Capítulo 28. «Arma»
~Erick~
—Harmony no ha encontrado nada— dice Tifón, un tanto irritado. Se supone que ella es un genio, literalmente, y en especial en la informática. ¿Cómo es que no ha encontrado a Diane? —. Tienes que entender— se sigue explicando, yo me cruzo de brazos—, hay un montón de chicas en el mundo, o incluso solo en la ciudad, que se llaman Diane. No puedes pedir que en un día ya sepa quién es. Es imposible.
Bajo la mirada, molesto. Sé que Diane no le hará nada a Sofía, tarde o temprano tiene que traerla de vuelta, eso es obvio. Podría tolerar dejar a Diane pensar bien si quiere o no estar en mi equipo, pero, después de la conversación que tuve con Santiago, esto no puede esperar.
Todo sucedió el día de ayer, domingo por la noche, justo como lo dijo mi informante. Santiago Crosman llegó, y dijo:
—Así que tú eres el chiquillo Thor del que todos hablan...
Yo me giré hacia él, mi ceño fruncido, y, tengo que admitirlo, mi indignación al oírlo llamarme chiquillo se esfumó al verlo. No se veía como en las revistas que Tifón, Viv, Terri, y yo, hojeamos. Sus ojos, en vez de ser oscuros, eran naranjas, sin apagarse en ningún momento. Su cabello brillaba demasiado, una sonrisa un tanto loca, como de científico loco, surcaba su rostro. La máscara que usaba, de payaso, no ayudaba mucho.
—Soy yo— dije, estirando mi mano para estrechar la suya. Él lo hizo, pero lo noté bastante distraído, mirando hacia los lados como si buscara algo. Fruncí el ceño, él me miro de nuevo, como cuestionando algo. Al ver que no sabía que era lo que buscaba, preguntó:
— ¿Dónde está ella?
—No sé de que hablas— contesté, alzando una de mis cejas. Santiago sonrió, divertido al saber más que yo—. ¿Puedes iluminarme?
—Suty. La necesito. Sin ella no hay trato.
—Pero... ¿Qué? — pregunté, al borde del colapso—. ¿Por qué la quieres a ella?
Santiago se sentó a mi lado, suspiró, cansado de hablar, pero aun así siguió.
—Podrás ver, debido a mis ojos, que tengo poder. Mis habilidades van más allá de lo que puedas imaginar. Realmente entiendo la magia, para mí no significa poder, o un juego, sino que es mucho, mucho, más. Puedo ver esa otra dimensión de la que venimos. Puedo verlo todo— oírlo decir esta parte en específico me dió un poco de terror. Una persona con todo ese poder es muy peligrosa—. Y puedo enseñártelo. Pero yo también tengo que ganar algo de eso, ¿No es así? La quiero a ella. Ella abrirá un portal capaz de darnos un poder inimaginable.
— ¿No puede hacerlo alguien más? — pregunté, molesto. Apreté los puños, conteniendo la electricidad que fluía de mí, mientras me concentraba en lo que realmente importaba, él, y conseguir lo que mi informante quería que consiguiera.
—No, no puede hacerlo nadie más. No quiero perder el tiempo, ¿Sabes? Y al ver lo que hizo en su presentación... es obvio que hará lo que quiero que haga. Es ella, o no es nada.
—Santiago, he entrenado por años. ¿Cómo sabes que no puedo hacerlo? Yo...
—Exacto. Ha habido miles de presentaciones en Satiry a través de los años. Y nunca nadie, nadie, había deshecho una conjuración, o al menos había tenido el suficiente valor como para intentarlo. Es ella o no es nada. ¿Sí?
—Yo...
Santiago no me escuchó mas. Se levantó, dejó un papel en la mesa, se ajustó su enorme saco a estilo esquimal, y dijo:
—Llámame cuando ambos estén dispuestos a trabajar. ¿Entendido?
Rodé los ojos al oír esto. La actitud de Santiago me molestó muchísimo. Tenía mucho tiempo que alguien se mostraba en esa actitud conmigo. Sí, Diane me trata de forma diferente a los demás, pero no tan... fríamente, o tan presuntuosa. Diane es sencilla y cálida a la vez. Aun así, no deja que nadie la domine.
—Tengo que encontrarla— digo, con decisión. Tifón entrecierra los ojos, mientras que yo me levanto de mi escritorio y voy directo hacia la oficina de Harmony, que está al lado de la mía. Ella escribe y teclea, como siempre, sus ojos fijos en el ordenador.
Al escucharme, sube la mirada, arquea sus dos cejas rosas, como su cabello, para después cruzarse de brazos, y decir:
—No he encontrado nada de ella. Con la poca información que me has dado es imposible que lo haga. Busca algo en esa mente de troglodita que tienes, porque debe de haber algo que me ayude a encontrarla.
—Te he dicho miles de veces... — comienzo a regañarla, ella me interrumpe, molesta.
—Que no te diga troglodita, lo sé, pero eres un troglodita, no puedo evitar llamarte así, ¿Entendido?
—No hay nada que entender— digo, enojado, ella sonríe, luego dice:
—Así que... busca en tú mente algo sobre ella que hayas pasado por alto. Esos días, cuando estabas en tus misiones y te la encontraste... ¿En qué área de la ciudad fue? ¿Cómo habla? ¿Tiene algún acento? — se levanta de su asiento, para, con una rapidez sorprendente, parte de sus habilidades, alcanzarme.
Apenas si parpadeo cuando ella está cerca de mí, estirando sus manos para tocar los costados de mi frente, haciendo que esta comience a trabajar con tanta rapidez que es desconcertante. Imágenes pasan por mi cabeza, una tras otra, hasta que veo lo que busco.
Es... raro.
— ¿Lo tienes? — pregunta Harmony, asiento, mi mente aun está aturdida.
— ¿Qué me hiciste? — pregunto, ella sonríe.
—Es una nueva técnica que llevo puliendo desde hace tiempo. Mi habilidad es la rapidez. Así como mi cuerpo se mueve rápido, mi mente también. El punto de esto, lo que te hice, es acelerar tus neuronas con un propósito específico. Entonces... — entrecierra los ojos, divertida—. ¿Qué viste?
—Ella estudia en Rosslings, estoy casi seguro.
— ¡Maravilloso! — dice, en un parpadeo ya está de vuelta en su asiento, tecleando como loca en la computadora—. Por cierto, no tengo muy buenas noticias que darte.
— ¿No encontraste nada? — pregunto, ella niega, luego dice:
—Soy rápida, pero no tanto, Thor. Se trata de armas. ¿Recuerdas que tengo un acceso permanente a la armada del reino? — pregunta, asiento—. Acaba de llegar esto.
Me acerco a ella y a su ordenador. Lo que veo es... raro. Se trata de algún tipo de arma de metal, del tamaño perfecto para tomar en la mano, y... ¿Una cola? Parece que de ahí salen unas pequeñas cosas negras, denominadas como balas. Al menos eso dice en el plano. El arma se llama pistola.
— ¿Qué es eso? — pregunto.
—El arma que el rey usará para defenderse de ellas. Las balas avanzan a una velocidad suficientemente rápida como para matarlas o herirlas, y solo con tocar el cuerpo de su objetivo, absorben su oscuridad, haciéndoles aun más poderosas y letales.
—Es por eso que ha habido tantos rumores. El rey está preparándose para derrotarlas.
—Me temo que cosas peores pueden suceder— dice Harmony, un tanto decaída. Cierra la ventana de su ordenador y comienza a buscar la información de Diane mientras habla—. ¿Es qué no lo ves? El rey gobierna todo un planeta. Tiene poder absoluto sobre este enorme lugar llamado Solteichn, pero no por mucho tiempo. Las provincias del viejo continente hablan sobre revelarse o algo parecido. No sólo quiere detener a las brujas negras, sino que quiere detener una revolución.
—Eso es imposible— dijo, escéptico—. Nunca ha habido una guerra más que la de la libertad de alquimia, y no creo que haya una pronto.
—Tal vez no haya habido una guerra aquí, pero sí en aquél lugar del que venía Vladimir Olmicht. Estuve leyendo uno de sus discursos, y decía lo siguiente, «Queridos ciudadanos» — comienza a recitar de memoria—. «Hoy, como todos los días en Solteichn, es un día precioso. Tengo que admitirlo, yo nunca he creído en la magia, incluso la veía como una abominación, porque así se ve desde donde vengo. Pero ahora, que he llegado aquí, he visto lo bella que es. Le he encontrado un nuevo significado a la vida. De donde yo vengo, una tierra lejana, más allá de lo que puedan imaginar, pero sorprendentemente parecida a la suya, no hay paz. Es un mundo hermoso, sí, pero no tan avanzado o maravilloso como el de vosotros. Ha habido guerras, devastación, y yo he tenido que pelear por defender a mi tierra, a mi propio país. Ustedes, amigos míos, no están divididos. Ustedes son uno. Y les aseguro que si me eligen como su rey absoluto, yo me encargaré de que nunca nos separemos. Seré fiel a ustedes, seré fiel a mi nuevo hogar, Solteichn»
—No puedes creer que él realmente viene de otro mundo después de...
—Sabes que la magia existe Thor, es parte de tí. No entiendo como puedes seguir mintiéndote en cuanto a la existencia de la Santa Esfera. Existe, y sabe muchas cosas que nosotros no sabemos. Sabe todo. ¿Qué tal si ella fue la que le aconsejó al rey que hiciera estas armas? Si ella... ¿Sabe que una guerra se aproxima, y sabe como ganarla? Tenemos que prepararnos, definitivamente. Y sí— dice, confiada—. Santiago tiene la clave de esto. Él nos puede ayudar, estoy cien por ciento segura.
—Hoy estás muy soñadora— digo, en broma. Harmony centra sus ojos morados en los míos, con furia.
—Ve a buscarla y déjame en paz— dice, estirando su mano para sacar algún papel de la impresora—. Al parecer tú nunca me pondrás atención, ¿No? — señala las dos direcciones del papel, y explica—. Esta es la de su residencia, donde no la encontrarás, y esta— señala la otra—. Es la de su casa en su pueblo natal. Estarán allí.
— ¿Y cómo sabes eso? — pregunto, ella sonríe.
—Lo sé porque revisé las cámaras de su residencia y ella, una amiga, y Sofía, salieron el sábado por la noche, el lugar más obvio al que pudieron haber ido es ese. Ahora lárgate.
Harmony es una persona especial. Y no sólo por sus maravillosos poderes, que la hacen rápida en casi todo, sino que también porque, debido a ellos, sus cambios de humor y actitud son bastante frecuentes e inesperados. Hoy está soñadora y enojona a la vez. Mañana, probablemente, enojona y triste. En la noche, tal vez, esté feliz y cariñosa.
Una cosa nunca cambia, y es que tiene una confianza diligente hacia la esfera y todo lo que tiene que ver con ella. Cuando Harmony tenía unos seis años, la «Santa Esfera», según esto, le aconsejó a su madre que la dejara con Control, el que sabría educarla y cuidarla correctamente.
Nunca he creído en esto, y el fanatismo de la madre de Harmony sigue siendo bastante irritante para mí aun después de varios años de haber oído esa historia.
Irritado, e ignorando la mirada furibunda que Harmony me lanza, me marcho.
Tengo mucho que hacer.
♠ ♠ ♠
— ¿A quién viene a visitar? — pregunta el taxista, que me ha traído a Andremaría, el pueblo de Diane. Trato de ignorarlo, pero él sigue—. Casi siempre suelo atender los viajes de ida y vuelta a la ciudad porque soy el que mejor conoce el pueblo de la compañía— presume—. Conozco ese lugar como la palma de mi mano, y por eso mismo, me atrevería a decir que usted, joven, viene a visitar a Diane.
Quito mi vista del camino, para centrar mi vista en él, un viejo barbudo y con ojos curiosos e irritantes.
—Sí, voy a visitarla— admito—. ¿Ella recibe muchas visitas?
—No, en realidad, pero desde que regresó este fin de semana de la universidad los chicos no dejan de rondar. Otro chico como tú, apuesto, la visitó ayer, precisamente, y fue el cotilleo en todo el pueblo. Era un chico muy rico, y esos no suelen verse por aquí.
— ¿De casualidad ese chico tenía unos largos rizos negros? — pregunto, el taxista asiente. Maldita sea, Atticus se me adelantó.
— ¿Ese chico es su novio? — pregunta el taxista, vaya chismoso—. Es que Diane es como la hija del pueblo. Todos la queremos. Aunque, si te soy honesto, nunca la imaginé con alguien como él.
—Más vale que no sean nada— digo, más como un gruñido. El taxista sonríe al oírme.
—Eso esperamos todos. El chico era un cretino. Veía a todos como menos— explica. Y sí, suena como Atticus. Me pregunto que le habrá dicho a Diane—. Joven, bienvenido a Andremaría— dice el hombre, al momento que entramos al pueblo por lo que parece ser un arco de flores. Las calles son adoquinadas, las casas pequeñas, y parece haber una sola calle principal que divide al pueblo en dos. Es muy bonito, de hecho.
Nada como mi pueblo natal, Eliombor. Allá, en el norte del continente, el frío es parte de la vida. Tienes que luchar para sobrevivir, es parte de la vida cazar, edificar nuevos hogares, y prepararse para lo que viene, pase lo que pase.
La calle principal cada vez va disminuyendo más. Después, pasa a volverse un camino de terracería, simple, pero bello, y, cuando llegamos al final, el taxista se detiene.
—Búscala en el lago, está detrás de su casa. Nadie sabe a ciencia cierta porque, pero ella ama pasarse el tiempo ahí.
—Gracias— digo, al momento que bajo.
—Buena suerte.
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