Capítulo 14: No te enamores.
La chica frente a mí detiene su andar tras mi confesión. Aún está de espaldas, y yo anhelo que se gire para ver su expresión.
—¿No vas a decir nada? —le pregunto, acercándome mientras salgo del balcón.
Me gusta mucho, lo admito hoy y lo puedo admitir después. Clarissa me atrajo desde el primer momento en que la vi en aquella cafetería; no he podido dejar de pensar en ella. Ahora, habiendo estado a su lado, sintiendo su calor, lo tengo más claro que nunca. Solo su mirada me excita, evoca recuerdos de su cuerpo ceñido al mío y las expresiones embriagadoras que se dibujan en su rostro cuando está a punto de alcanzar el clímax. Deseo comprarle un departamento, no quiero que nuestros encuentros se limiten a la frialdad de un hotel donde ella pueda sentirse como una prostituta. Quiero que experimente un poco de libertad.
Llego a su lado y la envuelvo en un abrazo por detrás. Ella tiembla, y sé que está conteniendo las lágrimas.
—Me gustas, Clarissa —susurro, apoyando mi barbilla en su cabeza.
Finalmente, se da la vuelta y me abraza también, escondiendo su rostro en mi cuello.
—Y por eso quiero comprarte este departamento —continúo—. No quiero que pienses que es solo para… eso. También es para ti, para que puedas vivir a tu antojo.
Clarissa aleja su rostro de mi cuello y me mira, frunciendo el ceño, con la nariz enrojecida y los ojos brillantes.
—¿Qué le diré a mi madre?
Es un problema que podría resolver simplemente hablando, pero no quiero involucrarme más de lo que ya estoy.
—Dile que te han propuesto cuidar del departamento mientras el dueño está de viaje —sugiero, buscando una solución.
Ella hace una mueca, pero al final asiente.
—Creo que sí se lo creerá.
Una sonrisa se asoma a mis labios mientras acaricio su rostro y, por fin, la beso con la intensidad que he deseado desde que entramos al edificio. La guío suavemente hacia la cama y nos desplomamos en ella. Mis labios recorren los suyos con fervor, y siento su sonrisa entre los besos. Me separo de ella, confundido.
—¿Qué pasa?
—Tu barba pica —responde, con una mezcla de dulzura y picardía.
—¿Te molesta?
«¿Tendré que cortármela?». He llevado barba durante un tiempo, la cuido con esmero; pero una sugerencia de ella podría ser la ocasión perfecta para un cambio...
—No, me gustas así.
Sonrío mientras me acerco a besarla de nuevo.
No tenía planeado volver a verla, pero cuando escuché su voz al otro lado de la línea, me di cuenta de cuánto deseaba ver su rostro, su cuerpo, sentir su presencia. Por eso, inventé la excusa de visitar los departamentos, a pesar de no tener una cita con Lenin. Solo quería estar con ella.
Presiono su pelvis contra la mía y la ayudo a enrollar sus piernas a mi alrededor. Devoro su boca, tan dulce y adictiva como ella. Mis besos recorren su cuello y clavícula, y el susurro de su nombre me detiene en seco.
—Landon… —me dice, y su tono me hace mirar hacia ella.
«Ya estoy duro; por favor, no digas que pare». La veo sonrojada, pero sus ojos brillan con una mezcla de emoción y deseo, y sus labios, hinchados y rosados, me hace recordar a…
—Aquí no —termina de decir.
—¿Qué? —pregunto, confundido.
—No haremos eso aquí.
—Nena... —respondo, frustrado—. Estoy duro.
La presión de mi deseo se siente intensa mientras restriego mi erección contra su intimidad. Ella jadea suave y placenteramente.
—Pero... Lenin debe estar afuera. Que vergüenza —se tapa el rostro con sus manos.
Me echo a reír. Adoro lo tierna que es.
—Está bien —digo, levantándome mientras dejo caer mis palabras—. Le diré que se vaya para que podamos tener nuestro momento.
—¡Landon! —exclama, sonrojándose aún más—. Deja de ser... así.
—¿Así cómo?—levanto una ceja, intrigado.
—Pervertido.
—No es que sea un pervertido, nena. Es que cada vez que te veo, mi instinto más primitivo quiere apoderarse de ti —me acerco un poco más, sintiendo la tensión en el aire—. Si tú fueras yo, me entenderías.
Busco sus labios y la beso, sintiendo cómo el mundo se desvanece a nuestro alrededor.
—Te entiendo —dice contra mi boca—. Yo me siento igual. Quiero que siempre me hagas tuya.
El simple hecho de que quiera ser mía provoca un temblor en mi pecho, y mis emociones son un torrente que apenas puedo contener. La sigo besando, susurrándole palabras lindas en cada roce que le hago. Finalmente, me levanto y decido que debo hablar con Lenin sobre el departamento. Ayudo a Clarissa a levantarse, le arreglo un poco el cabello, y ella me mira, sonrojada.
Agarrados de la mano, salimos de la habitación y nos encontramos con Lenin, quien está sentado en un sofá, tomando algo de café.
—¿Se decidieron? —pregunta al vernos.
—Sí —respondo con una sonrisa—. Te compraré el departamento.
—Muy bien —responde, mostrando un gesto de aprobación.
Asiente y nos pide que salgamos para hacer el papeleo. Sigo sosteniendo la mano de Clarissa mientras atravieso la oficina de Lenin. Él me habla de clausuras y otros detalles técnicos, pero mi atención se dispersa al notar que ella parece inquieta. Un nudo se forma en mi estómago.
Cuando firmo el contrato, una certeza me recorre: el departamento ahora es mío, pero pronto figurará a nombre de Clarissa. Quiero asegurarme de que, si algún día nuestras vidas toman caminos diferentes, ella no se quede sin ese refugio. Un gesto como ese debería ser muy sencillo, pero para mí es un compromiso mayor, uno que habla de mi deseo de cuidarla.
Después de estrechar la mano de Lenin en despedida, miro a Clarissa, que dice tímidamente "Adiós". Salimos del edificio y, al abrir la puerta del auto para ella, siento el peso de lo que está por venir.
—¿Qué tienes? —le pregunto, notando su nerviosismo.
—Nada —responde, y su mirada evasiva me dice que no es cierto.
—Dime, Clarissa. ¿Hice algo mal?
Ella niega rápidamente.
—Es que… necesito ir a comprarle unas medicinas a mi hermano.
Reconozco su necesidad al instante; se refiere a Edward. Sé lo que le pasa, lo descubrí en la investigación que hice. Es un chico cuya salud está en peligro, y su respiración es cada vez más errática. El dolor en el pecho me aprieta. Clarissa no me ha compartido su carga, pero ahora la siento más cercana que nunca.
—Si quieres, te llevo a alguna farmacia —ofrezco.
—He ido a casi todas —murmura, mordiendo su labio—. Solo conseguí el inhalador. Faltan otros medicamentos, y aquí no los hay...
La tristeza en su voz me inunda.
Continuo manejando hasta que decido hacer una parada en un McDonald’s. Tal vez un helado pueda alegrar su día, aunque sea un poco. Al hablar por el micrófono pido uno para ella y una hamburguesa para mí, y al mirar a Clarissa, su expresión es confusa. Eso me hace sonreír.
Cuando llegamos a la ventanilla, la chica me entrega el pedido y me vuelvo hacia Clarissa:
—Ten —le extiendo el helado—. Para ti.
—¿Qué haces, Landon?
—¿No puedo comprar un McDonald’s? —pregunto, haciéndome el ofendido, aunque su incredulidad me divierte.
—Si… digo, no, es que… no entiendo.
—Come y ya, Clarissa.
Se ríe suavemente y empieza a saborear el helado. La hamburguesa es para mí, así que nos quedamos en el estacionamiento, disfrutando de este pequeño momento de alivio.
—Nena… —empiezo, sintiendo que necesito saber más.
—¿Umh? —responde, y me encanta el cálido tono de su voz.
—Nunca me has dicho por qué decidiste vender tu virginidad.
Ella traga con dificultad, nerviosa. Ya sospecho que la razón es ayudar a su familia, pero necesito escucharlo de su propia voz, conocer la historia detrás del dolor que lleva.
—Mi hermano está enfermo —comienza, sus ojos bajando—. Necesitaba el dinero para comprarle sus medicamentos. Todavía me falta lo más importante…
Mi corazón se hunde ante su confesión. Quiero envolverla en mis brazos, ofrecerle consuelo, pero la escucho.
—Mi papá murió hace dos años. Luego de eso, mi madre entró en una crisis que no sé cómo llamar… no sé si es depresión, desesperación o lo que sea. Antes de que papá muriera, estábamos bien, no teníamos mucho, pero había amor, había unión.
El dolor en su voz es palpable, y siento una punzada de compasión al oír su historia.
—Mi padre murió justo después de que terminé el bachillerato. Fue todo tan rápido… estaba comenzando a enviar solicitudes para las universidades y, de repente, recibimos la llamada del trabajo de papá, informándonos que había tenido un infarto. —Las lágrimas comienzan a acumularse en sus ojos y me duele ver su sufrimiento.— Y mi mundo se desmoronó.
Ella sigue, cada palabra cargada de tristeza.
—Después vinieron las deudas y los problemas. Mi mamá trabajó como pudo y logró pagar algunas, pero había otras que sólo nos generaban más estrés. Vendimos muchas cosas: el pequeño auto de papá, algunas joyas de oro de mamá, Edward vendió todos sus videojuegos, y yo… vendí mi computadora.
Sus ojos reflejan recuerdos dolorosos, y me gustaría poder borrar todo lo que ha vivido.
—Lo que más me dolía era mi pequeño hermanito, Tom. —Una lágrima escapa por su mejilla.— Era tan inocente, solo tenía tres años y medio cuando todo esto empezó. Quería juguetes, quería salir y comer, y no podíamos dárselo. Yo también ayudé a mamá... limpiando casas, incluso cuando tenía gripe.
El silencio pesa entre nosotros.
—Hace un año volví a retomar las solicitudes para entrar a una universidad. Algunas no me aceptaron, otras ni respondieron. Pero hace unos meses, una me aceptó. Aunque tengo que pagar el 50% de la matrícula… —hace una mueca, su voz temblorosa—. Tengo que darles una respuesta antes de septiembre.
Cada palabra que sale de sus labios solo reafirma lo maravillosa, fuerte y hermosa que es. Siento un inmenso orgullo por ella, por haber enfrentado tantas dificultades y, a pesar de todo, ser una persona tan dulce. Me considero afortunado, siempre he tenido todo lo que he querido gracias a mi padre, y aún así, escuchar lo que Clarissa ha vivido me deja sintiéndome miserable. La miro fijamente, admirando su belleza y su ternura, reconociendo también su fortaleza y sintiendo, de una manera casi posesiva, que es mía.
—Lo siento, ensucié tu asiento —se disculpa, bajando la mirada y notando la mancha de helado.
—No te preocupes —le digo, mientras le paso la servilleta que vino con mi hamburguesa—. Limpia un poco con esto.
Ella lo hace, y no le comento nada sobre lo que me contó. Recogo todo lo que queda de comida en la bolsa de McDonald's y enciendo el motor del auto. Clarissa se queda en silencio, mirando hacia afuera, perdida en sus pensamientos. La tensión en el aire es palpable mientras manejo hasta el lugar donde siempre la recojo. El tiempo parece ralentizarse, y los minutos se alargan mientras la ansiedad se apodera de mí.
Finalmente, detengo el coche en la esquina de su casa y apago el motor. La miro y mi corazón late con fuerza.
—Envíame los nombres de los medicamentos que necesita tu hermano —le digo—. Tengo contactos que podrían conseguirlos.
—¿En serio harías eso? —pregunta, y su mirada se ilumina con esperanza.
—Sí, solo envíamelos —respondo con sinceridad.
Clarissa sonríe y se lanza para darme un beso. Es breve, pero intensamente significativo. Se separa de mí, pero permanece cerca, el calor entre nosotros palpable.
—Me gustas tanto —confiesa, su voz suave y llena de emoción, repitiendo lo que ya había dicho hoy.
—Y tú a mí —le respondo, disfrutando de la manera en que su sonrisa se ensancha—. Pero...
Me callo, luchando con mis palabras. No quiero dar falsas esperanzas. Debo ser claro: lo que ofrezco es limitado, no puede ser más de lo que puedo ofrecer sin derrapar en lo que no puedo comprometerme.
—¿Lan?
—¿Sí? —la miro, sintiendo el peso de su expectativa.
—Te has quedado mudo. ¿Qué ibas a decirme? —frunce el ceño, curiosa.
Trago saliva, mareado por el dilema de lo que siento.
—Que me gustas, pero… no te vayas a enamorar de mí —al fin suelto, la sinceridad resbalando por mis labios—. Hay una gran diferencia entre gustar y estar enamorado.
Ella se aparta de mí, los ojos abiertos como platos. Está en shock, incapaz de procesar lo que acaba de oír. Entiendo que le he lanzado un balde de agua fría; nunca le pasó por la cabeza que yo diría algo así. Sé que puedo confundirla, que mis intenciones pueden parecer más profundas en este contexto, y aún así el solo hecho de estar juntos hace que todo en mí quiera salir a la luz; sin embargo, me esfuerzo por mantener una distancia emocional.
—Esto... Landon...
—Por favor, solo cúmplelo —la interrumpo—. No te enamores de mí. Puedo gustarte, puede que disfrutes de lo que sientes cuando estamos juntos, pero… no te enamores.
Ella niega con la cabeza, rompiendo el contacto visual.
—Cállate, Landon. Solo… cállate. Eso es… olvídalo —abre la puerta del auto—. Así quedamos: yo no me enamoro de ti, pero tú tampoco te enamorarás de mí.
Con esa firmeza, se marcha, sin una despedida, sin un beso, dejando un eco doloroso en el coche. Me siento vacío, incapaz de sacudir la sensación de haber herido a alguien tan especial.
Enciendo el auto nuevamente y mientras me dirijo a mi apartamento, no puedo quitarme de la cabeza la mirada desilusionada que llevaba en sus ojos.
«Lo siento, Clarissa. En serio lo siento».
❤️🔥❤️🔥❤️🔥
Siseo una maldición en silencio cuando el motor del auto de Landon se arranca y se aleja. El nudo en mi pecho se aprieta, y me critico a mí misma por ser tan débil.
Cuando Landon me dijo que le gustaba, me sentí la persona más feliz del mundo. «¡Él también me corresponde!». Los besos que compartimos me hicieron sentir poderosa, como si todo lo que soy pudiera encender un fuego en él. Mientras caminaba a su lado, la confianza me envolvía, y por un momento, todo parecía perfecto. Pero siempre existe un maldito "pero", y esta vez fue su declaración de que no quería que me enamorara de él. Joder, ni yo misma sé si me enamoraré o no. Pero estoy decidida a evitarlo, a mantener a raya esos sentimientos antes de que crezcan y me hagan ruido en el corazón.
Cruzo la puerta de casa, y el aire familiar me envuelve. Con disimulo, me esfuerzo por sonreír cuando veo a mi madre limpiando la sala, aunque dentro de mí todo se siente oscuro. Ella entrecierra los ojos, como si percibiera el conflicto en mi mente.
—¿Dónde has estado? —pregunta, su tono mezcla de curiosidad y preocupación.
—Tuve una reunión, mami —respondo, un ligero temblor en mi voz—. Quiero contarte.
No tengo ganas de dar vueltas al asunto.
—Me propusieron cuidar un departamento —le digo finalmente—. Tendré que mudarme.
La reacción es inmediata; su rostro se transforma en una máscara de incredulidad.
—¿Qué? ¿Estás loca, Clarissa?
—No, mamá —insisto, forzando la calma—. Acepté porque, además de cuidar y mantener el departamento, también me pagarán un poco.
La mentira fluye de mis labios más fácilmente de lo que esperaba. La mirada de mi madre se intensifica, casi como si pudiera ver a través de mi fachada.
—Sé que estás ocultando algo, Clarissa.
El peso de su mirada me hace sentir culpable. Es un daño colateral que no quiero infligirle.
—No, mami —repito, dolorida—. ¿Necesitas ayuda en algo?
Cambio de tema rápidamente. «No quiero seguir hablando de esto». Ella asiente y me dice en qué puedo ayudarla. Empiezo a hacer lo que me pide, destacando mi deseo de mantener la normalidad.
El miedo de decirle la verdad me paraliza. Me aterra la idea de que alguien más se lo cuente y que ella se sienta profundamente decepcionada. A veces, ese temor me hace pensar que debería dejarlo todo con Landon. Tal vez sería lo más sencillo.
Así, tendría menos probabilidades de lastimarla. Y más importante aún, podría evitarme la desilusión del año.
•••
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top