Gustavo recuerda a Antoine.
Estaba en zona de guerra, destinado como corresponsal. No me parecía mala idea entonces. De aquel modo, en aquellas tierras baldías, mi mente estaría distraída. Así no pensaría en aquella maestra que tanto dolor y tanta alegría, a partes iguales, había inyectado en mi corazón.
Seguramente lleguéis a soltar una carcajada cuando os diga que no recuerdo cómo se llamaba el hotel en que nos alojábamos los periodistas. Irónico ¿cierto? Un narrador amnésico. Pero la mente suele jugar malas pasadas. Sobretodo, en circunstancias como las que yo vivía. ¿El conflicto armado? No, eso no me preocupaba, apenas percibía cuanto ocurría a mi alrededor. El verdadero conflicto estaba dentro de mí, en mi cabeza, provocado por unos recuerdos que no podía arrancarme de la mente.
Aquella tarde me encontraba tomando algo parecido a un café y reorganizando las notas que había tomado durante el día. No soy buen conversador, no me gusta socializar, así que no solía charlar con mis compañeros. Pero no fui yo quien comenzó a hablar. Fue él: Antoine.
– Ce soir sera une bonne soirée!
– ¿Co...cómo dice?
Me sobresalté. Mis papeles volaron a mi alrededor. Junto a mí, se había plantado un hombre mayor, como de unos ochenta años. Quizás más. ¿Qué hacía aquel individuo allí? ¡Y me había hablado en francés! Nada descabellado, por otro lado, pues su tez pálida y sus rasgos occidentales, poco o nada tenían que ver con las de cualquier oriundo de la zona en la que me hallaba.
– Oh, lo siento. –la voz del anciano, aunque desgastada por el tiempo, resultaba muy agradable- No era mi intención asustarle.
– Tranquilo, perdone, estaba...
– ¿En otro lugar?
– Y en otro momento –añadí– Mi nombre es Gustavo, Vélez.-y le tendí una mano-
– Ah, bien bien –dijo muy lentamente mientras me miraba de arriba abajo- yo soy Antoine. Solo Antoine.
– Solo Antoine... ¿francés?
– Así es, de Lyon, aunque he vivido en tantos lugares que quizás mi acento no sea tan de allí, como del mundo.
– Vaya. ¿Qué le trajo por aquí? – mi curiosidad periodística salió a la luz- ¿Negocios? ¿Familia?
- ¿La verdad? Unos pájaros. Aproveché la migración de unos pájaros.
Se quedó en silencio, mirando a algún lugar que no estaba frente a nosotros. Tras unos segundos y cierta incapacidad para mantener vivo el diálogo, me agaché a recoger mis notas. Al incorporarme de nuevo, Antoine me miraba fijamente.
– A lo largo de mi vida he conocido mucha gente: hombres de negocios, faroleros, geógrafos, borrachos... nunca a un periodista. Pero, como ellos, sufres.
– ¿Sufro?
– ¿Acaso lo niegas? No me mires así. Es precisamente en el brillo de tus ojos donde puedo observar el modo en que la echas de menos.
De nuevo, me bloqueé. No supe qué responder. ¿De dónde salía aquel anciano loco?
– A tu rosa. Percibo cómo la echas en falta. Es vanidosa, algo egoísta tal vez, y sin embargo, te llena de vida.
– Yo... mire, no me apetece hablar de esto, tengo mucho trabajo.
– Oh sí, eso decía mi hombre de negocios, "mucho trabajo". Siempre enfrascado en sus quehaceres, sin tiempo para disfrutar de las auténticas maravillas de la vida. Así era mi geógrafo, siempre buscando el modo de reflejar lo eterno e invariable, sin darle importancia a los pequeños instantes, a lo efímero. Así eres tú, periodista, siempre buscando la última noticia, la actualidad, lejos de tu hogar, sin querer recordar el pasado.
Es imposible describir cómo me sentí en aquel instante. Asustado quizás. Ansioso por escuchar más. Enfadado tal vez. O puede que todo ello al mismo tiempo. Antoine no apartaba su mirada. Su cara, un óvalo arrugado, sin apenas cabellos, poseía un magnético poder allá donde se ubicaban sus ojos. En aquel momento, en los míos propios.
– Adelante –dije por fin- dígame qué es lo que quiere, qué busca o qué necesita.
– Es bien sencillo. Podría responder a tus tres preguntas ahora mismo, pero no soy yo quien ha de hacerlo. Yo sé lo que quiero. Quiero que me escuches atentamente, que pongas atención a cada uno de mis relatos y los memorices. Yo sé lo que busco. Busco a un niño, porque sólo los niños saben lo que buscan. Yo sé lo que quiero. Quiero que, cuando salgas de este hotel, cuando te pongas en camino, entiendas que lo hermoso del desierto que nos rodea, es que en cualquier parte, esconde un pozo.
Tres respuestas a mis tres preguntas. Y, por tercera vez también, me volvió a dejar sin palabras. Así que me acomodé en mi silla, cerré mi carpeta, tomé mi café y escuché.
¡Vaya si escuché!
– Ce soir sera une bonne soirée!
Y sus historias, se convirtieron en mis historias.
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