Capítulo 16: Adictos.
—¿Vas a venir o no? No puedo con esto solo, hermano. Además, eres el jefe, el dueño de todo este imperio y…
—Sí, sí, ya sé —interrumpí a mi mejor amigo—. Te lo diré más tarde, tengo cosas que hacer.
—Eres un imbécil. ¿Qué te retiene allá? No es normal que te quedes más de dos meses en Estados Unidos.
«Me retiene una castaña espectacular y un sentimiento que…»
—Ya, idiota. Hablamos después.
Cuelgo y regreso a navegar en mi computadora. Estoy en mi oficina, trabajando un poco, cuando reviso la hora y me doy cuenta de que ya es tarde; seguramente Clarissa ya está en el departamento. La imagino con esa expresión nerviosa, sin saber qué hacer, y sonrío mientras me preparo para salir.
Ayer, en el auto, la sentí tan mía que me contuve de soltar palabras que podría lamentar después. La calidez de su cuerpo me recordó cuánto la había extrañado en todos los sentidos. Sus gemidos, sus jadeos, cada palabra que pronunciaba me encantaban.
Subo a mi auto y lo enciendo. Mientras manejo, me imagino la expresión de sorpresa en su rostro cuando vea la sorpresa que le tengo preparada. Clarissa despierta en mí sentimientos que ni siquiera con Sonya había experimentado, y eso me asusta. A pesar de que ya no soy un niño, mis traumas aún me persiguen.
Su rostro vuelve a mi mente, pero esta vez con esa expresión de sorpresa que tuvo cuando fui a su casa. La llamaba porque estaba en la esquina de siempre, desesperado por verla. Esa semana sin ella fue pura tensión y estrés; la necesitaba. Necesitaba estar con ella y olvidarme de todo lo demás… y se lo dije. Cuando su madre apareció detrás de ella, debo admitir que me asusté un poco, no por mí, sino por lo que pudiera decirle a Clarissa. Tuve que mentirle; sé que ella también está ocultando cosas, y me sorprendió lo natural que salió.
Llego al estacionamiento del edificio y apago el auto antes de bajar. Al entrar al edificio, lo primero que veo son un par de maletas y unas cajas. «Clarissa ya está aquí», pienso. Saludo cordialmente a la recepcionista y le pregunto por la dueña de las maletas. Me informa que está en la oficina de Lenin. Frunzo el ceño: «¿Qué hace ahí?». Camino hacia la oficina y escucho una risita proveniente de Clarissa tras la puerta. Entro sin tocar.
—¿Interrumpo algo? —pregunto con seriedad, dejando entrever un tono duro en mi voz.
—Oh no, solo estaba hablando con tu simpática prima —responde Lenin.
«¿Prima?» Elevo una ceja en dirección a Clarissa está me mira apenada.
—¿Le dijiste que somos primos? —cuestiono, dirigiéndome a ella.
—Sí, eso somos… —responde, su voz temblando ligeramente.
—Amor —hago énfasis en la palabra—, con Lenin no hay que tener secretos. —Luego me vuelvo hacia é l—. Somos pareja, amigo. Ella no lo dice porque le preocupa lo que piensen los demás.
Clarissa se sonroja intensamente, y no puedo determinar si es por la vergüenza o el asombro. Lenin sonríe mientras se acaricia el mentón.
—Ya sabes —continúo—, a veces no está bien visto que un hombre de 33 años ande con una de 21.
Me acerco a Clarissa y le doy un beso largo y sonoro en los labios. «Estoy celoso», quiero decirle, pero me contengo. La levanto de su silla y me siento en ella, colocando a Clarissa en mi regazo.
—Sí, ya me has dejado claro que son pareja —dice Lenin con una sonrisa traviesa—. El otro día estuviste un rato en la habitación y saliste con la cara roja. Tengo buena imaginación. Me sorprendió cuando ella dijo que era tu prima, pero no juzgaré si ustedes se meten en el incesto.
Clarissa se mueve incómoda en mi regazo. «Ayer no te incomodabas». Coloco una mano en su muslo, cubierto por el jean, y le doy suaves palmadas.
—Bueno, ¿de qué estaban hablando? —pregunto.
—De su historia en la universidad —me responde Clarissa.
—Entonces, ¿por qué no se instalan ya? —pregunta Lenin, con un tono que sugiere que está disfrutando de la situación.
«Joder, sí, ya no quiero verte».
Salimos de la oficina y le ayudo a Clarissa con las maletas mientras Lenin se encarga de las cajas. Subimos al ascensor hasta el piso correspondiente y él le entrega las llaves a Clarissa para que haga el honor de abrir la puerta. La observa respirar hondo antes de entrar, y luego su mirada recorre el lugar. Le pedí que añadieran un par de cuadros de arte abstracto y algunas cerámicas decorativas en las mesas de la sala de estar. El ambiente ha cambiado; he puesto aromatizantes de vainilla y el lugar huele como a ella.
—¡Qué lindo! —murmura Clarissa, admirando todo.
—Gracias —le respondo, sonriendo mientras dejo su maleta en el suelo.
—Hamilton, la habitación está como la pediste —dice Lenin dirigiéndose a mí.
—Bien. Clarissa, ven conmigo. —Le tomo la mano entrelazando nuestros dedos y la guío hacia la habitación principal donde se quedará mi nena.
Al llegar, abro la puerta y le hago pasar primero. Escucho un pequeño sonido de exclamación salir de sus labios y sonrío orgulloso. La habitación ha sido prácticamente renovada: nuevo tapiz en las paredes, una cama más grande, un escritorio nuevo y muebles frescos en el balcón.
—Pero… esta no es la habitación de aquella vez —dice asombrada.
La cama está cubierta con una suave colcha color lila, y el espaldar es acolchado en blanco. Apago la luz y las luces rojas se encienden automáticamente, dándole un aire más erótico al espacio.
—Esto es para las noches —le digo con una sonrisa pícara—. Y sí, es la misma habitación de aquella vez; solo que decidí remodelarla un poco.
Clarissa se da la vuelta y salta hacia mí, enrollando sus piernas alrededor de mis caderas mientras me abraza con fuerza. La rodeo con mis brazos.
—Gracias, mi amor —susurra con ternura.
Sus palabras me tensan, pero rápidamente me relajo para que no lo note.
«Mi amor». Para algunos, esa palabra puede parecer insignificante, pero para mí tiene un peso enorme. Que Clarissa la pronuncie me asusta y, al mismo tiempo, me tranquiliza.
—No tienes por qué agradecer —le digo, inclinándome para besar su cuello.
Ella se baja de mi regazo, pero no sin antes darme un beso que me deja con ganas de más. Se dirige hacia la entrada del balcón y desliza la puerta para salir. La sigo, adentrándome en el espacio exterior. Clarissa se queda mirando la vista, aferrándose a la barandilla. La abrazo por detrás, apoyando mi barbilla en su cabeza.
—¿Te gusta? —le pregunto, disfrutando del momento.
—Me encanta —responde, su voz llena de entusiasmo.
La giro suavemente hacia mí y la beso con intensidad. «Dios, cuánto me gusta». Ella responde al instante, y la alzo para llevarla de regreso a la cama. Sin embargo, al caminar, ella interrumpe nuestro beso y suelto un quejido de frustración.
—Espera… tengo que hacer algo —me dice, separándose de mí —¿Cómo pude olvidarlo? —murmura para sí misma—. ¿La cocina está equipada con alimentos y agua? —me pregunta.
—Eh… sí. ¿Qué pasa? —respondo, confundido.
Sin contestar, sale de la habitación. La sigo porque no comprendo su repentina urgencia. La veo en la sala mientras agarra su bolso y saca una tableta de… ¿pastillas? «¿Qué demonios?». La persigo hasta la cocina y la observo mientras busca un vaso, abre el refrigerador y lo llena de agua. Luego destapa una pastilla, la coloca en su boca y se la traga con el vaso.
«Anticonceptivos». Ayer no usamos protección, así que es comprensible que quiera tomarla. Pero «lo que no sabe es que no hacía falta».
—Casi se me olvidaba tomármela —me dice—. Ayer no usaste protección, ¿sabías? Y para evitar asuntitos en el futuro, tenía que tomarla. No querrías eso, ¿verdad?
«Si pudiera tener esos problemas contigo, sí».
Niego con la cabeza desde el umbral de la cocina, sintiéndome serio. Esa pastilla podría desestabilizar su ciclo y sus hormonas.
—Ayer fue la última vez que no usé condón —declaro con firmeza.
—¿Qué? ¿Por qué? —la desilusión se dibuja en su rostro.
—Porque esa pastilla puede afectarte.
—Pero… —se detiene en seco—. Está bien.
—Bótalas; ya no las necesitarás —le digo refiriéndome a las pastillas.
La observo asentir y dejarlas a un lado en la cocina. Luego se acerca a mí con una sonrisa tímida y me rodea con los brazos.
—¿No estás enojado, verdad? —pregunta con un tono de incertidumbre.
—No, ¿por qué lo dices?
—Tienes una venita levantada en tu frente. Lo noté cuando…—se calla repentinamente.
—¿Cuando qué? —la incito a continuar.
—Cuando tenemos sexo —murmura, bajando la mirada—. Y me imagino que también te sale cuando estás enojado.
Me masajeo la frente y siento la protuberancia. No estoy enojado, pero hay una sensación incómoda en mi interior. No estoy feliz, pero tampoco molesto.
—¿Te has dado cuenta de que Lenin ya no está? —le pregunto al notar su ausencia.
—Rayos, es cierto.
—¿Y si seguimos con lo que estábamos? —sugiero, intentando olvidar el tema.
—Uhm… ¿en qué me besas?
—Sí, así—y la beso nuevamente.
Ella reacciona con pasión y la agarro por las caderas mientras comenzamos a caminar nuevamente.
—¿Estrenamos el sillón o la cama? —susurro contra sus labios sin romper el beso.
—La cama —responde con un destello de deseo en sus ojos.
Avanzo hacia la habitación con ella en mis brazos, continuando nuestro intercambio de besos. Al llegar a la puerta, la abro de una patada y la cierro con igual fuerza detrás de nosotros. Coloco a Clarissa suavemente sobre la cama y me lanzo a devorar su cuello para recuperar el aliento.
—La ropa está sobrando. Quítame el pantalón —demanda Clarissa mirándome con lujuria.
Obedezco como un buen sirviente y desabotonando su pantalón lo deslizo por sus piernas, revelando su hermosa braga de encaje rosa.
—Qué sexy —le digo, provocando una sonrisa radiante en su rostro.
Termino de quitarle los pantalones—ya le había sacado los zapatos—y empiezo a besar sus muslos, ascendiendo lentamente. Sus gemidos me encienden, y no puedo evitar desabotonar los primeros botones de mi camisa; el calor me abruma. En un abrir y cerrar de ojos, su blusa ha desaparecido y solo queda su ropa interior.
—Estoy adicta a ti, Landon. Me has vuelto una adicta —declara, y no puedo evitar sonreír con picardía.
Con un movimiento decidido, me quito la camisa y agarro la hebilla de mi cinturón para soltarla. La beso de nuevo antes de descender, dejando mi rostro en su entrepierna. Lamo suavemente, y la humedad que encuentro me confirma lo que ya suponía. Un gemido escapa de la garganta de Clarissa.
—Te haré algo que te encantará —le digo con voz ronca—. Y no quiero que reprimas tus gemidos.
Ella exclama algo, pero ya estoy quitándole la braga, revelando su hermoso y depilado sexo húmedo. Ahora soy yo quien no puede contener una exclamación de satisfacción. Le doy un beso suave en su intimidad antes de ascender nuevamente, llenándola de besos hasta llegar a sus labios.
—¿Te sentirías cómoda si te beso ahí abajo? —pregunto, buscando asegurarme de que se sienta bien.
Clarissa asiente, emitiendo un gemido de afirmación. La beso otra vez mientras desabrocho su sostén, bajando mis labios hasta sus senos. Muerdo uno mientras le doy atención al otro con mi mano.
—Dios… —jadea.
Mis labios recorren su vientre, mordisqueándolo ligeramente. Con mi lengua trazo un camino húmedo desde su abdomen hasta su intimidad. Lamo sus pliegues, saboreando su dulzura y volviéndome malditamente adicto a ella. «Mi jodidamente dulce tentación».
El aroma de su excitación hace que mi deseo se intensifique. Mis labios encuentran su clítoris palpitante, y lo succiono suavemente, mis ojos fijos en ella mientras se muerde el labio inferior y cierra los ojos. Me separo un momento para darle un leve manotazo—no muy fuerte—en su sexo, provocando una reacción excitante.
—Landon… —abre los ojos, sorprendida.
—Te dije que no reprimas tus gemidos. Grita si quieres.
Bajo mi cabeza nuevamente a su entrepierna, dejando que mi lengua explore su sexo. Rodeo su pequeño clítoris con movimientos firmes y delicados.
—Ah… Landon… Dios —dice, mientras su mano derecha se aferra a mi cabello, presionando con fuerza mientras sigue gimiendo.
Ella abre más las piernas y comienza a elevar un poco la cadera, acercándose más a mí. Lamida tras lamida, encuentro su abertura y la estimulo allí también, provocando que sus gemidos se intensifiquen. Su agarre en mi cabello se vuelve más fuerte al sentir cómo se tensa su cuerpo.
«Ya está por correrse».
Retiro mi lengua momentáneamente y me concentro en su clítoris hasta que ella gime:
—¡Oh Dios!
Su cuerpo tiembla mientras alcanza su clímax. Le doy un pequeño beso en el vientre.
—Eres deliciosa. ¿Quieres probarte? —le pregunto, aún sintiendo el eco de su orgasmo en mis labios.
Asiente y murmura un "sí" sin aliento. La beso para que pueda saborearse a sí misma. Dejo que sus labios exploren los míos, limpiándolos de su propia dulzura.
—¿Ves? Sabes exquisita.
Ella se sonroja y sonríe.
—¿Y tú? ¿Sabes delicioso?
Su pregunta me hace soltar un gruñido de deseo. «Joder, ¿me quiere hacer una mamada?».
—No lo sé, ¿quieres averiguarlo? —le pregunto con picardía.
—Sí.
—No quiero que te sientas presionada solo porque yo…
—Landon —me interrumpe con determinación—. Quiero hacerlo.
Me encuentro acostado a su lado cuando ella se coloca a horcajadas sobre mis rodillas y desabrocha el botón de mis pantalones, bajándolos junto con el bóxer. Sus manos tímidas descubren mi miembro erecto.
—Yo no… no sé, entonces…
—Lo sé —la interrumpo suavemente—. Yo te guiaré.
Ella asiente con una mezcla de curiosidad y deseo.
—Envuelve tu mano alrededor de mi polla y muévela de arriba hacia abajo —le indico, preparándome para el placer que está por venir.
Clarissa sigue mis instrucciones, masajeando mi miembro con movimientos suaves y firmes que me hacen suspirar.
—Reúne saliva en tu boca —continúo guiándola—. Cuando tengas suficiente, puedes introducirlo en tu boca.
Sin que yo le dijera nada, saca su lengua y lame toda mi longitud para luego metérselo en la boca. No todo, pero sí lo suficiente para que me chupe. Succiona un poco con temor.
—Succiona con confianza… —le digo jadeoso.
Ella lo hace bien para ser su primera vez. Rodea con su lengua un par de veces mi glande, succionando. Sube un poco y ejerce presión para luego bajar hasta donde puede.
«Joder, lo hace muy bien».
El espacio que no puede ocupar su boca lo rodea con su mano y empieza a masajearlo de arriba a abajo.
—Mierda… Clarissa, Dios —jadeo ronco.
Sus ojos castaños —ahora brillantes— me miran mientras sigue con su trabajo. «Creo que me enamoré». Chupa y succiona con presión unas cuantas veces más hasta que siento que voy a venirme.
—Nena… ¿estás segura de que quieres probarme? —le pregunto, tratando de sacarlo de su boca.
Me mira otra vez y asiente, agarrando mis muslos para que no me despegue de ella. Vuelve a chupar hasta que me vengo en su boca. Los chorros caen en su garganta, lo sé. Clarissa cierra los ojos, pero no despega su boca de mi miembro. Yo me quedo sin aliento. Veo cómo saca mi miembro luego de mi descarga y traga.
—Sabes bien, nada mal como pensé —dice casi sin voz, con sus labios hinchados y rojos.
—Ven aquí —la jalo hacia mí y la beso.
La abrazo y siento una satisfacción fenomenal, y no estoy hablando solo de lo sexual, sino de la presión tan agradable que siento en mi pecho cuando la tengo cerca, del sentimiento que poco a poco se está abriendo en mí.
—Estuviste estupenda —le digo, porque sé que en su mente hay preguntas. Su cara de alivio me lo confirma.
Sonríe y bosteza.
—¿Estás cansada? —le pregunto.
—Sí, un poco.
—¿Quieres ducharte antes de dormir?
Asiente.
Me levanto de la cama con ella en mis brazos y nos dirigimos hacia el baño. Abro la puerta de la ducha y entramos. Dejo a Clarissa en la tina para terminar de quitarme los pantalones. Una vez hecho esto, me meto con Clarissa y enciendo el agua tibia.
Nos bañamos sin nada sexual de por medio. Me lava y yo la lavo a ella. De vez en cuando me da besos y se pone de puntillas para lavar mi cabello. Froto su espalda y ella la mía. Y así terminamos de bañarnos.
Cuando regresamos a la habitación, ella se viste y me lanza un short de ella que me queda como un bóxer. Se pone a quitar las sábanas de la cama y pone otras. A los minutos, ya estamos acostados en su cama, ella en mi pecho trazando círculos con la yema de su dedo mientras se queda dormida, y yo también me quedo dormido con un pensamiento en mi mente.
•••
El sonido del celular me despierta de golpe. Frunzo el ceño al notar el vacío a mi lado «¿Dónde está Clarissa?». Abro los ojos a regañadientes y agarro mi teléfono, que sigue sonando. Contesto sin mirar quién llama.
—¿Qué? —gruño.
—Uy, pero qué humor —se burla mi amigo—. ¿No acabaste tu polvo?
—Eres un imbécil. ¿Qué quieres?
—Que vengas, hermano. No puedo más con esto. Estoy pensando en renunciar.
—Eres un dramático —le respondo, mientras busco mis pantalones por la habitación—. Mañana salgo para allá.
—No, tienes que salir hoy mismo.
—Joder, Tyler—me levanto refunfuñando, finalmente encontrando mis pantalones en un mueble desordenado—. Yo soy el jefe aquí. Si digo que iré mañana, será mañana.
—Lo entiendo, pero si no fuera tan importante no te molestaría.
Lo pienso un momento. Como dueño y jefe de la empresa, tengo responsabilidades que cumplir.
—Está bien, en unas horas salgo.
—Perfecto, Landon —responde él antes de colgar.
Busco mi camisa en un gancho y sonrío al ver que está colgada con cuidado. «¿La lavó Clarissa?». Es un gesto tierno que me hace sentir afortunado. Si fuera otra chica, probablemente solo se preocuparía por el dinero y el placer, pero Clarissa es diferente; es única.
Después de vestirme, salgo de la habitación y el aroma a comida me envuelve. Me dirijo a la cocina.
—¿Nena? —la llamo al entrar en el umbral.
—Hola —me responde con una sonrisa radiante.
—¿Qué haces?
—Cocinando. ¿Quieres?
—¿Qué tipo de comida?
—Pollo al horno.
—Si huele así, me encantaría.
—Siéntate, ya te sirvo.
Obedezco y me acomodo en uno de los taburetes del mesón, esperando pacientemente. Cuando Clarissa coloca el plato frente a mí, lo devoro en un santiamén; estaba delicioso. Después de unos minutos, me aclaro la garganta y le digo:
—Clari, tengo que irme.
—Oh, está bien.
Me sorprende su respuesta. Pensé que se preocuparía o que mostraría algún signo de tristeza, pero…
—Mañana te veré, ¿cierto? —continúa ella con una sonrisa esperanzada.
Oh mierda, no especifiqué lo que realmente quería decir.
—Nena, me voy a Londres —su rostro se torna triste y decepcionado—. Pero volveré en una semana —agrego rápidamente—. Solo tengo que resolver unos problemas allá.
Rodea el mesón y se planta frente a mí, envolviéndome en un abrazo cálido.
—Te voy a extrañar —susurra, su voz temblando con la emoción contenida.
—Y yo a ti, nena. Pero esto es algo que debo hacer.
Ella asiente, aunque su mirada traiciona la tristeza que siente. Se pone de puntillas y me regala pequeños besos, cada uno cargado de cariño.
—Por favor, cuídate —me implora, sus ojos brillantes con lágrimas que luchan por salir.
Mi corazón se estruja al ver esa mezcla de preocupación y amor en su mirada. No quiero dejarla aquí, sola, sin mí, pero sé que no tengo otra opción. Solo será por una semana.
—Está bien, prometo cuidarme —le digo, intentando transmitirle un poco de tranquilidad.
La atraigo hacia mí y la beso. Un beso largo, profundo, que parece abarcar todos los días que estaremos separados. En ese instante, en la simple cocina, con mi nena en mis brazos, me doy cuenta de algo que había estado evitando. Algo que me aterra y me emociona a la vez: estoy sintiendo algo más que deseo por Clarissa. Me he enamorado de ella.
Es un sentimiento abrumador, una mezcla de felicidad y miedo que me envuelve mientras la sostengo contra mí. En ese momento, mientras el mundo exterior se desvanece y solo existimos nosotros dos, comprendo que lo que siento por ella es real y profundo. No puedo evitarlo; mi corazón ha tomado la delantera, y ahora estoy atrapado en esta hermosa locura llamada amor.
•••
Pero nada de enamorarse y así ☝🏾😁
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