Primera historia: LEI Y EL JARDÍN DE LAS AZUCENAS

Es curioso cómo, en ocasiones, somos incapaces de vernos atraídos por los pequeños detalles, por ciertas pequeñas cosas de la vida que nos pueden dar la felicidad. ¡Cómo nos centramos en lo material, lo superficial! Preferimos el dinero, la belleza, lo banal en definitiva, antes que aquello que realmente merece la pena.

Es cuanto le ocurrió al joven Lei, un muchacho con un único objetivo en la vida: triunfar. No criticaremos dicha meta, sino el camino o las acciones que tomó para alcanzarla o, tal vez, el hecho de que no veía con claridad lo que para él significaba aquel triunfo.

Lei era un muchacho obsesionado con su trabajo, con el dinero, el poder... un muchacho víctima del estrés, de la presión y el tiempo. Alguien bloqueado, absorbido por sus obligaciones, quien acabó por aborrecer incluso el reunirse con sus familiares o amigos por las inconveniencias que aquello presentaba: no le apetecía, era una pérdida de tiempo, una acción sin un fin rentable...

Así pues, las cosas no pudieron irle bien a Lei. Comenzó a darse cuenta de que esa no era la manera en que quería vivir.

¿Pero cuál era entonces? Si el dinero, la fama, el éxito no lo eran ¿Cuál era el camino?

Desquiciado y agotado, Lei decidió acudir a su abuelo, el sabio Samot. Imaginad al más inteligente de los seres sobre la faz de la Tierra, capaz de cualquier cosa gracias a su telencéfalo altamente desarrollado en conjunción con sus dedos oponibles, un hombre que podría estar en cualquier lugar, desempeñando cualquier papel. Pero que vivía por y para su jardín de azucenas.

– De veras que no te entiendo abuelo –dijo Lei- No entiendo cómo alguien con tus habilidades puede pasarse el día aquí encerrado, en treinta metros cuadrados repletos de hierbajos.

– Te equivocas una vez más jovencito -replicó Samot- como en tantas otras ocasiones, como con tantas otras decisiones.

– Y dime abuelo, ¿En qué me equivoco? ¿Cómo he errado?

– En todo.

– ¿En todo? ¿Acaso no fueron mis acciones las más lógicas desde que nací? Mis padres me llevaron al mejor de los colegios, estudié sin parar y fui el primero de mi promoción, busqué relacionarme con las personas más influyentes de cuantos me rodeaban...

– Correcto.

– ¿Correcto?

– No son tus acciones con las que e equivocaste. Fue con tu punto de vista.

– ¿Mi punto de vista?

– El motor que te impulsa por el largo camino que recorres cada día ¿Te has preguntado qué buscas en la vida? ¿Qué buscamos todos? Lo cierto es que la respuesta a esta pregunta depende de tu punto de vista. Tú buscas el éxito ¿no es así mi jovencísimo Lei?

– Ahá.

– Todos lo buscamos, mas éste cambia de forma en la mente de cada cual, se mueve constantemente... con tu punto de vista. ¿Qué es el éxito? El éxito no es más que alcanzar una meta. Para ti puede verse reflejada en el poder, el dinero... para mí, es estar aquí, en mi jardín.

–  Vamos abuelo... ¿qué puede tener de especial este terreno cubierto de azucenas?

– Oh, mucho, más de lo que piensas Lei. Estos treinta metros cuadrados son mi vida y en ellos he encontrado las claves de la existencia.

– ¿Por ejemplo? –saltó Lei sin pensárselo- Dime ¿cuáles son esas claves?

– El amor.

– ¿El amor?

– En todas sus vertientes. El amor está en todo cuanto vemos, sentimos, olemos... ¿cuál es, sino amor, la relación existente entre las moléculas que conforman el agua que uso para regar mis flores? ¿el agua que bebemos para vivir? Cuando ésta es líquida, esas moléculas imperceptibles se dan la mano, enamoradas. Si hace frío, se acercan, se abrazan, se aproximan, combinadas en su universo helado, único e irrepetible. Hay amor, y una vez más, hay cambio.

– Amor y cambio. Dos claves.

– El amor es un sentimiento de afinidad, bien por una idea, un objeto, una meta... una persona.

– Ya veo.

- En absoluto, no lo ves. No puedes verlo, precisamente porque tu punto de vista no es el adecuado. Los mayas no tenían una palabra para designar el amor hacia los hijos, pero lo sentían. En piamontés, no existe la palabra amor, pero seguro que más de uno y más de una en Piamonte lo han experimentado. Tú comprendes el amor hacia alguien como un lazo afectivo regulado por la oxitocina y la vasopresina o tal vez como el producto de la dopamina sobre el circuito cerebral del placer. Un impulso biológico, como el hambre o la sed. Sin embargo, amor es lo que habría de sentir la Tierra por el Sol, que lo ilumina día a día, amor es lo que siento por mis flores, que emanan una deliciosa fragancia, reconfortan, otorgan felicidad y son bellas, es decir, ausentes de miedo. Amor es lo que sentía por tu abuela Susana.

– Eso... no suena demasiado bien –intervino Lei-

– No quiero decir con ello que quisiera igual a tu abuela que a estas flores. Sin embargo, tal vez las adore porque me recuerdan a ella. Una flor que nace azul, como la ilusión, para tornarse blanca, símbolo de pureza y candor. Es perfección, paz, divinidad e inocencia. Y yo amaba... yo amo todo eso.

– ¿Qué debo hacer entonces abuelo?

– ¿Qué has descubierto conmigo? –Samot miró tras de si- ¿con mi jardín?

– Que existen distintos puntos de vista, y cambio y amor.

– Es decir, que hay ocasiones en nuestra vida en que, cuando más ofuscados estamos, más perdidos, necesitamos un cambio, variar nuestro punto de vista, centrarnos en los pequeños detalles que normalmente nos pasan desapercibidos. Fíjate en ellos, porque son los que realmente importan, los que más nos aportan, los que nos dicen que pude producirse esa variación. Un cambio a través del amor, a través de un sentimiento de afinidad.

– Lo entiendo. Tal vez... quizás, me he equivocado, no en mis acciones, sino en cómo he visto el mundo hasta ahora. Tal vez mi objetivo no sea el éxito.

– De nuevo el éxito. Un círculo vicioso que tú mismo te has marcado pues, si bien tu meta es el éxito, el éxito no es más que el cumplimiento de una meta. El éxito es temporal: cuando lo alcanzas ya no es éxito. El amor está más allá, es intemporal, infinito. Ésa ha de ser tu meta.

 – ¿Y ahora? ¿Empleo el amor como conductor? ¿Como medio para alcanzar dicha meta?

– Como medio para cambiar tu mundo, para encontrar aquello que realmente te mueve.

– Incluso para encontrar a quien comparta conmigo un sueño.

– Para decirle que quieres escucharle, que te gusta cómo es, su pasión, su locura...

– Para alcanzar la felicidad.

Y así fue como, gracias a su abuelo, a su jardín, y a algo tan pequeño, pero a la vez tan importante como cada una de sus azucenas, Lei comprendió cuál era el auténtico motor que mueve al mundo, que impulsa nuestro espíritu, que nos permite cambiar, transitar y ser felices.

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