. Ella rueda los ojos y niega, divertida. Deja la laptop a un lado y sentada al borde la cama, inicia a colocarse las zapatillas—. ¿Te vas?

—Nos vamos —corrige—. ¿Podemos subir a la azotea? —indaga, poniéndose de pie.

—Sí. Supongo —respondo y trato de adivinar hacia donde desembocará la situación, mientras empiezo a considerar que Maddie se ha vuelto un poco loca.

—Genial —sonríe como una niña pequeña emocionada—. Trae lápiz y papel. Ah, y un encendedor —su pedido refuerza la hipótesis de que la pelirroja comenzó a salirse de sus cabales. Sin embargo, confío en ella y no la cuestiono, sigo sus indicaciones a pie de la letra.

Cuando recojo cada objeto, la encuentro a un margen de la puerta, colocándose su chaqueta de mezclilla. No puedo creer que estoy divirtiéndome, no cuando tan solo veinticuatro horas atrás estaba convencido de que el pasado me hundiría nuevamente.

Al salir, nos topamos con Owen que está llegando y al vernos reír como si fuéramos dos niños a punto de realizar una travesura, nos mira entre perdido y confundido. Supongo que no comprende como pasé de estar rendido a esto.

—¿Qué carajos, Tyler? —cuestiona, a lo que niego y me encojo de hombros, señalando que no tengo idea de lo que estoy a punto de hacer, simplemente me dejo llevar por Maddie, que se adelanta y emprende a subir apresurada las escaleras.

Tras alcanzar el máximo escalón, abrimos la puerta, develando el panorama de una azotea deshabitada, pero con una vista asombrosa del campus universitario. La noche intensifica el efecto, las farolas encendidas alrededor de los caminos, dan el efecto de tener un cielo estrellado bajo los pies.

Ella se aproxima hasta la barandilla y se apoya, sus facciones se iluminan ante la satisfacción que le proporciona la vista. Me coloco a su lado, esperando que diga el siguiente paso. Sin embargo, al notar que continúa en silencio apreciando el paisaje, le extiendo el lápiz y papel que pidió.

—Es para ti —dice, confundiéndome aún más.

—¿Para mí?

Asiente.

—Entenderé si crees que lo que planeé es una tontería, así que puedes decírmelo —larga a la defensiva, incluso antes de decirme lo que pensó. Se trata de un defecto de Maddie: su inseguridad; lo que suele opacar sus brillantes ideas antes de permitirse llevarlas a cabo—. El punto es que tienes que escribir palabras de despedida. A veces las personas simplemente se marchan y no alcanzamos a decir todo lo que queríamos. Ya sabes —se encoge de hombros, dando por sentado que ambos sabemos sobre qué estamos hablando—. Así es más fácil. Primero lo escribes, luego lo dejas ir.

Así que el segundo paso es dejarlo ir.

Comprendo hacia a donde apunta la iniciativa y no encuentro razón para negarme.

Maddie retrocede, dándome espacio para que pueda expresarme. En un primer momento, me enfrento ante el papel en blanco. No sé qué decir. ¿Qué le dices a tu padre biológico que te sacó de la miseria para llevarte a un sitio peor?

Te perdono por mí, porque es la única manera que tengo para dejarte ir, esta vez, para siempre. Como dijiste una vez, te gustan las cosas de frente. Así que esto es lo que tengo: me alegra que ya no estés aquí. Ahora el mundo es un lugar mejor.

Al instante me doy cuenta que escribiendo soy capaz de ser complemente sincero, sin miedo al qué dirán, sin temor a que puedan pensar que soy una mala persona. Satisfecho, doblo el papel por la mitad y ella se acerca al darse cuenta de que terminé.

—¿Listo?

—Listo —digo con seguridad.

—Vaya. Parece que estabas muy seguro de lo que tenías para decir —considera, ya que no tardé demasiado tiempo en descargarme—. Ahora es momento de que lo dejes ir —me observa, buscando la aprobación para continuar—. ¿Tienes el encendedor? —pregunta y tardo un poco más en reaccionar, porque de pronto, me quedé anonadado ante sus facciones.

—Sí, sí. Aquí está —lo extraigo del bolsillo del pantalón y se lo paso.

—Sostén el papel. Así está bien —dice al comprobar que lo pongo hacia afuera, comprendiendo hacia la dirección que vamos—. Lo enciendo y luego lo sueltas —indica nuevamente y tras asegurarse de que lo capto, prende una pequeña llama que de inmediato sofoca al papel e inicia a quemarlo. Mis palabras de despedida se convierten en cenizas dispersas en el viento y supongo que sí existe un infierno, acabarán allí—. ¿Lo ves? Ya está —acerca una mano hacia el rostro y acuna mi mejilla, sus dedos suaves y tibios acarician mi piel fría—. Quemaste el pasado y las cenizas se esfumaron para siempre —dice de una manera poética, turnando su vista entre los pedacitos de papel quemado que desaparecen y luego en mí.

Disfruto su caricia en silencio y al mismo tiempo, no puedo dejar de apreciar lo hermosa que se ve, ilusionada, inspiradora, repleta de vida.

Entonces, deslizo una mano sobre la suya y la sostengo, mientras se aparta poco a poco de mi cara.

—¿De dónde sacas estas ideas? —pregunto repleto de curiosidad y admiración—. Empiezo a creer que eres especial. Bueno, no. Realmente lo creo —aseguro, retractándome. Llevo pensando esto desde hace tiempo—. Eres mágica, Maddie.

Ella abre los ojos enternecida, dando la impresión de que no puede creer lo que digo. Otro defecto. Le cuesta asumir lo increíble que es.

—Ty... —niega, bajando la mirada, pero sonriendo. Es una verdadera caricia al alma verla sonreír—. Supongo que leo muchos libros de amor y esas cosas —resta importancia a su hazaña—. Y bueno, a veces no hay nada mejor que una porción de fantasía para aliviarnos de tanta realidad.

Suelto su mano cuando el celular empieza a sonar dentro del bolsillo del pantalón. Leo la pantalla y por un momento, dudo en atender, pero finalmente lo hago. Además de Maddie, hay otra persona que sabía sobre Killian y al parecer, acaba de llegarle la noticia. Está tan preocupada, que se encuentra en la puerta de mi apartamento.

—¿Pasó algo grave? —indaga la contraria, con cierta preocupación.

Niego.

—Roma está abajo. No... No te preocupes. Hablo un momento con ella y regreso —intento sostener el tiempo juntos porque realmente estábamos pasándola bien solos en la azotea.

—No. Está bien, Tyler. Voy... Volveré a la residencia. Después de todo, ya hicimos lo que teníamos que hacer —dice, regresando sus manos a los bolsillos de la chaqueta. Percibo una especie de amarga desesperación. Lo que acaba de pasar entre nosotros fue algo mágico, el tipo de sensación que quieres extender lo máximo posible porque es tan buena que pretendes impedir que se escape.

—¿Segura? Porque la verdad, no me gustaría que te fueras —largo con suma honestidad. Ella pone una pequeña sonrisa de lado.

—Lo sé. Pero es lo mejor por hoy —insiste—. Tendremos otras ocasiones. ¿No?

—Sí, claro. No tengo dudas —asumo lo que decidió y la dejo ir, solo por esta noche.

Reconozco que Maddie y yo nos hemos convertido en un caso impredecible, en una de esas historias que desconoces el rumbo que tomará, pero la intriga es emocionante y te dejas llevar porque en el fondo tienes una acertada seguridad: tantos agradables sentimientos solo pueden conducirte a un buen lugar.

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Entramos al apartamento y Owen observa perplejo, nuevamente desorientado porque entiende la situación aún menos: salí con una chica y regresé con otra. De inmediato, la castaña toma asiento en una de las sillas y él alza las cejas, apabullado porque nos quedáremos ahí.

—Okey. No haré preguntas —aclara, levantándose del sofá con la notebook entre sus manos—. Me iré lentamente. Hagan de cuenta que ni siquiera estoy aquí —dice en un tono que resulta gracioso. Seguido, se mete a su habitación y cierra la puerta.

Roma se acomoda sin quitarse la chaqueta y el bolso que carga siempre, lo sostiene sobre sus piernas.

Rápido, preparo café para ambos y coloco las tazas sobre la mesa. Ella bebe el primer sorbo, mientras yo me siento al frente.

—Me enteré —masculla—. Sí. Asher lo sabía, se lo dijo a Ellie y ella me lo hizo saber —agrega, soltando con cuidado la taza. A diferencia de otras ocasiones, donde me esquivaba la mirada y evitaba tocar el pasado, es ella la que decide regresar. Clava la mirada sobre mí y lo noto, está dolida—. Lo siento —intenta decir algo más, pero las lágrimas que pronto derrama no se lo permiten. Se limpia con el dorso de la mano y trata de recuperar el habla—. No es por Killian. Lo juro. Me alegra muchísimo que ya no esté.

—Somos dos —digo, en un intento por corromper tensiones.

Ella ríe suavemente.

—Solo quería comprobar que estuvieras bien —revela—. Siempre estuviste ahí para mí ¿no? Digamos que yo no pude hacer lo mismo, pero lo intenté. De verdad, lo intenté —sé que está diciendo la verdad y lo valoro. Al menos tengo la certeza de que todo lo que fuimos alguna vez significó algo.

—No pasa nada, Roma.

—Lo sé —vuelve a poner una pequeña sonrisa, quitándose los restos de lágrimas—. Pero... —hace una pausa—. Wow, es más difícil de lo que creí —toma una bocanada de aire, armándose de fuerza para continuar—. ¿No sientes que esto de su muerte, de algún modo, cerró un ciclo? Quiero decir, Patrick está en la cárcel, Killian murió, y nosotros... Es tiempo de poner un final oficialmente, ¿no? —se encoge de hombros. Sus palabras despiertan tanta nostalgia que solo deseo abrazarla y por un instante, volvería a ser ese adolescente de diecisiete años que se enamoró por primera vez y creía que duraría una eternidad.

<<Quemaste el pasado y las cenizas se esfumaron para siempre>>.

Supongo que llegó la hora de quemar la pequeña parte que se mantenía viva, pero agonizando.

Asiento, un par de veces. La situación aún me descoloca.

—Sí, creo que es lo mejor —expreso con sinceridad—. No. En realidad, sé que es lo mejor porque se siente mal, pero al mismo tiempo siento que estamos haciendo lo correcto. Seguir adelante.

Roma da un último sorbo al café y se pone de pie. Hago lo mismo, me levanto del lugar y para mi sorpresa, ella es la primera en aproximarse hasta darme un abrazo. Un abrazo que indica el montón de recuerdos que nos unirán para siempre, aunque estemos rompiendo los últimos lazos que nos mantenían cerca.

—¿Puedo pedirte un último favor? —pregunto, tras separarnos. La contraria asiente de inmediato—. Nunca dejes que nadie te haga sentir menos —pido y como una memoria inalterable, levanta el dedo meñique. Correspondo, mostrando el mío y enredándolo con el suyo.

Entonces lo sé. Es una promesa.

Cierro la puerta al despedirla y me quedo paralizado unos segundos, procesando todo lo que acaba de pasar. Es tan increíble como doloroso pensar que durante mucho tiempo estuve convencido de que permaneceríamos juntos como una pieza irrompible.

—Uf. Qué fuerte. Eso sí que fue fuerte —mi compañero de piso se asoma desde su habitación, lo contemplo quitándose las gafas y fingiendo que está limpiándose rastros de llanto. Bueno, yo creo que está fingiendo.

—¿Lloras de verdad? No, espera un momento. ¿Estuviste escuchándolo todo? —pronuncio, un tanto reprochándolo por oír una conversación privada. Aunque en el fondo no molesta demasiado, a fin de cuentas, se trata de Owen. El chico que no dañaría ni a una mosca.

—¿Qué crees? —responde, plagado de sarcasmo—. Es lo más interesante que me ha pasado en mucho tiempo. Usualmente no tienes la oportunidad de presenciar un melodrama de tal calidad en vivo y en directo —exagera, haciéndome reír por su descabellada ocurrencia—. Por cierto, ¿qué hay de Maddie? Se supone que eres el protagonista, deberías estar corriendo tras ella para confesarle tus sentimientos y luego besarla en medio de la universidad.

Sonrío nuevamente, divertido por la increíble imaginación que tiene Owen.

—Necesito un respiro. Una cosa a la vez —inspiro una larga correntada de aire, tratando de relajarme. Son demasiados sentimientos. Si voy a hacer algo con respecto a Maddie, quiero hacerlo cuando tenga mis pensamientos y emociones enfocados solo en ella—. ¿Sabes? No sé qué haces estudiando diseño de videojuegos. Deberías ser guionista. Eres bueno —bromeo y él me arroja un cojín que recoge del sofá—. Solo es una sugerencia. Aunque creo que te llenarías de billetes —vuelvo a molestarlo, mientras camino hacia mi habitación.

Allí, observo las cobijas arrugadas después de pasar un largo día con Maddie, haciendo cosas tales como ver una película o la serie, conversando sobre cualquier tema que pueda surgir, distanciados del mundo entre cuatro paredes donde nos sentimientos a gusto el uno con el otro.

Incluso allí, hay magia.

Incluso las cosas más típicas y rutinarias son especiales si ella está ahí.  

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